21. La ambrosía

1901 Words
Hestia se puso de pie y evitó caerse en su propia charca de felicidad. Estaba todavía mareada, por lo que se apuró a llegar en donde se hallaba su bello héroe. La cuerda del consolador aún se manifestaba en su entrepierna. Se sentó en el regazo de él, empapándole el pantalón con los residuos de su miel, que habían quedado en su intimidad y en el lado interior de sus muslos. Lo liberó de las muñecas suma destreza. Acercó su cara a la de su dulce chico, para apreciarlo de mejor manera; no podía aburrirse de contemplar el atractivo de su héroe, que era como su Adonis. —¿Te gustó tu regalo? —preguntó ella, con voz susurrante. —No —dijo Heros, con seriedad. La abrazó por la espalda—. Me encantó —. Le dio un extenso y largo beso, que les volvió a robar el aliento. Hestia se recostó en el esbelto torso de su chico. Al recuperarse se puso de rodillas y lo soltó de las ataduras en las piernas. Volvió ponerse recta, mirando a las atractivas facciones del rostro de su chico. No sabía por qué, pero distinguía algo diferente en él. Su sensual espectáculo, quizás había salido mejor de lo que pensaba. Había esperado mucho por estar con él, entonces, ¿por qué volvió a usar sus juguetes? Era algo sencillo de explicar, ya que guardaba el gran momento para una ocasión especial. Además, como había dicho, era un regalo para su lindo chico. Tenía tantas ganas de estar con Heros, que ese mismo deseo, era lo que hacía postergar su encuentro s****l. Lo mejor se dejaba para el final, y también le gustaba mantener la intriga de cuándo lo harían. Heros acarició la suave mejilla de Hestia. No importaba cuánto lo había visto, siempre lucía más preciosa e irresistible. —Ha sido con todo cariño para ti —respondió ella, fingiendo ternura en su hablar. —Quiero agradecerte por tu obsequio. Hestia sonrió de forma tensa ante el comentario de Heros. Esperaba despertar el lado salvaje de su amante, pero tal parecía que, él podía evolucionar muy bien de manera autónoma, sin que lo forzara a límites extremos. Después de todo, era un joven muy inteligente y listo, por lo que no le extrañaría que, el resultado final, fuera aún más increíble y magnífico, de lo que podía llegar a imaginar. ¿En qué se convertiría el tierno y amable ángel? Mientras sea para hacerla su mujer y hacerla delirar del placer, todo estaba bien. Además, desde que lo había visto, siempre había tenido el presentimiento de que su maldad eran afines, como si fueran alamas gemelas, tal para cual. —Hazlo —susurró ella, de forma juguetona. Si era con él, podría experimentar cualquier cosa—. Las lecciones comienzan mañana. Hoy es libre. Heros se puso de cuclillas. Acomodó su mano derecha en el reverso de la rodilla y la otra en la espalda de Hestia, para levantarla en sus brazos. Hestia se aferró al cuello de su bello compañero. Aunque no sintiera nada y estuviera fingiendo ser amable, no podía negar el hecho que, era reconfortante y agradable estar con él. Entonces, deseó que hubieran nacido en la misma generación, y que se hubieran conocido en otras circunstancias, porque tal vez, la historia hubiera sido diferente. Sus pupilas se dilataron y regresó a la realidad. ¿En qué estaba pensando? Así estaba mejor y era más excitante una aventura a escondidas entre dos amantes que tenían encuentros furtivos, para pagar la flama de su intensa pasión. Heros dejó caer con cuidado a Hestia sobre el colchón de la recámara. Se acomodó encima de ella, detallando más de cerca el cuerpo de su dama. Se fundió en los blandos y cálidos labios de su hermosa amante, mientras frotaba su dura virtud en la entrepierna de ella. Hestia le terminó de desabotonar la camisa, para que él se la quitara. Luego le aflojó la hebilla del cinturón. Llevó sus manos a su dorso y destrabó los broches del brasier, pero sin removerlo de su torso. Heros respiró hondo ante la manera tan comprometedora en la que se encontraba. Su corazón acelerado manifestaba sus nervios y su ansiedad. Retiró el sujetador de Hestia, encontrándose con los grandes atributos, que se mantenían firmes en ella. El pezón era abarcado por una areola de tono rosa marrón. Lo primero que hizo fue agarrarlos, cada uno en sus manos, para sentir la suave, pero esbelta masa a la que podía apretar con levedad. Entonces unió su boca a al seno derecho, para comenzar a chuparlo como un niño siendo amamantado. Succionaba uno y masajeaba el otro a su gusto. Meneaba sus caderas, en tanto lo hacía, obteniendo una mayor estimulación. Al pasar los minutos, había devorado y acariciado ambos pechos. Aunque había algo extraño; los sostenes que ella usaba tenían una fragancia parecida a la de los lácteos. Sin embargo, por más que había chupado el busto de Hestia, no había salido ninguna gota de nada. Aunque fuera un caso extraño, había mujeres que podían hacerlo, incluso sin ser madres, o mucho tiempo después de tener a su hijo. Hestia había observado como su dulce chico le comía los pechos. Percibía una especie de rasquiña en la punta de sus senos. No obstante, todavía podía llegar a sentir más. Suspiraba con cansancio y gusto, al ser estimulada por la espléndida y traviesa lengua de su bello muchacho. Heros fue descendiendo con lentitud por el abdomen de Hestia, y se detuvo al llegar a la ingle. Miró con fijeza a los dos ojos verdes, que lo observaban de vuelta con atención. No