25. Un cuento de hadas

1884 Words
Hestia le dedicó una sonrisa tensa, como la que acostumbraba a realizar. No quería tener ningún tipo de sentimientos por Heros. Pero tampoco se negaba a disfrutar a gusto el maravilloso y esbelto cuerpo marcado, lleno de energía y vigor de su bello conejito. Le robaría un poco de esa juventud a su lindo chico; eso era uno de los tantos beneficios que tenía al compartir con un hombre más joven. Además, que podía mostrar su lujuria natural, sin necesidad de contenerse, porque al estar con él, todos sus bajos instintos salían a flote, como si Heros potenciara su apetito s****l; no solo era tener sexo, también era importante con quien lo hacías, porque así podía llegar a un nivel superior, que significaría hacer el amor. Heros era consciente de las ásperas preferencias de Hestia. Meditó por un instante, ya que siempre había sido el chico bueno, amable y tímido, que se mantenía con su cabeza gacha, sin protestar, ni refutar nada. Deseaba ser dulce y cariñoso con Hestia. Sin embargo, también era bueno e interesante probar otro carácter. Sí, eso era lo que ella quería y se lo había dejado en claro desde antes de empezar su aventura clandestina. Aprendía por ensayo y error con Hestia, y ya sabía de cómo comportarse con ella, dependiendo a las circunstancias en que se encuentren; debía tratar a Hestia en público como lo que era, una dama de la alta sociedad. Pero en la privacidad de estas cuatro paredes, tenía que adoptar una postura más rígida, decidida y dominante; eso era lo que su diosa esperaba que hiciera, y no estaba permitido decepcionar a su hermosa maestra. Abrazó con más fortaleza la espalda de Hestia, y la tumbó en el piso, quedando en esta ocasión, encima de ella. Aún ensartado a su amante madura, se detuvo a admirarla por un breve momento. Entonces descubrió que no había ningún modo en que pudiera detenerse. Apreciaba el precioso rostro de Hestia, las blancas mejillas, los carnosos labios cincelados, los ojos verdes como esmeralda y el ondulado cabello rojo como el granate que, con el sudor que emanaba de los poros y el rubor de la exaltación, le otorgaban un semblante tan excitante, como encantador. Incluso, siendo uno con ella, le parecía un sueño húmedo que pudiera estar con una mujer tan vislumbraste y distinguida como lo era Hestia Haller. Obedeció a su señora y le golpeaba con más ímpetu, sin apartarle la vista. Ya no pudo contener sus sonoros suspiros, que rebotaban en los muros del cuarto de luces púrpuras y repleto de parafernalia, de castigo, porque los hombres también podían gemir con intensidad durante una velada carnal. En cada embestida, parecía que algo iba a salir de él, como cuando tenía ganas de ir al baño. Ya lo había experimentado al masturbarse con las fotos de Hestia cuando tuvieron sexting por el celular. Pero, ahora, la sensación era más abrasadora y delirante. Hestia oía la mejor melodía para sus oídos. Su expresión era tan lasciva, como malvada, porque todo rastro de pureza de Heros, estaba quedando inmerso en la parte baja de su vientre. Le había dado la primera mordida a su manzana prohibida, y era tan deliciosa como lo había imaginado, o tal vez más delicioso, porque era un chico tan encantador y bello, que solo daban ganas de comérselo a besos. Aunque le causaba desilusión que no pudiera llegar a esos extremos caníbales, hasta para sus filias había un límite, y eso era una lástima. En medio de su frenesí, combinó sus gemidos con los de Heros, en tanto recibía las duras acometidas que expandían su intimidad. Sentía como la virtud del muchacho se hacía paso en su interior y llenaba ese vacío que, por mucho, tiempo había estado sin ocupar por un atributo verdadero, duro, de carne y sangre, porque con sus vibradores de silicona, había jugado casi todos los días. Era insaciable y adicta. Pero, ahora había encontrado un mejor consolador con el cual divertirse. Lo apretó con sus piernas en la cintura, para que adherirse más a él. Entonces, por primera vez en muchos años, su semblante manifestaba una felicidad genuina y verdadera. Jamás hubiera llegado a pensar que su mayor alegría y estimulación se la daría un niño virgen e ingenuo. Heros realizaba movimientos bruscos y esa sensación familiar lo asaltaba en su entrepierna. Sus párpados le pasaban justo en ese momento, cuando estaba por alcanzar las puertas del ardiente infierno, gracias a Hestia. —Creo que… —dijo Heros, aguantándose un poco llegar al clímax. Hestia notó cuando Heros cerró los párpados por un breve instante. A pesar de la diversión, tenía otros planes. —Colócate de pie —dijo ella, con prontitud, al saber que su chico estaba por venirse. Hestia se puso de rodillas y volvió a estimular la firme virtud de Heros con su boca. Pero en esta ocasión no quería beberlo del todo, por lo que echó su espalda hacia atrás, alejando su cara y su pecho. Entonces, percibió como el impetuoso orgasmo de Heros le acariciaba el rostro y el busto, acompañado de los dulces y estimulantes lamentos del joven al eyacular. Sus mejillas, su frente y sus grandes senos estaban empapados del semen de su hermoso chico. El olor que se percibía en el aire era como el mejor perfume, cuya fragancia resultaba ser un afrodisiaco para ella; necesitaba ser bañada con ese blanquecino elixir, que tanto le encantaba. Se sentía más joven, bella, enérgica y de buen humor, como si ni la peor noticia del mundo pudiera cambiar su fortuito