Heros permanecía aturdido e inmóvil, estupefacto. Las facciones de su rostro eran como adormecidas. La voz de la mujer podía agotar el cerebro del hombre. Era como si estuviera hipnotizado. El brillo en sus ojos cerúleos, se había apagado a través de los lentes de sus gafas, al caer en el hechizo de la diosa griega, que ya se relamía los labios al ver a su presa indefensa, porque había perdido la voluntad. No obstante, el sonoro timbre de su celular lo hizo regresar en sí. Pestañeó con rapidez y advirtió a Hestia frente él. Logró despertar del encantamiento y salió del estado de trance. Giró su cabeza hacia el lado contrario y pudo evitar el beso de Hestia. Se puso de pie con su expresión seria y severa. En su cabeza sonaba un pitido y sus sentidos todavía recuperándose. Su mundo daba vueltas, estaba mareado y se hallaba distante de la realidad. Sus manos temblaban de lo que pudo haber sucedido. Inhaló con lentitud por la nariz y soltó su respiración por la boca. Miró a Hestia, con un semblante bravío e intimidante.
—Puede ser la fantasía de los jóvenes. Pero no es la mía. Así que, declinaré su oferta —dijo Heros, traspasando a Hestia con su determinada expresión—. No sé por qué hace esto. Usted no parece ser de las que hace bromas. No estoy interesado en acostarme con nadie. Amo a Lacey, y no la traicionaré por un momento de excitación. Le agradezco por su propuesta de convenio laboral, pero también la rechazaré.
Heros dio un paso hacia atrás y le dio la espalda a aquella diosa griega. Podía parecer un tonto, pero no lo era. Era amable y atento. Sin embargo, no le gustaba herir o traicionar a las personas que amaba, por una desconocida que, a pesar de toda la fortuna y riqueza que tenía, no lo haría olvidar sus raíces y con quienes había crecido. Sí, ese era el precio para poder triunfar con su negocio de manera inmediata, entonces prefería perseverar y durar años para lograrlo. Abandonó el cuarto erótico, sin golpear la puerta. Al salir del edificio, miró al cielo. Era de noche y las luces de la ciudad iluminaban la vía. Al revisar su móvil, se dio cuenta de que la llamada era de Lacey. Suspiró con sinceridad y pureza; su bella prometida y la mujer que amaba, lo había ayudado a reaccionar a tiempo. No explicaba lo qué había sucedido, pero por un instante, había caído preso del hechizo divino de Hestia. Son embargo, después de hoy, cualquier cosa que intentara, sería inútil, porque se había vuelto inmune a los voluptuosos encantos de la deidad que, ni siquiera acompañados de ese canto hipnotizante, podría surtir efectos en él. Hacía honor a su nombre, porque había sido el héroe que, había logrado resistir el embrujo que provocaba Hestia a los hombres.
Hestia se encontraba ida y anonada en el cuarto del burdel. Trataba de asimilar lo que había sucedido, no solo había sido rechazada como amante, también en asuntos de negocios. La leona, que, había tenido en sus garras a la que creía, era una presa indefensa y se había saboreado los labios, dando por seguro su caza. Mas, el conejo le había propinado una fuerte bofetada y se había ido corriendo a paso veloz, sin darle oportunidad de retenerla. Respiraba de forma lenta, en tanto su mirada se hallaba perdida y sin ese fulgor celestial que la caracterizaba. Apretó los puños, tensó la mandíbula y endureció su semblante.
—Estúpido, Heros. Amas y le eres fiel a una persona que te engaña y que ni siquiera siente nada por ti. Tonto, inútil, necio, torpe, niño sonso —dijo ella maldiciendo, mientras su piel encolerizaba.
Hestia se levantó del sofá y arrojó el sartén de los aperitivos, las copas de cristal y la botella de vino, o cualquier otro objeto que se tuviera en frente. Gritaba, para liberar su ira, porque iba a explotar. Jamás en su vida la habían humillado de esa manera tan vergonzosa, y menos, simple muchacho que, todavía no era un hombre en edad. Nadie se había atrevido a desestimarla de ese modo, ni reyes, presidentes, magnates, millonarios, jeques o emires, y justo, lo había hecho un don nadie; un simple jovencito que estaba cegado por amor de alguien que lo engañaba con otro. Había iniciado su plan para castigar y hacer pagar a Lacey, por haberle mentido. Pero, ya se había vuelto algo personal, porque Heros había herido su orgullo como mujer y como empresaria. ¿Qué era eso que sentía en su pecho? Su corazón volvía a latir en su seno de manera acelerada, como nunca lo había hecho. Experimentaba un ardor en su torso y hormigueo en su intimidad. Estaba excitada con el carácter que había manifestado Heros. Nada más había querido divertirse un poco. Pero había encontrado algo más valioso y estimulante. Era su deseo encarnado de carne y hueso, de un juguete digno, al que podía enseñarle y convertirlo en el amante perfecto. Anhelaba que Heros la besara y se metiera entre sus piernas, mientras la empotraba contra la pared, en la mesa, en el sofá o cualquier otro objeto existente, en tanto la golpeaba con fuerza en su absorbente y caliente humedad. Sus días de abstinencia s****l, estrés y aburrimiento había terminado, porque como enviado por el destino, él se había presentado ante ella. No descansaría hasta que se postrara ante su presencia, mientras le pregonara amor, lealtad y que la deseaba, como compañera de cama. Respiró con calma, para tranquilizarse. Era una dama y una señora de la alta sociedad; no podía permitir que la vieran desarreglada o fuera de sus cabales, por ningún motivo. Se arregló la ropa y el cabello. Tomó su bolso y se dirigió al estacionamiento, donde se subió al carro, sin emitir una palabra; todo había resultado con una derrota, pero con sabor a desafío y reto, porque las cosas no se quedarían así. Divisó la caja que él le iba a regalar a su secretaria y la rosa roja en el asiento de al lado. Estaba tan enojada, que las sostuvo, solo para tirarlas por la ventana. Sin embargo, frunció el ceño y se detuvo. No, las guardaría como un recuerdo, para motivarse en conquistar y seducir a Heros. Abrió el paquete y se llevó uno a la boca. Estaban deliciosas, y después de lo que había acontecido, el chocolate ayuda a la producción de serotonina; la hormona de la felicidad y eso la haría sentir bien, para superar su cólera con su futuro enamorado. ¿Debía estar tan molesta con Heros? No, él no tenía la culpa de ser un buen ser humano, amable y respetuoso, que sí tenía valores. Al regresar a suite, se desnudó en su habitación y usó sus consoladores, mientras pensaba en Heros. Así, había logrado sentir más y había empapado las sábanas con su dulce orgasmos, pero no era suficiente, necesitaba al verdadero, y poder tenerlo dentro de ella. El juego había comenzado con una derrota, y no aceptaría más fracasos en el desarrollo de la partida. Ahora sabía que, los movimientos apresurados no funcionaban en él. Aunque tardara, se demoraría lo que fuera necesario, para hechizar a su hermoso chico.
