40. Recuerdos y pensamientos

1582 Words
Heros se dirigió al comedor de la empresa, en la se sentó solo y apartado. Sin embargo, luego fue acompañado por las empleadas que lo habían visto en la mañana. Ellas hablaban y le hacían preguntas casuales, que respondía de forma puntual. Sin embargo, Lacey mantuvo la distancia y no se acercó a él. El día se desvaneció un instante. La noche pronto abrazó los cielos y la tímida luna se dejó ver, mientras iluminaba las alturas con su tenue luz. —Es mejor dejar pasar un par de semanas —dijo Hestia, cuando ya estaban por salir de la oficina—. Será un dead time. —Un tiempo muerto —dijo Heros, con tranquilidad. Habían estado muy activos, por lo que la sugerencia no era de extrañar—. Si es lo que crees que debe hacerse, yo lo haré. —Cuando volvamos, te daré algunos premios —dijo Hestia, con malicia. Llevó dos de sus dedos a sus labios, y luego los puso en la boca de Heros—. Hasta nuestro próximo encuentro, guapo. —Sonrió de forma tensa. —Esperaré —contestó Heros, con complicidad—. Mi señora. —Y una cosa más —dijo Hestia, sintiendo como se llenaba la boca solo de pensarlo—. No te masturbes en este corto receso, en el que no estamos juntos. —Le guiñó el ojo, con picardía—. Quiero que me desbordes con tu amor. Heros entró a su departamento, luego de su primer día de trabajo en corporaciones. —¡Heros! ¡Buenas noches! —dijo Lacey, con ánimo. Se había cambiado de ropa y se había colocado un corto vestido beige, que hacía juego con el cabello castaño—. He preparado la cena. De seguro tienes hambre. Heros percibió el olor de la comida. Además, que la mesa había sido decorada con una vela y flores. No recordaba la última vez que Lacey lo hubiera recibido de esta manera, de hecho, era la primera vez que lo hacía. —No tienes por qué molestarte —dijo Heros, con serenidad. Acomodó su portafolios en el sofá y fue al refrigerador, para beber un vaso de agua. —Lo hago por gusto —dijo Lacey, embelesada con el asombroso cambio de Heros. ¿Él era su prometido? Solo con verlo, sentía un ardor en su entrepierna, ya que desprendía un extraño aura que no le permitía quitarle los ojos de encima. Y, ¿cómo era que no se había dado cuenta de esa transformación tan drástica que había tenido? Ni que fuera ciega—. ¿Qué te pasó? —preguntó sin más, la curiosidad la mataba por dentro. —¿A qué te refieres? —preguntó él, sentándose en la silla y detallando la decoración. Sin duda alguna, ella hubiera hecho en el pasado, estaría muy emocionado y sería el hombre más feliz de la tierra. Sin embargo, ya no le causaba ni el más mínimo estimulo. Al contrario, no era de su agrado que lo hiciera, porque no quería rechazarla. —Te ves diferente. Más serio y bonito —dijo Lacey, acompañándolo. Sus mejillas se ruborizaron. No podía creer que aquel dios griego, hubiera sido el mismo niño que estuvo persiguiéndola desde su infancia, y ahora, era su prometido. —He hecho un poco de ejercicio —respondió Heros, observando a Lacey—. Eso fue todo. —Hace mucho que… —El celular de Lacey timbró, interrumpiéndola. —Responde —dijo Heros, colocándose de pie—. Iré a cambiarme. —Está bien —contestó Lacey. Salió del departamento y aceptó la llamada—. ¿Qué sucede, Danniel? —He comprado una costosa botella de vino y quisiera abrirla contigo —dijo una ronca voz masculina—. ¿Te espero, preciosa? Lacey miró la puerta y se quedó pensativa. Había estado distante con Heros y pronto se casarían, por lo que debían estar más juntos a partir en estos meses. Además, este nuevo Heros era más atractivo y bello que cualquier otro hombre que hubiera conocido, ni los modelos de revistas o actores de Hollywood podían comparársele. Si era con este Heros, se casaría con él y sería su mujer. —Lo siento, no podré. Estaré muy ocupada. Yo te aviso cuando esté libre —dijo Lacey, de forma cortante—. Chao. En esa noche, Lacey se mostró atenta y servicial con Heros, como jamás lo había sido. —Dijiste que querías hablar conmigo —dijo Heros, luego de haber terminado la comida. Insistió en lavar los platos, pero Lacey no lo dejó hacerlo. —Verás —comentó ella, quitándose los guantes de goma y se sentó en el sofá al lado de él—. ¿Cómo es que te convertiste en el asistente de mi jefa? Heros respondió, tal como había sido planeado, sin inmutarse al contestar. Se le