39. Peligrosa recompensa

1638 Words
Hestia alzó su dedo índice, provocando que Lacey se quedara callada con simple movimiento. Ya la tenía acorralada, y era el momento justo, para devolver la esperanza, de que todavía no había sido descubierta. —Ha llegado varios minutos tarde. La impuntualidad no es bien recibida en mi empresa, y menos en la sección administrativa —dijo Hestia, con seriedad y rudeza—. Espero que no vuelva a ocurrir, porque el castigo podría ser severo. Lacey sintió como si una pesada carga hubiera sido quitada de sus hombros. El drama y el susto que había tenido, y por el casi muer, era por haber llegado tarde a la aburrida empresa de la bruja de pelo de antorcha. Empezó a reír en sus adentros, se burlaba de Hestia. Solo le faltaba hablar con Heros, y todo lo volvería a tener bajo control. La suerte siempre estaba de su lado. Era un don divino haber nacido con tanta fortuna, que la hacía triunfar, para poder darse sus lujos. Agachó la cabeza en un acto de falsa sumisión, luego de haber salido sin nada que perder ante lo que había llegado a pensar era el final de su mentira. —Me disculpo por eso. Le prometo que no volverá a suceder, señora Haller —dijo ella, con voz apurada y sentida. —No te disculpes, mejora —dijo Hestia, inclinando su cabeza hacia atrás. En este preciso instante, había comenzado la caída de las mentiras que había creado. El castigo que había encaminado a su venganza, ya estaba en el último tramo del camino, por lo que solo faltaba esperar a que llegara el gran día en que todo explotaría y el fantástico cuento de hadas tendrían su bello final. —Me esforzaré, para compensar mi falta. —Otro asunto —dijo Hestia. No solo le devolvería la confianza, también la premiaría. Las personas se sentían satisfechas, cuando les daban más de lo que esperaba, y haría que su secretaría pasara del infierno al cielo, en cuestión de segundos. Así, toda sospecha y la guardia, se derrumbaría. Estaba por pasar a su movimiento final, y estos pequeños detalles, eran los que luego explotarían como una supernova—. Desde mañana, el cincuenta por ciento de tus tareas serán asignadas a Heros Deale. No te preocupes por tu salario, seguirá siendo el mismo. Además, así tendrás más tiempo para dedicarte al asunto de tu boda. Desde hoy te digo, que no podré asistir. Lacey hizo una reverencia, por poco, y le da un infarto de la felicidad al oír tan maravillosas palabras. En el día que lo iba a perder todo, terminó obteniendo menos trabajo y la confirmación de lo que había imaginado desde el inicio. La cansada anciana, ya no tenía fuerzas para ir a fiestas. —No se preocupe, señora Haller. Yo, mejor que nadie sé que es una mujer muy ocupada —dijo ella, conteniendo la alegría que invadía sus venas—. Gracias. —Se quedó observando el limpio rostro Hestia. A pesar de que le decía abuela y bruja, solo porque la detestaba, la verdad era que, ella se veía más joven y con el cutis perfecto y blanco, como de muñeca de porcelana. Aprovecharía la oportunidad, para obtener el nombre del cosmético que ella se echaba para lucir de esa forma tan celestial—. Disculpe, señora Haller, ¿qué crema usa? Es que usted se ve más joven y hermosa. Hestia mantuvo su malvada sonrisa a raya. Su nuevo tratamiento era el dulce néctar de Heros, que se regaba en sus pechos y en su cara, cuando lo hacía llegar al orgasmo. Ya no solo empleaba juguetes de silicona, sino que, obtenía la miel de su lindo chico, por lo que era normal que rejuveneciera. Después de todo, estaba tomado un exquisito colágeno. Así que, le mintió y le dijo el nombre de una crema que había utilizado, pero que no comparaba en lo más mínimo al jugo que le ofrecía su bello héroe. Lacey abandonó la oficina, contenta como había resultado las cosas, hasta podía bailar, cantar y saltar en una sola pierna. La vieja, había resultado más ingenua y estúpida de lo que creía, y hasta le había dado el nombre del cosmético que la hacía lucir así de bien. Miró, con cautela a Heros, le dedicó una sonrisa pícara y se regresó a su puesto. Entonces le escribió, que hablaría cuando llegaran al departamento, puesto que ya no tenía prisa. Heros estaba sentado en su silla, cuando vio salir a Lacey del despacho de Hestia. Estaba más relajada y tranquila, ya no se notaba asustada. ¿Qué era lo que había pasado? Después recibió el mensaje de parte de su prometide. Suspendió su móvil y lo acomodó en su escritorio. ¿Debería sentirse asustado por qué su novia y su amante estaban tan cerca y los tres convivían en un mismo lugar? Además que, eran jefa y secretaria, y