Capítulo 27

1103 Words
El grupo de chicos que se encontraba en la cocina de la casa salió a paso natural hacia el salón principal luego de que Rusia avisara sobre la situación; lo primero que pudieron notar los latinos y Polonia fue una discusión poco tranquila entre ONU y todos los que se encontraban afuera (USA, Alemania, Canadá y el francés). —¡¿Perdiste la cabeza?! —le gritó Estados Unidos con rabia a ONU de manera amenazante—, ¡tienes que estar loco si crees que haremos lo que acabas de decir! —¿Qué pasa? —preguntó Argentina con cautela. —¡Lo que pasa es que este bastardo quiere que todos volvamos a la casa en donde encontramos la bomba! —vociferó el gringo de forma acusadora. —¿Qué? ¿de qué hablas? —cuestionó el ruso frunciendo el ceño. El sabía que estaban peleando cuando pasó de largo a la cocina, pero no la razón. —ONU, es una locura, lo sabes —intervino el alemán con cierto aire profesional—. Lo que sugieres es un s******o. —¡Eso es cierto! —saltó a decir Canadá con su gorro de piel de mapache y camisa de leñador a cuadros—, ¡es un s******o! ¡muy peligroso! Tú no sales de esta casa —señaló a USA con seriedad. —No me están escuchan... —comenzó a decir ONU, pero tal y como se lo esperaba, no le dejaron terminar. —Yo no me voy a devolver a la casa esa —aclaró Venezuela. —Ni yo —estuvo de acuerdo el mexicano—. ONU, ¿qué putas pasa contigo? Ir a esa casa otra vez es como gritar: «¡Hola, volvimos! Ahora mátanos». Por otro lado, Rusia no dijo una palabra más; se limitó a cruzar los brazos y apoyarse de espalda contra una de las paredes del salón, cerca del grupo. No cabía duda de que aquella idea sonaba realmente horrible, pero de hecho, confiaba demasiado en ONU como para pensar que este trataba de dejarlos expuestos a un homicida potencial sin sentir preocupación alguna. —¿Vas a seguir con el proyecto? —preguntó el japonés ajustando con inquietud los tirantes de su sudadera—, ¿volverás a ponernos a todos en casas? No creo que... esté bien. —¡No lo comprenden! —vociferó ONU para defenderse—. He ordenado a mis hombres que revisaran esa casa de arriba a abajo para saber que es totalmente segura ahora. Además, es más que obvio que esta persona que puso el explosivo y los muñecos vudú está detrás de todos los países, no sólo de ustedes. Están corriendo peligro en los estados que son capitales. Necesito que vuelvan a la casa, por su bien. Así podré estar al tanto de su seguridad, por favor —pidió. El grupo se mantuvo callado ante la súplica. Era complicado, demasiado a decir verdad. Una mala decisión y todo se iría directamente al caño en tan solo días (o 2 meses, qué era la cantidad de tiempo que reflejaba la bomba que aún se mantenía activa muy a lo lejos). —¿Polonia? —llamó Francia al chico de suéter; le vio temblar y abrazarse a sí mismo en un feo escalofría de mala muerte—, ¿estás bien? ¿Polonia? —No puedo pasar por esto otra vez —balbuceó el polaco con una sombra en sus ojos—. No puedo esperar a que alguien venga por mí y me atrape para hacer lo que quiera conmigo, otra vez. Quiero volver a mi cabaña, ahora —dijo dedicándole una mirada aterrada a ONU—. Llévame a casa —le pidió. ONU sintió la culpa recorrerle desde el centro de su pecho y asintió con la cabeza gacha. —Te llevaré a tu cabaña —dijo sin levantar la vista—. Y Francia, ya puedes volver a casa, con Reino Unido. Al resto de ustedes —hizo una breve pausa—, de verdad lo lamento. Ojalá yo pudiera complacerlos y hacer las cosas de una manera diferente; ojalá pudiera hacerlos felices, pero no puedo —dijo con toda sinceridad, y lo siguiente lo dijo con cierto dolor—: Si no piensan volver a la casa, los sancionaré, a todos. «¡¿Qué?!» —chillaron todos con enojo de sobra. —Ya me escucharon bien. Si no me hacen caso, los sancionaré. No podrán importar ni exportar ningún producto de ninguna parte. Llevaré a Francia y a Polonia a sus hogares, también buscaré a los países que se están hospedando en hoteles. Si se mueven de aquí, ya saben que pasará. ↠↞ —Sabes que voy a ir contigo, ¿no? —le dijo Canadá al estadounidense mientras observaba como este rehacía sus maletas con molestia sobre la cama de su habitación. —No, no irás —USA cerró bruscamente la cremallera de la maleta y la levantó para aventarla en el piso hirviendo de rabia. —Creo que no lo has entendido; no te estaba pidiendo permiso, te lo estaba diciendo para tu información —el canadiense frunció el ceño—. No quiero que vayas, USA. No me perdonaría jamás si te pasara algo malo —le dijo con una mueca sufrida. Estados Unidos suspiró. —Come here, sweetie (Ven aquí, dulzura) —dijo USA haciéndole una seña de que se le acercara y luego le abrazó con fuerza no sin antes quitarse los lentes de sol que llevaba a todo momento—. Canadá, no voy a perder el contacto contigo. Puedes visitarme allá las veces que quieras y dormir también. Pero antes debes esperar a que las cosas se calmen un poco. ¿Ok? (¿Bien?). El canadiense asintió con una expresión triste; no quería, de verdad no quería que volviera a irse. —No te angusties —le aconsejó el estadounidense separándose de él para mantener ambas manos en sus brazos—. Te llamaré al primer segundo en el que ya puedas ir a verme, lo prometo —dijo con seguridad—, ¿de acuerdo? Canadá dudó. —Alright (De acuerdo) —aceptó de mala gana el chico de gorro. —I'm gonna be fine (Estaré bien) —Estados Unidos sonrió para luego darle un adorable beso en la mejilla al canadiense—. Puedes quedarte aquí en mi casa hasta que te llame, si quieres. —Está bien —dijo Canadá algo decaído y no pudo evitar apretujarlo de nuevo en su pecho—. Cuídate, calabacita.  
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