Hestia introdujo dentro de ella la firme virtud, con la que tenía que hacer un considerable esfuerzo para que la cupiera en la boca. Percibió en su paladar un sabor a fresa, debido al lubricante que había utilizado de forma reciente. Usó lengua para degustar el erguido talento, hasta que lo fue tragando cada vez más, hasta tocarle la garganta. Sus ojos se cristalizaron, ante la proeza. Entonces, comenzó a mover su cabeza en repetidas ocasiones, para realizar una diestra y habilidosa felación. Acumuló saliva y se regó en entre los enormes senos. Enderezó su espalda y acercó de nuevo su pecho, para dar inicio a una fabulosa estimulación rusa, en la que mientras lo hacía, no dejaba de ver a la cerúlea mirada de su lindo chico. Aplastaba y comprimía la imponente dote de Heros de modo preciso y rítmico, para causarle una mayor sensación. Al pasar los minutos, agregó sus manos a la escena y para provocarle más estimulación.
Heros templó sus piernas y convulsionó en su silla, en tanto eyaculaba su orgasmo en la boca de Hestia. Un abrigo de sueño lo cubrió, pero apretó sus párpados y la somnolencia desapareció.
Hestia puso sus manos debajo de su barbilla, para que no se cayera ni una sola de su preciada miel al piso. Acto seguido se tragó de un solo intento el delicioso semen de Heros. Su humanidad y su braga estaban mojadas de manera abundante. Aún debía ser calmada, porque su cuerpo ardía como una intensa llama, como el mismo fuego de los dioses. Se despojó de sus pantis, mostrando su divina desnudez. Liberó a Heros de las esposas que lo ataban a la silla, y se puso ahorcajadas sobre el regazo del chico. Se fundió con él en un torbellino beso, en el que sus lenguas se enrollaron, como animales que tenían vida propia. Pegaba sus senos al torso del joven y frotaba su zona privada contra los muslos de su amante. El deseo de estar con Heros, cada día, era mayor, y cada vez menos podía controlarse.
Heros, todavía con su virtud erguida, se puso de pie y la recostó con cuidado sobre el piso, porque la cama parecía estar lejos, aunque en realidad estuviera cerca, si no que, era esa misma excitación que lo abordaba, la que no lo permitía, ni siquiera llegar hasta el lecho. Sin embargo, cuando iba a beber del dulce néctar de su diosa, el dedo índice de Hestia reposó en sus labios. Frunció el ceño, porque su entrepierna estaba por estallar.
Hestia se dio media vuelta y se puso a gatas, mostrando un ángulo más obsceno y privilegiado de su humanidad a su joven amante. Miró por encima de su hombro, con una expresión astuta y malvada; a la hora del sexo, no había nada que le repugnara, ya que cualquier cosa, por más sucia que fuera, era bien recibida en su lascivo mundo de promiscuidad.
Heros se apoyó con las manos en las anchas caderas de Hestia. Contempló por breves segundos el espléndido paisaje de esa hermosa mujer que lo había hechizado. ¿Por qué creía que estando junto a Hestia, podía ser capaz de experimentarlo y conocerlo todo? Era como si por fin estuviera empezando a vivir y acercó su rostro al exquisito manjar, el cual comenzó a devorar, como una bestia hambrienta. Movía su lengua en la zona mojada, de forma descontrolada y sin pudor. Utilizó sus dos dedos del medio, para acompañar su faena, mientras continuaba comiendo el blando postre. Se detuvo, agitado, luego de varios minutos. Sus pensamientos estaban nublados y enceguecidos por un solo asunto, la dé al fin poder estar con Hestia. Su corazón latía tan rápido, como el de un corcel que había corrido una carrera. Sus manos temblaban y todo su cuerpo fue abrazado por un frío que lo dejó estático. Entonces, fue cuando su realidad se quedó en silencio ante lo que sucedía. Era ese efímero instante en el que recordaba los momentos de su niñez, su adolescencia y de la actualidad. En su cabeza recordó la ocasión en que se conoció con la poderosa e inalcanzable Hestia Haller a las afueras del edificio administrativo. Desde aquel encuentro, jamás imaginó que los dos llegarían a estar en una situación tan íntima y candente como esta. Volvió a la normalidad, cuando sintió los maravillosos labios de su dama contra los suyos.
