Alexander se encontraba tomando una aromática, cuando escuchó cómo unos pasos se dirigían hacia él. Por encima de su hombro observó y pudo ver que se trataba de Louise. Su pequeño cuerpo era reconocible entre todas las personas que habitaban allí, al ser la más pequeña del pelotón.
Recordó cuando le habían dicho que iría un equipo de periodistas a trabajar junto a él y cuando la había visto llegar solamente a ella. La situación le había generado un poco de gracia y dejó escapar una sonrisa al pensar en ese momento otra vez.
Claramente, su sonrisa no pasó desapercibida para la chica.
— Buenos días —saludó ella—. Veo que está feliz, ¿a qué se debe?
— A su respuesta ayer.
Un bufido salió de los labios de Louise y rodó los ojos, recordando lo que había sucedido. Sentía que definitivamente había sido uno de los momentos más vergonzosos de toda su vida y no podía creer que estuviera dándole cara a ese hombre en ese momento.
— Para que vea que para mí no significa absolutamente nada —gruñó—. O no estaría aquí hablando con usted.
— Tiene razón. aunque para mí significó algo…
Louise sintió como su pulso se aceleraba y tragó saliva. Esas sensaciones definitivamente no le gustaban para nada.
— ¿Cómo así?
— Sí. Como escucha; para mi significó algo.
— ¿Qué?
— Acérquese.
La castaña volvió a tragar saliva bajo los atentos ojos verdes del hombre y caminó lentamente hacia él, para que le hablara al oído.
— ¿Qué?
— Significa que… —tomó una respiración profunda—… ahora puedo burlarme de usted cada vez que la vea, señorita Davis.
Los ojos de la susodicha volvieron a voltearse y se alejó como si la hubiesen empujado. Era un completo idiota y solamente esperaba que pudiera estar con otro militar mientras su estadía en ese lugar. No quería compartir más domo con él ya que no merecía su grata compañía.
— Lamento mucho lo que voy a decir, pero usted es un idiota.
A pasó apresurado se alejó del hombre, el cual no pudo evitar ver como hondeaba sus caderas, lejos de él.
Nuevamente recordó lo que había sentido cuando la había visto la primera vez y había sido interesante porque toda su vida había tenido bastante chicas y nunca se había sentido atraído de otro tipo más que s****l por las mujeres. Aunque cabía aclarar que no significaba que comenzar a sentir cosas por ella. Apenas se acaban de conocer.
Pero de lo que sí estaba seguro, era de que ella era diferente y sintió algo de temor por las palabras de su padre. Le había dicho que él algún día encontraría una chica que lo hiciera sentir como si no estuviera en la tierra. Algo parecido a lo que él había sentido con su madre.
Alexander miró al cielo y soltó un suspiro entrecortado. Su madre le había enseñado tantas cosas durante los años que estuvo junto a él, que solo recordarla aún seguía doliendo. Y más aún después de que su padre no pudiera vivir sin ella y la depresión lo hubiese matado.
— Joder… —susurró mientras limpiaba sus ojos llorosos. No era el momento indicado para mostrarse vulnerable.
El día anterior había perdido a uno de sus hombres y aún sentía como las palabras de la familia de él calaban dentro de su cuerpo. Había tenido que llamar a su esposa y madre. Ellas lo habían tomado de la manera más dolorosa posible y él había evitado llorar solamente porque era la persona que les estaba avisando lo sucedido.
Nunca había pasado por esa misma situación y definitivamente, era considerado como uno de los momentos más difíciles que había tenido en su carrera militar. Y tenía muchos.
Esperaba que la misma situación no sucediera con ninguno más de sus hombres y por esa razón, era que se había comunicado con su superior para que les ofrecieran más hombres y botiquines de primeros auxilios, debido que, después de lo sucedido el día anterior, se habían dado cuenta de que los que poseían, eres muy pocos para ellos.
— ¿Teniente Miller?
El susodicho miró a uno de sus hombres, que se encontraba un herido por el día anterior y le sonrió. Él había sido bastante fuerte y se había dedicado a ayudar a sus compañeros aún viéndose en la forma que estaba. Tenía una herida en su brazo derecho y otra en una de sus piernas.
Pero eso no le importó y ayudó a sus compañeros hasta que el personal de Cruz roja apareció. Él era un verdadero héroe.
— Dígame.
— Señor, vinieron los refuerzos.
— ¿Dónde están?
— En su domo. Están hablando con la señorita Davis.
Alexander frunció el ceño y comenzó a caminar directo hacia el lugar. Nadie tenía permitido hablar con las personas antes que él y le molestaba mucho que ella pasara por encima de sus reglas.
— ¿Le dijeron que tenía que esperar a que llegara yo? —Inquirió a su hombre.
— Sí señor. Pero nos ignoró y comenzó a saludarlos.
— Joder… ve con los otros y acuéstate.
— Pero señor-
— Es una orden.
— Muchas gracias, señor.
El muchacho asintió y comenzó a caminar directamente hacia donde dormía. Definitivamente sí necesitaba un descanso.
Por su lado, el teniente Miller entró al domo y observó a las personas que estaban dentro de él. Allí pudo apreciar cómo Louise conversaba animadamente con dos de los hombres que habían llegado.
— Buenas —saludó, para qué toda la atención recayera en él.
Las personas en el lugar voltearon a mirarle y sonrieron. Lo siguiente que hicieron fue levantarse y, saludarle.
— Mucho gusto, señor —espetó uno de los hombres uniformados que estaba conversando con Louise—. Mi nombre es Julián.
— Muy bien —Alexander aclaró su garganta—. ¿Ustedes son los nuevos hombres que llegaron aquí?
— Sí señor. Sabemos lo que sucedió ayer y somos los refuerzos.
— ¿Por cuánto tiempo?
— Hasta que muramos —bromeó otro de los hombres y Alexander le miró completamente serio.
— No es momento para esas bromas.
— Perdón, señor.
Luego comenzaron a hablar de las reglas qué había en el lugar y cómo tenían que acatarlas. Los horarios de dormir, comer y ducharse. Y, por último, qué esperaba de ellos dentro del pelotón.
Alexander hablaba mientras observaba como otro de los hombres le sonreía abiertamente a Louise, ignorando casi que sus palabras. No sabía si la rabia que estaba sintiendo era porque no estaba siguiendo lo que él estaba diciendo o, por la forma tan descarada en la que estaba coqueteándole a la castaña.
— Señor… —le llamó mientras daba algunos pasos hacia donde estaba—… señor.
El soldado volteó a mirarle y se levantó con rapidez al ser descubierto en su coqueteo.
— Teniente-
— Diez vueltas al campamento.
— Señor-
— ¡Ahora mismo!
Y el hombre salió corriendo fuera del domo, bajo la atenta mirada de todas las personas en el lugar.