Capítulo 8

1180 Words
Louise sonrió viendo correr al chico que le había estado hablando. No sabía si Alexander estaba enfadado porque el hombre no le estaba prestando atención o si, por el contrario, había sido porque estaba hablando con ella. Trataba de no pensar en la segunda opción para no comenzar a imaginar cosas que no eran y luego andar de loca enamorada de un militar que podría morir en cualquier momento. Ese, definitivamente era su mayor miedo. —    ¿Cómo está, señorita Davis? —    Muy bien —respondió, cruzándose de brazos—. ¿Cómo está usted? —    Tranquilo. —    ¿Por qué lo puso a correr de esa manera? El teniente Miller solo se encogió de hombros como respuesta. —    Lo que no sabe, es que los hombres así se ven excelente —espetó, comenzando a caminar lejos de él. De esa manera podría saber si lo había hecho porque le estaba hablando. Escuchó como las botas del ojiverde se movían detrás suyo y luego, su presencia. —    ¿Le llama la atención? Para nada. —    Un poco. —    ¿De verdad? —    Por supuesto —mintió la chica—. Es el hombre más guapo que he visto aquí. Alexander frunció el entrecejo y le siguió el paso. —    Eso no es verdad. —    ¿Cómo así? —    Eso no lo piensa —murmuró—. O no se habría puesto de la manera que se puso anoche. Louise apretó los labios y soltó un “ju”. No quería demostrarle ningún tipo de importancia porque seguía pensando que era un hombre egocéntrico y al ser tan guapo, luego pensaría que todas las mujeres que le observasen estarían detrás suyo. Y aunque podía ser verdad. No lo quería demostrar de ninguna manera. —    Eso no es respuesta. —    No me importa. —    Señorita Davis. —    Dígame, teniente Miller —espetó la chica—. ¿Qué pasa? —    No le creo. —    Ay, Dios —bufó la castaña y se alejó—. ¡Voy a editar las fotografías! Alexander lamió sus labios y se volteó, para volver donde estaba el hombre que había puesto a ejercitarse. Sus pensamientos se dirigieron una y otra vez a las palabras de Louise y apenas vio al militar, le pidió que parara y fuera con todo el pelotón. Lo único que había hecho era que a ella le llamara más la atención él. —    Mu-muchas gracias, señor —habló el muchacho completamente rojo. El tener que correr bajo el sol, era una de las cosas más difíciles. —    De nada. —    ¿A-Algo más? —    Todo está bien. —    Perfecto, señor. Y se fue el militar sin pensarlo dos veces. Sentía que el teniente Miller estaba furioso y de alguna forma, se había desquitado con él. Aunque por supuesto, no podría decir nada o las vueltas que había dado, se duplicarían. El castaño le observó hasta que desapareció de su vista y caminó lentamente hacia la cocina. No había comida bien ese día y si continuaba así, se pondría de mal humor. Todos los hombres de su pelotón estaban organizando el campamento, lo que significaba que tenía unas horas libres. No podía decir que tranquilas, porque después del ataque que habían tenido, en cualquier momento podían llegar nuevamente. Pero, mientras tanto, tenían que organizar todo. Odiaba el desorden. —    Buenas —sonrió a uno de sus hombres que estaba encargándose de la comida y él le devolvió el saludo, continuando en su labor—. ¿Qué vas a preparar hoy? —    Pasta. Creo que utilizaremos unos camarones que nos trajeron. —    ¿Quién? —Se sorprendió Alexander. Ellos no comían ese tipo de cosas. —    La señora Davis. Ella nos dio algunas bolsas y no queremos que pase más tiempo ya que se pueden dañar. —    Por favor, que sea así. —    Si señor. —    Muchas gracias por todo. Alexander salió del lugar y puso sus manos en las caderas. No sabía qué más hacer. A quién molestar o si ayudar. Miró a cada uno de los hombres que estaban trabajando y suspiró. No quería joderse de esa forma y estaba cansado de todo lo que había pasado. Sabía que sus hombres también pero bueno, él era el jefe. —    Muchas gracias muchachos, todo está quedando impecable. En este momento tengo una reunión, pero estaré aquí lo más pronto posible —mintió. Ya había decidido lo que haría. Dormir. Dentro del domo estaba Louise en su cama editando. Su cuerpo estaba posicionado de mala forma, lo que hizo que Miller hiciera una mueca. —    Así vas a estar enferma a los treinta. —    No me falta mucho —bromeó ella, acomodándose. —    Pensé que eras más vieja. —    No me ofende —se encogió de hombros. —    No lo quería hacer. —    Además, tú eres más viejo. —    Touché. Alexander caminó a su cama que estaba junto a la chica y suspiró, cuando se recostó en la misma. El descanso era tan bien merecido que cerró los ojos, feliz. Poco a poco, comenzó a caer en un sueño profundo y se dejó llevar. Se encontraba en el campo de batalla. Su cuerpo estaba manchado de sangre, pero revisó y no tenía nada. Se sentía tenso por todo lo que estaba sucediendo y caminó por encima de los cuerpos de los que alguna vez habían sido sus hombres. Pudo ver cada uno de los rostros conocidos y su pecho dolió ante esa imagen. Sentía que tenía que caminar hasta el final, donde había un edificio y así lo hizo, tratando de ignorar las bombas a su alrededor. Estaba en la mitad de una guerra y sentía que todo era tan real. Cuando su mano tocó la puerta de entrada del edificio, la misma se abrió, sin hacer ningún tipo de fuerza. Rápidamente Alexander entró y cerró la puerta detrás suyo; dejando todo en completo silencio. Dentro del edificio no había nada. Pero su atención se dirigió a una esquina de la sala, donde una persona estaba arrodillada. Sentía que la tensión no le dejaba casi mover el cuello y caminó lentamente hacia aquella persona. No hacía ningún tipo de sonido y llegó a pensar, que tal vez era otro cuerpo. Hasta que la vio. —    ¿Louise? La chica continuó arrodillada, sin hacer ningún ademan de levantarse y el castaño intentó hacerlo por ella. —    Vamos… Con fuerza, levantó el cuerpo y cuando observó su rostro, era su padre. El día de su muerte. Inmediatamente Alexander despertó y sintió cómo todo su cuerpo estaba bañado en una capa de sudor. Había sido una pesadilla y su corazón latía a mil por hora. —    ¿Estás bien? —Louise inquirió, al verlo despertarse de repente. —    Si-si… —    Estás sudando. —    Lo sé. —    ¿Estás bien? —Repitió la pregunta—. Te iba a despertar, pero lo hiciste primero tú. —    No te preocupes. Estoy bien. Soltó un suspiro y volvió a cerrar los ojos. ¿Por qué había soñado eso? ¿Y desde cuánto tuteaba a Louise?  
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