22. Trajes, fustas y collares

2013 Words
Los dos se quedaron dormidos en la habitación púrpura hasta el siguiente amanecer. Se ducharon, de nuevo, cada uno por su cuenta, hasta que se encontraron en la sala de estar para compartir el desayuno. Se colocaron sus atuendos deportivos, realizaron estiramientos y corrieron en las caminadoras eléctricas. Estando sudado y agitados, luego de una hora y media. Se miraban con complicidad y se sonreían de forma rígida, sin mostrar sus dientes. Estuvieron el resto de la mañana haciendo otros tipos de entrenamiento. Al medio día gozaron de un completo almuerzo, mientras eran atendidos por el personal de confianza de Hestia. Luego, Heros leyó en voz alta un libro para la anfitriona. Bebieron vino con aperitivos. Tenían tanto tiempo libre y no había ninguna prisa en dar el siguiente paso en su relación, siendo Hestia la que más había esperado. Pero también tenía ese deseo, de que fuera especial e inolvidable. No era una cursi romántica, ni una adolescente enamorada. Sin embargo, eso era un pensar en común de la mayoría de las mujeres, sin importar la edad. Intentó acostarse con él, el primer día cuando lo conoció. Entonces, ¿por qué ahora que podía, no lo hacía de inmediato? En aquella ocasión hubiera sido solo sexo, pero en estos momentos harían el amor. ¿Cuándo sería el instante oportuno para hacerlo? No se casarían, por lo que no sería en su noche de bodas. Además, que los mejores encuentro íntimos, se daban en un momento pasional, o bien, luego de una discusión. No se le ocurría ninguna idea para propiciar alguno de los escenarios, porque no deseaba pelear, ni tampoco una novia melosa. Así que, con facilidad, podría solucionar su dilema, dándole un empujón a Heros sobre el sofá, en el que ambos se quitaran la ropa, y hacerlo como conejos, la cantidad de veces que lo realizaban los leones. No obstante, anhelaba que él fuera quien tomara la iniciativa. Apenas llevaban tres días viviendo juntos, ¿era muy pronto todavía? —¿En qué piensas? —preguntó Heros, al notar a la hermosa dama, distante y reflexiva. Acarició el rojizo cabello ondulado. El tacto de en su palmar era agradable, en tanto jugueteaba con los mechones de la melena de su señora. Ambos estaban en el sofá de la sala, viendo una película en el enorme televisor. Se hallaban sentados a lado y lado, compartiendo como una pareja normal de novios, que había hecho planes para el fin de semana para quedarse juntos y disfrutar de tiempo a solas. Heros contempló el rostro de perfil de Hestia. Aún la parecía mentira que, estuviera con ella, y que anoche, hubieran hecho tales cosas. No le contaría a nadie de lo que pasaba entre ellos, eso era claro y obvio, porque un caballero no tenía memoria. Pero en un caso hipotético donde lo hiciera, nadie le creería que compartía la cama con una mujer tan hermosa y encantadora. Buscó con su mano la de ella y entrecruzó los dedos. Desde siempre había tenido la idea de estar así de acaramelado con la persona que le gustaba. Sin embargo, eso podría resultar demasiado cursi. Entonces, en ese momento, entendió que, con la persona indicada, no importaba lo que hicieran, mientras estuvieran los dos juntos, no había ningún inconveniente. Además, le sorprendía que debido al carácter de Hestia estuviera abierta a realizar cualquier cosa romántica de parejas. —En que… —Correspondió el gesto de él, sujetándolo con firmeza. Se rodó con levedad sobre el mueble y apoyó su cabeza en el pecho de Heros. No estaba enamorada, solo era un juego de seducción y traición, eso no debía olvidarlo, y a la más mínima señal de alguna emoción distinta, su relación se acabaría de inmediato—. Se siente bien estar con alguien en quien puedas confiar, con la que puedas bajar la guardia y mostrarte tal como eres —No soy el más conversador