Capítulo 4

1933 Words
—¡Grata alegria, me ha dado al encontrarme...— Exclamó Lawrence, escudándose detrás de una sonrisa que aparentaba seguridad en si mismo —... Aunque, debo confesar que siento pena por el hecho de no haber sido yo quien la haya encontrado, mi bella señora... Lorette podía notar a la perfección que él, por más seguro que se encontraba, solo hablaba con una armadura de cortesia puesta. Supuso que, siendo él, el hijo de un gran aristócrata, esa actitud seria más que habitual en momentos como ese. Ser consciente de esas diferencias, la desilusionaba un poco ¡Cuanto hubiera dado ella porque, él, la abrazase en ese momento! Se lo admitía, irónica como era, después de aquel sueño y trás haber escuchado los consejos de su hermana escritos en las runas, ella se habría atrevido a esperar otro tipo de recibimiento por su parte. «¡Ama eres cuando el niño mama! Después, no ama ni nada... ¡Qué triste realidad es esa! ¿Será que los payos no saben lo que es amar?¿Será que lo he desilusionado con mi baja estatura?¡Jum! “mi bella señora” ¡Hipócrita! Sorprende que sean tan frívolos...» Se quejó en su mente ocultando todo eso detrás de una tímida sonrisa de niña buena e indefensa. Una bella máscara que le servía a la perfección para observar todo sin levantar sospechas. A fin de cuentas¿Quién en su sano juicio sospecharía de una dulce jovencita como ella? Que Lorette supiera, nadie y menos creía que lo haría ese hombre que, pese a su cortesía distante, mostraba cierto interés en ella. Pero, bueno, Lorette era completamente ajena a lo que pasaba por la cabeza de ese hombre que le sonreía en silencio. Quizás, de haberlo sabido, no lo habría juzgado tan mal en ese primer encuentro. Mientras tanto, por parte de Lawrence, la cantidad de emociones encontradas que sentía en su interior. No queria admitirselo, pero se sentia nervioso, las encías le vibraban, cual lobo apunto de dar una dentellada a su presa. Al fin estaba a su lado y podía tocarla y, lo mejor de todo eso, él no había hecho nada para que eso ocurriera. Todo parecía un regalo del cielo. Quizás, por eso tenía miedo. Al fin y al cabo ¿Cuando había sido la última vez que algo que él quisiera con ansías le fuera a ocurrir con tanta facilidad? «¡Nunca! Y menos que esto sea gracias a mi padre...» Se tuvo que reconocer, aunque no lo quisiera, todo ese asunto era algo que, a él, no le dejaba de parecer sospechoso. Tenía que averiguar qué ocurría realmente y, de ser posible, sin mirar la carta que su padre le había enviado. Estaba seguro que esa misiva no le diría nada y, lo que era peor, lo poco que leería allí, no le agradaría en lo más mínimo. De modo que, lo mejor sería hablar con ella. Así pues, se aclaró la garganta, sintiendo como esta estaba seca por la ansiedad que lo consumía. «¿Mariposas en el estómago le dicen? ¡Je! Yo, más bien, diría que esas mariposas están haciendo una batalla campal en mi estómago... Aunque estoy seguro que ella no lo ve.» Se mofó de sí mismo, ocultando la gracia que le producía estar tan acostumbrado a fingir calma y desdén que nadie que no lo conociera sabría lo que en su interior gestaba. Estiró la mano hacia ella, con galantería. —¿Gustaría, usted, acompañarme y tomar asiento junto al fuego?