Todos los soldados habían hablado de sus familias y no faltaba nadie más. Había sido un momento entretenido y se encontraban dichosos por compartir un momento así en la que, según ellos, era su segunda familia.
Alexander se encontraba riendo con todas las personas y su vista en ningún momento se dirigió a la periodista. Estaba tan metido en el tema, que todo a su alrededor se había esfumado y también sus pensamientos sobre ella.
Mientras tanto, Louise se encontraba escuchándolos completamente anonadada. Cada uno de ellos tenía historias increíbles que valían la pena escuchar y que muchas veces, por enfocarse en la guerra y ganar, habían pasado desapercibidas.
— Me gustaría hacer unas pequeñas fotos —soltó ella, haciendo que todas las personas la observaran—. Es impresionante la cantidad de historias que ustedes tienen. Me gustaría mostrárselas al mundo.
El teniente Miller la observó con el ceño fruncido.
— No entiendo qué quiere decir, señorita Davis.
— Digo… —tragó saliva—… si gustan, podemos hacer un mini documental aquí. Podemos contar nuestras experiencias y luego puedo encargarme de su difusión.
Ella sonrió, esperando que los hombres apoyaran su idea, pero podía percibir en sus rostros que no estaban muy seguros de ello.
— Señorita Davis —habló uno de los soldados—. ¿No es un problema hacer eso? No quisiera que me sacaran de mi pelotón.
— No, no. Solo necesitamos el consentimiento de ustedes y el teniente Miller. No es nada ilegal.
— ¿Teniente? —Inquirió otro de los soldados esperando que él apoyara a la chica.
— Bueno… ella tiene razón. Podríamos hacerlo. Pero si es así, primero tendríamos que verlo nosotros para decidir qué se puede y qué, no publicar. Luego de eso, podríamos difundirlo.
— ¡Exactamente! —Louise sonrió y se levantó de la mesa—. ¡Sería espectacular!
Los soldados que se encontraban ahí comenzaron a asentir y sonreír abiertamente. La idea era excelente y era una manera de estar más cerca de sus familias. Ellos podían ver todo lo que tenían que vivir dentro de la guerra y así, darles su apoyo a ellos.
Claramente no sería un apoyo presencial, pero si moral y era tan importante para ellos.
— Muy bien, muchachos. Entonces realizaré un documento para que cada uno de ustedes lo firme. Después de eso, podemos comenzar con el documental.
— Muchas gracias a todos —Louise espetó—. Iré a arreglar todo para hacer esto.
La chica se alejó del comedor y volvió a entrar al domo. Había tenido esa idea por el hecho de que no muchas cosas estaban pasando y tendrían que despedir a varios de los soldados para que se fuesen hacia el norte a apoyar a otros pelotones.
Eso era algo que les había molestado, pero Alexander había puesto a cargo al hombre que pensaba, se quedaría en ese lugar si él viajaba.
Al ser lo contrario, entonces prefería enviarlo con todos los soldados jóvenes para que no tuvieran miedo en el camino. Era un viaje largo y ellos demasiado inexpertos para saber responder ante cualquier cosa.
Al cerrar la puerta del domo, soltó un suspiro y quitó la chaqueta que tenía encima. Joder, hacía mucho calor ahí afuera y ella estaba asándose. Además, tenía que ponerse a trabajar debido que su jefa le había enviado un correo en el tiempo de almuerzo, pidiéndole que se reunieran para saber lo que estaba sucediendo y qué era lo que ella había pensado para sacar algo de aquel pelotón.
Louise abrió su computador e inmediatamente entró a la reunión, donde la mujer la estaba esperando.
— Louise —sonrió—. ¿Cómo has estado? ¿Cómo te has sentido?
— Bastante bien, muchas gracias por preguntar.
— Interesante tu primera experiencia, ¿no?
La castaña rió y asintió. Tenía toda la razón.
— Algo que nunca pensé.
— Me alegra mucho, Bueno, cariño. Quisiera saber qué has hecho allí.
— Hasta el momento he tomado algunas fotografías que considero buenas —espetó, volviendo a la seriedad del tema—. Estoy dando los últimos retoques y te las envío al correo.
— ¿Qué hay de ataques?
— También. Esas fotos ya están listas. Después de esta reunión te las envío.
— ¡Perfecto!
— También quería comentarte otra cosa…
— Hazlo —la mujer tomó un sorbo de su café y acomodó sus gafas—. Soy toda oídos.
— Bien. Estaba pensando si podría hacer algo como un documental. Aquí todos están de acuerdo y podría ser de la guerra desde los ojos de los soldados.
La mujer se mantuvo un momento en silencio y luego asintió.
— Me parece perfecto. ¿Ya hablaste con todas las personas?
— Si. Estaba haciéndolo.
— Perfecto. Tienes mi apoyo. Se me hace algo diferente.
Cuando Louise iba a agradecer, Alexander entró al domo, captando toda su atención. Él pensaba que ella estaría sin hacer nada, pero apenas observó el computador, se quedó de pie, congelado.
— ¿Quién está por ahí, cariño? —La jefa de la chica preguntó, intrigada.
— El teniente Miller.
— ¡Déjalo ver! Quisiera conocerlo.
— Está bien.
La chica comenzó a hacerle señas al castaño y él asintió, acomodando su uniforme. Si alguien más lo vería, tendría que ser en su mejor momento.
— Buenas tardes —saludó a la pantalla, dejando ver una sonrisa de un millón de dólares.
El rostro de la mujer era digno de fotografía y una exhalación de asombro se escuchó.
— ¡Qué guapo!
Alexander soltó una pequeña risa y se encogió de hombros.
— Es algo de los militares.
— Toda la razón. ¿Cómo has estado con Louise allí?
— Muy bien, señora. Es muy agradable.
La susodicha volteó la cara y rodó los ojos. Agradable, claro.
— ¡Me alegra! Hombre, que, si hubiera sabido que eras tú, me hubiera ido yo.
Nuevamente Alexander rió y se despidió rápidamente de la mujer. Era bella persona, pero también se veía un poco estresante.
El soldado prefirió alejarse y esperar por Louise. Quería besarla, pero no podía hacerlo por obvias razones.
Se quedó observándola mientras continuaba explicando lo que había hecho y puso una de sus manos en su mentón. Estaba cansado y tenía tanto sueño, que, si ella continuaba hablando, lo haría dormir.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando se dio cuenta, ya estaba acostado en su cama con los ojos cerrados, aunque seguía escuchándola hablar.
— Alexander…
Unos pequeños susurros se escucharon y él abrió los ojos, encontrándose con el rostro de Louise bastante cerca.
— Hola —le sonrió ella—. ¿Estabas durmiendo?
— No, no… Quería hablar contigo.
— ¿Sobre qué?
— Nada, sólo hablar de lo que sea.
La chica asintió y se acomodó en su cama.
— Bueno, pues ella era mi jefa.
— Si me di cuenta.
— Le caíste bien…
— Eso es lo que provoco.
Louise se echó a reír y se recostó, para mirarle de lado.
— No he hecho mucho aquí. Siento que me pagan por no hacer nada.
— Eso quisiéramos todos —Alexander bufó.
— Pues estudia.
— Yo estudié.
— ¿Cómo?
— Si. Por si no sabías, nosotros podemos estudiar también.
— ¿Qué estudiaste? —La intriga llenó el cuerpo de la chica. No sabía que él se hubiese preparado en una profesión.
— Soy abogado. Así que imagínate verme en traje —levantó varias veces la ceja derecha—. Me vería muy caliente.
— Tienes razón.