Cuando iba a entrar a la heladería vi a la señora Castañedos saliendo del local con la señora Gonzales. A ambas les gustaba el chisme, decidí esconderme en el callejón, solo podía oír sus voces chillonas que conocía muy bien.
—Pobre chica, no sé qué vida le va a tocar con ese hombre —dijo la señora Castañedos.
—Pues de momento le toca compartirlo. Es demasiado joven y supongo que será mejor para ella que así sea. Tiene pinta de ser muy intenso en la cama. Él necesita a una mujer de mundo que lo pueda satisfacer y Helen apenas ha dejado la pubertad —escuché que decía la señora Gonzales.
—Sí, no tiene pinta de bastarle con una, sigo sin entender por qué ha elegido a una niña—añadió la señora Castañedos.
—Pues yo lo tengo bastante claro. A una niña la puede modelar a su gusto, enseñarle cómo comportarse en su mundo, que no le discuta y acate sus órdenes. Además, Helen es una chica sana y fuerte que le dará unos hijos preciosos, necesita descendencia y no la va a tener con ninguna de las mujeres que frecuenta.
—Creo que tienes razón. Una muñeca a la que lucir y vestir como él quiera.
—Una buena forma de resumirlo—respondió la señora Gonzales.
Así que eso era yo para él: una muñeca, la niña tonta que se mantendría al margen de sus negocios y haría la vista gorda con sus amantes. En el último mes había empezado a perderle el miedo, aunque no creía que pudiese hacerlo del todo. Cuando mis vecinas hablaron de sus supuestas amantes, recordé a la mujer rubia con quien le sorprendí y me sentí decepcionada, un regusto ácido subió hasta mi garganta. Pero, ¿Qué esperaba? Era un hombre con necesidades que yo aún no podía satisfacer. Me había besado mucho últimamente, y también me había tocado, solo eran ligeros roces por encima de la ropa, como si fueran casuales. Pero yo no era tonta, sabía que era su manera de encaminarme hacia el deseo y lo estaba consiguiendo, porque más de una noche acababa retorciéndome entre las sábanas imaginando su boca allí donde sus dedos habían pasado como al descuido. Siempre acababa jadeante y frustrada esperando por algo que no terminaba de llegar, y ansiaba el momento en que su boca buscara la mía y me permitiera acercarme más a su fornido cuerpo.
Salí deprimida del callejón cuando ellas se fueron. Camine por las calles pensativas hasta que llegue al parque, me senté en una de las bancas vacías, respire el aire fresco que chocaba contra mi rostro, cerré los ojos para olvidar la perspectiva de mi futura vida. Me dejé envolver en mis pensamientos.
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Llegué a casa desanimada, cuando me dispuse a saludar a mi padre vi la presencia de otra persona, era una chica de mas o menos mi edad, tenia el cabello largo castaño, piel blanca y delgada. Sus fracciones faciales me resultaron familiares.
—Hija, ella es Carlota, la hermana del señor Walker—dijo mi padre.
Ni siquiera sabía que Dalton tenía una hermana, jamás la había visto en la ciudad. Ella me sonrió y se acercó a mí.
—Es un placer conocerte Helen. Mi hermano me hablo de ti me pidió que te ayudara a elegir tu vestido de novia y todo lo que necesitaras para la boda, espero que no te moleste—me comunicó, su sonrisa era muy bella y por alguna razón me agrado.
—El gusto es mío—respondí.
—¿Te parece si vamos ahora mismo a la tienda a elegir tu vestido?
Bueno no podía negarme. Mire mi padre y me dio una señal para que aceptara.
—De acuerdo vamos—respondí.
No tenía idea del vestido que quería usar, no tenia cabeza en estos momentos para pensar uno, mucho menos probármelo y elegir uno. Solo podía pensar en las palabras de mis vecinas. Salimos de mi casa, afuera esta un auto n***o, de lo distraída que estaba no lo había notado. Un guardaespaldas abrió la puerta trasera donde Carlota me pidió que ingresara primero, luego ella lo hizo. Minuto después llegamos a la tienda de vestidos de novias, Carlota fue amigable y atenta durante el camino. En la puerta estaba una de las asesoras esperándonos, nos invitó a pasar y nos mostró un par de vestidos, había unos muy hermosos, pero todavía no sabia cual era el estilo que quería.
—Helen mírate en el espejo y danos tu opinión sobre este vestido— solicitó Carlota.
Ni siquiera me había dado cuenta de que habían terminado de colocar el último alfiler. Un toque en la puerta hizo que las tres dirigiéramos la mirada hacia el sonido en vez de al espejo. Dalton apareció y se sorprendió al verme envuelta en telas como si fuese una novia.
—¿Y esto? —preguntó con sus espesas cejas arqueadas.
—Helen tiene problemas para elegir uno —dijo Carlota.
Dalton paseó a mí alrededor y no pude remediar sonrojarme mientras me observaba, preguntándome si alguna parte de mi cuerpo estaba al descubierto. Luego se sentó en un sillón que había a mi derecha con mirada seria.
—Helen, ¿estás satisfecha con lo que ves?—pregunto Dalton.
Dirigí la mirada hacia mi reflejo en el espejo, y suspiré. Aquello no era lo que yo esperaba, pero tampoco tenía muy claro qué era lo que quería lucir para el día de mi boda.
—Creí que daba mala suerte ver a la novia con su vestido antes de la boda —dije, evitando mi respuesta.
—¿Eres supersticiosa, Helen? ¿Este es tu vestido definitivo de novia? —preguntó. Negué con la cabeza—. Entonces no hay problema. ¿Cómo es el vestido de novia con el que soñabas? Estoy seguro de que esta amable señora podrá aproximarse bastante a ello—dijo mirando a la asesora.
—El problema, señor —habló ella—. Es que no sabe qué es lo que quiere. No es una chica convencional, no parece haber pensado en ello. Me miró fijamente con media sonrisa.
—Sí. Ya me advirtieron que no era una chica corriente. No parece tener los mismos sueños que las demás mujeres—dijo él.
Recordé que aquella información se la había dado mi padre el día que le propuso cancelar las deudas contraídas con él a cambio de casarse conmigo, y aparté la mirada hacia el espejo de nuevo sintiéndome cohibida.
—Definitivamente no, ella es especial —interrumpió Carlota con una sonrisa. La mire apenada.
—A ver si puedo ayudar—dijo Dalton. Apoyó su dedo índice en el mentón dándole pequeños golpes mientras parecía reflexionar—. Helen tiene que ir sencilla, pero bonita y elegante. Nada que la haga parecer mayor. Quiero que parezca lo que es, una novia fresca, joven y pura, sin demasiados adornos. ¿Estás de acuerdo? —se dirigió a mí, obligándome a mirarlo de nuevo. Recordé las palabras de mis vecinas sobre ser su muñeca y que me vistiera a su antojo, pero la verdad es que era justo lo que yo quería.
—Sí. Nada de adornos excesivos. Sin pedrerías ni joyas ostentosas — concordé con él.
Dalton afirmó sonriente.
—Y por supuesto irás de blanco como marca tu condición.
El rubor subió de nuevo hacia mis mejillas cuando hizo referencia a mi virginidad.
—Yo… desearía comentarte algo—dije de repente.
Me asombraba ser incapaz de pronunciar su nombre, y las mil maneras que tenía de eludir mencionarlo en su presencia. No sabía si él se había dado cuenta, pero, aunque en mis pensamientos era Dalton delante de él solo me salía llamarle señor Walker. No estaba segura si debía coméntele sobre cómo me sentía sobre las conversaciones de mis vecinas.