Había llegado hacía dos minutos escasos cuando escuché a mi padre mantener una conversación en la parte de la tienda. A esas horas el local estaba cerrado y había esperado encontrarlo en casa para cenar. Justo cuando iba en su busca, bajando los escalones que comunicaban el comercio con nuestra casa, reconocer la voz de su interlocutor me intrigó. Me paré en seco y me senté a escuchar.
—Tomas, ¿sabes si va en serio con ese chico?
—Son unos niños, no lo creo.
—¿Cuándo cumple los dieciocho?
—Dentro de cuatro meses. Señor Walker, es una niña. ¿Está seguro?
Afine mas el oído. No presté demasiada atención a sus preguntas, hasta que algo me dijo que no hablaban de una extraña.
—Totalmente. ¿Crees que es virgen?
—No lo puedo saber a ciencia cierta. Espero… estoy casi seguro de que lo es. Jonathan es un chico muy tímido y apenas salen. Últimamente bastante poco.
—No te preocupes, Tomas. Así todo estaría saldado, la voy a tratar muy bien. Voy a hacer de tu hija una mujer muy feliz.
La respiración se me cortó al darme cuenta del rumbo que tomaba la conversación.
—Helen no es como las demás chicas. No necesita cosas materiales para ser feliz, Dalton La conozco bien, y si no está de acuerdo no voy a acceder al trato. Ni siquiera sé cómo voy a proponérselo.
—En estos momentos no tienes otra opción. Piénsatelo bien y convéncela. Convéncela pronto.
Me tapé la cara con las manos. No podía creer lo que estaba escuchando. Mi padre debía estar en verdaderos apuros si pretendía venderme a ese hombre a quien tanto temía.
—Tu padre y yo fuimos grandes amigos. Cuando murió tu madre todo cambió. Él cambió —escuché decir a mi padre.
—Lo sé. Todos lo sufrimos. Se alejó de nosotros. Aquel día no solo perdí a mi madre—respondió el señor Walker.
Estaba tan absorta con el motivo de la conversación, que no me di cuenta de que se despedían. El señor Walker me sorprendió en las escaleras cuando se disponía a salir por donde yo estaba.
—Helen, no sabía que estabas por aquí—dijo, se paró a medio subir un escalón; parecía desconcertado.
—A… Acabo de llegar, señor —intenté excusar mi presencia.
Él sonrió y frotó mi mejilla con su pulgar, como si quisiera darle color, probablemente estaba pálida.
—Seguro que sí. Ya me marcho —me miró fijamente a los ojos y después a los labios, provocándome un escalofrío—. Nos vemos pronto.
Subió dos escalones a la vez y sorteándome con sus largas piernas salió por la puerta de nuestra casa. Cuando recuperé la compostura, unos minutos después, bajé despacio en busca de mi padre. Parecía derrumbado, su robusto cuerpo estaba inclinado en el mostrador emitiendo sonoras respiraciones.
—¿Papá? —susurré para no asustarlo.
Sus ojos brillaban como si intentara contener las lágrimas. Corrí a abrazarle.
—¿Lo has oído todo? —preguntó con ansiedad.
—Creo que, al menos la parte que me incumbe a mí, sí —contesté.
—No tienes por qué hacerlo. Lo sabes, ¿verdad? Saldremos adelante
—dijo sujetando mi cara con las dos manos.
Lo miré fijamente a los ojos e intenté sonreír. Mi padre era un hombre sencillo que se había dejado llevar por lo que le había deparado la vida. No solía cuestionar por qué sucedían ciertas cosas, ni siquiera cuando se había quedado viudo y tuvo que encargarse él solo de una niña pequeña y un negocio, pero podía percibir que lo que el señor Walker le había propuesto no se lo esperaba. Una vez sentados a la mesa de nuestro pequeño sala comedor, me explicó su precaria situación y las deudas acumuladas. Muchas de ellas con el propio Walker debido a su protección.
Cuando terminó su relato mi inquietud se alivió un poco ya que, por los trazos que había captado de la conversación de los dos hombres, había supuesto que alguien como él, solo me desearía como amante y para mi sorpresa, me quería como esposa. No podía dar crédito a aquello. Quería convertirme en su mujer cuando tan solo era una niña sin experiencia, hacer las cosas de forma legal, y dejar así saldadas todas las deudas con mi padre, pero él no estaba del todo de acuerdo, y yo me sentía como la moneda de cambio en una transacción entre dos comerciantes.
