Capítulo III

1020 Words
En los días siguientes comencé a flaquear sobre mi decisión. Cuando recordaba sus ojos y su forma de mirarme me hacía sentir subyugada, no podía remediar rebelarme ante el efecto que me provocaba, incluso esa sensación era mayor que el miedo. No creía que ese fuera el  mejor camino para empezar una relación, una en la que yo no podía tomar ninguna decisión, y de ahí mis dudas. Pero mi padre ya había aceptado la oferta y en ese momento mis pasos meditabundos me llevaban hasta su enorme casa, donde yo le confirmaría que iba a ser su mujer. Me recibió con un gesto suave en su rostro, sus comisuras estaban estiradas formando una pequeña sonrisa. Me llevó hasta su sala  y me sirvió una copa de vino dulce. —Tu padre me ha dicho que estás de acuerdo con la boda. —Me temo que no tengo muchas opciones —susurré confirmando sus palabras. —Helen. Mírame. Te voy a dar todo lo que desees —prometió. Estaba segura de que un hombre como él siempre terminaba consiguiendo lo que quería, su firme mirada color zafiro acabó de convencerme, solo tenía que asegurarme de que era un hombre de palabra. —¿Todo? —dije, me  hice la valiente—. Pues… me gustaría seguir estudiando —le aseguré, intentando no parecer desafiante y procurando persuadirle para que parte de los planes de mi vida siguieran en pie—, ir a la universidad…, quizás casarnos cuando termine —acabé, con un gesto de coquetería poco habitual en mí. Sabía que exigiendo no conseguiría nada. —Eso no puede ser—aseguró desconcertado—. Nos casaremos dentro de seis meses y te ocuparás de nuestro hogar—ladeó la cara observándome curioso—. ¿Qué te habría gustado estudiar? —Medicina —dije en tono decepcionado—. Pero supongo que tampoco podré ir a la universidad. —Yo he ido a la universidad y te aseguro que hasta la más inocente y tímida chica se echa a perder allí. Ya encontraremos algo que puedas hacer, quizás colaborar en algún hospital, ya veremos—alzó las cejas esperando una respuesta. —Sí —asentí. —Ven. No quiero que me tengas miedo. Lo noto en tu mirada, me temes, así que no lo niegues. Me acerqué a él e hizo que me sentara en sus muslos. Comenzó a acariciarme el cabello, pero yo estaba rígida, era incapaz de relajarme—. Tienes un cabello precioso y tus ojos aguamarina me tienen hechizado. Voy a hacerte muy feliz. Ya lo verás. Permanecí en silencio con todos mis sentidos alertas mientras su mano acariciaba mi espalda intentando que me relajara como si tratara de reconfortarme—. Ese chico, Jonathan ¿Te ha tocado alguna vez? Voy a ser tu marido, necesito saber… Tragué con dificultad para poder contestar, sorprendida por el cambio de conversación y el cariz de su pregunta. —No. Solo me besó un par de veces. Nunca me tocó. Nunca he estado con un hombre íntimamente —le aseguré, avergonzada y sin despegar los ojos de mis manos entrelazadas con fuerza en mi regazo. Levantó mi barbilla con su dedo índice para que le mirara. —Bien—sonrió de una manera que nunca había visto antes—. Voy a ser el primero y eso me gusta. Vamos a ir despacio, no quiero que te sientas incómoda. Llegarás a desearme, te lo prometo. Llegará a gustarte que te toque y llegará el momento que me pedirás que lo haga —susurró las últimas palabras en mi oído—,. Y yo estaré encantado de complacerte—mencionó. Un escalofrío recorrió mi espalda y me hizo entornar los párpados—. ¿Puedo besarte? —preguntó. Le miré a los ojos, su aliento acariciaba mi cara. Observé su boca de labios carnosos y me pregunté a qué sabría. Incliné la cabeza a modo de afirmación; y se acercó despacio, como si me tanteara. Unió sus labios a los míos mientras nos mirábamos a los ojos. Noté cómo sonreían y se separó—. ¿Por qué me miras? —preguntó. —¿Por qué me miras tú? —cuestioné, por no saber qué contestar. Sonrió de nuevo negando con la cabeza. —Me va a gustar mucho estar contigo y enseñártelo todo. Eres un soplo de aire fresco. —Espero que a mí me llegue a gustar tanto como a ti —pronuncié, sin pensar en lo que decía y sin estar muy segura de ello. Dudaba mucho que, por el hecho de que él se empeñara, yo claudicara a todos sus caprichos. —Lo harás. Ahora te voy a besar y vas a cerrar los ojos. Así lo sentirás más. —¿Tú los vas a cerrar? —No lo vas a saber porque tus ojos estarán cerrados. Yo necesito mantenerme sereno. Si me dejo llevar por esa boca tan tentadora que tienes vamos a estar en problemas, aún nos quedan seis meses para la boda, y mi mujer llegará intacta al altar. ¿Entendido? Había conseguido que me relajara con esa simple declaración ya que me respetaría hasta el día de nuestra boda. Me sentía deseada y extraña por hacerlo. Ese hombre, que podía tener a la mujer que quisiera, se sentía tentado por mi insignificante persona y me di cuenta de que ese hecho me hacía sentir segura, poderosa. Cerré los ojos y me dejé llevar por sus labios, por su boca, por su lengua que me acariciaba pidiendo permiso para entrar y a la que di paso sin reticencia. Sus manos me acariciaban la cintura y la espalda pegándome a su cuerpo. Las mías, que hasta ese momento habían permanecido en mi regazo, subieron rozando su camisa hasta su pecho. Sus pezones se endurecieron ante mi contacto y los míos le imitaron al notar esa reacción. Comenzó a faltarme el aire mientras notaba cómo mi cuerpo subía de temperatura. Si un beso me hacía reaccionar así, no sabía cómo me comportaría cuando sus manos tocaran mi piel.
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