Heros había llamado a Lacey para decirle que le había surgido y un asunto extraordinario, el cual había tenido que solucionar. No iba a decirle que se había topado con su jefa, y que lo había tratado de seducir, invitándolo a almorzar a un lujoso restaurante de cinco estrellas, luego llevarlo a un burdel erótico, donde dos bailarinas con ropa interior provocativas le habían realizado una danza sensual, y luego se había besado al frente de él. Pero que eso había sido un plan, para que Hestia Haller, le propusiera, de manera concisa y sin titubear, que le hiciera el amor de modo indecente, en vísperas de su matrimonio. Negó con su cabeza, pues recreaba en sus pensamientos aquella escena estimulante, y también el hermoso rostro de Hestia, y esas voluminosas y firmes virtudes, que ostentaba de manera hechizante. Entró al departamento de Lacey, ya que no vivían juntos, pero eran vecinos y pasaban mucho tiempo en el departamento del otro, y cada uno había intercambiado las llaves. Aún no eran marido y mujer, por lo que habían llegado a un acuerdo, de compartir techo, hasta después de la boda. Al ver a Lacey, la nacieron unas inmensas ganas abrazarla y eso hizo; la rodeó con sus brazos y reposó su cara en la espalda de ella. Así estaba seguro y feliz; a Lacey era lo único que necesitaba y quería en su vida.
—Feliz aniversario —dijo Heros, con cariño.
—Gracias, mi amor —dijo Lacey, liberándose, con sutileza, del agarre de su prometido—. Pero estoy agotada y sin energías. Hoy trabajé mucho en la empresa y quisiera descansar. Me duele todo el cuerpo. —Se dirigió hacia al baño, sin prestarle atención al chico.
Heros permaneció en silencio y quieto, como una estatua en la sala. Se sentía solo y expuesto, porque quería estar cerca de Lacey, después de lo sucedido. Era introvertido y no tenía muchas habilidades sociales, por eso no había encontrado, no obtenido un inversor que apostara por su negocio. Era un joven con una idea de emprendimiento y ganas de triunfar. Salió de la estancia de Lacey y entró a la suya, sintiéndose perseguido e indefenso. No tenía a nadie a quien contarle sus problemas, ni tampoco a alguien, con el que sintiera seguro y protegido. Se quitó los zapatos, la camisa y los lentes. Entonces se vio al espejo y agachó la cabeza. No cumplía con los estándares de belleza masculina, para ser considerado un atractivo galán de revista, ni tampoco la personalidad extrovertida y dominante, para tomar el control de los asuntos de negocio importantes. Se acostó en su cama, sin que ninguna persona viera sus complejos, problemas o dificultades. Estaba a punto de casarse, y esperaba, que cuando fueran esposos, todo cambiaría para bien.
A la mañana siguiente, Hestia había ordenado investigar todo sobre Heros Deale. Estaba sentada en su silla de oficina, frente a su escritorio. Había traído a la empresa, el paquete de chocolates y la rosa roja; era el botín que había logrado obtener, después de pasar la tarde, con el insensato, difícil, pero lindo y leal de Heros. Luego había mandado a llamar a Lacey a su despacho. Comprobaría los sentimientos de Lacey por su Heros, porque ya era suyo. Aunque era suficiente con saber que lo engañaba y le era infiel, para darse cuenta de que no le importaba mucho. Se acomodó, con su espalda recta y con su precioso rostro levantado, manifestando su dominio y jerarquía.
—Buenos días, señora Haller —dijo Lacey, mientras hacía una reverencia. Al alzar la cara, detalló en la mesa de ébano, su marca favorita de chocolates y las rosas rojas, que eran el símbolo del romance y la pasión.
Hestia moldeó una sonrisa rígida y astuta, cuando notó que la atención de su impía y traicionera secretaria. El juego ya había comenzado y era ella quien controlaba los hilos del destino de todos los participantes. Se divertirá mucho con su bello Heros. Lo seduciría, hasta volverlo adicto a cada gota de su implacable y exquisito veneno, que brotaba de lo profundo de su más íntimo y abrazador infierno. A ese chico tan bueno, amable y pulcro, como un ángel que irradiaba luz y esperanza, lo corrompería y lo volvería una ser atroz y sádico, como el monstruo oscuro y perverso de sus sueños. Solo un poco más y crearía al amante perfecto. Así, podría poner fin a sus días de soledad y tortura, al menos por un tiempo.