y divertido. Pero siempre fui bueno escuchando, aunque nadie me oyera a mí —contestó Heros, sincerándose de igual forma que su dama. Había distinguido el tono real y —. Cuenta conmigo para lo que necesite. Después de todo, ya somos cómplices. —Me gusta. Ahora somos criminales —dijo Hestia, complacida con las palabras del chico—. Aliados. —Se soltó del agarre, y ubicó su palmar en el muslo de él, haciendo un recorrido hasta la entrepierna—. Hoy daremos inicio tus clases. ¿Estás preparado? Heros tuvo la iniciativa de tumbar a Hestia sobre el sofá, quedando encima de ella, alojado entre las piernas de su amante. Recorrió con ambas manos los muslos, en tanto le alzaba el vestido por las piernas. —Lo estoy —dijo Heros, anhelando empezar las lecciones íntimas con Hestia, porque estaba seguro de que serían muy candentes. Hestia detuvo el avance de su lindo conejito, que ya estaba mostrando los filosos colmillos del rey león que dormían dentro de él. En el pasado habría permitido que lo hiciera. Sin embargo, sus planes habían cambiado y tenía otros juegos, antes de llegar al preciado momento en que ambos se volvieran uno solo. —Aún no —dijo ella, mientras lo rodeaba por el cuello con sus brazos. —Te muestro, que cuando lo dispongas, estoy listo para llegar a las últimas consecuencias —respondió Heros, con semblante decidido. —Pronto lo haremos. Eso es seguro e inevitable. Al caer la noche, los dos se estaban colocando sus atuendos elegantes, para la primera lección en la habitación púrpura. Heros se había colocado un traje de sastre de tonalidad negra, sin saco. Se echó perfume y terminó su preparación con un enjuague bucal. —Vamos —dijo él, para sí mismo. Era como si estuviera por dar el paso más importante de su vida, y no descartaba que lo fuera. Heros se dirigió al exótico cuarto y se sentó por voluntad propia en la silla de madera, en la que Hestia lo había inmovilizado el día anterior, para regalarle un maravilloso striptease. La iluminación en el sitio había sido dejada como en la reciente instancia de su noche pasional, por lo que se podía ver con claridad. No tuvo que esperar mucho, pues a los pocos segundos, oyó los sonidos de los finos tacones de aguja cuando tocaban el piso de la recámara. Entonces contempló ante él, a la preciosa mujer que se había colocado una ropa, con algunos cambios, pero que mantenía concordancia con la temática de la sumisión y la dominación, de hecho, era el correcto para ella en esta parte de su relación. Hestia se había puesto un corsé de cuero oscuro, con una falda de látex, un par de guantes semitransparente y un antifaz de encaje. Sin embargo, se había puesto una peluca de cabellera negra, con corte de hongo; eso daba la sensación de estar con una persona diferente, pero seguía siendo la misma diosa. Había mantenido las medias veladas y los tacones de punta delgada. Sostenía en su diestra una fusta, a la que golpeaba con suavidad en su palmar contrario. El cabello azabache corto y la figura voluptuosa, le daban un aura de mayor autoridad. Caminó alrededor de la silla, como una fiera, observando a su presa indefensa. Sabía que, no escaparía, ni tampoco que se resistiría, por lo que solo tenía que hincarle el diente a la carne y obtendría un buen bocado para su deleite. Entonces le acomodó las manos, para que apuntaran hacia arriba. Le dio suaves toques con el objeto y luego le propino varios azotes más fuertes, pintándoselas de rojo vivo, y cuyos choques resonaban de forma armoniosa en la habitación. —No te había dado permiso para sentarte —dijo Hestia, con un tono inflexible y rígido. Lo fabuloso del juego de roles, es sumergirse en los papeles correspondientes, y le gustaba mucho azotar, mandar y regañar, le salía natural—. De pie —. Mandaba como un capitán del ejército a un soldado que