Capítulo 3

1451 Words
Cuando hubo estado a solas, a la hora de la cena, entre papeles y platos con comida casi fria, casi sin tocar. Sin poder concentrarse en su trabajo, Lawrence, se dedicó a darle vueltas a ese sueño tan aterrador que su hermana le había narrado ese mismo día en la mañana. No había dudas de que todo eso era una simple advertencia de lo que se le avecinaba en un futuro muy cercano. Su hermana no lo sabía y, por su bien, esperaba que jamás lo supiera. Pero, lo cierto era que, así como él, ella también poseía grandes aptitudes para la magia y el mundo místico. Aptitudes que debían agradecer a su sangre gitana por parte de su madre. Aunque, para la mayoría de la familia Armstrong, ese lazo, era un vergonzoso secreto que insistían en ocultar ante los ojos de esa sociedad aristocrática. Lawrence puso los ojos en blanco, para luego picar fastidiado la comida con el tenedor. Lo cierto era que no tenía hambre, a menudo, el trabajo y ser consiente de la vida hipócrita a la que se veía obligado a vivir, le quitaban el apetito. —¡Ya quisiera yo poder escapar de este lugar!— refunfuñó dejando el tenedor a un lado. Miró a sus lados. Tenía la impresión que las paredes se cerraban en torno a él. Inconscientemente, se abrazó a sí mismo, sintiendo que el aire no llegaba a sus pulmones. A menudo, se sentía así. Encerrado dentro de una jaula de oro macizo y de la mejor calidad. Pero, jaula al fin. Odiaba su vida, no lo pensaba negar. Odiaba con toda su alma todas esas malditas obligaciones que tenía que cumplir. Maldecia todos los días esa ingrata suerte que tuvo al nacer cinco malditos minutos antes que su hermano gemelo. Receloso, observó los papeles de ese estúpido negocio que su padre lo obligaba a administrar. Odiaba su propia eficiencia en los negocios y su personalidad práctica que lo hacía el blanco de todas las ideas absurdas que su progenitor lo hacía participe. —Para estas cosas... Tal parece que no estoy mal de la cabeza...¿No es así, padre?— le dijo con desprecio, arrugandole la nariz a la nada de la habitación. Su mente volvió a ese sueño que tuvo en la noche anterior. Como si estuviera buscando un mínimo refugio a sus pensamientos negativos. Un poco de calma y calor entre tanto caos gélido. Recordó los labios suaves y húmedos de Lorette y su mano se posó en sus propios labios. Ganas no le faltaban para buscarla. Se lo admitía, en ese momento, ella era como una especie de sirena que lo hechizaba con su esbelta figura y le daba algo remotamente similar a la calma. Ella era gitana, como él. Quizás era por eso que él comenzaba a sentir la urgencia de correr a su encuentro. A fin de cuentas ¿Acaso no decia el dicho "la sangre es más fuerte que el agua"? Uno siempre volvía a sus raíces y de eso, a esa altura de su vida, a Lawrence, no le cabian dudas de que fuera real. Pero no se engañaba, por desgracia, era muy poco probable que ese hermoso sueño se hiciera realidad. Al fin y al cabo, el amor y la felicidad, jamás serían amigos de la tranquilidad. Él solo quería vivir tranquilo, bajo ningún motivo pensaba generarse más problemas de los que ya tenía. Oh, bueno, al menos eso era lo que él se aferraba a pensar. Pues, en amén a la verdad, había muchas cosas que no se le escapaban. La primera, era que, como ya había dicho anteriormente, Lorette, más que seguro, ya estaría comprometida y, cuando eso ocurría¿Quién diablos le daría la oportunidad a un mestizo como él, de tomar a una gitana como ella por esposa? Eso sin mencionar que, el principal problema no se encontraba en esos detalles, pues, dinero y estabilidad económica no le faltaba. Al fin y al cabo, él era el mismísimo heredero de una familia de añejo abolengo muy importante en la sociedad aristocrática de ese país. No, el problema era otro y, quizás, más importante que el solo hecho de reclamar a la mujer que se le antojase. «Si ella viene conmigo ¿Cómo puedo yo asegurarme que ella será feliz aquí? Si ni yo mismo lo soy... Como nunca lo fue mi madre...» Por desgracia, era un