41. Rocío de miel

1369 Words
Los días pasaban y se convertían en semanas. Hestia y Heros detuvieron sus encuentros furtivos, sus besos y sus caricias, para actuar como dos desconocidos. —Señor Deale, cambie este informe —dijo Hestia, con voz severa y expresión despectiva hacia Heros—. Puede ser mejor. —Como ordene, señora Haller —contestó Heros, con su mirada baja. Así, con todos los empleados, la actitud frívola de Hestia se incrementó, pero era más estricto con Heros, por ser su asistente personal. En ese tiempo, Lacey dejó de verse y hablarse con su amante, y era más atento con Heros. Los dos asistieron a los cursos que debían que hacer como novios, para poder casarse. Quiso ir al gimnasio con él, por lo que cambio de sitio, para asistir con ella. Arreglaron los últimos detalles, preparaban su baile para el vals, la lista de los invitados y lo demás pendientes de la ceremonia del matrimonio, que se llevaría a cabo el veinticuatro de diciembre, para compartir noche buena, recién casados, y celebrar navidad como marido y mujer. Al menos, eso era lo que habían acordado al principio del año, cuando decidieron la fecha de la boda. Sin embargo, esos pensamientos solo seguían vigentes en Lacey, y mucho más después quedar embelesada con el drástico cambio físico y de carácter de Heros; ahora, era el hombre de sus sueños. Entonces, llegó octubre, el mes de Hallowen, de las brujas, monstruos y otras criaturas, por lo que Lacey estaba emocionada de salir con Heros a una maravillosa velada, con sus disfraces, y solo restaban dos meses para la boda. Estaba emocionada y dichosa, por como marchaban las cosas; no podía ser más perfectas. Hestia estaba sentada en su acolchada silla de oficina. Tecleaba en su computadora nada más con su mano zurda, ya que, con la derecha, se frotaba su parte blanda, la cual se notaba humedecida. Había dejado pasar un tiempo muerto, para que todo fluyera con normalidad. Sin embargo, su libido estaba fuero de control. Se había aguantado sus ganas de hacer el amor con Heros, así como masturbarse, tal como se lo había sugerido a él, para que cuando al fin pudieran hacerlo de nuevo, fuero un tsunami de emociones. Su sensibilidad había aumentado a un punto en el que no había estado antes. Metió sus dedos por debajo de su braga y suspiró con pesadez al introducirlos con cuidado en su lubricada humanidad. Necesitaba que Heros la empotrara contra la pared y la tratara con rudeza. Deseaba que ese lindo muchacho estuviera dentro de ella, ensanchándola con la gran dote que tenía entre las piernas. Sus mejillas se habían encolerizado. Cada vez que lo veía, cuando escuchaba su voz, ansiaba estar con él. Antes de dormir, lo único que estaba en sus pensamientos era Heros Deale. No podía creer que un simple chico la hiciera enloquecer tanto, tanto cuando estaban juntos en la cama, e incluso, en la distancia, sin hablarse ni tocarse. Al principio se había obsesionado con tenerlo, por haberse resistido a sus encantos. Ahora, él era el que podía calmar este fuego que quemaba a su alma y no lo podía dejar concentrarse en ninguna de sus actividades. Su plan ya estaba en la fase final, y el momento cumbre pronto llegaría, por lo que el dead time, ya había culminado. Pronto sería la hora de la salida, y su apetito se había disparado. Aunque, para la cena, solo deseaba un plato para comer, o más bien, ansiaba ser comida. Alzó su teléfono y le marcó a su atractivo asistente, temblorosa. —Buenos tardes, señora Haller —respondió Heros, con neutralidad—. ¿En qué puedo ayudarla? —Ven… a mi despacho —dijo ella, con su voz entrecortada—. Hay algo que quiero que hagas. Heros notó el cambio en el tono de Hestia. Parecía cansada. Agarró su tableta y se puso de pie, para acceder a la gran oficina. Al entrar, divisó Hestia, que lo miraba con fijeza desde la lejanía. Notaba el movimiento que realizaba con el brazo, pero que el escritorio de madera pulida de tono ébano, no