Heros tuvo que alzarse el bóxer y el pantalón, para poder caminar con normalidad. Se acercó a Hestia, contemplando aquel impresionante paisaje que su hermosa dama le proporcionaba. Las anchas caderas, el firme trasero con esos tonificados glúteos y la línea de la espalda, hicieron que su virtud recobrara de nuevo la dureza, que se volvía a marcar de forma vivida en su entrepierna. ¿Qué debía hacer? Aunque tuviera a su total merced a semejante mujer, que era una auténtica diosa descendida de los cielos, no sabía qué hacer o cómo proseguir su frenética sesión. Su cabeza estaba en blanco, aún le faltaba experiencia para mantener sus pensamientos serenos en situaciones de intensa pasión. Su pecho se inflaba y se vaciaba con rapidez. Respiraba, agitado, pero se mantenía estático, como en un estado de reflexión, aunque en realidad solo admiraba la espléndida vista de Hestia. Entre las diversas opciones que podía escoger, su brazo se movió por sí solo hasta el ondulado cabello rojo de su diosa. Percibía de la suavidad del pelo en la yema de sus dedos. Jamás había querido ser un salvaje durante la intimidad, pero la situación lo encaminaba a mejorar, a evolucionar, para ser digno y poder estar a la altura de los altos requerimientos que implicaba estar con Hestia Haller. Entonces, en un momento de inspiración, pegó su torso al cuerpo de su preciosa señora. Ubicó sus manos sobre las de ella, y las deslizó con lentitud, simulando como si estuviera realizando una requisa de un policía a un detenido. Palpó el abdomen, la espalda, el trasero y las piernas de Hestia; cada parte de la anatomía de ella, era perfecto y majestuoso. Acto seguido, la aprisionó por las extremidades con las esposas de cuero. Observó el armario con la numerosa parafernalia. Buscó una de las máscaras satinadas y se la puso a Hestia, para luego tomar una fusta. Se puso detrás de Hestia y elevó la delgada vara en el aire. Su mano temblaba ante la idea de propinarle un golpe en el trasero a esa mujer que era inalcanzable y poderosa. Las facciones de su juvenil rostro se mantuvieron estupefactas. ¿Qué era lo que estaba haciendo? O más bien, ¿qué estaba por llevar a cabo? Se desconocía a sí mismo. Este hombre no era él, desde que empezó a relacionarse con Hestia, no solo su físico había cambiado, también sus ideales y su propio carácter habían sufrido variaciones. A veces era bueno intentar hacer nuevas cosas y modificar algunos aspectos de lo que veníamos haciendo en el transcurso de nuestra vida. Sin embargo, también se debía saber manejar ese cambio y realizarlo un paso a la vez. Sí, deseaba descubrir ese lado dominante y activo que estaba dormido en su alma. Pero, por ahora, no era de su interés avanzar a un ritmo acelerado y descomunal, porque quería disfrutar de cada instante que pasaba con Hestia. Bajó su brazo y dejó la fusta en uno de los muebles. Se hincó frente a la humanidad de su señora, mirando a gran resolución cada detalla de la hermosa anatomía de su amante madura; siempre recordaba a una rosa en la mañana, cuando había sido empapado por el leve roció. Las gotas de la dulce miel afloraban en la privacidad Hestia de forma hipnotizante. Se apoyó en las caderas, para tener estabilidad. Abrió su boca y sacó su lengua, para luego pegarla directo a la fuente de donde emergía el agradable jugo. Lamía y chupaba los protuberantes labios, que se había tornado más rojizos de lo normal, debido a la reciente faena que habían culminado. Excitado, usó el anular y el medio, para introducirlos en la férvida intimidad de Hestia. Hurgaba el aterciopelado, ardiente y mojado interior de Hestia, en la que sentía las lisas paredes con el extremo de sus dedos.
Hestia disfrutaba de la inexperta, pero salvaje y estimulante diligencia de su chico al comerla allá abajo. Apretaba sus manos y suspiraba ante la ola de sensaciones, que se combinaban con sutiles descargas eléctricas en la parte inferior de su vientre y en su delicada zona. El aire frío del acondicionado del cuarto, se mezclaban con la calurosa respiración de Heros, que impactaba en sus partes sensibles.
