20. To squirt

1798 Words
Hestia no sentía vergüenza, ni tampoco era una adolescente con inseguridad. Era directa y sabía lo que quería. No se andaba con vacilaciones, ni siendo niña lo había sido. Tal vez, por esa razón nunca fue la favorita de sus padres, ni la más querida. Era simple, si no estaba de acuerdo con algo no se quedaba callada. Al contrario, exponía su punto de vista y su inconformidad. Desde siempre le había gustado llevar la contraria, a cualquier persona, no importaba quién fuera, hasta con sus ascendientes había discutido, en reiteradas ocasiones, por contradecirlos. Era uno de sus sutiles placeres. Aunque no se comparaba en nada con la satisfacción que le producía el orgasmo. Era Hestia Haller, por supuesto, obtenía lo que quería, a como diera lugar. No había limites ni bondad en su alma; destruir, herir y hasta matar eran aceptables en sus ideales. No importaba lo que se tuviera que hacer, si deseabas algo, debías hacer cualquier cosa que te condujera hasta tu gran anhelo. Una llama escarlata se reflejó en sus ojos verdes, esmeralda. Era un fuego ardiente que arrasaba con todo a su paso, sin tener misericordia o piedad con la que se interpusiera en su camino. La paciencia no era de sus virtudes más aclamadas, pero la sabía usar cuando lo necesitara. Ya había iniciado su más bello desastre. Había esperado mucho para seducir a Heros, y su prórroga ya estaba por acabar. Ahora, le mostraría la diferencia entre una mujer independiente, libre y sin pudor, que disfrutaba de su sexualidad, como una bestia hambrienta de placer. Era considerada una dama de la alta sociedad. Solo era una fachada con la misma sociedad quería verla. Dentro de las cuatro paredes de su mansión, era una desquiciada y perversa ninfómana que disfrutaba de todo tipo de actividades seculares y lascivas, porque solo así podía mantener bajo control a su lujurioso demonio interior. Heros tragó saliva al momento en que oyó el comentario de Hestia. La diferencia de experiencia y libido, se manifestaba a gran escala; ella lo superaba en cualquier ámbito y tema que se le viniera a su pensamiento. Se sentía pequeño y débil, estando con ella. Pero, al mismo tiempo, atraído y curioso en lo que Hestia Haller podía hacerle o mostrarle. Entendía que, estando con esa preciosa mujer, no había límites, ni pena; solo lascivia y fuego. ¿Este era el mundo que ella le ofrecía explorar? Era como, si al haber aceptado convivir junto a Hestia; se hubiera transportado a otro parte diferente, y de forma simultánea, sabía que debía adaptarse a las nuevas circunstancias, porque si no, no podría estar a la altura, de lo que esa hermosa mujer necesitaba. No estaba preparado para esto; esta situación, lo aventajaba con creces. Sin embargo, también sentía un frío en sus manos, pechos y piernas. Nunca llegó a imaginar que estaría en estas instancias. Sin embargo, quería lanzarse de lleno a esta aventura de fantasía y pasión. Este era su viaje de autodescubrimiento. ¿Y si toda su vida se había engañado y estado en una mentira? Jamás intentó cosas extremas por el miedo, por su timidez y porque no tenía necesidad de hacerlo. ¿Era feliz? Reflexionó lo que había sucedido en los últimos años; ni siquiera le había dado un beso verdadero, a la que decía, era la chica que amaba. ¿Por qué se sentía solo, incompleto y triste? Como si no hubiera hecho nada relevante en el transcurso do lo que había vivido. ¿Qué era lo valioso que había conseguido? Haberle conseguido que Lacey fuera su novia, y después que aceptara ser su esposa. ¿Y dónde estaba ella? ¿Dónde estaba él? Se había conformado con ser el amigo de la infancia, porque no habían realizado nada como una pareja de enamorados que se amaban con locura. Se había sumido en la oscuridad y desesperanza, pero en medio de su lúgubre monotonía, se encontró con la que era una desconocida y atrevida señora que, le había insinuado que se acostara con ella, cambiando y removiendo el orden de su aburrida vida. Había sido una diosa apareció cubierta de brillo celestial, y le ofrecía emprender una travesía prohibida, secreta y traicionera. Quizás, siempre había sido malo, y había fingido ser bueno, porque había caído preso de su hermoso desliz, y le era infiel a su futura esposa; no estaba bien con eso, pero tampoco deseaba detenerse. Era un desleal y un desgraciado, por lo que ya no era digno de la confianza de nadie. Solo había una cosa que podía hacer, y era, seguir quemándose en las llamas de su tentadora falta. La dama de cabello rojo y figura de envidiable belleza, que estaba a merced y lista para enseñarle el más lindo paisaje, le pregunta que sí deseaba continuar con este maravilloso espectáculo. Su voluntad, ya no podía evitar que había caído rendido contra ella, y tampoco era que pensara negarse a la propuesta de su dama. Era su dulce y excitante pecado. —Sí, quiero ver más —respondió Heros, con voz robótica y con sus ojos centelleantes del encanto de la diosa que lo hacía imaginar todo de tipo de fantasías. Hestia se movía de forma leve y provocativa en la cama. Era como estar a pocos segundos de destapar el mejor regalo de un cumpleañero. En su ingle resaltaba la protuberancia de sus labios. Entonces, deslizó