Capítulo 13

1612 Words
«En la cara del agua del rio, donde duerme la luna lunera...» Cantaba una voz dulce y femenina en la neblina de su entre sueño. Tardó un par de segundos en reconocerla, era la voz de su madre. La misma voz que siempre cantaba la misma canción, como si de una simple nana se tratase. Aunque, a esas alturas, Lawrence dudaba mucho que solo se la hubiera cantado por un simple gusto personal. «El torito de casta bravio... la vigila como un fiel centinela...» Entre abrió los ojos y lo primero que vio, fue a Lorette. Ella dormia sobre su hombro, con la placidez de quien sabía que estaba en un lugar seguro. «Ese toro enamorado de la luna, que abandona por las noches la manada... Curioso...» Observó en silencio mientras le corría un pequeño mechón de cabello que le cruzaba la cara. «La luna se está peinando, en los espejos del río y un toro la está mirando... Entre la jara escondido» Recordó como por casualidad. Así comenzaba esa canción que hablaba de la historia de un toro que se había enamorado del reflejo de la luna sobre el agua de un rio. «...Curioso...» Se repitió al darse cuenta de la similitud que parecía guardar en sus versos aquel viejo flamenco. Recordó esos meses en los que había estado soñando con ella. Todos esos sueños comenzaban de la misma manera: él observándola "entre la jara, escondido". Para empeorar ese sentimiento de estar entendiendo un extraño mensaje, recordó que también, esos sueños, terminaban igual que en la canción: "el torito se mete en el agua, embistiendola al ver que se ha ido". Un par de ojos feroces se dibujaron en su mente. Unos ojos que lo observaban con recelo y amenaza. Lawrence se frotó la cara. Intentaba concentrarse para ver un poco más dentro del brillo de malicia que se reflejaba en esos ojos. Pero, estos desaparecieron en la oscuridad de su mente, dejando, trás de sí, un aullido de advertencia. Con incredulidad, puso los ojos en blanco, en el momento justo en el que sentía como las ruedas del carro comenzaban a detenerse, produciendo un suave traqueteo. Suspiró resignado y aliviado a la vez. El viaje en el carro, había llegado a su fin , con él, comenzaban otros problemas. Miró por la ventanilla, intentando retener hasta el más mínimo detalle de la imagen de ese par de ojos de lobo hambriento que lo había visto. Quien fuera el que lo había estado observando, solo lo había hecho para advertirle algo. No estaba muy seguro de saber a qué se debía esa advertencia. Pero, en amén a la verdad, no le cabía ninguna duda de que nada bueno traía aquel presagio. El carro se detuvo junto con el sonido de los caballos relinchando. Volvió la vista a su lado, ya era hora de seguir el camino a pie pero Lorette seguia dormida sobre su hombro. Sonrió divertido. Casi hasta le daba pena despertarla y perderse de aquel espectaculo. Se veía tan frágil e inocente que le parecía un pecado tener que perturbar su sueño. Intentó despertarla con palabras suaves, pero no surtian efecto. Notando que ya habian parado, prefirió apurar el asunto y la despertó con un beso. Aunque esto solo fuera una excusa para hacerlo. — Buenos dias, mi bella durmiente— la saludó complacido al ver que ella abria los ojos adormilados— hemos llegado... Con entusiasmo, abrió la puertecilla y salió primero, para poder ayudarla a ella a bajar. Pero Lorette, no hizo amago de tomar su mano. Al contrario, bajó la escalerilla y siguió camino hacia el campamento como si estuviera en un transe. Sorprendido ante la perspectiva de ser ignorado completamente, prefirió seguirla en silencio. No sin antes avisarle al cochero que los esperara en aquel mismo lugar. Intentando ocultar una sonrisa burlona, Willam asintió con la cabeza y los vio marcharse por el sendero de tierra. Mientras tanto, ellos, caminaron por un bosque de fresnos y abedules, hasta divisar a lo lejos, las carpas y carromatos de aquel campamento harapiento. Al verlo, en la cima de la pequeña colina, Lawrence sintió una corazonada. Como si ese lugar ya lo hubiera visto antes. Pero, eso era absurdo. Puesto que, desde que tenía uso de razón, ir allí, era algo que su padre les había prohibido. Nunca entendió el motivo de aquello ¿Por qué prohibirle a un hombre algo como eso? Si a fin de cuentas, de ahí venía su madre. Pero así siempre fueron las cosas en su familia. Incluso a su madre le estaba prohibido volver a la colina para ir a visitar a su familia. Como si su padre temiera que algo ocurriera con solo una simple visita familiar. «Que la vida me alcance para saberlo... Que