Hestia se dio media vuelta, aun estando a gatas. Ya no había manera de que pudiera control todas las ganas que tenía de hacer el amor y robarle la pureza a su lindo chico. Meses de espera y días de postergación, y el dichoso y tan anhelado encuentro furtivo estaba por suceder. Le propinó un extenso beso a si joven amante y luego hizo que se acostara boca arriba. Sus ojos verdes esmeralda centelleaban ante la excitación que le recorría el cuerpo y enardecía su alma con vehemencia. Se sentó sobre el abdomen de él, mientras se apoyaba en el torso. Alzó sus caderas, y con su mano derecha agarró el firme atributo de Heros, para acomodarlo en su intimidad. Percibía el vigor de la punta rociados labios. Al principio, ni siquiera quería entrar, hasta que pudo acomodarla en su interior. Suspiró con pesadez al haber concretado la primera parte del acople. Miraba con fijeza a los cerúleos ojos de Heros. En este momento, todo rastro de castidad de su inmaculado jovencito llegaría a su final, porque en este preciso instante tomaría el valioso tesoro de su lindo conejito. Entonces, se fue moviendo con lentitud hacia abajo, en tanto la erguida virtud de Heros se deslizaba en su estrecho interior. Rasguñó el pecho del muchacho con sus finas uñas bien cuidadas y pintadas de rojo. En sus treinta y cinco años de vida, y a pesar de haber tenido un par de relaciones, era la primera vez que se sentía llena, como si Heros fuera la pieza perfecta que encajaba en ella y la completaba de forma total. Había escuchado de las cursilerías de la media naranja y el amor verdadero, pero no creía en eso, sino que, había hallado a su amante por excelencia, porque lo único que compartiría con Heros, solo serían ardientes y agitados momentos de placer. Deliraba de éxtasis y de felicidad. Por cuanto tiempo había estado esperando a un compañero que pudiera llenarla, así como lo hacía este Heros. Años de espera habían valido cada segundo, si el premio era tan enloquecedor y avasallante.
Heros extendió sus brazos para sostenerse de la angosta cintura de Hestia. La sensación que lo absorbía en su firme entrepierna era cliente, húmeda y compacta. Cada fibra de su ser se estremeció, causándole ganas de orinar. Sin embargo, pudo controlar la impetuosa emoción. Apretó más su agarre, cuando su preciosa dama de curvas y atributos voluptuosos, empezó a cabalgar sobre él, moviendo las caderas de arriba hacia debajo de manera lenta y enloquecedora. ¿Esto era estar con una mujer? Apenas y podía controlarse para no venirse, porque no solo era el acto, sino también la técnica y destreza con la que se movía Hestia Haller. Era claro, que lo aventajaba en experiencia y habilidad, y no era por la edad, si no, porque a ella le encantaba el sexo. Observaba como rebotaban los grandes senos ante su privilegiada vista. Los abarcó con su palmar y los apretaba, en tanto continuaba recibiendo las ardientes embestidas.
Hestia giró sobre sí misma, sin salirse de Heros. Le dedicó una lasciva mirada por encima del hombro y siguió meneando sus caderas, esta vez de espaldas a él. ¿Por qué le gustaba tanto masturbarse y tener relaciones? Era una ninfómana, pero, ¿qué había desencadeno su adicción carnal? Había crecido el seno de una familia adinerada, ilustre y distinguida de raíces alemana-francesa. En cuanto a lo material nunca le había faltado nada, porque solo con pedirlo había obtenido lo que quería. Aunque desde su niñez pudo haber indicios de su mala conducta, ya que no le interesaban los juguetes propios, más bien, siempre quiso tener los que eran de su hermana, porque quitándoselos le causaba más diversión que jugar con ellos. Sus padres estuvieron ausentes en su crianza y su educación tanto en el colegio, como en la universidad había sido la mejor. Entonces, no lograba hallar un detonante para sus lujuriosos deseos; solo se tocó a ella misma y luego no pudo parar.
