Capítulo 17

1307 Words
El hombre se recostó suavemente sobre su cuerpo y dejó una de sus manos en el muslo de la chica, mientras la otra tocaba su mejilla. Comenzó a besarla nuevamente con lentitud, para que sintiera todo el deseo que tenía por ella y luego, comenzó a moverse con suavidad, para que también sintiera cómo estaba él por lo que estaba sucediendo. —    ¿Esto era lo que querías? —Inquirió, repartiendo suaves besos por su cuello. —    Si, si… Louise abrió los ojos y miró su accionar. Él era un hombre con un carácter bastante fuerte, pero la tocaba como si de una pluma se tratase. Y eso le estaba encantando. —    ¿Vas a tener un novio lejos de aquí? —    Si… Alexander movió su cadera con fuerza y ella gimió. —    ¿Lo vas a tener? —    Mierda- no. —    ¿Segura? —    Si… Una pequeña risa salió de los labios de Louise al haber completado su plan y decidió relajarse por lo que había logrado. Tenía al prospecto de hombre s****l que quería en su vida y ya no se arrepentía por lo que había sucedido la noche anterior. Porque si no lo hubiera hecho, nada estaría pasando. La mano del castaño comenzó a subir y rozar las bragas de la chica, cuando un sonido fuerte los asustó y sacó de su burbuja. Era la hora del almuerzo. Alexander cerró los ojos y dejó que su frente cayera en el pecho de la chica, mientras soltaba un bufido. —    No puede ser —musitó—. No puede ser. Un puchero apareció en los labios de la chica y cerró los ojos, sintiendo un poco de diversión por la situación. Definitivamente siempre tenía que suceder algo para que ellos no pudieran seguir con su momento. —    Levántate —se rió y él la apretó a su cuerpo. —    No quiero. —    Hazlo. —    No quiero. —    Eres el jefe de todos aquí. —    ¿También tuyo? —Levantó la mirada. —    Puede ser… —    Sexy. Alexander se levantó y observó su pantalón. Tendría que llevar su uniforme un poco desorganizado mientras su erección bajaba y así nadie se daría cuenta de lo que estaba sucediendo dentro del domo. —    ¿Cómo estás? —Tragó saliva mientras la veía subir su pantalón. —    Bien. —    ¿Te arrepientes? —    ¿Te arrepientes tú? El castaño negó rápidamente. No lo hacía y menos después de que estuvo a punto de perder cualquier tipo de acercamiento por ella por un hombre que ni siquiera sabía cómo se llamaba. —    ¿Vas a terminar con tu novio? —    No tengo novio —se burló la mujer. —    Con quien estabas hablando. —    No tenemos nada. —    Igualmente. Creo que deberías decirle la verdad. —    ¿Cuál verdad? —Louise se miró en un espejo y pudo ver que sus mejillas estaban más rojas de lo usual. —    Que estás conmigo. —    ¿Qué? —Una pequeña risa se escapó de sus labios. —    Eso, ¿no? —    Espera —la castaña abrió los ojos sin entender qué estaba sucediendo—. Acabamos de besarnos. No somos nada y creo que por ahora es mejor así. ¿Vale? Alexander levantó una ceja y asintió. Si ella quería eso, estaba bien por él. Aunque no podía negar que había sentido una especie de vacío en el estómago luego de sus palabras. Nunca en su vida una mujer le había dicho eso. Al contrario, lo dejaban porque él no quería formalizar algo. —    Entiendo. —    ¿Todo bien entonces, teniente Miller? —Sonrió Louise antes de salir del domo. —    Completamente, señorita Davis. Apenas se marchó, él se sentó en la cama nuevamente. Tendría que lidiar con lo que estaba sintiendo y dejar de lado lo que pensaba que ella quería escuchar. Era un idiota y eso lo sabía, pero también estaba tratando enérgicamente de cambiar esos comportamientos de mierda que tenía, por algo mejor. Quería volverse un hombre mejor para las personas a su alrededor y en ese momento, había fallado. Porque había pensado que ella quería algo serio cuando al final, ella también podía decidir tener algo de momento. Lo único que le daba algo de temor era dejarse llevar y luego que él realmente quisiera tener una relación estable y que ella no lo hiciera. No quería que rompiera su corazón y, además, él tenía más de treinta años. En algunos momentos le nacían los pensamientos de formar una familia o de casarse. Pero si a él le había asustado que nombrasen ese tema a sus veintes, no quería ni siquiera pensarlo para Louise. Tendría que llevar todo con calma como ella y dejar de ser un idiota. Observó la hora y abrió los ojos al darse cuenta de que llevaba más tiempo del pensado dentro del domo, pensando. Tenía que comer con todos sus hombres y él ahí, analizando algo que no tenía mucho que analizar. Cuando sus pasos se escucharon en el comedor, todos los presentes (y Louise) voltearon a mirarlo y le saludaron. —    Buenas tardes muchachos. Lamento la demora. —    ¿Qué pasó? —Cuestionó la periodista con un deje de diversión en sus ojos. —    Estaba en una reunión. —    Te ves algo desaliñado. —    Porque salí muy rápido. Alexander rodó los ojos y trató de ignorar sus comentarios inoportunos. Si no hubiesen estado frente a todos su pelotón, tal vez la abría besado con fiereza para que detuviera sus palabras. —    ¿Qué es la comida de hoy? —Preguntó a uno de sus hombres. —    Arroz, pollo y un poco de ensalada, señor. —    ¿Está delicioso? El hombre le sonrió y asintió—. Como siempre, mi teniente. —    Me alegra, soldado. Todos continuaron comiendo y el castaño no podía despegar los ojos de la chica. Sus pensamientos continuaban vagando y siempre terminaban en lo que había sucedido y el sabor de sus labios. Sintió cómo su pantalón volvió a apretar y cerró los ojos, para imaginar otro tipo de cosas. Su mente estaba jugándole terrible y no podía detenerla. —    ¡Todos! —Se levantó de su lugar sin siquiera haber probado bocado—. ¡Vamos a hablar de nuestra familia y por qué están aquí! Los soldados se observaron unos a otros y Alexander pasó una servilleta por su frente. Sentía que estaba en medio del desierto y no bajaba la temperatura de su cuerpo. —    Por favor. Quiero conocerlos. —    Señor, llevamos con usted varios meses. —    Yo llevo con usted un año —habló otro hombre. —    No me importa —gruñó—. Comienzo yo. No tengo familia y estoy aquí porque amo mi país. Quiero lo mejor para todos y espero esta guerra acabe para volver a casa y descansar hasta las diez de la mañana todos los días. Algunos de los hombres asintieron y levantaron la mano, pidiendo la palabra. —    Continúe usted. —    Buenas tardes. Me llamo Malcolm y estoy aquí por mi esposa y mi hija. Mi hija tiene apenas unos meses y espero volver antes de que cumpla su primer año. Hace poco hablé con ellas y está hermosa. Se parece mucho a mi madre. —    ¿Está viva? —Cuestionó Alexander y él negó. —    No. El cáncer la alejó de mí. —    Algo parecido sucedió con mi madre. Ella tampoco está conmigo. —    Lo lamento, señor. —    No lo haga. Por su madre, su esposa y su hija, tiene que ser fuerte, soldado —murmuró y se levantó de la mesa—. Quiero que todos piensen en eso. Estamos aquí por nuestra familia y para sacarla adelante. Hoy estoy yo en el mando, mañana cualquiera de ustedes. Louise dejó escapar una sonrisa suave y suspiró. Él era un excelente jefe de pelotón.
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