Capítulo 14

1216 Words
Louise apretó los labios y se alejó como si la hubiesen empujado. Tenía razón. —    Estaba cerca. —    No te encontré. —    Debe ser porque ya había vuelto a entrar. —    ¿Cómo? —    Debió ser eso —se encogió de hombros e hizo una mueca, comenzando a caminar hacia su cama—. Volveré a dormir. Alexander la vio alejarse y decidió detenerla. Había sucedido algo entre ellos dos y ella se estaba comportando como si nada hubiese pasado. —    Tenemos que hablar. —    ¿De qué? —Gimió ella, tapándose con las mantas. —    ¿Estás de coña? —La voz del teniente se escuchó más fuerte de lo que quería que fuese. —    No lo estoy. No sé de qué quieres hablar —murmuró ella, tratando de dejar el tema de lado—. Si no nos acordamos, nada sucedió. —    Yo si lo recuerdo. —    Pero yo no —escupió Louise, mirándolo a los ojos—. Ahora, por favor. Quiero descansar. El castaño no sabía cómo sentirse después de eso. Tenía una mezcla de sentimientos dentro del pecho y le habían dolido sus palabras. ¿Cómo le podía decir que nada había pasado cuando habían estado a punto de que sucediera algo carnal entre los dos? Si él no se hubiese alejado, no sabía qué era lo que podía haber pasado. Quería que hablaran de lo que había sucedido porque era la mejor manera de abrirse a ella y decirle lo confundido que comenzaba a sentirse. Pero, si para ella nada había sucedido, entonces era lo mejor. Tenía que respetar su decisión y dejar el tema hasta ahí. —    Es una mierda que no quieras aceptarlo —murmuró, yendo hacia su cama—. Porque yo si lo he aceptado y no me arrepiento. Luego de ese comentario se volteó dándole la espalda a la cama de la castaña y ella abrió los ojos, sorprendida. ¿Hablaba de que no se arrepentía de haberla rechazado? ¿O de que no se arrepentía que aquello hubiese sucedido? Ahora, como ella había decidido que no quería que hablaran más de eso, él no le respondería si preguntaba. Bravo, Louise. Había hecho menos de lo que esperaba. Pensando en todo y nada el sueño llegó a las dos personas dentro del domo y se dejaron llevar por el mismo. No iban a dormir bien y al otro día estarían como zombis.                             *** Dicho y hecho. Cuando la alarma se dejó escuchar, Alexander soltó un gemido lastimero. No había podido descansar absolutamente nada y tendría que comenzar a trabajar. Esa mañana era bastante atareada y no podía hacer mucho por evitar cumplir con sus labores. Con pesadez apagó la alarma de la pequeña mesa que estaba su lado y se levantó, viendo dormir a Louise. Se veía hermosa así y sonrió, al pensar que de esa manera no se apreciaba lo difícil que era. Con rapidez alistó sus cosas y se dirigió al baño para poder asearse y comenzar sus labores oficiales. En primer lugar, tenía que revisar a sus soldados y luego, asignarles tareas. Ese día tendrían que moverse un poco hacia la frontera a apoyar a uno de los pelotones amigos y no quería que se fueran solo sus hombres. Así que, estaba decidido de acompañarlos. Aún se estaba cuestionando internamente si llevar a Louise, pero seguía sin encontrar una respuesta. Si no lo hacía, podía hacer que ella perdiera una gran oportunidad de tomar algunas fotografías exclusivas, pero también corría más peligro del que él quería y eso hacía que perdiera el gusto. Aunque también duraría algunos días lejos de ella. Y no quería hacerlo. Se comenzaba a acostumbrar a despertarse y verla a ella. —    ¡Buenos días a todos! —Exclamó, sintiendo sus ojos pesados—. ¡Hoy es un buen día! ¡Acompañaremos al pelotón veinte en su labor! Los soldados frente suyo abrieron la boca y otros bajaron la mirada. Entendía que se sintiera así, pero esa era su labor. Ellos habían decidido estar en ese lugar y no los habían obligado como sabía que sí sucedía en varios países vecinos. Donde obligaban a los jóvenes a ponerse ese uniforme sin amarlo. Separaban familias y luego, muchas veces ni siquiera volvían esos jóvenes que apenas cumplían la mayoría de edad. —    ¡No quiero ver esas caras largas! —Trató de animarlos—. ¡Ustedes están aquí por su país! ¡Todos lo estamos y tenemos que cumplir una excelente labor con esto! ¡Pronto todo acabará y volveremos con nuestras familias! Observó como varios soldados comenzaban a darse ánimos y otros, continuaban un poco cabizbajos. —    ¡Hoy he decidido que estaremos tranquilos en la mañana y en la tarde la mitad del pelotón me acompañará! —Volvió a dirigirse a ellos—. ¡Ustedes saben que esto es algo que no puedo hacer, pero se lo merecen! Inmediatamente los rostros de los soldados cambiaron y algunos comenzaron a sonreír por la situación. No recordaban cuál había sido la última vez que habían dejado descansado allí. Ellos siempre tenían que cumplir con las obligaciones que les asignaba el teniente Miller, y cuando no estaba él, siempre dejaba a uno de sus hombres más cercanos, para hacerlo. Unos pasos se escucharon y Alexander miró por encima de su hombro. Allí iba Louise con una sonrisa, saludando a todos los soldados que estaban. —    ¡Muchachos, demos la bienvenida a la señorita Davis! Todos a la vez corearon un pequeño saludo y la chica sonrió aún más. —    Buenos días a todos —habló—. He escuchado que el teniente Miller les dará la mañana libre y los felicito. Yo también considero que son un excelente pelotón. El castaño la miró fijamente y ella corrió su mirada, para no cruzarla con él. Eso en vez de ofenderlo, le hacía pensar que, si lo miraba, recordaría todo lo que había sucedido y solo hizo que una sonrisa también se instaurara en su rostro. —    Si el teniente aquí presente lo permite. Podemos hacer una mañana de llamadas. ¿Qué les parece? Una bulla se escuchó con prontitud y todos los soldados gritando y riendo. Ellos llevaban mucho tiempo sin saber de su familia y era hora. —    ¿Qué le parece, teniente? —Cuestionó ella, esta vez, mirándolo—. Creo que ellos se lo merecen. —    ¿De verdad? —    Completamente. Alexander asintió y volteó a mirar a sus hombres que esperaban ansiosos su respuesta. Por supuesto él les daría el tiempo para hablar con sus familiares, pero quería verse un poco difícil. —    No lo sé… —    ¡Teniente! —Uno de sus hombres gritó—. ¡Por favor! —    No le di permiso de hablar… —lo señaló Alexander y él asintió, disculpándose. —    Alexander… —susurró Louise—. Lo necesitan y más si se van contigo. Un minuto en completo silencio pasó y él asintió, dando pase libre para que ellos comenzaran a llamar a sus familiares. —    ¡Hasta el mediodía! ¡En ese momento todos almorzando! —    Gracias —le sonrió Louise y él apretó sus labios, observando los de ella. No entendía qué le estaba pasando con ella y lo ponía de los nervios.
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