Heros estuvo un tiempo moderado saciándose del exquisito manjar de Hestia, ya que lo que quería volver a experimentar era ese calor tan abrazador que lo arropaba en su totalidad en su entrepierna. Se puso de pie y se bajó la ropa, manifestando su erguido atributo, que se mantenía más brioso que al principio. Las venas hinchadas eran la que le daban esa nueva longitud y grosor, de la cual podía presumir, era un gran y excelente taelento natural. Agarró la cintura de Hestia, y se pegó más ella, sintiendo con la punta la grata de blandura de su hermosa dama. Se ayudó con una mano y soltó un gemido al entrar en un solo intento, casi por completo en ella.
Hestia contrajo su dorso, para resistir la brusca embestida de Heros. Su cuerpo tambaleaba al recibir las reiteradas acometidas. El sonido de su unión, sonaba como armoniosos aplausos en la habitación. Acogía y abrigaba la erguida virtud de Heros en su intimidad, que se deslizaba y ocupaba su espacio más privado. Ese niño la ensanchaba en su humanidad de una manera tan firme y dura que, a pesar, de tener experiencia, la sensación era nueva y más vigorosa que en las ocasiones pasadas. No cabía duda de que su lindo muchacho había sido privilegiado con enormes dotes, los cuales la hacían la mujer más feliz de este mundo. Su humanidad se adaptaba al tamaño de su atractivo héroe, para hacer lo que más le gustaba, disfrutar a plenitud de la fornicación, que avivaba su alma y la rejuvenecía de gran manera.
Heros había perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto había pasado? No lo sabía, pero cada parte de él sudaba, como si hubiera estado corriendo en una maratón. Volvió a sentir aquel frenético goce y salió de Hestia, mientras su arrebatado y afanoso orgasmo caía sobre la artística espalda de Hestia, así como en los glúteos. Fatigado y somnoliento, liberó de las esposas que aprisionaban a su bella diosa. Necesitaba un respiro, para recuperarse. Sin embargo, pronto descubrió que no tenía tiempo para descansar.
Hestia lo agarró por la muñeca de la zurda, y lo guío hasta la cama, para luego colocar su suave palmar en el torso de Heros. Entonces, lo empujó hacia atrás.
Heros cayó boca arriba y rebotó con ligereza en el colchón. Estaba aprendiendo de la mejor maestra, tanto que, con solo mirarla, los vellos de su piel se erizaron y se sintió diminuto al notar la exaltada aura de Hestia, como si hubiera sido poseída por un espíritu o más bien por un demonio, porque encarnaba a la figura de una preciosa diabla de cabello rojo carmesí, como si fuera salido de los confines del infierno, solo para quemarlo y martirizarlo con el fuego de la lujuria y el placer. Pero no solo eso, los ojos verdes esmeralda, parecía centellear, como si hubieran sido encendidos por un interruptor. La expresión de aquella hermosa mujer era malvada, alegre e insana, como si hubiera perdido la cordura. No sabía por qué, pero ser sometido por parte de Hestia era un privilegio y le gustaba ver lo perversa y lasciva que era. Era todo lo contrario a él, por lo que ese carácter tan promiscuo y atrevido le fascinaban; todo en ella lo había hechizado, hasta el punto de cuestionarse de su amor por Lacey. Tensó la mandíbula y aclaró sus pensamientos, porque en este momento, no quería pensar en ella, solo en Hestia Haller. Fue despojado de sus últimas prendas, quedando desnudo en su totalidad.
Hestia prosiguió quitándose los tacones, para luego subir a la cama, como si fuera una leona asechando su presa.
Heros percibió en su abdomen el peso y el calor de los tonificados glúteos de Hestia, en conjunto con aquel delicado rocío que brotaba de su amante. Se detuvo a contemplar el bello rostro de Hestia. Sus negras pupilas se ensancharon y a pesar de estar agitado, el tiempo pareció detenerse por un par de segundos. Entonces, reflexionó en que Hestia Haller era la mujer más hermosa e increíble que había conocido, como si no fuera de este mundo, sino que había descendido de un plano superior y celestial, para guiarlo en el camino del placer y la intimidad. Si las cosas continuaban de esta manera, sería el seguidor más fiel, le rendiría tributo, porque veneraría a Hestia, para idolatrarla como su diosa. ¿Quién no lo haría al contemplar a tan hechizante y preciosa mujer? Si a ella solo dan ganas de arrodillarse y rendirle plegarias, debido a tal magnificencia que desprende por cada poro de la piel.
