Capítulo 5

2046 Words
Se quedaron en silencio, por largo rato, cada uno metido en sus propios pensamientos. Para él, era mejor así. No se sentía capaz de generar una conversación interesante que a la vez, pudiera resultar natural. ¿De qué podría hablar?¿De su aburrido día a día, encerrado en esas cuatro paredes tapado hasta el cuello de papeles con los datos numéricos de los negocios de su padre? Dudaba mucho que eso le fuera a interesar ¿De sus sentimientos pasionales descubiertos a lo largo de esos meses de verla en sueños? No estaba seguro que eso fuera prudente. A decir verdad, él podía ser una persona muy apasionada si se dejaba llevar por sus emociones y, eso, siempre le jugaba en contra. Por eso, prefería mantener esa distancia, al menos de momento, mientras buscaba la manera para que ella se sintiera cómoda a su lado. Todavía no tenía interés en leer esa carta. Intuía que, las palabras que vería impresas en el papel, no le gustarían en absoluto. Además ¿Para qué romper con esa pequeña burbuja que ambos habían creado? Él no sabía muy bien cómo llegaron a eso. Pero ahí estaban, observando la luna, en silencio, con las manos entrelazadas, como dos viejos amantes que disfrutaban de un momento de calma después de un largo día de trabajo. «Todo esto, me sigue pareciendo un sueño... Tan onírico que asusta...» Reconoció a la vez que la observaba de soslayo. Desde su etérea presencia de sirena hasta el mero hecho de verla a su lado. Todo parecía un sueño, tan frágil que daba la impresión de romperse de un momento a otro. Vio como ella lo observaba, por un breve instante. El asomo de una sonrisa se dibujó en sus labios. Una sonrisa tímida que a él se le antojaba insinuante. Sin darse cuenta, le llevó la mano libre a la cara, acariciando con la yema de los dedos su mejilla sonrojada. Quería besarla, tan solo eso deseaba permitirse. La miró de frente, como pidiendo permiso. En esos ojos verdes, creyó notar el beneplácito que buscaba, aunque también pudo ver algo más, similar al miedo. Supuso que ese brillo de duda en las esmeraldas de sus ojos, no era otra cosa que la inexperiencia que ella poseía. De modo que le dedicó una media sonrisa y se acercó a su rostro procurando ser lo más cuidadoso posible. No quería asustarla. Sus labios se rozaron, con mucha suavidad. Pudo sentirla estremecerse entre sus manos. Que tenía miedo, saltaba a la vista. Aun así, Lorette no se apartó de él. Dejó que la besara, saboreando ese delicado beso con ansias. Aunque le supiera a poco y deseaba más, disfrutó de esos labios gentiles que la reclamaban. Tímidamente, dejó que sus propias manos se posaran en ese pecho amplio que se dejaba entre ver de bajo de la camisa de seda que él llevaba puesta. Lawrence, al darse cuenta que era aceptado, sintió deseos de ir un poco más allá de solo un casto beso. Pero hubo algo que lo detuvo y lo hizo romper ese beso. Vio como Lorette lo observaba con un pequeño mohin lastimero, para luego ser ella misma quien buscara sus labios. Pero él la detuvo, apartando su mirada, incómodo, sin saber cómo responder a su pregunta silenciosa. «Si la deseas tanto, como bien dices ¿No creés tú que primero deberías "poquinelar" por ella ante su "Batú"? ¿O se te olvida el precio del "jach", del "sorni" o la "laó"? ¿Eh? ¿Idiota?» Cuestionó una voz cínica en su mente. Claro, esa voz era solo él mismo recordándose lo que ya sabía: si deseaba tenerla, debía reclamarla ante el padre de ella por el precio del "jach, el hierro; el "sorni", el oro; o, la "laó", es decir, la palabra, que bien significaba la promesa o el pacto. En lo personal, él veía esas costumbres como meras estupideces que carecían de sentido alguno. Pero, su madre le había inculcado el arraigado hábito del respeto a las costumbres gitanas. Junto con una pequeña e importante aclaración: En casos como este, más le valía pagar lo que correspondía por la mujer que deseaba. De lo contrario, bien podría estar arriesgando mucho más que unos cuantos billetes al verse obligado a pagar una recopilación por un supuesto ultraje. No era que él les tuviera miedo a los gitanos. Tampoco era como si no estuviera en la posibilidad de pagar lo que tuviera que pagar. No obstante, lo único que ocurria, era que, simplemente, no quería causar problemas. No le convenía. —¿Qué ocurre, mangue garlochin?