hecho, para él que, pese al amor que su madre, en vida, le había profesado a su padre, ella, jamás había encontrado la felicidad en esa horrible jaula de oro que simbolizaba la alta sociedad. No se hacía ilusiones, sabía que ese sería el destino al que estaría condenado a vivir y, eso, no quería que ella lo pasase también. Aun así, su maldita mente obsesiva no parecía querer resignarse a la idea de perderla sin antes buscarla. Quizás, fue por eso que, de repente, sus ojos se abrieron con sorpresa, como si acabara de recordar algo muy importante. Su hermana le había dicho que lo veía feliz en el sueño, pese a estar sangrando. La sangre, indicaba conflictos, esa había sido la primer interpretación que le dió. No obstante, en ese momento, hubo algo más que su mente recordaba: «Pacto... la sangre no solo implica conflictos y dificultades, implica lo que es, sangre... nuestra unión, es un pacto de sangre... pero ¿cuál pacto?» Se indagó a si mismo, sin dejar de pensar en todo. Esos sueños, no eran una conexión casual, eso ya lo sabia, todo lo demás, daba paso a tantas preguntas que él se sentía mareado y al borde de un abismo insondable. Apartó la vista del plato, sintiendo asco. Por un breve instante, tuvo miedo de caer a ese vacío. Pero aquel miedo cedió paso a la curiosidad. «Boda...» Pensó, sonriendo con la satisfacción de un idiota, olvidándose de sus miedos iniciales y anteponiendo sus anhelos principales. Una boda en un sueño implicaba una relación, significaba que la conocería, eso seria pronto. Por un momento aquellas dudas le valieron nada ante la perspectiva de tenerla a su lado. «Pues bien, si así ha de ser la cuestión... Más me vale apurarme.» Se dijo, viendo la luna llena mostrarse tímida en el gran ventanal de su oficina. Unos golpes suaves en la puerta lo devolvieron a la realidad, seguidos por el ruido de la cerradura al abrirse. Mary, su vieja ama de llaves estaba de pie junto a la puerta, a su lado, se encontraba una jovencita de aspecto delgado y menudo. Su rostro no lo podia divisar, llevaba una capa de armiño con la capucha levantada. —¿Qué ocurre?— preguntó Lawrence, con más curiosidad de la que exigia el protocolo de buenas y malditas costumbres de los grandes señores. La anciana criada dio una leve reverencia adelantándose para entregarle una carta. Él observó el lacre con el sello de su padre en ella. Puso los ojos en blanco, aquello no le daba buena espina. Hizo una mueca de disgusto, pero agradeció que le llevaran aquella misiva. — ¿Han preparado ya su habitación? — prefirió indagar, toda cortesía. Se dió por satisfecho de saber que Mary ya se había ocupado de aquello y finalizó aquella breve situación dando la orden de que a la joven se le sirviera algo para comer y beber, puesto que era su invitada. Cuando hubieron estado a solas, le sonrió con galantería y se levantó de su silla para hacer una leve reverencia en lo que le besaba el dorso de la mano. —Bienvenida a mi humilde hogar ¿en que puedo servirle?— dijo a modo de saludo. La joven tituveó un momento, se bajó la capucha y lo miró a los ojos. Lawrense la observó atónito, tensando su mandíbula en una expresión desencajada. «¡Oh!¡Aliento de Satanás!» Maldijo en su interior. La joven tenia una larga melena de risos blancos, que la luz de la habitación sacaba destellos plateados. Su labios pequeños y redondeados eran de un tono similar a las rosas rococó rosadas del gran jardín. Aquella nariz, aquel mentón, todo era conocido para él. Sobre todo aquellos grandes ojos verde esmeralda. Sintió como si el corazón se le diera vuelta al darse cuenta de la situación. Bajó su mirada a los pies de ella y se mordió el labio inferior. Se sentia desarmado ante aquella joven de cabello de plata. —Lorette...— susurró quedamente, no era una pregunta, sabia la respuesta. Alzando la vista a ella, con actitud sobrante añadió en una sonrisa ladina. — Que grata sorpresa me das. Me has encontrado antes que yo a ti, mi hermosa señora.
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