la vida me alcance y, de ser posible, que me sea dado el favor de cumplir con su última voluntad.» Se dijo sintiendo el sabor amargo del recuerdo de su madre en su lecho mortuorio. Un recuerdo que lo seguía desde su infancia. Un recuerdo que lo obsesionaba. Vio la pequeña cabecita plateada de Lorette que caminaba unos pasos por delante de él. Se preguntó si ella correría la misma fortuna de infelicidad. Porque su madre, muy a su desgracia, había sido una mujer infeliz en ese absurdo matrimonio. Salvando las ocasiones en las que padre no estaba en la finca y esa mujer podía ser ella misma, jamás había sido feliz. Solo el amor de sus hijos y las atenciones de los criados que velaban por su salud, a Helena, nunca se la veía sonreír. Casi al final del sendero, Lawrence escuchó unas risas a su espalda, como si unos hombres se burlaran de él, agudizó sus oidos. No era la burla lo que le molestaba, había algo más. —¡Oh, vaya, mira, Paul! la dulce chavori de Joel nos ha traído a un "señorito payo" de lo más majo.—oyó a un hombre que hablaba en la lengua de los gitanos con un acento rasposo como si le costara articular las palabras. Lawrence puso los ojos en blanco, eran simples puyas de borrachos. No debía prestarle importancia. Aun así, algo en esas palabras lo irritiban y hacia que sospechara — Oye, José, no seas así ¿Acaso tú no ves que el "Señorito payo" es el hijo de la pvta de Helena?— replicó con sorna, aquel que respondía al nombre de Paul:— ¡Más respeto! Que ambos sabemos que si el viejo Joel se entera de lo que has dicho se cabreará mucho. No sea cosa que le ofendamos el recuerdo ¡Ja, ja, ja! Al escuchar el nombre de su madre dicho entre groseras burlas, Lawrence no pudo evitar escupir al suelo, soltando una maldición silenciosa con ese gesto . Giró el rostro en dirección a ese par de imbéciles que buscaban a gritos enfrentarse a él. Los miró con actitud desafiante y volvió a escupir silencioso, a la vez que se giraba completamente y echaba mano del puñal con empuñadura de plata que llevaba colgado al cinto. Demostrando, de esa forma, que no les tenía miedo. Las carcajadas y burlas cesaron y esos hombres se miraron mutuamente, con sonrisas burlonas. De esa forma, Lawrence, corroboró lo que ya intuía: Ellos solo querían molestarlo y buscarían cualquier excusa para pelear con él ¿El motivo? Vaya uno a saberlo. Tampoco era que fuera de gran importancia. De todas formas, a él, ganas no le faltaban de demostrar su valia con acero y obligarlos a tragarse sus palabras. Pero se lo pensó mejor. No convenía iniciar una trifulca en una situación como aquella. Así pues, resolvió esbozar una gélida sonrisa, sin dejar de mirarlos a la cara. Con eso, al menos, les daría a entender que él también conocía aquella lengua. —No se equivoquen, mis señores... ni señorito, ni payo...— respondió roncamente, como un gruñido en la misma lengua.—... solo un jødido mestizo y nada más. Dicho esto, se dio la vuelta y siguió camino, escuchando como Paul reia a carcajadas, insinuando que la cria de payo al menos tenia más agallas que el payo mayor. Aunque seguro podría meterle por el cvlo aquel bonito puñal, un arma demasiado hermosa para un mocoso como él que todavia seguiria mamando de la teta de su madre, si esta no estuviera muerta. A punta de fuerza de voluntad, se obligó a hacer caso omiso a esas afrentas. Pero, la sola mención de su madre lo ponía rabioso. Sin embargo, no iniciaría una pelea en ese momento. No le convenía. Ya, de por sí, tenía cosas más importantes que hacer como para malgastar su tiempo en rencillas con ese par de odres con patas. Durante un buen trecho, intentó recordarse a sí mismo eso. Su temple era mucho más valioso como para malgastarlo en ese par de borrachos. Aun así, su orgullo estaba herido y el malhumor lo siguió por un tramo del camino. — No los escuches, Lawrence...— recomendó Lorette como si intuyera su estado de ánimo —... no vale la pena gastar palabras ni acero en ellos. Hablaba con calma, casi tanta, que a él le costó trabajo no confundirla con indiferencia. Pero, tenía razón, no valía la pena dejarse llevar por el orgullo. —¿Qué más da? Ni payo ni señorito... ni siquiera un calé...— replicó con desprecio para luego exhalar un suspiro de resignación—... Un mestizo y nada más... Horrible resultaba para ella escuchar esas afirmaciones. Afirmaciones que, si bien tenía algo de verdad, parecían estar dichas con desprecio hacia él mismo. Lorette se detuvo, sintiendo pena por él.
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