Hestia explicó a Lacey las tareas que le había preparado. No la dejaría descansar y le colocaría tantos mandatos como pudiera, así la mantendría ocupada y agotada, para que no interviniera en sus asuntos. Ya, de por sí solo, sería complicado seducir a Heros, con lo bueno y fiel que era.
—Eso es todo, puedes retirarte —dijo Hestia, de forma imperativa. Pero se había percatado de las reiterativas miradas de la traidora al paquete que había dejado su bello Heros en su auto. Los dulces eran finos y costosos. Sin duda alguna, su tierno chico se había esforzado en comprárselas a Lacey. No obstante, ella no merecía probar ni uno solo—. ¿Conoces esta marca? —preguntó, abriendo la caja y agarró uno con sus dedos.
Hestia había estado pensado en quién le había podido regalar esos detalles a su jefa, quien no era famosa por ser emocional o amorosa, y tampoco había escuchado el chisme de que tuviera algún enamorado. No había recibido esa información de parte de las demás trabajadoras.
—Sí, la conozco, mi señora. Es mi favorita, pero debido a su elevado costo, nada más puedo disfrutarlo en eventos de gran relevancia —dijo Lacey, con amabilidad, como si fuera la mejor amiga de su jefa, pero la insultaba a las espaldas. Sonrió con complicidad. Era su única oportunidad para obtener información de la anciana. Aunque, admiraba al que estuviera interesado en la abuela, ya que pronto tendría ayudarla a caminar, porque el bastón no sería suficiente para la abuela con cabello de antorcha. Empezó a reír a carcajadas en sus adentros, y contuvo sus enormes ganas de hacerlo en la realidad—. ¿Un pretendiente?
Los ojos verdes esmeralda de Hestia, brillaron con ese fulgor celestial. Eso era lo que había estado esperando. La estúpida no sabía que, esos regalos eran de su prometido; él que pronto se convertiría en su amante. Nada más, para luego echárselo en cara, le seguiría la corriente a la desleal de su auxiliar administrativa, que era una maestra de la actuación y de la mentira. La repugnaba, como jamás nadie había llegado a serlo por una persona, porque ni los vagabundos o mendigos, eran así despreciables, como la zorra pérfida de Lacey West; ella había cavado su propia tumba, al creer que podía engañarla y salir inmune, como si nada hubiera pasado. Le demostraría, quien era la que mandaba y dominaba en la partida.
—Así es —dijo Hestia, con sagacidad—. Uno bastante cursi, pero atento y detallista. —Se comió el chocolate con elegancia y lentitud. Movió sus manos en dirección de la puerta, para que se marchara y se quedó sola en su despecho. Se relamió los labios, con satisfacción—. Pronto te probaré a ti, Heros.
Hestia espero a la hora del almuerzo y fue a visitar el piso de recursos humanos. No avisó de su visita, por lo que los demás empleados se congelaron e inclinaron sus cabezas al verla caminar como una diosa descendida de los cielos, mientras pasaba por sus puestos. Tocó varias veces a la puerta del despecho que quería y una voz femenina le otorgó el acceso al sitio. Entró, bloqueando la puerta con seguro. Dio varios pasos hacia adelante, sin hablar.
La directora de recursos humanos, Ava Clark, que, estaba en su computadora, no sé preocupó de la visita, porque pensaba que era su secretaria. Pero al observar a la hechizante CEO de la corporación, palideció y se puso de pie al instante.
—Señora Haller, no me avisaron que usted venía para acá. La hubiera estado esperando como se merece —dijo Ava, con apuro, sin saber la razón por la cual, la misma jefa.
—Pierda cuidado. Lo que quiero saber, me hace atender este asunto en persona, sin intermediarios —dijo Hestia, con su expresión inflexible—. Es de suma importancia que, lo que hablemos aquí, no salga de esta oficina. ¿Puedo confiar en usted, directora Clark? —Vio con jerarquía a su ejecutiva de alto cargo.
Ava Clark sintió como su cuerpo se petrificaba ante la poderosa mirada de su señora. No era el momento de dudar; sí había una persona a la que debía lealtad, respeto y admiración, era a la implacable Hestia Haller.
—Por supuesto que puede confiar en mí, señor Haller. Es un honor servirle en lo que usted necesite —respondió Ava, rindiéndose por completo a su monarca—. ¿Qué desea averiguar?
—Lacey West —dijo Hestia, de forma inflexible.
Las oscuras pupilas de Ava Clark se ensancharon al recordar ese nombre. Había muchos trabajadores en la corporación, pero ella, de forma recién, había pedido un permiso.
—Sí, la recuerdo. Es su secretaria, quien han requerido una licencia por un día —contestó Ava, de manera fluida—. Y lo ha hecho con una solicitud, firmada por usted.
—En efecto, eso ha sido así. Ahora bien, ¿Lacey West había realizado esa concesión desde principio de mes? —preguntó Hestia, con tranquilidad. No perdonaría que la hubieran usado, y menos por esa traidora.
—Un momento —dijo Ava. Se sentó en su puesto y comenzó a buscar en su computadora. Revisaba los archivos y enseguida encontró el documento que deseaba—. Lacey West, no había hecho ninguna diligencia de permiso. Todo se desarrolló el mismo día, en que trajo la carta con su firma.
—Ya veo —dijo Hestia, inclinado su rostro hacia arriba. Ahora la tenía en sus manos. No era de las que acusabas sin tener pruebas. No aceptaría ningún margen de error en su plan—. Redacte un informe de lo sucedido, en el que conste lo que ha sucedido. —Caminó hasta la puerta—. Luego envíemelo a mi correo con su firma. Eso es lo que necesito.