— preguntó con voz suave. Vió como ella se tomaba un momento para dirigir sus ojos hacia la mano que él le ofrecía, como si estuviera dudando de aceptarla. Por alguna razón, él, comenzó a sentir cierto temor a ese posible rechazo que le cerraba la garganta. Pero, pudo respirar tranquilo al ver que ella estiraba el brazo y lo aceptaba sin galantería alguna. Lawrence notó esa pequeña mano sobre la suya. Una mano blanca como el marfil que demostraba muy bien la tensión que su dueña sentía. Sonrió internamente. Si algo debía de agradecer, era que ella estaba igual o más nerviosa que él y, para su fortuna, no lo disimulaba muy bien. La voz apenas le salió al dar su aprobación ante aquel ofrecimiento mientras se dejaba guiar con torpeza hacia los sillones de orejas tapizados en terciopelo verde musgo. Ya en los sillones, luego de haberla soltado, Lawrense, podia sentir como la mano de aquella muchacha temblaba o se estremecía al rozar la suya, por casualidad. Como un animal acorralado. «Tiene miedo» Reconoció, con cierto pesar, sintiendo la necesidad de hacer algo para aplacar el malestar de ella. Había veces que, podía llegar a tomarse muy a pecho ese asunto de esforzarse para no ser rechazado por una mujer. Claro estaba, que eso solo ocurría cuando dicha dama era de su completo interés. Como ocurría en ese momento. De pronto, algo se le ocurrió. Un pequeño truco que su madre le había enseñado para canalizar sus propias energías e influir con ellas en el ambiente. Un pequeño y simple hechizo que, cuando era un niño travieso, lo usaba solo para para molestar a sus hermanos. Por ese motivo, su madre, al enterarse de sus travesuras, le había prohibido volver a usarlo y, para serciorarse de que él cumpliera con sus órdenes, lo había obligado a jurar que jamás lo volvería a hacer. A menos que, el motivo, fuera altruista. Pero él ya no era un niño travieso, él era un hombre que solo tenía en mente calmar los ánimos en aquella velada. Por esa razón, llevado por el impulso, volvió a tomar la mano de Lorette, sorprendiéndola. Lawrence podía intuir que ella no estaba familiarizada con la magia. No era una sorpresa para él, pues no todos los gitanos eran brujos o tenían el "Don". Incluso, se atrevía a suponer que esa mirada recelosa en esos ojos verdes no era otra cosa que el pensamiento de dudar de la cordura de su acompañante. «En su propia defensa, mangue gachi e lamma, debo reconocer que, hasta yo creo seguir un poco charlao. Por no decir que, en ocasiones, ese poco, es mucho...» Se burló internamente de ambos sonriendo un tanto travieso. Aunque sabía que lo mejor sería soltarla y actuar de una forma más "normal", no lo hizo, en cambio, simplemente cerró sus ojos un breve instante y, llenándose los pulmones de aire, intentó canalizar sus emociones para tranquilizarse. Lawrence solo intentaba con todas sus fuerzas transmitirle a ella algo similar a la calma que debería tener él. Pero, que sabía muy bien que, no la tenía. Suspiró, pausadamente, sintiendo el lugar menos tenso y sobre todo, sintiendo como la mano que sostenia con delicadeza dejaba de temblar. Con suavidad, abrió sus ojos observandola de soslayo. Incluso él tenía que reconocer que ese hechizo había hecho efecto en sus propias emociones. Le volvió a sonrió, tratando de dar el efecto de tranquilidad deseada. Preguntándose qué sería lo que ella estuviera pensando en ese momento. Por su parte, Lorette, solo se sorprendía por el hechizo. A decir verdad, nunca en su corta vida había conocido a un mestizo que pudiera hacer aquello. Al contrario, según Xamara, su hermana antes que Alelí, los mestizos y los payos no poseían el "Don". «¿Acaso este hombre sabe más de lo que le corresponde a un payo?