Alexander tragó saliva dejando de pensar en ese tipo de cosas y volvió a tomar control de su cuerpo.
No podía aceptar tampoco que ella le tratara de esa manera. Él era la autoridad en ese lugar. Así que, con prontitud se dirigió hacia ella y le quitó los audífonos.
— ¡Oiga!
— ¡La estoy llamando!
— ¡¿Qué quiere?!
— Tiene que dar cinco vueltas al campamento —gruñó.
— No lo voy a hacer.
— Soy quién manda aquí. Hágalo.
Louise abrió los ojos al no ver ningún tipo de gracia en su voz y tragó saliva, levantándose.
— Necesito entregar esas fotos hoy.
— No se preocupe, si comienza ya, terminará en una hora aproximadamente. Por eso son solo cinco vueltas.
— Esto es injusto.
— La vida es injusta —murmuró Alexander.
Con pesadez, la castaña acomodó su vestimenta y salió del domo. No podía creer que le estuviera haciendo eso y que, además, fuese en frente de todos los soldados que había allí. Sentía que no podía hacer nada y cuando dio la primera vuelta; que iba a morir.
El sol estaba golpeando el campamento directamente y su garganta se secó cuando comenzó la segunda vuelta. Llevaba un jean y una camiseta, pero sentía que estaba vestida con el uniforme que ellos utilizaban.
Era imposible moverse de esa manera, así que, bajo la atenta mirada de todos los presentes, decidió hacer algo que enfadaría de sobremanera al teniente Miller, pero, que realmente no le importaba.
Tomó su jean y lo bajó, quedándose en bragas. No le importaba. No era que nunca hubiesen visto una chica y sin observar a su alrededor, continuó su camino.
Sabía que apenas Alexander se diera cuenta, haría que se pusiera algo en la parte de abajo. Pero, mientras tanto, estaba disfrutando correr de esa manera. El calor no la estaba jodiendo como si lo hacía con los pantalones puestos y, además, nunca había tenido ese tipo de atención y le hacía gracia.
Los hombres eran unos estúpidos que parecía, nunca hubiesen visto el trasero de una chica.
***
Alexander se encontraba revisando unos documentos en su cama. Necesitaba enviar a sus superiores los datos de los hombres que habían llegado como refuerzo y estaba algo demorado con eso.
No podía decir que era culpa de nadie, solamente de él. Últimamente se había sentido algo cansado y por eso no se había encargado de muchas cosas. Por el contrario, las había estado postergando, pero ya era momento de que enviara eso.
Además, solo se trataba de una hoja.
Comenzó a escribir en su computador con rapidez para terminar y tomar una siesta, cuando uno de sus soldados más jóvenes entró al domo.
Su rostro se veía divertido y lo saludó.
— Señor, ¿vio lo que está sucediendo afuera?
— ¿Qué pasa? —Se levantó con rapidez.
— La señorita Davis está en bragas.
Los ojos de Alexander se abrieron tanto, que sintió que casi salían. No podía creer lo que estaba escuchando.
— ¿Es en serio?
— Puede verlo usted mismo.
El ojiverde caminó rápidamente fuera del domo y se dirigió a donde la había visto ir para comenzar a correr. De lejos, pudo notar cómo ella se iba acercando al lugar, en ropa interior. Como le había dicho el soldado.
Miró a su alrededor y todos estaban viéndola con atención. Él les había asignado unas tareas específicas y su cuerpo se llenó de rabia al verlos ahí parados.
Observándola.
— ¡Todos a trabajar! ¡El que se quede, deberá correr veinte vueltas! —Gritó, ofuscado.
Los hombres lo escucharon y a regañadientes comenzaron a dispersarse. No sin antes, dar un último vistazo a lo que estaba sucediendo.
Cuando Alexander se dio cuenta que todos estaban haciendo las tareas que él les había enviado, se dirigió directamente hacia Louise, la cual, se encontraba dando su última vuelta.
— ¡Señorita Davis!
Ella no lo escuchó ya que se encontraba ensimismada en terminar su recorrido. Sus piernas estaban temblando y sentía cómo la blusa se pegaba a su torso por el sudor que bajaba por allí.
— ¡Louise! —Exclamó nuevamente Alexander y corrió, hasta alcanzarla.
Para él no era muy difícil hacerlo puesto que llevaba muchos años en el ejército y su día a día se había basado en esas labores.
Pudo observar cómo la chica continuaba corriendo, y evitó observar la parte baja de su cuerpo. No quería que ninguno se sintiera incómodo.
— Louise —habló, alcanzándola.
La chica le miró por encima del hombro y él corrió con más rapidez.
Demonios, él quería descansar y ella lo ponía a correr de esa manera.
— Louise, por-por favor.
— ¿Qué? —Cuestionó ella, haciéndose la desentendida.
— Ponte algo. Todos mis hombres están observándote.
— ¿Y qué?
— Necesito que continúen con sus deberes.
— No me importa, teniente Miller.
— Joder —tragó saliva rápidamente el castaño—. Por favor.
— No quiero.
Alexander asintió y no encontró más solución que llevarla al domo bajo la fuerza. Así que, utilizando toda su fuerza la tomó de la cintura y subió a su hombro. Ella estaba completamente empapada de sudor y lo primero que le diría apenas entraran, era que se bañara.
Dormían en el mismo lugar y no quería aguantar su hedor cuando dejase de correr.
Con cuidado la acomodó y comenzó a caminar lejos del lugar, bajo la atenta mirada de sus hombres nuevamente. Definitivamente los iba a castigar por todo lo que estaban haciendo.
Para su sorpresa, la chica no opuso resistencia y dejó que la llevara con todo gusto. Estaba lo suficientemente cansada para oponerse.
— Señorita Davis, ¿le molestaría que la tapara que dejen de observarla?
— No.
Alexander tragó saliva y pasó una de sus manos por encima del trasero de la muchacha. Ella aguantó un poco la respiración y él tomó una respiración profunda. Era una de las cosas más difíciles que había hecho en su turno.
Concibió como el camino se alargaba cada vez más y cuando estuvo dentro del domo, la bajó.
Juraba que había sentido cómo todo su cuerpo se había pegado al suyo y nuevamente exhaló, para no pensar ningún tipo de cosas indebidas. Aunque últimamente para él, era algo difícil.
— ¿Por qué hizo eso? —Preguntó, en voz baja.
— Tenía muy calor —respondió ella en el mismo tono de voz.
— ¿Y ahora?
La pregunta salió de sus labios y él se golpeó mentalmente por eso.
Por su parte, Louise sintió como su estómago se revolvía y lamió sus labios.
— Un poco.
Esa pregunta había sido con doble sentido y ella lo sabía. Por esa razón, había respondido de esa manera.
Le atraía ese hombre como no tenían idea y quería que la besara. No le importaba si se daban cuenta o si tenía que irse. Lo que comenzaba a sentir por él era pura y completa lujuria y no sabía si podría vivir de esa manera.
— ¿De verdad, señorita Davis?