Capítulo 03

1291 Words
—No sé como agradecer todo lo que tú y China han hecho para ayudarme —le dijo Venezuela al ruso mientras bebía agua de un vaso desechable. —Oh, sabes que China y yo siempre estaremos en contacto contigo —agregó el ruso sonriente. USA y Alemania habían salido dos horas antes para comprar botellas de agua en una farmacia; después de todo ellos dos eran los únicos que podían estar juntos sin matarse a patadas (o mejor dicho, los únicos que no eran demasiado flojos como para ir). Justo en ese momento ambos estaban haciendo un 'segundo viaje' a un supermercado, el alemán había llegado con hambre a la casa, quería comprar comida y para ser sinceros USA necesitaba jabón para darse una ducha. El argentino se encontraba recostado en el sillón de la sala con los ojos cerrados. Luego de todo el alboroto que acababa de pasar su dolor de cabeza había empeorado, no tenía ganas de ver u oír nada; sólo descansaba hasta que alguien le diera algún medicamento. México por otro lado estaba bastante cerca del ruso y Venezuela revisando el enchufe que conectaba el refrigerador. Se había dado cuenta de que este estaba apagado por un problema de mala conexión y no dudó en arrodillarse cerca del toma-corriente para repararlo por sí mismo; él conocía perfectamente la diferencia entre los cables, cual era o no un cable 'tierra', lo cual lo ponía en ventaja con trabajos eléctricos. Qué se puede decir, el chico tenía una habilidad. —¿Saben? —comenzó a decir México al mismo tiempo que con un cuchillo le quitaba parte del plástico al cable dejando al descubierto las hileras de cobre—, creo que ONU pudo habernos metido en una casa que no se esté cayendo —opinó. —v***a, yo estaba pensando lo mismo —dijo Venezuela, ya había visto como las escaleras de la casa tenían un aspecto de madera vieja y húmeda (como si estuviese podrida o repleta de bichitos raros). —Tiene muy mala pinta, me da un poco de escalofríos —comentó el ruso jugueteando con las vendas de su brazo derecho—. A mi parecer esta casa podría tener más de cuarenta años. —Yo digo que tiene ochenta años —dijo México tocando accidentalmente uno de los cables positivos y una pequeña chispa de corriente le recorrió el dedo—. ¡Ouch! ¡chingada madre! —se quejó. —Tené más cuida'o, loco —le advirtió el venezolano; para él la electricidad es súper peligrosa. —Yo digo que esta pocilga tiene noventa años o más —se apareció USA de la nada y dejó una bolsa de compras sobre la mesa mientras en su mano izquierda llevaba una hamburguesa con envoltorio de «Mc. Donalds». —Oh, ya llegaron —murmuró Rusia viendo como el alemán también se adentraba a la cocina. Para ser sinceros el nórdico jamás había visto a Alemania comerse con tantas ganas una barra de cereal. Parecía que la necesitaba para sobrevivir a la muerte o algo por el estilo. —Aún te gustan mucho los frutos secos, ¿no? —le preguntó el ruso al chico de gafas. Alemania alzó la vista con ojos sorprendidos, como cuando alguien te descubre haciendo algo malo, y no pudo evitar tragar saliva sintiéndose incómodo. —Sí —respondió sin más con voz seria. —Oigan —dijo Argentina llamando la atención de todos mientras caminaba acercándose a ellos—, ¿cuál va a ser mi cuarto? En serio necesito acostarme o algo, creo que me voy a morir, díganle a Chile que no llore por mí porque ya estoy muerto. Rusia, USA y Alemania se miraron entre sí. —La verdad no hemos revisado el segundo piso —dijo Alemania con la boca llena de almendras—, no quise subir hasta que todos estuviéramos completos. —Tal vez es un buen momento para ir arriba y decidirlo, después de todo ya escucharon a ONU: ¡No importa lo que hagamos! —comenzó a decir el norteamericano de 50 estrellas—, él va a encontrarnos pase lo que pase. —Y no miente —se apresuró a decir Venezuela—, si ya me encontró a mí... —De acuerdo, subamos —dijo Rusia levantándose de su silla y tanto el como el resto de los chicos salieron de la cocina. Pasaron al lado de una mesita vieja, polvorienta, hecha de madera y finalmente se toparon con las escaleras del lugar las cuales eran