Capítulo 04

1113 Words
Alemania abrió rápidamente la puerta que se encontraba cerca de las escaleras y pudo ver por segunda vez un montón de productos de limpieza que se amontonaban unos sobre otros en desorden. —Olvidé que había revisado este armario por la mañana —dijo el alemán y sintió como le cosquilleaba la nariz por el olor a desinfectante—, mira allá atrás —le pidió al estadounidense señalando al fondo del armario. USA se quitó sus costosos lentes de sol para colgarlos en el cuello de su camiseta y achinó los ojos tratando de ver lo que supuestamente había allí. —No lo entiendo, es un closet común y corriente —dijo Estados Unidos confundido, pero luego comenzó a notar lo que el germano le decía conforme más atención le ponía al lugar—. Oh... eso de ahí es extraño... ¡oye, ruso asqueroso! Ven aquí. —Tus insultos son encantadores, pero están comenzando a aburrirme... y si tus insultos me aburren entonces comenzaré a tomármelos enserio, y créeme, tú no quieres eso —advirtió el nórdico inexpresivo para luego acercarse a ambos chicos con México siguiéndole el paso—; ¿Qué? —preguntó de mala gana. —¿Qué opinan ustedes de eso? —preguntó Alemania. México se inclinó hacia adelante con una mueca de curiosidad y Rusia no tardó en hacer lo mismo; ambos chicos entrecerraron los ojos tal y como el estadounidense lo había hecho. No lograban ver nada, simplemente no entendían a que se refería Alemania. —Comienzo a creer que no soy el único aquí que necesita gafas para la vista —comentó el alemán acomodando el nudo de su corbata roja—. Idiotas, el fondo es de madera y está sellado con clavos —explicó. México y Rusia se enderezaron abriendo sus ojos con sorpresa y se miraron entre ellos diciendo: «Aaah, sí» «¡Claaaro!» «Ya lo vi» «Claro, claro, obvio, obvio». —¿Por qué crees que taparon él sótano? —le preguntó México al más pequeño de los cuatro. —No lo sé, no soy adivino —respondió Alemania—; lo que sí sé es que estoy cansado de tener que lidiar con esta maldita casa. —Hum —soltó el mexicano en cuanto el alemán terminó de quejarse—, ¿alguna idea para sacar esos clavos sin un martillo? —Yo puedo —murmuró Rusia por lo bajo dando unos cuantos pasos hacia atrás. El chico suspiró tomando suficiente impulso y corrió hacia el fondo del armario tan rápido como pudo; pateó la puerta con tanta fuerza que terminó rompiendo en tres partes las viejas tablas de madera que les impedía bajar. —Vaya... —dijo el estadounidense con una mueca de impresión y  luego tragó saliva inconscientemente. —Bien hecho, botas de nieve —lo felicitó Alemania dándole una palmada en la espalda—, eficientemente destructivo, como siempre. —Es un don —comentó Rusia sonriente sacando su pie bruscamente de entre la madera rota. México negó con la cabeza divertido y sacó su móvil de uno de los bolsillos de sus pantalones beige. Lo desbloqueó por unos segundos fijándose en la barra de batería; le quedaba 25% de carga, suficiente como para encender la linterna por un buen rato.  Y eso fue exactamente lo que el mexicano hizo: prendió la linterna para luego alumbrar en dirección al agujero que Rusia acababa de hacer dejando ver el comienzo de unas viejas escaleras que estaban aún más deterioradas que las que estaban en el primer piso. Se veían retorcidas e inclinadas hacia la derecha, incluso parecían ser más empinadas de lo normal. —¿Quién va primero? —preguntó el latino alzando una ceja. —Rusia —respondió Estados Unidos repentinamente. —¡¿Qué?! ¡¿Por qué debo ir yo?! —chilló el ruso levantando los hombros como si acabasen de sentenciarlo a su destino final. —Mírate, eres un maldito poste de luz, si no se caen con tu peso mucho menos caeremos los demás —explicó USA como si fuese todo un genio y luego se cruzó de brazos dedicándole una mirada cargada de odio. —¡¿ESE ES TU JODIDO PLAN?! ¡¿Usarme de conejillos de indias para salvarte el pellejo?! —No seas llorón —interrumpió Alemania y soltó un fuerte estornudo de la nada—. Por mucho que odie admitirlo lo que USA dice tiene bastante sentido para mi. —Pues seguro a ti todo te sale como para el culo —contradijo México—, digamos que Rusia baja primero y las escaleras se rompen, ¿y después como vamos a bajar? Además de eso, entonces tendríamos que salvar no a UNA si no a DOS personas. —¡¿Lo ves?! ¡Alguien que sí piensa! —vociferó el nórdico. —Tú y yo deberíamos bajar uno por uno, somos los menos pesados —le dijo el mexicano a Alemania—; Rusia en una jirafa y USA está bien pinche gordo.  —¡Dejen de decir que estoy gordo! ¡eso fue hace casi dos años! ¡BAJÉ MÁS DE SIETE KILOS, MALDITA SEA! —gritó el norteamericano realmente dolido. —PERO DECILO SIN LLORAR PUES —se apareció alguien detrás de ellos y el pequeño grupo de chicos se dio la vuelta encontrándose con Venezuela—. ¿Por qué coño se están tardando tanto? —preguntó—, Argentina está al borde de un colapso existencial. —¿Y lo dejaste solo en medio de la oscuridad? —cuestionó el alemán mientras USA le sacaba los ojos al venezolano en su imaginación. —Él me pidió que viniera a ver porqué no han bajado, además no está a oscuras, le tiré tu celular —respondió el chico de ocho estrellas. Alemania lo miró espantado. —¿LE TIRASTE MI QUÉ? —¿Por qué no bajan? —volvió a preguntar el venezolano insistente. —Nos estamos organizando profesionalmente —respondió México con seguridad, como si eso fuese cierto—. Quién crees que debería bajar primero, ¿Alemania, Rusia... yo...? —preguntó dejando muy obviamente a USA por fuera. —Pa' ver, yo voy primero —dijo Venezuela a modo de respuesta mientras le arrebataba el celular de las manos al mexicano. El venezolano caminó dentro del armario dudoso y para qué negarlo, vaciló un poco antes de agacharse para pasar por el camino en las tablas de madera que había hecho Rusia de una patada. Alzó el móvil de México para ver más allá del primer escalón y pudo observar el final de las escaleras; aterradoras como de película, dignas de una escena de suspenso. Pisó el primer escalón con desconfianza y no tuvo más opción que continuar. Se giró sobre sí mismo para ver al mexicano que estaba detrás de él esperando, y luego volvió a dar la vuelta para seguir bajando. Cada tabla que pisaba lo hacía con toda la lentitud posible, pero sin exagerar, siguió así poco a poco hasta que por fin soltó un suspiro de alivio: había llegado al final de las escaleras, a piso firme en el sótano. —Bueno, no se freséen, ¿quién viene ahora? —Venezuela alumbró las escaleras desde abajo para el resto del grupo. México alzó su mano izquierda como diciendo «yo» y empezó a bajar con mucha cautela al igual que el venezolano lo había hecho. Una vez llegó abajo le siguió Alemania de la misma forma (aunque el orden debía ser diferente) y le dio señales a USA haciéndole saber que era su turno. El norteamericano le lanzó una mirada al ruso antes de continuar por ese camino pequeño y Rusia no pudo evitar observarle de espaldas con curiosidad. La verdad era que USA si estaba más delgado.
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