De su revisión, solamente les faltaba un domo y la presión que sentía el castaño en su pecho se incrementaba cada vez más. Entre más cerca estaban, más duro para él era respirar.
Así que, sin decir una palabra, decidió darle su mano a la chica y mantenerla con fuerza detrás suyo para que cualquier cosa que sucediese, impactara directamente en él y no ella.
— No se mueva —pidió.
Su arma estaba nuevamente cargada en su mano izquierda y abrió la cortina del domo para observar que había dentro. Ninguna persona estaba allí pero un sonido le alertó, haciendo que diera unos pasos hacia atrás y tratara de correr.
Una bomba.
— ¡Corra! —Le gritó a la chica, pero ella demoró más en entender la situación y la bomba explotó.
Alexander intentó tomar su mano nuevamente y atraerla a su pecho, pero la onda explosiva los separó, dejándoles lejos, haciendo que ella cayera a unos cuantos metros a su derecha.
El hombre sentía cómo su cuerpo no respondía a alguno de los movimientos qué ordenaba su cerebro. Intentó varias veces arrastrarse por el suelo para llegar al cuerpo de Louise, pero le fue imposible. Hasta que uno de sus hombres llegó y comenzó a hablarle, pero sus ojos cada vez se iban cerrando más, hasta que cayó inconsciente.
Por parte de Louise, ella sintió como un golpe agudo fue dado en su cuerpo después de que la bomba explotara y su cabeza no dejaba de doler. Con precaución la levantó un poco y observó como el teniente Miller estaba tirado en una posición dolorosa.
También vio cómo de su cabeza caían algunas gotas de sangre al suelo y trato de tocar el lugar donde estaba la herida, pero al hacerlo su cuerpo dejó de responder y también se desmayó.
***
Louise sintió que algunos minutos habían pasado, pero en realidad habían sido horas, hasta que pudo despertarse nuevamente de su sueño profundo. Con delicadeza, abrió sus ojos y observó a su alrededor encontrándose en un domo con algunos medicamentos a su lado y un teniente Miller dormido, de brazos cruzados.
La imagen era encantadora.
Hasta que nuevamente sintió el dolor agudo en su cabeza y dejó escapar un gemido de dolor al intentar tocarla, como lo había hecho fuera. Era de madrugada, pudo apreciarlo por la luz que se filtraba entre las cortinas del lugar y prefirió mantenerse en silencio para no despertar a Alexander.
Entendía que había sido una situación muy agotadora y que tal vez habían muertos, lo que hacía que no quisiera despertarlo en ese momento. Pero, el hombre al escuchar como ella se movía en la cama, abrió los ojos asustado.
— ¿Cómo está? ¿Necesita algo?
— Estoy bien. Muchas gracias.
— ¿Segura? —Nuevamente pregunto algo adormilado.
Louise sonrió—. No se preocupe, estoy bien. ¿Cuánto llevo aquí?
— Dos días. Cruz Roja prefirió mantenerla sedada y en revisión por el golpe tan fuerte que se dio en el cráneo.
— ¿Y cómo estoy ahora?
— Estable, pero tiene que reposar.
— Ninguno de los dos salió bien librado de esto, ¿no?
— No —Alexander suspiró y pasó una mano por su cabello rapado—. Murió uno de mis hombres y tuve que avisarle a su familia. Fue sumamente duro. No quiero volver a pasar por lo mismo.
— Lo lamento mucho…
— Lo sé —el hombre suspiró y se acercó un poco—. Es hora de darle su medicina, menos mal me despertó.
Louise observó cómo se levantaba de su silla e iba a tomar el medicamento que tenía para ella. Los músculos de su espalda se flexionaban con cada uno de los pasos que daba y un suspiro salió de los labios de la mujer, al verlo. Él era demasiado guapo y le agradecía a la vida de que tuviese que trabajar a su lado.
Sabía que estaba enferma y que se encontraba algo incapacitada para moverse, pero, eso no significa que pudiera observarlo. Ese sería su día a día. Un simple deleite.
Por encima de sus deseos carnales, ella era una mujer profesional que no buscaba nada con un hombre de esos. Antes, no quería saber nada de militares en su familia por el hecho de que su padre y abuelo lo habían sido y también habían muerto en combate.
El solo recordar cómo se habían sentido cuando las noticias fueron dadas, hizo que tragara saliva. No aguantaría que, si se casara con un hombre con esa profesional, le sucediera algo igual. Además, los problemas psicológicos eran graves y no se sentía en condiciones para sobrellevarlos.
Decidió dejar de lado los recuerdos y se enfocó en que él parecía que no le hubiese pasado nada, haciendo que rodara los ojos, al imaginárselo diciendo que era indestructible frente a su pelotón.
— ¿Qué piensa?
— ¿Qué le dijeron sus hombres cuando lo vieron así?
— Ellos sabían que nada me iba a pasar —respondió con franqueza—. He tenido encuentros más graves que este y he salido bien librado.
— ¿De verdad?
— Sí, no tendría por qué mentir.
— Entiendo… Aunque también es algo egocéntrico, ¿no?
Alexander se sintió intrigado por sus palabras y se sentó frente a ella mientras le inyectaba su medicina.
— ¿Por qué lo dice?
— Porque usted es el típico hombre que piensa que es indestructible.
— ¿Lo parezco?
— Completamente.
— Déjeme decirle que no lo soy, Louise. Cuando perdí a mi madre, mis hombres estuvieron ahí para apoyarme durante todo el proceso de duelo. Aquí nadie es indestructible —explicó—. Todos somos humanos y algo nos puede pasar en cualquier momento.
Las mejillas de la periodista se tiñeron de rojo al escucharlo. Sentía como la vergüenza invadía todo su cuerpo y tapó sus ojos, pidiendo no estar en ese lugar.
— Joder, la he cagado. ¿No?
Una risa contagiosa salió de los labios del teniente Miller y ella destapó sus ojos para observarlo mirándola con burla.
— Eso suele pasar. Cuando vamos a los pequeños pueblos cerca de donde está mi pelotón, las mujeres piensan que soy un hombre mujeriego, egocéntrico e indestructible, como usted dice —utilizó los adjetivos con los que ella lo calificó—. Pero cuando me conocen se dan cuenta que no lo soy. Realmente soy un hombre solitario que daría la vida por su país.
— ¿No tiene familia que le espere en casa?
— No en este momento. Solamente soy yo.
— ¿No tiene novia?
— No, ¿por qué?
Las mejillas de la castaña se tiñeron aún más de rojo y Alexander se dio cuenta de aquello. Por esa razón, apretó los labios y pensó varios segundos en si decir lo que tenía planeado o no hacerlo.
Quería jugarle una broma a la chica y que comenzara a sentirse en confianza. El hecho de que bromearan o hablaran de esos temas no quería decir que él perdiera el mando de su pelotón o el respeto de ella. Al contrario, podría abrir más el canal de comunicación entre los dos y que fuera más fácil que ella le comentara las cosas que le sucedieran mientras estuviera bajo su mando.
Además de que le gustaba mucho platicar.
— Por nada…
— ¿Segura?
— Si.
— ¿O es que quiere ser usted?
Y Louise sintió morir de la vergüenza con esa pregunta.