Me quedé sorprendida ante la cantidad de niños, mujeres y hombres adultos vivían allí, claramente habían sido rescatados de la calle. Algunos reían y jugaban, otros permanecían en rincones aislados. Un nudo se formó en mi estómago al tomar conciencia de la magnitud de lo que me rodeaba, todo a cargo de unas monjas que, probablemente, no daban abasto con tantas personas Los mayores parecían ocuparse de los más pequeños, y aun así, no había suficientes manos. —La señora Walker, supongo —saludó una monja de rostro amable con un bebé lloroso en los brazos. —Sí, la misma —asentí, tomandole su mano. —Soy, sor Josefina —se presentó entregándome el bebé. No sabía ni cómo cargarlo, así que el niño comenzó a llorar con más intensidad. La miré con impotencia y con una sonrisa forzada; ella m