¿En serio no es un Cale Bari de pura rati cali?» Observó sin quitarle la mirada de encima. Estaba bien segura que Xamara no se equivocaba, los payos y los mestizos no tenían esa fuerza de energía como la que él demostraba tener. Era extraño todo ese asunto, pues, hasta lo que sabía, ese hombre no era un "calorro" como tal. Quizás, debería sentir rechazo por él, pero, ocurrió lo contrario. Sentía mucha curiosidad por conocerlo mejor. Más curiosidad de la que había tenido en todos esos meses en los que había soñado con él. «Además... No está nada mal como esposo... Aunque sea un poco extravagante, tiene su encanto...» Admitió con descaro, ocultando esos pensamientos un tanto bochornosos trás su papel de jovencita tímida. Sí, tenía que reconocer que ese hombre era muy atractivo. Incluso más de lo que habían sido todos esos posibles pretendientes que la habían acechado. Escuchó como él se aclaraba la garganta, sacándola de sus fantasias. —Pues, bien, volviendo a lo nuestro...— tomó la palabra en un leve susurro, con toda naturalidad. —¿A qué debo el honor de esta grata visita? Aunque Lorette parecía estar más tranquila, a él le daba la impresión que no salia de su asombro. Al menos , eso, lo hacia pensar al ver sus bellos ojos, llenos de sorpresa y aquellos apetitosos labios entre abiertos. Vio como ella apartaba la vista, un tanto nerviosa. Lawrence sonrió enternecido por esa reacción tan inocente. Pero no dijo nada. En cambio , prefirió darle el tiempo que quisiera tomarse para hablar y, así, seguir deleitándose con su etérea figura. «¡Cielo Santo! en persona es más hermosa...» Pensó, idiotizado por aquellas expresiones de fragilidad que ella demostraba. Enternecía ver la actitud que demostraba completa inexperiencia en ella. Por un instante deseó abrazarla y besarla, pero se abofeteó internamente ante aquella idea. «No seas idiota...» Se reprochó con dureza. Aunque la desease, tenía el deber de respetarla. Al menos eso era lo que sabía que debía hacer, si es que quería tener una mínima posibilidad de caerle bien a ella. —No me ha dicho su nombre...— reprochó Lorette con aparente timidez, sacándolo de sus pensamientos. Al escucharla, Lawrence no pudo evitar sonreír divertido. Pensar en un detalle tan insignificante justo en un momento como ese, solo le demostraba lo inocente que podía llegar a ser. Aunque, en amén a la verdad, Lorette tenía razón, él no le había podido decir su nombre. — ¡Oh! Es verdad.— exclamó para luego sonreír, aparentando sentirse avergonzado para ocultar lo mucho que le divertía ese pequeño detalle — ... Me disculpo por eso, pues, mi suerte ingrata, quiso que me despertara en el momento justo en que lo iba a decir... Hizo una pequeña pausa, para inclinarse hacia ella y besar su mano con galantería. Lorette sintió como a su pequeño corazón se le olvidaba de latir por un breve instante al ver como ese hombre posaba los labios sobre sus delicados nudillos sin dejar de observarla de frente con un brillo sugerente en sus ojos azul cielo. —Permítame presentarme como es debido, mangue gachi e lamma...— susurró con medía sonrisa en los labios a la vez que se incorporaba sin apartar la vista de ella — Tengo el honor de llamarme Lawrence Eithan Armstrong. Abochornada, Lorette se quedó sin palabras. De modo que solo pudo musitar un leve sonido de asentimiento para luego apartar la vista dirigiéndola hacía la luna que se recortaba a través del cristal del ventanal que tenía a escasos pasos. De esta forma, ella, prefirió volver a su tímido silencio. Aunque, en esa ocasión, no era fingido. En amén a la verdad, Lorette, no estaba acostumbrada a ese tipo de tratos tan dignos de la alta sociedad. De modo que no sabía qué hacer como respuesta. Lawrence, por su parte, la acompañó en su silencio, observando también la luna desde el ventanal. Sabía que, en parte, ambos seguían nerviosos. Por ese motivo, intuía que no era el momento propicio para hablar. Menos para él, quien reconocía ser muy malo para iniciar una conversación interesante.
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