había pegado la actitud seca de Hestia, para hablar. —Así que hasta ayer fue que me entere del nombre de la empresa. Solo fue cuando revisé la dirección que caí en cuenta de que era la misma donde trabajabas —dijo él, concluyendo su modificado argumento—. Y, de igual forma, olvidé comentártelo. —¿No le contaste que eres mi prometido? —preguntó, con curiosidad. Aunque conocía l respuesta, debía saber lo que había ocurrido. —No, por ley de las parejas. Era algo que no podía revelar en el primer día de trabajo. —Es mejor no hacerlo. Así, ninguno de los dos correrá el riesgo de ser despedido. —Sonrió con sinceridad. Ahora que caía en cuenta, nunca le había dado un beso de verdad a Heros, solo de media luna. —Sí así lo deseas —dijo Heros, detallando el extraño semblante de Lacey. Heros podía notar, que ella se sentía atraída por este nuevo hombre que veía, y lo miraba con unos ojos, que nunca antes le habían sido dedicados a su antiguo yo. Lo reconocía, así la miraba él desde su adolescencia. Lacey había sido su primer amor y su amor de la infancia. Pero, eso ya era cosa del pasado, porque había conocido a otra mujer, que le había robado el corazón. Nunca lo quiso, tampoco lo deseó, mucho menos lo imaginó, que podía tener una aventura con alguien más, con una distinguida y poderosa millonaria. Sin embargo, se había enamorado de Hestia Haller. Sus sentimientos habían cambiado y ya no quería, ni quería casarse con Lacey. Cerró sus parpados y recordó aquel momento, cuando había rechazado a Hestia. —No digas nada. Solo disfruta —dijo Hestia, acercando su rostro a la del joven. Se detuvo, al estar a pocos centímetros—. ¿No es la fantasía de los jóvenes hacerlo con una mujer mayor? —Heros sintió el aliento mentolado de Hestia. El sonido acentuado en francés, lento y refinado, era como el hermoso canto de una sirena, que encantaba a los marineros, para devorarlos sin piedad y consideración en el fondo del mar—. Yo cumpliré ese lujurioso deseo. Tú solo tienes que ser un niño bueno y portarte amable y complaciente. Así, también obtendrás más beneficios y ayudas para tu negocio. —Reposó su palmar diestro en la cálida mejilla del inocente e inexperto emprendedor, en temas de la pasión—. Fais-moi l'amour —susurró, con incitación—. Heros. —Puede ser la fantasía de los jóvenes. Pero no es la mía. Así que, declinaré su oferta —dijo Heros, traspasando a Hestia con su determinada expresión—. No sé por qué hace esto. Usted no parece ser de las que hace bromas. No estoy interesado en acostarme con nadie. Amo a Lacey, y no la traicionaré por un momento de excitación. Le agradezco por su propuesta de convenio laboral, pero también la rechazaré. Heros regresó al presente, mientras miraba hacia el techo. En aquella ocasión había manifestado sus sentimientos por Lacey. Entonces, ¿el amor podía morir y brotar por otra persona en cuestión de meses? No, ahora lo entendía, nunca llegó a amar a Lacey, solo le gustaba, porque desde niño siempre habían estado juntos. Sin embargo, Lacey nunca respondió sus sentimientos, ni se mostró interesado en él. En ningún momento lo vio, como el chico que le robara los suspiros. Justo como lo hacía en este preciso instante. A Lacey, en ningún momento había sentido nada por el antiguo Heros. No obstante, se mostraba embelesada, atenta y cariñosa con su nuevo yo. Ni siquiera sabía por qué Hestia le había hecho esa propuesta indecente, pero no era difícil deducir, que no era porque le gustara o le pareciera atractivo. Siempre se había preguntado por qué Hestia le había ofrecido que se acostara con ella. Había algo más, que se mantenía oculto, y que guardaba relación con Lacey; lo confirmó cuando recibió la llamada, para ir al despacho de Hestia. O, solo estaba pensado demás. Por otro lado, ya no era digno de estar con Lacey, porque la había engañado con otra. Sin duda alguna, ella se merecía a alguien mejor, que fuera capaz de amarla y de respetarla, no a un ser tan repugnante y desalmado como él, que, a pesar de estar sentada a su lado, sus pensamientos estaban con Hestia. Ya había dejado de ser un niño, y no cometería ese error de contraer matrimonio con una persona a la que no amaba, porque no era de su agrado hacerla sufrir de ninguna manera.
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