— quiso saber Lorette sacándolo de sus pensamientos con su dulce voz melodiosa.— ¿He hecho, yo, algo que lo haya molestado? Al oírla, Lawrence, se quedó sin palabras. La miró por un momento con los ojos bien abiertos, sorprendido por la osadía de esa muchacha que, al principio, le había dado la impresión de ser muy tímida. "Mangue garlochin", es decir, "mi corazón", así lo había llamado. —¿Mangue garlochin?— preguntó sin dar crédito a lo que sus oídos habían escuchado—¡Oiga, mangue chavala! ¿No cree ostre que llamarme así es ir muy rápido? Quizás, estaba siendo demasiado brusco al decir esas cosas. Tal vez, ella las mal interpretaría con mucha facilidad. Pero, lo cierto era que, tanta dulzura en su mujer de plata, lo hacía desconfiar. Vio como ella arqueaba una ceja, demostrando no entender la gravedad del asunto. Pero esa intriga cambió por una sonrisa dadivosa y sensual. Lawrence , comenzaba a enterarse por fin, del verdadero carácter que poseía la pequeña Lorette. Vió como ella le tomaba las manos y se inclinaba hacia él. Por un momento, creyó que volvería a intentar besarlo, por eso, prefirió apartarse. Pero una pequeña y suave mano se posó en su mejilla. Marcando en su piel un delicado camino que la recorría hasta sus labios. —Si... Mangue garlochin...— afirmó ella con una voz suave y persuasiva que comenzaba a hipnotizarlo —¿Qué hay de malo con eso?¿Mangue Cale Bari? Él se daba cuenta que la joven estaba jugando con fuego. Motivos, tenía de sobra para desconfiar. Ella estaba usando el mismo hechizo que él había hecho al principio. Solo que, esta vez, los motivos no eran para nada altruistas. En la vibración de sus caricias, Lawrence podía leer grabado las intenciones de Lorette. No le gustaba para nada lo que veía. La joven estaba jugando con fuego, uno muy peligroso que no lo sabía usar. Por ese motivo, prefirió ser indulgente con ella. Sencillamente, se decidió por dedicarle una media sonrisa y, con un brillo burlón en sus ojos, cortar con toda la conección que había creado. Era una simple respuesta provisoria, para poder tener la mente clara y entender exactamente lo que ocurría. Ella lo observó desconcertada, para luego apartarse de él, enfurruñada al ver que, lo que fuera que estuviera planeando, se había estropeado. Lawrence no pudo evitar reír por lo bajo. Incluso, enojada, se veía hermosa. Temiendo que creyese que él la estaba rechazando, tomó su mano, casi por casualidad. Vio que Lorette ni siquiera se dignó a mirarlo. Pero, eso no importó, pues tampoco lo rechazó. —De ser sincero, no quisiera ofenderla, mi bella dama...— admitió, acomodandole un mechón de plata de su cabello detrás de la oreja.—... Sin embargo ¿No cree ostre que está yendo demasiado rápido y jugando muy sucio? Al oírlo, Lorette, solo lo miró de reojo. Por un breve instante, él pudo notar el desconcierto en ellos. Pero eso solo fue un momento, pues, enseguida, volvió la vista a la vista a la luna, con un mohin desdeñoso en sus redondeados labios. Lorette escuchó como él volvía a reír con desenfado y se sintió un tanto torpe. No entendía porqué ese supuesto hechizo infalible que su hermana Alelí le había enseñado, había fracasado de esa forma. Sí a fin de cuentas, un hombre era un hombre. Un simple ser vivo que solo actuaba por instintos bajos ¿Qué había hecho tan mal para que él la rechazara de esa forma? ¿Acaso era que en realidad no la encontraba interesante? No estaba tan segura de que fuera así. Al fin y al cabo ¿No había sido él quien había empezado todo eso? No lo entendía y para colmo de todos los males, él, en ese momento, parecía estar burlándose de ella con su risita suave mientras le sostenía la mano con indulgencia. Eso la ofendía y mucho. —No quiero que me mal interprete, por favor... Como yo tampoco quiero mal interpretar la situación. Por eso mismo¿Qué buscas con todo eso, Lorette?