—Es un honor poder ayudarla, mi señora —dijo Ava, emocionada por complacer a la jefa—. Ese es mi trabajo.
—Agradezco su colaboración —dijo Hestia, con presunción—. Un incentivo le estará llegando de parte mía a su cuenta en las próximas horas.
—Gracias, señora Haller —comentó Ava, mientras moldeaba una sonrisa en sus labios.
—Una cosa más. Ninguna palabra de esto a nadie. Invente cualquier excusa y apague cualquier rumor —comentó Hestia, mirando por encima del hombro a Ava—. No hay lugar para equivocaciones o descuidos.
—Como usted ordene, señora —dijo Ava, con docilidad. Idolatraba a Hestia, como una verdadera diosa—. Así será.
En la tarde, a la hora de la salida del trabajo, Hestia se encontraba en el local donde Heros tenía su negocio de venta de productos digitales. Había cambiado de auto, a una marca y color deferentes, para que no la reconocieran. Tocaba la pantalla de su celular y halló la aplicación del emprendimiento de Heros; la interfaz era simple, pero didáctica. Se especializaba en cursos online de matemáticas financiera, estadística, administración, tutoriales para personas adultas y universitarios, investigaciones y proyectos en el ámbito capital. Era un chico tímido, lindo y amable, y también muy listo. Quizás, solo le faltaba tenerse más confianza en sí mismo, y podría alzarse, para dominar el mundo. Su bello Heros, como se la hacía agua la boca, solo de hincarle el diente a ese tierno jovencito que, a pesar de su corta edad, era el único que se había atrevido a rechazarla como mujer y como empresaria. Un hombre que tenía complejos, con su apariencia, determinado, leal y sincero, que, no sobresalía a la vista de los demás, pero que mostraba su carácter y convicción ante personas con más jerarquía que él. Eso, sin duda, lo convertía, en un amante de digno de ella. Revisó su móvil y luego realizó una llamada al líder de su cuerpo de escoltas.
—Ya sabes que hacer —dijo Hestia, después de haberle explicado detalle lo que tenían que hacer—. Que sea hoy mismo, y como había mencionado, que parezca un lamentable accidente. No dejen rastro, ni huellas en el sitio. Ustedes nunca estuvieron allí. No aceptaré errores. ¿Ha quedado claro?
—Haremos lo que usted nos ha ordenado, señora Haller. No fallaremos —respondió una voz ronca y gruesa al otro lado de la línea—. Nosotros pertenecíamos a las fuerzas especiales. Puede estar segura de que, cumpliremos nuestra misión con éxito.
—Eso espero —dijo ella, en inflexible—. No tolero errores.
Hestia colgó la llamada y vio el lugar en donde Heros había apostado para hacerse paso en los negocios. El mundo era cruel, despiadado y perverso. Así que, le mostraría un poco de esa maldad que existía. Era para un bien mayor, porque eso fortalecería su personalidad y endurecería su voluntad. Convertiría al débil conejo, en un implacable león, para que le hiciera compañía en su lecho. Lo moldearía a su antojo y lo transformaría en un atractivo modelo de revista y un auténtico magnate empresarial. Sonrió de forma tensa, como acostumbraba a hacerlo. Heros Deale, sería su más grande creación. Ese chico era un diamante en bruto, que podía llegar a ser en un verdadero señor. Sí, esa sería su obra maestra. Formaría al amante perfecto, para que lograra dominarla en la cama. Sería su maestra y él su alumno, hasta cierto punto. Tenía grandes expectativas de cuanto podría evolucionar Heros, bajo sus lecciones privadas. Sus ojos verdes esmeralda centellearon. La diversión que había deseado, apenas estaba por comenzar. Usaría cualquier método para llegar a su fin.
Eran las dos de la madrugada. Heros estaba acostado en su cama. Dormía de manera plácida, luego de su día laboral. Tenía que hacer mucho, para poder sacar adelante su negocio; grababa videos, mejoraban la app, escribía talleres e investigaciones para los cursos y tutoriales. Entonces, un intenso sonido en sus sueños, que se escuchaba lejos, lo fue despertando poco a poco. Sus párpados le pasaban y el cuarto estaba oscuro. El ruido que emitía su móvil, no estaba acostumbrado a oírlo, de hecho, no lo había escuchado antes. Se levantó exaltado y perdió todo estado de somnolencia. Era la alarma de incendios de la aplicación que había instalado. Agarró el celular con prontitud, que había colocado en la mesita de noche. Su corazón le dio un golpe de pavor en el pecho y palideció ante lo que eso significaba. El sitio donde laboraba se estaba quemando. Apenas se pudo colocar ropa decente, para asistir al establecimiento. No había taxis a esa hora, por lo que recurrió a un solicitar un servicio de una compañía por medio de una aplicación. Ingresó la ubicación y llegó en algunos minutos, que se le hicieron eternos. Al bajar, observó las luces de los camiones de bomberos, que apagaban las intensas llamas. En sus oscuras pupilas se reflejó la escena con dolor. Gotas de lágrimas emergieron de sus ojos cerúleos y le bajaban por sus mejillas. Todos sus ahorros, su esfuerzo y sus esperanzas, volaban por el aire, en una grisácea pared de humo. Años de perseverancia y trabajo, se desvanecían en el viento, frente a él, sin poder hacer nada para impedirlo. Cayó hincando sobre el asfalto, sintiendo como su alma se quebraba como un frágil cristal. Había perdido todos sus ánimos e ilusiones. El mundo era un lugar cruel y difícil, y él no tenía el poder, el carácter, ni los recursos para enfrentar esas impetuosas adversidades.