Capítulo 14

1845 Words
—¿Qué más da? Ni payo ni señorito... ni siquiera un calorro...— replicó con desprecio para luego exhalar un suspiro de resignación—... Un mestizo y nada más... es lo que se gana por ser hijo de una calorra y un payo... ¿que más da? Quizás, sonaba desalentador para quien lo oyera. Pero eso no era nada más que la mera y cruel verdad. Él no era más que un simple mestizo que jamás sería aceptado por completo entre los payos. Ni entre los calorros. Quizás, algo de su tono de voz o sus palabras le disgustaron o preocuparon a Lorette. No estaba seguro, pero creía que algo de lo que había dicho hizo eco en la mente de la joven, quien se detuvo para observarlo por encima del hombro. Por un momento, vio los ojos verdes de ella brillar, con la actitud de quien estuviera viendo a través de él y no solo lo que él quería mostrar en la superficie. Por un momento, se sintió desnudo delante de ella. Desvió la mirada, intentando ocultar su incomodidad. Buscó en su mente, cualquier excusa para desvíar la conversación. Ese tema no era algo que tuviera solución. Ni menos creía que, por más bien intencionada que fuera ella, existiera formula alguna para tapar la realidad. —Tienes razón... — oyó que Lorette replicaba con la misma calma que había estado usando — Aunque, si me permites hacer una observación personal. Yo diría que, tienes más de calorro que de payo, Lawrence... Se giró del todo y caminó unos pasos hacia él. Sonriendo orgullosa por lo que él era. Notó como él alzaba una ceja, incrédulo por lo que oía. Quizás, estaba tan acostumbrado al rechazo que no era capaz de ver más allá de eso. Pero, ella no mentía ni exageraba nada de lo que había dicho. — Un payo no puede hacer la mitad de lo que me has demostrado que sabes hacer... — insistió, extendiendo la mano para acariciar su rostro —... y menos sabe responder a las afrentas de esa calaña... Con cierto disgusto, Lorette, vio como a él le seguía sin convencer su afirmación. Al parecer, ese hombre demasiado orgulloso y terco como para dejar pasar tales altercados. Sin querer ocultarlo, puso sus ojos en blanco. Debía reconocer que ya comenzaba a aburrirla esa actitud de niño berrinchudo. Porque, si lo pensaba bien, no dejaba de ser eso: un pequeño berrinche silencioso de alguien que ya estaba tan acostumbrado a esas cosas que, todo lo tomaría como algo personal. —No les prestes atencion, asi son ellos...— insistió, usando el tono de voz más dulce y con pasivo que pudiera conocer— ...Paul es el más patetico, solo gusta de provocar, pero en cuanto lo consigue se echa atras, cual una vil rata. Quizás no fuera necesario explicar ese asunto. Pero, en su interior, sentía que podía llegar a ser algo útil. Al menos, para distraerlo del sentimiento inicial. Cosa que parecía estar funcionando a la perfección. Con una sonrisa traviesa lo tomó por el brazo y comenzó a caminar a su lado, asegurándose en todo momento que él le siguiera el hilo de la conversación. —En cambio, José, es al que deberias tener un poco de cuidado al responderle con acero...— reconoció ella empleando su dulce tono de voz para distraerlo—... él disfruta de las peleas y puede haceros daño. Es un canalla tramposo, que solo juega con su presa hasta que lo tiene en su trampa... Lo cierto es que, has sido muy imprudente al mostrar las garras de esa forma. Ten cuidado, Lawrence, ellos... ¿Ellos qué? Váyase a saber qué se suponía que fueran o hicieran ese par de truhanes. Puesto que, Lawrence no lo supo en el momento. Todo culpa de unos chiquillos que salieron corriendo de entre los arboles. Interrumpiendo su conversacion. Ya habían llegado al pie del campamento y, tal lo visto, Lorette, era muy apresiada por su gente. —¡Lorette!— gritaban esos mocosos a la vez que revoloteaban en torno a sus faldas ignorándolo a él. Ella giró divertida, riendo como una niña más, junto a ellos. Por respeto, Lawrence, prefirió observar toda esa escena a cierta distancia. Había ocasiones en las que él creía que era fundamental dar espacio. Esa ocasión, era una de ellas. Además, debía admitir que verla sonreír de esa forma y jugar con los niños mientras seguía el camino, era un espectáculo muy gratificante para sus ojos. 《Le agradará a mi sobrino》 Decidió con una sonrisa al verla y recordar como era él mismo con el pequeño Tommas. Lastima que sabía muy bien que, al principio, a su hermana no le gustaría mucho que se dijera verla cerca del pequeño. Los niños quedaron atrás y en la cima de la colina se pudo ver una gran carpa de telas violetas, junto a un enorme abedul que le servía de sombra a una mujer joven y opulenta que se encontraba sentada a la raíz. — Es ahí...