Heros se distraía con la línea del dorso y las figuras triangulares de los omoplatos de su hermosa amante. Acarició con la yema de sus dedos la tersa piel, en tanto gemía de forma leve. Percibía un rocío caliente que le recorría el m*****o, hasta que detalló el blanquecino fluido que empapaba su virtud. En el aire se podía percibir un aroma distinto y agradable; era una fragancia relajante y natural, porque era la misma esencia de su diosa, que se esparcía en la habitación. Era como estar respirando un afrodisiaco, que impulsaba su reciente apetito carnal de devorar a su diosa, para quebrarla por dentro.
—¿Puedes…? ¿Darte la vuelta? —preguntó Heros, con su voz entrecortada. Puso recto su tronco y ayudó a que ella se girara. Acarició la suave mejilla de Hestia; la cual tenía la frente y el pecho sudado. La tocaba como si fuera lo más delicado y frágil del mundo, aunque sabía que el carácter de Hestia era todo lo contrario. Sin embargo, por eso mismo era que le daban tantas ganas de mimarla, porque si él no lo hacía, nadie más podía proporcionarla cariño. Además, no quería que nadie más la consintiera. No tenía derecho de reclamar exclusividad, porque estaba comprometido con otra mujer. Pero los planes de su vida habían cambiado cuando la había conocido, y no era un adivino, para saber lo que les deparaba el destino—. Me gusta más mirarte a la cara.
Hestia sintió un extraño pálpito en su pecho. Su corazón parecía reaccionar ante las dulces caricias de Heros, porque nadie lo había hecho antes. A pesar de ser más joven e inocente, era el único que había tenido el coraje de atreverse, a darle cariño con ternura. Sin importar de que sus gustos en la cama fueran más salvajes, dolorosos y rudos, no quitaba el hecho de que se sentía bien ser querida y amada. Sus pupilas se dilataron y sus ojos brillaron con un fulgor invisible e imperceptible ante la vista de Heros. ¿Qué era esa extraña punzada? Era la segunda vez que la experimentaba, y ambas se las había provocado ese jovencito ingenuo del que se estaba aprovechado y al que estaba utilizando como herramienta para su venganza y castigo. Entonces, le propinó un sorpresivo beso al chico y apretó los párpados. El resplandor se fue apagando en sus perlas verdes esmeralda. No había posibilidad de aceptar esos sentimientos, porque ella era una mujer que no estaba hecha para el amor, sino solo para el sexo y los encuentros casuales. No se enamoraría de un niño diez años menor que ella; eso no lo permitiría jamás en esta vida. Rodeó el cuello de Heros con sus brazos e inició, por tercera vez, el armonioso movimiento de sus caderas, contra la erguida virtud del muchacho. Sí, solo serían amantes de sábanas y nada más, para divertirse y proporcionarse el placer que el otro podía darle. Así las cosas, estaban bien y no había que incluir cursilerías, promesas falsas o inexistentes emociones a la ecuación. Acercó su rostro a la oreja de Heros.
—No lo preguntes. Hazlo. Domíname —dijo Hestia, con una expresión incitadora en su bello en su rostro. No era el momento de pedir permiso, pero entendía lo caballeroso que era Heros. Sin embargo, mientras estaban juntos, debían olvidarse de los modales y comportarse como bestias intratables—. Dame más duro. No te contengas. Golpéame con fuerza.
—Lo que usted mande, mi señora —respondió él. Entendía lo que debía hacer de ahora en adelante con Hestia. Ella era una antítesis de sus ideales. Y eso era lo mejor de todo.