curiosamente de madera también. El argentino no se sujetó de la baranda algo floja (parecía que le hacía falta algún clavo de soporte) y sin pensarlo demasiado fue el primero de los 6 chicos en pisar el escalón. Se escuchó un chillido espeluznante; la madera acaba de crujir como ramita seca bajo los pies del latino con un extraño «criiiiick» que hizo que todos dudaran. Todos menos Argentina. La vida es impredecible, eso dicen muchos... y ciertamente nadie había podido predecir lo que pasó después. Las escaleras crujieron por segunda vez, más fuerte que la primera. Todos se sobresaltaron dando un paso hacia atrás, pero para el argentino ya era demasiado tarde. La tabla bajo sus pies se rompió con tal velocidad que se tambaleó y luego cayó  bajo las escaleras en lo que parecía ser un gran agujero oscuro y vacío. Argentina había gritado con tanta fuerza que a USA se le puso la piel de gallina. Ninguno de los chicos tardó en acercarse al hueco con angustia y preocupación. —¡ARGENTINA! —gritó México e intentó ver que había allá abajo, pero no se veía absolutamente nada; nada más que n***o. —¡Maldición, maldición, maldición! —Venezuela se asomó al igual que el mexicano sintiendo un poco de pánico. —¡¿Argentina?! —preguntó Estados Unidos sorprendentemente preocupado. —¡Estoy bien! —vociferó el chico desde abajo, sin embargo soltó un quejido de dolor que espantó a todos— ¡Agh! —¡Eso no se escuchó bien! —vociferó Rusia alterado, realmente escuchar aquello no le tranquilizó para nada. —¡Esta bien! Me torcí la muñeca, eso es todo —explicó el argentino. —¿Puedes ver algo? —preguntó Alemania manteniendo la calma, sacó su celular encendiendo la linterna y comenzó a alumbrar hacia abajo. Argentina entrecerró los ojos y miró hacia arriba, todos se sintieron aliviados al verle ahí sentado sobre lo que parecía ser piso de cemento; tan rasposo y rústico que el pobre chico se lastimó los codos y estaba sangrando, pero después de todo no era más que un raspón superficial. —No, está oscuro. Sólo puedo verlos a ustedes —respondió el argentino mientras se levantaba lentamente. Tanteó con su mano sana a su alrededor, pero no sintió nada, ninguna pared ni objeto. No se atrevió a caminar a ningún lado, le daba algo de miedo revisar aquél lugar tan extraño—. Creo que esto es un sótano, está muy arriba para ser un simple hueco. —No tiene sentido —susurró el estadounidense para sí mismo—, no hay escaleras que vayan hacia abajo. —A lo mejor había un sótano y lo cerraron tapando la entrada —opinó Venezuela—. ¿Seguro que estái' bien? —preguntó. —Al pedo —respondió Argentina mostrando una sonrisa floja y luego alzó su pulgar como si realmente todo estuviese perfecto. —Muévete, tenemos que sacarlo de ahí —dijo Rusia batuqueando el hombro de Alemania. —¿Cómo? Si tratamos de subirlo por aquí nosotros nos podemos caer en el intento —dijo México. —Si Venezuela tiene razón, entonces debe de haber una entrada bloqueada por la que podríamos bajar, es algo bastante inteligente —comentó Alemania y luego giró a su alrededor buscando con la mirada. —De acuerdo, ¿quién se queda? —preguntó el Ruso. —Yo me quedo, vayan a buscar esa vaina —se ofreció el venezolano y Alemania le entregó su celular para que este siguiera alumbrando el agujero. —Busquen por las paredes marcas de cemento mal aplicado o yo que sé —sugirió el alemán—, puede que incluso haya una separación hecha con madera. Y luego de ese consejo general, todos menos Venezuela salieron disparados en direcciones diferentes para buscar la forma de llegar al argentino. —Así que... quedamos vos y yo —comenzó a decir Argentina—, ¿querés hablar de algo interesante? —preguntó. —Fuego, ¿de qué querés hablar? —Ah, no sé, de frutillas, de la extinción de los dinosaurios, del origen de la vida, de relaciones... —murmuró el argentino—, tal vez... ¿de Colombia? ¿eh? —preguntó con una sonrisa malévola en su rostro. —Ya no quiero hablar de un coño 'e la madre —dijo Venezuela apagando de golpe la linterna del celular. —ERA BROMA, PRENDÉ ESA MIERDA.
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