apenas había sido reclutado—. Camisa. —Él se la quitó con destreza, sin dejar de verla y la acomodó sobre la silla de madera—. Flexiones. Ahora tú debes responder: Sí, señora. —Yes, madam. Heros se puso boca abajo, para realizar las repeticiones. Entonces, sintió los golpes de la hoja del látigo en su espalda. En un comienzo no eran dolorosos, pero luego se fueron tornando más fuertes y le ardía con ligereza la piel. No era masoquista, por lo que no era un premio, sino un castigo. Desde niño recordó algunas veces en la que sus padres lo regañaron. Si bien, nunca le habían llegado a pegar, trataba de imaginarlo. ¿Sería igual o distinto a lo que sentía en estos momentos? No podría saberlo. Hay personas a las que les gusta lastimar a los demás y a otros que les gusta ser heridos. En verdad los seres humanos eran muy peculiares en todos los sentidos. Hestia ondeaba la vara en el aire y le marcaba el dorso a su chico, como si fuera una artista, haciendo pintando. La figura atlética de Heros, era más incitadora para hacerlo. Además, era un joven que rebosaba energía y juventud, si quería dominarlo por completo, debía desgastarlo; eso hacían los depredadores. Heros percibía como sus brazos temblaban. Se había desgastado y su respiración era forzada. Hestia fue a buscar un collar canino y se lo puso a Heros en el cuello. Agarró la correa y comenzó a darle un paseo, como si fuera su mascota. Heros caminaba a gatas por el piso, con sus manos y rodillas. Le asaltaba la un poco de pena, pero era divertido atreverse a hacer tales cosas de animales. Ambos salieron de la recámara y llegaron a la sala de estar, donde se hallaban las botellas de licor Además de contradecir, dominar y de enloquecerse por el orgasmo, el alcohol era otra de sus grandes pasiones, pero no cualquiera, sino la bebida sagrada de la historia y la que habían compartido los elegidos. —Allí, quieto —dijo ella, de forma imperativa. Se echó vino en una copa, se sentó en la espalda de Heros, como si fuera una silla, entrecruzó sus piernas y tomó con tranquilidad el líquido, como una buena ama, encima de su can. Además del sexo, el placer y el vino, también era adicto a tener el control de las cosas que la rodeaban, por algo era la jefa—. Buen chico. Te mereces un incentivo. Hestia lo volvió a guiar hasta la habitación púrpura, colocándose frente a una figura de madera con forma de “T”, sujetada en el muro del cuarto y la cual tenía esposas de cuero en los cuatro extremos, tanto inferiores como superiores. Lo soltó del collar y lo pegó contra la pared. Le alzó los brazos y le sujetó de las muñecas. Después continuo con las piernas, inmovilizándolo. Se dirigió hasta uno de los armarios que contenían una variedad de parafernalia. Entonces, cambió su fusta por un látigo pequeño, pero de varias colas. Se ubicó detrás de él, mientras expresaba una sonrisa tensa, al instante en que sus ojos resplandecieron. Su lado sadomasoquista y salvaje había despertado. Solo quería salir de su aburrimiento y soledad, pero el engaño de su desleal secretaria, la había convertido en una criatura que buscaba venganza y castigar a la insolente. ¿Por qué ser una doncella en peligro? Sí, podía ser una cruel Maléfica. Se robaría toda la pureza e inocencia de Heros, hasta la última gota, porque Lacey West, no probaría ni un bocado de su lindo conejito, a pesar de ser la novia, la amiga de la infancia y la prometida, no había valorado al diamante que tenía al lado, y había decidido buscar consuelo en un hombre común y corriente, que se notaba era de vista floja. Se relamió los carnosos labios cincelados; ya había probado la miel de su héroe. Deslizó su mano por los muslos y le aflojó la hebilla del cinturón, en tanto palpaba el esbelto cuerpo de Heros.
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