era el más valiente, ni experto, pero quería hacer que ella también se sintiera bien, y que fuera producido por sus caricias, aunque no fueran las más diestras, solo que fueran proporcionadas por él, y no por otro artefacto. Hestia notaba un hormigueo en su vientre, provocada por la respiración de Heros en su monte de Venus. Su lindo conejito ya había crecido un poco. Ya se atrevía a aventurarse más allá de lo que conocía, para otorgarle una interesante oral. Se había acostumbrado a hacerlo ella misma que, al dejarlo a él, era más libre y cómodo, pues solo se tenía que concentrar en sentir el tacto de su amante en su empapada virtud. —¿Aquí? —preguntó Heros, todavía sin mirar de cerca el empapado paisaje. —Cómeme —respondió Hestia, sin pizca de pena. Heros ubicó las piernas de Hestia encima de sus hombros y le rodeó los muslos con sus brazos. Veía, maravillado, la rosa intimidad, de la que seguía brotando un delicado rocío. Al estar tan cerca, olía un aroma particular y diferente del que no tenía como compararlo, era único, nuevo y a la vez, absorbente. Era la misma esencia natural de Hestia, era un aroma puro y real. Pegó su boca a los labios mojados de su dama y percibió el sabor de la lubricación, combinada con el orgasmo; y tampoco podía dar un veredicto concreto, ya que en principio no le supo a nada, luego la pareció dulce y al final, como el del vino que le había brindado cuando llegó a la suite, era más como un coctel, y eso era maravilloso. Si bien se decía que, la alimentación de cada persona influenciaba en estos asuntos. Al principio, se dedicó lamer la parte de los jugos de Hestia, pero no sabía cómo seguir, ni dónde hacerlo. Al frente tenía lo que parecía un c*****o cerrado de una rosa de lirio. Entonces, solo se decidió succionar con fuerza, el pequeño botón afloraba en la humanidad de su señora. Hestia apretó sus extremidades al sentirse los chupones de Heros en su clítoris. Era salvaje y sin técnica, pero esa misma brusquedad la que la estimulaba tanto desde el principio. Además, no era amante de lo dulce, suave y tierno, sino de lo extremo, rudo y violento, por lo que su dulce chico, no estaba tan alejado de cómo quería que se lo hiciera. Sin mencionar el hecho de que no había estado con ninguna mujer, por lo que perdonaba la falta de habilidad, debido al estado virginal de su bello joven. Jadeaba ante la presión que ejercía en su virtud; no estaba muerta, ni era un robot, por lo que sentía la estimulación. Perdió la noción del tiempo. Se agarraba en las sábanas de la cama, cuando su acompañante introdujo dos dedos en su interior, y mientras le devoraba por fuera en su punto erógeno, también la comenzó a tocar en su punto profundo. Llegó un momento en el que volvió a llegar al clímax, siendo recorrida por una ola en todo su cuerpo. Convulsionaba y apretó con sus extremidades a Heros, como un luchador de artes mixtas que estaba sometiendo a su adversario. Soltó su squirt con más placer que, al masturbarse por su cuenta. Heros fue aprisionado por Hestia y recibió en su boca el impetuoso orgasmo de Hestia en su cara. Le dolía un poco la mandíbula y sus dedos estaban pegajosos. Tomó un trago de la bebida que le proporcionaba su diosa. Respiraba de forma intermitente, y reposó su cabeza en el vientre de ella. Se deslizó con cuidado, para colocarse cara a cara con su amante madura, y se la quedó viendo con encanto. La besó con deseo y sin pudor, después de haber saciado su hambre con el delicioso manjar. ¿Por qué se sentía tan bien estar con esa mujer que era mayor, y que había conocido hace poco? Según la sociedad, solo estaría interesado en el dinero de una millonaria inversionista. Había elegido el camino sencillo, para obtener una fortuna. ¿Cómo le dirían a su relación? Sí, sería la de una sugar mommy y su chico de azúcar. Sin embargo, no tenía ni el mínimo interés en la riqueza de Hestia. Al principio la había rechazado y aunque fuera preciosa, no había sentido atracción por ella. Entonces, ¿qué era lo que había sucedido? En los meses que estuvieron entrenando juntos, había llegado a descubrir el otro lado de esa temeraria dama de la alta sociedad. No era un psíquico para saber el motivo por el cual, Hestia Haller, la jefa, se había interesado en él. Pero, si podía dar respuesta a las razones que lo había llevado a involucrarse y tener una secreta aventura de infidelidad, y era que, ella lo hacía crecer como persona. Al estar junto a Hestia, sus miedos, sus complejos y sus inseguridades desaparecían, y eso le permitía crecer como hombre. No podía parar, porque quería conocer, hasta qué punto podía evolucionar. Y tampoco podía negar que, disfrutaba del placer y las nuevas y distintas emociones que había experimentado al convivir con su hermosa amante. Lo que estaba haciendo no tenía perdón humano, ni de Dios, pero no involucraría al señor en sus faltas. No le quedaba más remedio que seguir quemándose en el fuego de su engaño, porque al haber probado el magnífico y exquisito elixir de Hestia, era imposible que se detuviera su aventura desleal. El olor, el sabor, el cuerpo y los gemidos de su querida, eran su dulce pecado, como la droga de un adicto, que no podía, ni deseaba dejar de probar. Solo anhelaba embriagarse, hasta perder la cordura en la ambrosía que nacía de su diosa.
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