estado de ánimo, que había obtenido con una sesión pasional con Heros. Saboreó un poco del espeso líquido que le había caído en los labios, y continuo con una nueva felación para limpiar el firme juguete que la había devuelto la dicha y el bienestar, porque su salud física y mental podría verse afectada si no hubiera tenido sexo de nuevo con un hombre. Enrollaba su lengua alrededor del exquisito talento y movía su cabeza de atrás hacia adelante, mientras lo degustaba sin pudor, y menos ahora que, ya había hecho salir la rica miel que endulzaba su paladar. Después de haber terminado su trabajo, se levantó, como si nada, y le estampó un pesado beso a Heros, sin emitir una sola palabra, porque un acto era más expresivo. No entendía las razones por la que Lacey le había sido infiel, si al lado tenía un amante potencial casi perfecto; hasta se podía decir que, si alguna vez se llegara a enamorar de un hombre, quisiera que fuera como el mismo Heros Deale, en personalidad, intelecto y físico, por supuesto. Ahora, gracias a ello, no dejaría que nadie más tocara a su lindo conejo, ni siquiera la que era la futura esposa; no le gustaba compartir, era egoísta y posesiva, por lo que, aunque estuviera comprometido con aquella detestable mujer, Heros ya tenía dueña y señora, y esa era ella, nadie más se entrometería en su camino, y si alguien lo hiciera, no dudaría en eliminarla del tablero de juego, porque nadie rechazaba, ni podía ganarle en una partida a la jefa. Heros estaba un poco adormecido, pero a la vez estaba decepcionada consigo mismo, porque no pudo soportar un ritmo fuerte y salvaje al estar con Hestia. Era su primera vez, pero no había excusa para su fracaso; no había podido durar más tiempo, y todavía quería seguir haciéndolo con Hestia. No podía dejar de pensar en esa sensación húmeda, estrecha y cálida, como una tela terciopelo prendida en llamas le arropara su virtud. Deseaba estar con Hestia, seguir besándola, acariciándola y por continuar ser abrazado por el maravilloso fuego del cuerpo de su diosa, que lo enloquecía de placer. Nunca había estado con una mujer y la sensación había superado cualquier expectativa previa que tuviera con respecto a la intimidad. No dudaba, y tampoco descartaba la idea, de que, si este era el comienzo de su vida s****l, entonces se haría un adicto a Hestia Haller. Aunque habían tenido un encuentro polémico en el pasado, ya no había forma de que pudiera controlar el voraz apetito que tenía por comerla. —Quiero seguir —dijo Heros, con son rostro serio y lleno de determinación. Hestia inclinó su cabeza hacia atrás y sonrío de forma tensa con sus carnosos labios, porque ya había alcanzado su meta, lograr que Heros fuera quien tuviera la iniciativa de estar con ella. Sus planes habían salido al pie de la letra como lo había previsto de meses pasados. No se arrepentía de haber quebrado a Heros, porque ahora mismo, lo estaba reconstruyendo pieza por pieza, para moldear una creación más hermosa y divina. Las personas siempre tenían en el anhelo de jugar, a ser dioses, de tener el control y de mostrar su intelecto. Esta era su mayor obra de arte, transformar al chico tímido, ingenuo, tonto y virgen, en un hombre dominante, sagaz e impecable en la cama. Iba por buen camino y sabía que Heros apenas estaba dando sus primeros pasos, para convertirse en el amante perfecto, que cualquier mujer, joven, adulta o mayor quisieran tener como querido. Pero había un problema, porque ese lindo héroe, solo le daría los deliciosos jugos de amor a una sola persona, y no era a la princesa, ni a la damisela en peligro, sino a la misma villana de la historia. Sí, porque ella era la bruja malvada de este lascivo, intrigante y seductor cuento de hadas, que no hacía más que empezar. —Eso es lo que deseaba escuchar —dijo Hestia, con limpiándose con los dedos los residuos del delicioso orgasmo que le había quedado en sus párpados y luego se los pasó por la boca, relamiéndose los labios. Se puso de pie, para caminar con lentitud hacia la pared, donde se hallaba la “X” adherida al muro del cuarto púrpura. La punta fina de sus tacones resonaba al chocar con el piso. Al llegar, separó sus piernas y apoyó sus manos, cada uno en los extremos de las tablas, en la que se encontraban las esposas de cuero negras, unidas a las maderas. Giró su cuello y miró a Heros por encima de su hombro. Sus oscuras pupilas se habían dilatado, reflejando al muchacho, como si fuera un nítido espejo—. ¿Quieres jugar roles? Ahora tú, intenta someterme a mí. Hestia sonrió de manera tensa y con malicia, mientras un aura de demonio, con cola y pequeños cuernos, la arropaban de modo intenso. No había forma de que se detuviera, porque todavía no manchaba el alma pura de Heros, con todo el pecado habitaba en su ser. Aún faltaba mucho, para corromper al ángel. Esa maravillosa sensación de ser llenada y embestida por su chico, esa era su nueva felicidad. Esperaba con anhelo el nuevo estado de su chico. De solo imaginar al durmiente monstruo, emerger al mundo exterior la hacía sentir punzadas electrizantes en su entrepierna. Solo quería ser quebrada y tomada por la fuerza de parte de Heros. No era tiempo de contenerse, ni de limitarse, sino de desbordarse en el fuego del pecado que los dos habían encendido, y que no había manera alguna de que se apagara, porque una flama que se mantenía prendida por siempre.
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