le permitía expiar con claridad. Era claro lo que le estaba dando a entender. A de decir verdad, ya tampoco podía controlar sus ganas de hacerla su mujer y embestirla como un animal salvaje. Su entrepierna se endureció mientras caminaba. Su dureza le dolía al no poder calmar su agonía de sumergirse en los reconfortantes pliegues de su amante. —Dime, que me has llamado para ello —dijo Heros, rodeando la moderna mesa. Se acercó a la silla y la giró hacia él, para descubrir lo que su diosa estaba haciendo detrás de ese lujoso escritorio. —Tengo… una comezón aquí… en este lugar —dijo Hestia, con dificultad. La excitación que tenía era tanta, que su razón estaba haciendo nublada por su lujuria. Su falda estaba recogida, hasta por su cintura, y su braga estaba mojada en la parte baja. Cada parte de su atuendo y su lencería era oscura, así como las medias veladas eróticas le llegaban hasta sus muslos, pero dejaban una parte su cubrir. Heros apreció cada pequeño detalle de la vista que apreciaba. Había podido aguantarse el tiempo que estuvieron separados. Al ser llamado por ella y encontrarla de esta manera, despertó en su alma, aquel fuego que se había manifestado en la habitación de la mansión de la fiesta de antifaces. Además, el mensaje era claro y contundente. Sus ojos azules, así como los de Hestia estaban centelleando con fulgor. Sus cuerpos se llamaban y deseaban. En el receso que habían acordado, había sido una dolorosa tortura. Sin embargo, la espera había terminado. Aflojó la elegante corbata en su cuello, agarró un pañuelo de su bolsillo y se quitó el saco para dejarlo sobre el escritorio y se remangó la camisa. Se puso de rodillas y acomodó la prenda en el piso. Era un gusto devolverle la bienvenida que le había preparado su jefa, para poder compensarla. La sujetó por los pies y le separó más las piernas. Recorrió con sus palmares las extremidades, pasó las rodillas y llegó hasta los gruesos muslos de su señora. Apretó su agarre, haciendo que Hestia a la más mínima fuerza. Había sido instruido por ella misma, era su maestra, y por eso podía leer los gestos y reacciones que hacía. Era su nuevo don, leer a su diosa, para saber cómo y dónde tocarla, para complacerla. Le empezó a dar lentos y cálidos besos cerca a la intimidad. Aunque, no estaban en un sitio seguro y el tiempo que tenían para terminar no era mucho, pero eso era lo que lo hacía más emocionante y estimulante. Deslizó los pantis de Hestia y se le quitó toda al llegar a los tacones de aguja. El maravilloso paisaje, pintado de colores blancos y rosados, se volvían a revelar ante sus ojos mortales. Contemplaba sin pudor la divinidad de su diosa en su absoluto esplendor. Los turgentes labios estaban ruborizados y húmedos, que brotaban del interior de la deidad. Había esperado tanto para esto, que unió su boca directo a la delicada fuente, para beber el delicioso rocío de miel. Hestia gimió de manera controlada. Sintió un escalofrío y su cuerpo tembló de felicidad al ser devorada por su león feroz. Lo había encontrado siendo un lindo, tierno y manso conejito. Pero, lo había moldeado a su imagen y semejanza, así como lo dictaban las escrituras sagradas. No podía contener el gesto de alegría en su cara, que se manifestaba con singular expresión; por primera vez en muchos años, volvió sonreír de manera genuina, mostrando su perfecta dentadura blanca. Entonces, se percató de lo que había provocado las caricias de Heros, y quiso borrarla de su precioso rostro. Aunque, no pudo hacerlo al ser estimulada en un punto más sensible. No quería aceptarlo y se negaba a la idea. Sin embargo, ya era imposible controlarlo, ese niño la hacía delirar de placer. Sí, Heros la tenía justo en las palmas de las manos, para que hiciera a voluntad todo lo que él quisiera con ella. Había caído rendida ante la espada del héroe, que la había atravesado sin piedad.

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