—Mi diosa —susurró Heros, en un tono medio y vibrante, que emitió con toda la atracción y reverencia que sentía por Hestia.
Hestia escuchó el leve musitar de su chico. Sonrió con rigidez, para luego morderse sus carnosos labios. Aun estando demasiado excitada, Heros con un par de palabras podía llegar a encenderla, más de lo que ya estaba; era como si ella fuera fuego, y él, el combustible que avivaba sus impuras llamas. Ese chico, al cual había conocido por simple casualidad, era su deseo más íntimo encarnado en carne y hueso; ese jovencito era todo lo que había necesitado desde que había comenzado en su camino inmoral de lo erótico. Era una mezcla de pureza, bondad e ingenuidad, que la enloquecían, y solo le provocaban un infinito desvelo de corromperlo, dañarlo y ensuciarlo en cuerpo y alma, con la maldad que habitaba en ella, para que él también se pervirtiera. Así que al estar con Heros, se daba cuenta de que uno de los detonantes de su lujuriosa personalidad, era la de mancillar lo bueno y de obtener algo, que ya era de alguien más. Era por eso que, Heros, le parecía tan irresistible y encantador, porque era la mezcla de los dos al tiempo; él era honrado, recto y justo, con una convicción de acero que había hecho que la rechazara. Pero, también, su amor le pertenecía a la desleal e insípida Lacey. Varios factores atrayentes y sugestivos en un solo ser, que hasta el día de hoy estaba inmaculado. Jamás pensó que existiera un hombre tan impecable y acorde a todos sus gustos, por lo que Heros Deale era su complemento insuperable; era la pieza que completaba su vacío, de forma literal. Usó la yema de su dedo índice, y recorrió desde la punta de su lampiño monte de Venus hacia la parte inferior de su ombligo, para medir y trazar el camino de todo el espacio que ocupaba la gran dote de su atractivo y joven amante en su vientre. Nada más de recordar esa firmeza y grosor, ensanchándola y abriéndose paso dentro de ella, la llevaban al borde del delirio. Si había un paraíso, entonces solo se podía alcanzar durante este preciso instante, y más cuando el clímax afloraba desde el lugar más recóndito de su alma, para emerger con vehemencia a través de su lubricada humanidad. Bastaba con mirarlo, y le daban unas enormes ganas de abrazarlo y comprimirlo en su intimidad. No podía controlar sus bajos, obscenos y carnales impulsos, porque había alcanzado un estado de frenesí, en el que su único anhelo era volver a unirse y formar un solo cuerpo con su lindo y maravilloso Heros. Apoyó sus brazos en los pectorales de él, se encorvó hacia adelante, aplastando sus voluminosos pechos en su el torso del muchacho. Acercó su cara a la él, pasándose hacia la oreja diestra, ya que tenía que darle un mensaje. Era imposible contener las enormes ganas de tragarse a Heros, por cualquier cavidad en que él pudiera entrar de forma física.
—Quiero devorarte —susurró Hestia, de manera incitadora y juguetona. Sus carnosos labios cincelados se movieron con lentitud—. Mi lindo conejito. —Sacó su lengua, como lo haría una serpiente, para detectar a su presa.
Hestia puso su rostro al frente del de Heros, en tanto lo observaba de cerca. Sus jadeantes respiraciones se chocaban con clamor, por la corta distancia que los separaba y no los dejaba tocarse.
Heros sentía como los voluptuosos y blandos senos lo abrigaban, dándole una calidez celestial, como si fuera abrazado por una auténtica deidad. Reposó sus manos en las ruborizadas y sudadas mejillas de Hestia. Era hermosa, pero con cada que vez que la veía, le iba pareciendo más preciosa, joven y magnífica. Estaba seguro de que, ninguna otra mujer sobre la faz de la tierra podría superar a Hestia Haller, ni en belleza, ni como persona, porque ella era tan maravillosa, como nadie más. Con ella, necesitaba utilizar toda su resistencia, para poder seguirle el paso, porque si no, no podría satisfacer la libido que Hestia tenía. Le emocionaba saber que con ella no era necesario contenerse y podía mostrarse sin limitaciones. El nivel de libertad que había alcanzado con ella, era en todos los sentidos posibles.
—Entonces, cómeme —dijo Heros, para luego darle un ferviente e impulsivo beso, producto de la excitación que enardecía a su voluntad—. Mi bella leona.