Hestia metió su palmar en la entrepierna y tanteó la durmiente virtud de Heros, que se fue irguiendo ante el roce que le provocaba. Recorrió el duro atributo a través de la tela del bóxer; no solo era largo, también era grande y grueso. Era por eso que se decía que los callados e inteligentes, tenían grandes dotes, que mantenían ocultos. Moldeó una sonrisa astuta y de complacencia en su hermoso rostro. Introdujo su mano con lentitud y sintió una la firmeza, cálida y apetecible, como para volverse a llevar dentro de su boca, que gracias a su flexibilidad se podía adaptar al tamaño de la gran espada de su bello héroe; tan distinguido y notable, como para removerle la entrañas, justo como lo había deseadp, así lo había obtenido. Sin duda alguna, el destino la recompensaba con su anhelado juguete y a ella no le temblaban el pulso para hacerlo suyo cuantas veces quisiera, a pesar de que estaba en vísperas de matrimonio. Aquella ni siquiera lo amaba y lo estaba engañando. Mas, por el momento, habría tiempo de sobra para jugar con el sobresaliente talento de su joven amante. Ahora, aumentaría la libido y la impotencia en él, para que cuando llegara el momento cúspide de su relación, Heros se abalanzara sobre ella, como una bestia hambrienta, furiosa y ansiosa de poder tener su tersa piel blanca entre los puntiagudos colmillos. Jamás había estado tan ansiosa de divertirse con alguien, pero de igual forma de perdurar el entretenimiento lo más que pudiera. Por lo general, los utilizaba y los desechaba al instante, ya que eran de uso único. Sin embargo, con Heros quería invertir todo su tiempo, para ver el desenlace de esta historia.
Así, siguió tanteando la ancha espalda del chico, que se marcaba debido al ejercicio que le había modificado la apariencia a una atlética. Pasó su lengua, degustando el sabor de su dulce conejito, como una leona probando a su ciervo que había cazado y que tenía en su poder, para darle muerte cuando así lo dispusiera. Succionó con sus labios en las zonas de los omoplatos, dejándole chupones morados. No satisfecha con los dos, le dejó su sello en casi todo el dorso; lo marcaba como suyo, pues era de su propiedad. Desde que habían iniciado con su aventura, ya no había vuelta atrás, ni tampoco permitiría que otras lo tocaran; era egoísta y codiciosa. Retrocedió, para tomar distancia de él. Separó sus piernas pocos centímetros, preparándose para seguir ofendiéndolo con todo el gusto del mundo. Agitó el látigo en el aire y lo levantó por encima de su cabeza. Hizo un rápido movimiento con su brazo, similar a un destello, para luego escucharse el impetuoso golpe de las colas en la carne de su esclavo, parecido a los rayos y los truenos.
Heros apretaba su mandíbula ante los choques del ardiente objeto, que le quemaba la piel. Sin embargo, no emitía ningún sonido de dolor de sus cuerdas vocales, solo pesados suspiros. Se estremecía, porque los sentía, ya que su capacidad de robot era mental, tal parece que no física, pero podía soportarlo. ¿Alguna vez creyó estar en esta posición tan humillante? No, pero al estar con Hestia, los horizontes que podía contemplar en su vida se habían multiplicado. Era como si rumbos que se habían mantenido escondidos en la oscuridad, ahora se manifestaba en su radar.
Hestia terminó la mitad su cuadro, pintando un hermoso paisaje rojo y morado. Se había agitado con levedad, pero aún le faltaba otra parte. Entonces, le quitó el botón y le bajó el cierre de la cremallera. Arrastró el bóxer hacia abajo, exponiendo los glúteos de Heros y le acomodó el cuerpo, para que quedara encorvado hacia delante. Movió el látigo e impactó contra las firmes nalgas del chico, que se sobresaltó ante el choque. Golpeaba de manera repetida y enérgica la carne de su lindo chico, hasta que concluyó su castigo. De niña, sus padres jamás la exhortaron de forma física, por lo que no sabía cómo se sentía ser azotada o nalgueada. ¿Sentía lo mismo un hombre que una mujer al ser sometidos a la misma situación? No había que ser un experto para dar con la respuesta a esa interrogante, y era no; ambos sentían y se excitaban de modo diferente; eso era lo maravilloso de la anatomía y de la sexualidad. Buscó un lubricante en el estante y se lo echó en los guantes que tenía puesto. Se frotó las manos, para esparcirlo por su palmar. Entonces, pegó su voluptuoso pecho en el dorso de Heros, y comenzó frotar la erguida virtud que resbalaba en sus manos, gracias al líquido que había utilizado. Masturbaba a su amante, estando él de espaldas. Se mantuvo haciéndolo por varios minutos, hasta que el blanquecino orgasmo salió disparado y se quedó pegado en la pared y parte de la tabla en la que estaba siendo aprisionado.
Heros reposaba y se recuperaba de la dolorosa sesión en el balcón de la lujosa suite de Hestia. Era de noche en la ciudad, mientras que las numerosas pantallas, daban claridad. El viento era frío y las brisas eran fuertes. Tenía un vaso de agua en su mano, debido a que tenía sed. Bebió con calma, en tanto mantenía su vista fija en nada en particular. Reflexionaba sobre lo sucedido en el cuarto púrpura. Por algún motivo, experimentaba un bajón emocional con lo que había ocurrido. Era extraño, porque la primera vez no se sintió de esa manera. Quizás, fue la manera en que alcanzó su clímax, al ser sometido y reprendido por Hestia. Era una mezcla de sentimientos. Pero, no se arrepentía, en lo más mínimo. Estaba expectante de todo lo que podía suceder al estar con su hermosa diosa griega, amante a infligir. No, mejor, a la jefa de gustos peculiares.