— anunció Lorette, señalando el lugar para luego adelantarse en un alegre trote. La siguió en silencio y, al llegar, vio como esa mujer, de aproximadamente su edad, se encontraba sentada con las piernas cruzadas, en el suelo, leyendo unas runas. Alzó ambas cejas al ver los símbolos. «Olas, anillos, sol... romance... menudo presagio...» Pensó él al reconocer las imágenes grabadas en la piedra. Conocía la lectura de runas, su madre le había enseñado algunos rudimentos y, para su fortuna y desgracia, también había dejado en su gran biblioteca personal un gran número de cuadernos y libracos con anotaciones que hablaban de esos temas. Libros y cuadernos, que a él, de vez en cuando, le gustaba volver a leer. Pues, era de los que creía que el muerto no moría, siempre que alguien lo recordase. Y, así pues ¿Qué mejor manera de recordar a su madre, una buena bruja, que la de leer y buscar allí toda su sabiduría? —A una mujer joven y cercana a mí le ha ido demasiado bien anoche y se esta acercando aquí, en este momento...— dijo la mujer, sonriendo y mirándolos con ojos significativos, desde donde estaba —... Ven aqui hermana, abrázame y cuentamelo todo... Lorette se dejó caer sobre ella, cual chiquilla, para abrazarla con alegria. De sus dos hermanas, Aleli era su favorita, la que siempre la comprendía y la que más la protegía. En definitiva Alelí siempre había sido, para ella, su amiga, su confidente. Lawrence vio todo aquello y no pudo evitar una sonrisa nostálgica al recordar a su hermano Audrey, cuando eran inseparables. Lastima que eso había sido hacía mucho tiempo y que ya no era igual. —Hermana... ¿y Xamara?— preguntó Lorette con cierto temor en su voz, sentándose a su lado. A Xamara no le agradaban los payos. Ni mucho menos los mestizos. Xamara había sido quien más se había opuesto a esa posible unión. Sin embargo, no era que Xamara fuera alguien que infundara miedo en Lorette. Solo ocurría que ella todavía tenía muy presente lo ocurrido en el camino y, por nada en el mundo, quería correr el riesgo de que su hermana mayor, dijera algo que ofendiera a Lawrence. Aunque no creía que él fuera capaz de responder con la misma ferocidad que lo había hecho ante Paul y José, sabía que, nunca se estaba segura cuando el genio de un hombre era vivo. —Bueno, tienes la suerte de que no este. Se ha ido a ayudar a la madrina en el parto de Roxana...— informó Alelí para luego agregar en lo que se dirigía a ver a Lawrence con una sonrisa amable—... en cambio, para su grata sorpresa, mangue cale, mangue babo se encuentra dentro, esperándolo... Me ha pedido que le diga que pase. Vio como aquel "cale" asentía seriamente con la cabeza a modo de agradecimiento. Aunque podía notar que no le había hecho ni pizca de gracia que lo llamara de esa forma. Parecía como si no supiera cómo tomar aquel pequeño detalle. Supuso que, más que seguro, ese hombre se estaría preguntando si, quizás, el haberlo llamado "cale" no era otra cosa que una burla. «¡Vaya que es orgulloso! Se llevará muy bien con mi babo, cuando se conozcan...» Observó con ironía a sabiendas de que su padre era igual de obstinado y orgulloso que ese hombre. Pero, aunque a ella no le gustaba esa característica en un hombre, no podía reprocharselos. A fin de cuentas, el orgullo era un mal muy común en los hombres y más aun en los mestizos. Volvió la vista a su hermana y la señaló con un dedo imperativo. -... pero Lorette, te quedas aqui. Estas son cosas de hombres, ya lo sabes.— le advirtió adelantándose a lo que sabía que haría su hermana. Eso no había agradado en lo más mínimo a la joven, que lo demostró con una mueca de desaprobación . Lawrense se acuclilló a su lado, robandole un beso fugaz en la mejilla. —No te preocupes, Lorette. Aprovecha este momento para ponerte al día y cotillear a mis espaldas...— resolvió con tono ligero viendo con diversión como ella se ruborizaba. Luego de eso, se incorporó del suelo y giró en dirección a la carpa. Más allá de sus ademanes frívolos, era plenamente consiente que, ese hombre, no vería con buenos ojos que él entrase a la carpa acompañado por una mujer. Esos asuntos se tenían que tratar entre hombres. Así era la tradición. A lo mucho, podría haber sido acompañado de su padrino. Mas, que él supiera, padrino no tenía y, de haberlo tenido, ni siquiera sabía su nombre. —...como estoy seguro harás apenas cruce el umbral...— murmuró casi para sí mismo antes de adelantarse— ... con su permiso, mis señoras... Acortó el pequeño tramo de distancia que quedaba desde el abedul hasta la carpa, sintiendo como el corazón le retumbaba incómodo en sus oídos. No estaba seguro de lo que estuviera a punto de encontrar trás los faldones de la gran carpa. Pero, fuera lo que fuera, debía estar preparado y mostrar el temple de un hombre no de un niño. Puso la mano en la pesada lona y la corrió sin miramientos. Tardó un poco en ver, pero, cuando hubo acostumbrado sus ojos a la tenue penumbra de aquel lugar, lo vio. Un hombre alto, sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Fumaba con tranquilidad uno de esos cigarros de tabaco de mala calidad, hechos a mano con una hoja de papel arábico. Apoyaba la mitad de su brazo sobre uno de los tantos cojines de seda, roida y desteñida por el tiempo, que lo rodeaban. La luz que entraba desde la entrada, le impedía ver con claridad al joven que había llegado, por eso tenía el ceño fruncido. Pero, Lawrence, creyó ver que, en sus ojos la mirada de alguien que lo observaba, como estudiandolo, a consciencia.
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