— quiso saber Lawrence, demostrando ser muy sincero con sus palabras. Pero, por toda respuesta, solo recibió el gélido silencio de su desinterés. No obstante, eso no lo desanimó. Al contrario, solo se encogió de hombros y sonrió para luego volver la vista a la luna y acompañarla en su silencio. Ya se estaba dando cuenta que, su bella mujer de plata, podía ser un poco caprichosa. Suerte para él, que de cierta forma, encontraba interesantes esas características en las mujeres. Su mano aun sostenia la de ella y no se habia dado cuenta de que se la acariciaba con suavidad hasta el momento en que una criada entró en la estancia con unas bandejas de frutas, queso y aceitunas, junto con dos copas y uno de los vinos favoritos de Lawrence. En ese momento, la soltó como si estuviera ocultando algo. Le agradeció a la joven criada por el servicio y la despidió, pero Lorette pudo entre ver que en su tono de voz había un dejo de hostilidad y se encontraba tenso. No obstante, no le dió mayor importancia que la del sobresalto que también ella había sentido por tal interrupción. Pasada ya su impresión inicial, tuvo que reconocer que, su enojo por lo ocurrido, ya había pasado. Además que, curiosamente, se sentía muy cómoda envuelta en ese silencio compartido. — ¿Ya haz cenado?—preguntó Lawrence, volviendo a su actitud inicial de cortesia, solo que esta vez era genuina y relajada.— ¿Gustas acompañarme? Como si su propio estómago hubiera escuchado perfectamente el mensaje, rugió. A decir verdad, no había comido nada desde la mañana y eso solo por los nervios que le cerraban el estómago. Avergonzada, sonrió y asintió con la cabeza. —Le agradezco el ofrecimiento, eh...— se interrumpió tapándose la boca con la mano, como si estuviera ocultando un error. «No le gusta que lo trate con motes de afecto... » Intentó recordarse a la vez que sonreía como disculpándose. Él entendió a la perfección lo que le ocurria. Tomó el cuenco de las aceitunas, por hacer algo simple que diera a entender que no se ofendía por tan poco. — No agradezcas... Y llámame Lawrence, por favor. — respondió con naturalidad, extendiendo el cuenco hacia ella— Por cierto, volviendo a la conversación inicial, no me has respondido... ¿A qué se debe su visita? Quizás, podría resultar demasiado insistente el volver a esa pregunta. Pero, él necesitaba entender lo que ocurría. Así pues, tomando entre sus manos un trozo de queso para luego llevarselo a la boca, esperó a que ella respondiera. Lorette, por su parte, con cierta delicadeza, se quitó el corazón de la aceituna que había comido y lo apartó para luego hablar. Ese hombre que la había enviado le había ordenado que no dijera ni una palabra. Aclarando que, si Lawrence preguntaba, ella solo debía responder: —No ha leído la carta de su padre, Lawrence.—repitió con suavidad.—Allí, él le explica el motivo de mi visita. Lawrence observó el papel que había dejado sobre la mesa de café, hizo una mueca de disgusto mientras apartaba la vista y tomaba su copa llevandola a sus labios. Pero, se detuvo, como si recordara que algo tenía que decir. —Presiento que me disgustará leerla. Mi relación con él no es muy buena. Honestamente, no quisiera amargarme la velada...— hizo una pausa mientras sonreía galante, para luego agregar con un tono seductor —... En cambio, me interesas tú. Quisiera conocerte mejor, Lorette...
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