—¿Esto te gusta? —preguntó Heros, al notar la presencia de Hestia, que había ido por una copa de cristal y por una botella de vino.
Hestia solo lo detalló, sin responderle. Tomó un trago de su bebida y se sentó al lado del chico, que se mantenía serio y pensativo. Era claro, que el dolor y los látigos para él, no era un premio, porque no era masoquista, por lo que eran castigo. Pero, ¿por qué la sanción? Si no había hecho nada malo, ni cometido alguna falta. Lo inducía en la sumisión y dominación, pero desde el principio había visto la naturaleza que albergaba en el interior. Sin embargo, sus acciones no estaban equivocadas del todo, por el contrario, al experimentar lo que siente un sumiso, podrá convertirse en el mejor amo, porque ya ha estado en los zapatos del sometido. No hacía las cosas al azar; cualquier asunto que llevara a cabo, tenía un propósito. No era de las que confiaba en la suerte o en la casualidad. Con ella, todo era planeado, calculado y estructurado. Esa era una de las cualidades que no le había permitido llegar a la cima, también la de permanecer en el trono.
—Sí, me gusta tener el control y el poder —respondió Hestia de manera arrogante. Ya estaban en un punto, donde podía manifestar sus retorcidas fantasías.
—Ya lo tienes —comentó Heros, con sinceridad. Giró su cuello y la observó con detenimiento. Vio el perfil de aquella preciosa mujer madura, que lo había iniciado en un mundo nuevo y estimulante. No la amaba, ni estaba enamorado de ella. Sin embargo, sí le gustaba y le atraía en todos los sentidos, tanto físico como de forma intelectual—. Eres Hestia Haller, la jefa. Todos se postran a ti, como una verdadera diosa, que debe ser venerada.
—Gracias —dijo Hestia, con satisfacción—. Eso sonó lindo. —Volvió la mirada hacia Heros y el tiempo se detuvo por un instante. Sintió una extraña presión en su pecho. Pero todo regresó a la normalidad en un parpadeo. ¿Qué había sido eso? Tensó su mandíbula y se bebió de un solo trago el resto del vino que había quedado en su copa—. ¿Sabes qué más me fascina?
—¿Qué? —preguntó Heros, con una sonrisa tensa en sus labios. Después de lo que habían hecho en ese poco tiempo, se sentía más cerca de ella; más que con Lacey, durante toda su vida. Eso podría resultar ser algo irónico, ya que, al principio, tuvieron problemas y no quería estar cerca de Hestia Haller.
—Tú —dijo ella, de forma natural y verdadera. Aunque pensaba que lo hacía de manera actuada.
Hestia se había quedado absorta, mientras caía presa de los encantos del atractivo muchacho. Sus ojos verdes resplandecieron por un momento, y se volvieron a apagar al instante. Acercó su mano, con la que sostenía la copa, y rodeó el cuello de Heros, para darle un largo, acalorado y estimulante beso. Había comenzado una mentira, pero se sentía tan bien y agradable, que se estaba comenzando a dejar llevar por la felicidad que le daba ese amable y encantador chico que, era diez años menor que ella, fuera quien la hiciera sentir mujer, amada, querida, especial y única. La vida era así de inexplicable e impredecible.
Al día siguiente, continuaron con sus lecciones íntimas, justo en la tarde como en la ocasión pasada. El ocaso les avisaba de que era hora de empezar sus lascivas veladas.
Hestia se había colocado ropa de encaje, esta vez solo con un antifaz, sin ponerse una peluca, por lo que su ondulado cabello rojo, como rubí, se manifestaba en su cabeza. Había aprisionado a Heros en la silla. Luego le bajó los pantalones y procedió a moverle el bóxer. Se había sentado en un mueble, al frente de él, mientras la erguida virtud se levantaba ante su verde mirada. Echó lubricante el duro atributo de Heros y después se empapó las medias, en la zona de la planta. Extendió una de sus piernas, tocando el apetecible juguete de carne del que su bello conejo era poseedor. Sin duda alguna, Lacey era una estúpida, que no sabía de lo que se había perdido. Pero, ella era quien disfrutaría de ese delicioso manjar. Usó sus dos pies, para masturbar Heros. Movía sus extremidades, apretando el empinado talento.
Heros se mantenía con sus labios entreabiertos, pues ella era diestra y habilidosa con todas las partes del cuerpo; eso se evidenciaba en el baile. Suspiraba ante la singular sensación que le producían los pies y la suavidad de la tela de las medias, combinadas con el lubricante. Estaba a punto de venirse, pero entonces, dejó de experimentar la compresión que ella le proporcionaba. Fue cortado de una manera abrupta y dolorosa.
Hestia se bajó de su sitio, se puso de rodillas y se desabrochó el sujetador, mostrando sus grandes senos, con sus pezones rígidos, debido a su excitación. Había expresado que no tenía prisa en hacer el amor con Heros, pero su intimidad goteaba de su miel, y le empapaba su braga y la parte interior de sus muslos. Era una ninfómana que siempre tenía ganas de tener un orgasmo. Sin embargo, ahora la asaltaba unas enormes ganas de ser llenada por Heros. Abrió su boca y sacó su lengua, como si fuera la de una serpiente, recogiendo los olores del aire que la rodeaba. Podía percibir la fragancia masculina del único hombre que podía calmar su libido.