él, el asistente. ¿Qué clase de enredo romántico era ese? Sin mencionar que, no le gustaban los triángulos amorosos. Se dispuso a hacer su trabajo. Era en lo único en lo que podía ocuparse, y lo haría de la mejor manera posible. Empezó a trabajar en su computadora, organizando la nueva agenda de Hestia. Los minutos pasaban, mientras sus dedos oprimían las teclas, en lo que parecía un veloz baile. Envió los archivos a su tableta y avisó a su jefa por teléfono. Al mirar la hora en su reloj, se percató de que pronto sería el receso para el almuerzo. —He preparado su horario, con la información que me había facilitado —dijo Heros, con formalidad—. Aquí tiene, señora Haller. Hestia observó sin inmutarse la actitud de Heros. Eso lo hacía un amante tan perfecto, al no tener que estar sacándoselo de encima. No era impulsivo, ni tonto. Ambos sabían lo que tenían que hacer en el momento preciso. Sin duda alguna, le encantaba todo de ese chico, que pesar de ser más joven, se comportaba como un auténtico señor. —Adelanta la reunión del martes y prepara una presentación de la finanza del último mes —dijo Hestia, sin siquiera mirarlo. Eran almas gemelas, que congeniaban en cualquier cosa; tanto en sus gustos, ideales, en el trabajo y en la cama. Estaban hechos el uno para el otro—. Eso es todo. —Le devolvió la tableta y se levantó de su silla—. Prepara mi auto. Iré al restaurante. —Se puso su abrigo y agarró su bolso, para luego encarara su bello asistente. —Ya lo he hecho —respondió Heros, intercambiando miradas con Hestia. No tenía necesidad de hablar con palabras, porque sus ojos expresaban su sentir. Heros recordaba que, al darse el beso en su bienvenida, se habían pintado los suyos. Eso no le molestaba, pero podrían descubrirlos por una pequeñez como esa. El ambiente se tornó pesado, pero era por la impotencia de poder saltar a los brazos del otro y fundirse en calor que tanto les gustaba. La tensión se podía parpar en el aire, como dos bestias que estaban tan cerca, pero que no podían dar comienzo a una contienda furtiva y salvaje, que terminaría por destrozar la oficina. —No puedes comer conmigo. Eso es una lástima —dijo Hestia, alzando sus manos y rozando con la yema de su pulgar los labios de Heros—. Me alegro de haberme encontrado contigo aquel día. Tú, eres un hombre maravilloso. Heros sintió ardor en torso por la confesión de Hestia. Entendía su lugar y el tipo de relación que tenían. Pero, no podía detener sus tontos pensamientos, de poder algún día poder tener más que una aventura, y no solo ser amantes. Aunque, en ese momento estuviera muy lejos, y era casi improbable. Apretó los puños y dio un paso hacia adelante. No podían darse un beso pasional, pero al menos, ya no se quedaría con las ganas de sentirla. La sostuvo por las mejillas y le dio un cálido y genuino beso en la frente. Hestia experimentó una descarga eléctrica en sus brazos y un hormigueo en su abdomen. Entonces, su corazón le golpeo el pecho, como nunca antes lo había hecho. Una desconocida emoción le abrigaba todo el cuerpo. Se sentía protegida y segura, como si al fin pudiera descansar. Había encontrado a alguien en quien podía confiar. Un hombre en el que jamás la traicionaría y que haría todo por ella. Pero, que, al principio, se había resistido a sus encantos y que la había desafiado. La lealtad de Heros era completa e inquebrantable. Heros caminaba detrás de Hestia, mientras ella avanzaba con elegancia hacia el ascensor. La semana pasada se habían escapado y se mantenían ocultos. Pero, en un parpadeo, estaban a la vista de todos, sin que ni ninguno se llegara a imaginar lo que habían hecho en la intimidad de cuatro paredes. En el arte de la guerra, la mejor defensa era al ataque. Ahora, cualquier sospecha y posibilidad de que fueran vistos como amantes, se había reducido a cero. El tiempo parecía transcurrir en cámara lenta, mientras el sonido de sus pasos resonaba, debido al silencio que se había provocado. Los empleados se apartaban y se inclinaban ante Hestia. El poder de su diosa se manifestaba ante la multitud que los observaba, postrándose ante la mujer que era dueña de todo. No sabía por qué motivo, pero se sentía emocionado. Las ganas de ir más lejos con Hestia, se habían incrementado. Sin embargo, eso solo pasaría cuando estuvieran en un lugar adecuado para poder entregarse a la pasión que incendiaba a sus almas. Al llegar al auto, le abrió la puerta e hizo una reverencia, para despedir a la mujer que le había hechizado el corazón, a la jefa.
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