Los dos comenzaron a caminar en silencio hacia donde había dicho Alexander. Él la había visto hablar con felicidad por su celular y había preferido preguntar de quién se trataba. Al principio, había pensado que era su familia y por eso había decidido preguntárselo para corroborar la información, pero si le había sorprendido que le dijera que era un enamorado (como él los conocía), con el que estaba hablando.
— ¿Segura que era su enamorado? Como ayer hablamos de que hablaría con su familia.
— No los he llamado —se encogió de hombros la chica—. Ahora después de almuerzo los llamo.
— ¿En serio?
— Que si, hombre.
El teniente Miller pasó una mano por su cabello que comenzaba a crecer y soltó un suspiro dándole paso para que ella entrara primero al domo. Estaba decidido a hacer lo que estaba pensando y no le importaba si ella luego pensaba mal de él. No podía aguantarlo más.
— ¿Para qué venimos? No entiendo igual.
— Nosotros tenemos una conversación pendiente.
— ¿Cuál? Yo te dije que, si no me acuerdo de algo, es porque no sucedió.
— Eso solo lo dice la gente idiota —gruñó Alexander—. Nosotros ya somos personas maduras y sabemos lo que hacemos.
— Al parecer tú no —Louise rodó los ojos.
— Yo sé todo lo que hago. Solo que quiero aclarar primero lo que sucedió ayer.
— ¿Para qué?
— Porque tiene un enamorado. Prefiero hablarlo antes de que se vuelva su novio.
Una pequeña sonrisa se visualizó en los labios de la castaña y asintió. Había sido algo tierna la manera en la que hablaba. Además, se notaba que llevaba mucho tiempo dentro del ejército si seguía refiriéndose así a los hombres. Ella llevaba mucho tiempo sin tener “enamorados”.
— Te escucho, Alexander.
— ¿Cómo se llama?
— ¿Ah? —El rostro de Louise se frunció. No entendía la pregunta.
— Su enamorado.
— ¿Para qué?
— Quisiera saber cómo es…
— ¿Qué? ¿Por qué?
— ¿Qué vio en él? —Soltó rápidamente.
Louise miró el techo del domo y soltó un suspiro. No sabía qué responder a eso por el simple hecho de que no existía ningún enamorado. Pero tampoco quería decírselo porque quedaría como estúpida.
— Creo que su carácter. Me gustan mucho los hombres con carácter —murmuró. Quería comenzar a describirlo—. Y que hagan las cosas que quieran sin importarles nada.
— ¿De verdad?
— Si. Así es él.
— Entiendo… ¿Y físicamente?
— Es muy guapo —la chica mordió su labio mirándolo—. Tiene una sonrisa que me encanta y su forma de ser también. Por fuera se ve como un hombre serio, pero conmigo es un amor completo. Pensé que no volvería a saber de él.
— ¿Por qué?
— Llevábamos mucho sin hablar —inventó, tratando de que no se diera cuenta que hablaba directamente de él—. Y cuando lo escuché, revolvió muchos sentimientos dormidos.
— ¿Entonces no le importa ahora mismo lo que sucedió entre nosotros? —Alexander no despegaba sus ojos de ella. Sus palabras se habían calado en su pecho, pero intentaba no darles importancia.
— No creo. De todas formas, no sucedió mucho gracia a ti.
El soldado asintió y se cruzó de brazos. Él si quería hablar del tema con ella y más en ese momento. Había pensado que ella estaría abierta a discutirlo y luego él podría sincerarse. Pero al parecer, no sería así.
— Tiene razón.
Louise hizo un sonido de afirmación y luego se sentó en su cama.
— ¿Por qué me preguntas todo esto?
Él no sabía si responder de la manera que había estado pensando. Quería hacerlo y no pensar en nada más. Toda su vida había pensado de más las cosas y había perdido muchas cosas por eso. Así que, sentía que ese era el momento correcto para hacer todo lo contrario al deber ser y dejarse llevar por sus emociones.
— Por esto.
Alexander se abalanzó sobre la chica y pegó su frente a la de ella. Sin dejarle tiempo para decir una palabra, se apoderó de sus labios y comenzó a besarla con urgencia. Un jadeo salió de su boca y comenzó a moverla suavemente, esperando que ella respondiera al beso, cosa que sucedió segundos después.
El ambiente en el domo era pesado y podía cortarse la tensión con un cuchillo. Ellos llevaban un tiempo tentándose, pero la noche anterior había sido otra cosa y el teniente Miller no podía aguantarse más las ganas de sentir sus labios y saber cómo besaba.
Había logrado soñar con ella algunas veces y siempre se despertaba preguntándose lo mismo.
¿A qué sabían sus labios?
En ese momento se estaba respondiendo y solo podía concebir lo adictiva que era. Louise era la mujer más hermosa y adictiva que alguna vez hubiese conocido. Sus ojos eran tan profundos y solamente le llamaban para acercarse a ella y besarla hasta perder la razón.
— Joder —se separó un poco el hombre unos segundos después—. Me encanta.
Y volvió a arremeter sin demora. Su lengua lentamente pidió permiso para profundizar el beso y la castaña, feliz lo aceptó. Ese momento era increíble y aún se sentía un poco en shock por lo que estaba sucediendo, pero se encontraba feliz. Porque era algo que quería que pasara desde el primer momento que lo había visto.
No le importaba nada de lo que sucediera después, solo quería que él hiciera lo que quisiera con ella.
Y con su cuerpo.
Lentamente las manos de Alexander bajaron hasta sus glúteos y un gemido salió de sus labios cuando los aplastó entre sus manos. Esa era la sensación que había estado esperando el día anterior. Quería que él tocara todo su cuerpo, que lo explorara y lo sintiera como su propiedad. Ella quería ser suya y no sabía cómo más demostrarlo.
— Joder… te quiero follar. ¿Tú quieres? —Las palabras se escucharon suavemente y ella volvió a gemir solo de percibir la gravedad de su voz.
— Si, si quiero.
— ¿Qué quieres?
— Fóllame.
Alexander le sonrió de medio lado y lanzó encima de la cama para recostarse sobre ella. No recordaba ni siquiera dónde estaba. Solo que los dos estaban juntos y se estarían dejando llevar por sus deseos carnales.
El hombre suavemente pasó una mano por el pecho de la chica, su estómago y luego frenó en el botón de su pantalón, pidiendo permiso para desabrocharlo. Ella, prontamente le asintió vigorosamente y él sonrió aún más grande por la necesidad que estaba viendo en sus ojos.
Aquello lo llenaba. Porque no quería que fuese solo de su parte, sino que, por el contrario, ella pidiera a gritos que la jodiera y él estaría completamente feliz de hacerlo.
— Pídeme que te folle —ordenó y Louise tragó saliva, parpadeando rápidamente.
— ¿Qué?
— Pídemelo. Si no, me detengo.
— Mierda, Alexander.
— Pídelo.
— ¡Fóllame! —Exclamó la chica y con fuerza el castaño bajó su pantalón, dejándola en bragas frente a él.
— Dios —suspiró—. Eres la mujer más hermosa de la tierra.
— ¿De verdad? —Los ojos de Louise brillaron. Nadie le había dicho algo parecido.
— Si. Joder, eres tan bella.