su braga, mientras estaba acostada. Luego alzó ambas piernas, formando un ángulo recto. En breve dobló sus rodillas para retirarse la prenda de encaje negra, y la dejó a un lado. Volvió a separar sus piernas, para que su bello chicho, contemplara su humanidad desnuda. Se mordió el labio ante la descarga eléctrica que sacudía cada fibra de su ser. Solo eso bastó para saber que se había mojado allí abajo. Heros divisaba el espléndido panorama que le obsequiaba Hestia. Debido a que había dado más iluminación a la habitación, y a la corta distancia en la que se encontraban, podía distinguir una línea vertical rosada, en la que el monte de Venus, se mantenía libre de vellos. Intercambió miradas con esa hermosa mujer y su erección se hizo más grande y firme. Era algo irónico que, no le había observado el pecho sin cubrir, y que, primero, hubiera conocida una zona más privada. Además, el juego de las medias veladas, los tacones y el brasier, le causaban una mayor estimulación, debido a que, todavía había más que descubrir de ese fenomenal cuerpo de su hermosa amante. Sostenía el artefacto que la había dejado en su mano, lo apretaba con fuerza, para que no se le cayera. Hestia cogió el vibrador de tonalidad negra, largo, que tenía un diseño, similar al de un micrófono. Presionó el botón de encendido y sonó como el clic de una computadora, para luego dar inicio a un ruido eléctrico de baja frecuencia, emitida por el artefacto. Sin embargo, primero se lo puso en lengua, manteniendo su vista fija en el cautivo. Luego lo pasó por la parte superior de su busto y descendió con lentitud por su abdomen. Lo ubicó en su intimidad, y se puso el cabezal en la zona del clítoris. Suspiró con pesadez al sentir las veloces oscilaciones del juguete en su punto erógeno. Maniobraba el aparato que, como nunca antes, la hacía sentir, o, ¿eran esos dos ojos azules que la estaban viendo la que le devolvía la satisfacción de poder experimentar un mayor placer? Agarró el pequeño consolador ovalado, y moldeó un gesto rígido. Lo frotó contras su intimidad, y se mojó de los fluidos que emergían de ella. Después lo introdujo con calma en su interior y lo empujó con su dedo, más hacia el fondo. El cordón afloraba en su virtud, en tanto aumentaba el nivel de su estimulador. Heros experimentaba una molesta presión en sus pantalones. Solo con Hestia se había excitado tanto, al punto, que su propia erección le dolía de la dureza. Entreabrió los labios y respiraba de forma agitada, tan solo mirando como ella se masturba sin ningún pudor frente a él. Trató de soltarse de la silla, pero las esposas de cuero, le impedían hacerlo. El intenso deseo de tocarla, se había convertido en una tortura, al no poder acariciarla. Estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos de sentirla. ¿En qué se estaba convirtiendo? Deliraba con estar con Hestia y fantaseaba hasta en sus sueños. No sabía lo que ella había hecho, pero siempre estaba en sus pensamientos. Era porque era lo opuesto a él; se sentía atraído por esa personalidad segura, atrevida y directa de esa hermosa mujer que lo había hechizado. Le gustaría ser como ella. Así de fuerte, dominante e imperativa. Desde el inicio, Hestia le había expresado lo que deseaba. No se inmutaba, ni bajaba la cabeza ante nada. Eran ese tipo de personas los que se encontraban en la cúspide de la sociedad; los que eran millonarios empresarios, magnates, jefes, líderes, directores y presidentes. Aquellos que sabían lo que querían y lo obtenían, a pesar de ser un imposible, lo hacían factible. ¿Cuándo cambiaría y sería digno de estar con una mujer tan poderosa e inalcanzables como Hestia Haller? ¿Mañana, en una semana, un mes o un año? Tenía la posibilidad de hacerlo ahora, porque ya había comenzado su cambio tiempo atrás, justo cuando aceptó estar con su bella dama. Tensó la mandíbula y su mirada tuvo un brillo diferente. El hechizo de Hestia desapareció, porque ya no necesitaba un encantamiento, para estar con ella. Ahora, lo hacía por su propio convicción y decisión. Oprimió el mando que su señora le había dado. Entonces, en sus oídos oyó el leve gemido de Hestia, al ser estimulado de forma doble, por los dos juguetes; uno adentro y el otro afuera. Alcanzaba a distinguir la viscosa secreción que brotaba de la humanidad de su diosa. Apretó el puño, y sintió celos, de que no fuera él, quien estuviera proporcionándole ese gozo. Inclinó su cabeza hacia atrás, para seguir observando el maravilloso show. Así lo estuvo haciendo, durante varios minutos más. Hestia era invadida por una ola de emociones que la nacían en su vientre. Templó sus pies y emitió un gemido agudo, en el que liberó su orgasmo en forma de squirt, similar a un chorro a presión de agua. Convulsionaba de forma moderada, ante los espasmos que le provocaba el éxtasis del clímax. Sin embargo, no apartó la mirada de su prisionero, porque él era quien la había regresado la dicha y la alegría a su aburrida vida. Permaneció en trance por breves segundos. Sus párpados le pesaban y trataba de normalizar su ajetreada respiración. Había ensuciado las sábanas y parte del piso de la mística habitación púrpura.
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