—Puedo encontrar un trabajo cuando termine el instituto para ayudarte a salir adelante —intenté sonar convincente.
—No, Helen, trataré de conseguir más contratos con otros pequeños restaurantes—me acercó a su pecho besando mi pelo y suspirando.
Los dos sabíamos que eso era prácticamente imposible, apenas podíamos sobrevivir con la escasa clientela que teníamos, y estaba convencida de que el señor Walker no se daría por vencido. No pude conciliar el sueño en toda la noche. Nunca había sido una chica con grandes aspiraciones, pero sí tenía claro que quería seguir estudiando, ayudar a mi padre y, algún día, llegar a trabajar como doctora en un hospital para salir de aquel barrio. Ahora todo había cambiado, el señor Walker no parecía ser un hombre que aceptara un no por respuesta, y no podía arriesgarme a que tomara represalias contra mi padre. Me quedé tumbada mirando al techo, pensando en encontrar alguna otra solución, cuando me asaltaron imágenes de sus intensos ojos de color azul, sus miradas, la manera de llevarse la manzana a la boca de la que yo ya había comido… y volví a sentir esa sensación que me asaltaba casa vez que lo veía, como si mi corazón diera un vuelco asustado. Lo temía, y aunque tampoco me era indiferente, ser su mujer me parecía demasiado. ¿Sería capaz de hacer el papel de esposa perfecta y obediente que hace la vista gorda ante todo lo que le rodea? No confiaba en ello. Estaba acostumbrada a tomar decisiones, a organizar una casa, y desde niña, había sido la que me encargaba de que la tienda no fuera un lugar caótico. Mi padre se dejaba llevar, me solía decir, que gracias a Dios había sacado el carácter y las habilidades de organización de mi madre y que por ello no nos encontrábamos en la más absoluta ruina. Aún y todo no había sido suficiente.
Casi al alba, había tomado la decisión que cambiaría por completo mi vida, mi vida, pero también la de mi padre. No podía pensar en otro tipo de futuro en una situación así. Nunca había soñado con una gran boda, un amor apasionado o en cómo sería mi hombre ideal. No había tenido tiempo para eso a pesar de anhelar un hombre a mi lado, uno que me hiciera sentir una mujer, y con Jonathan eso no había sucedido. Así que, aunque el señor Walker nunca hubiese estado en mi lista de candidatos, supe lo que tenía que hacer. Sabía que no tenía otra opción. Mi decisión no sorprendió demasiado a mi padre y, aunque intentó disuadirme, los dos sabíamos que no había otra solución.
—¿Estás segura? —me preguntó de nuevo.
—Lo estoy —contesté firmemente.
En realidad, no lo estaba, pero no quería que él viera que dudaba.
—No parece un mal hombre y prometió tratarme bien, ¿no es cierto? —le aseguré.
—Helen, si aceptas no habrá marcha atrás. ¿Qué pasa con Jonathan?
—Él y yo tan solo somos amigos, papá. Hace tiempo que me di cuenta de que para mí no era más que eso.
—Es una decisión muy importante. Va a cambiar tu vida por completo.
—Lo sé —le confirmé.
No. No tenía ni la más remota idea de cómo iba a cambiar ni lo que ese hombre esperaba de mí. Un nudo pareció alojarse en mi estómago e impidió que terminara con mi desayuno.
—Veo que lo has meditado bien. Yo… —suspiró antes de continuar—. No era lo que había pensado para ti. Nunca hubiese contemplado un matrimonio concertado, pero quizás con el señor Walker puedas tener la vida que te mereces, estudiar, vivir cómodamente…
Me emocionó que mi padre a pesar de todo viera la parte positiva de aquella situación. Su forma de ver la vida, hacía que la de todos los que le rodeaban fuera más llevadera. Este matrimonio daría estabilidad a su existencia y a la mía. Era un hombre que se dejaba mecer por las mareas, lo que más me preocupaba a mí era mi afán por luchar contra ellas.