Capítulo 12

1673 Words
Apoyado contra la puertecilla del carro, Lawrence había decidido ocupar ese tiempo muerto en observar el paisaje a través de la ventana. Por elección personal, él no solía salir de la finca a menos que el motivo fuera de vital importancia. Menos aun, le gustaba asomar la nariz cerca de las caóticas calles céntricas de Londres. Como lo estaba haciendo en ese momento, amparado por el oscuro cortinaje que cubría la ventanilla. La sola visión de la gente ocupada en su diario ir y venir por las aceras empedradas, lo ponía nervioso y creaba un nudo en su estómago difícil de calmar. Como estaba reconociendo que le ocurría en ese momento. «¡Oh!¡Vamos!¡No aquí!¡No ahora! Por favor, no ahora...» Imploró apartando la vista de la ventanilla y recostando su cabeza en el respaldo del asiento al sentir que comenzaba a sudar frío. Odiaba cuando le ocurría eso. Recordó que eso no siempre le había ocurrido. Antes, mucho tiempo antes de que a su padre se le ocurriera internarlo en esas clínicas para enfermos mentales, él había sido un hombre normal. Incluso pudo recordar que a él le gustaban mucho esos viajes en carro. Se llevó la mano a la cara para frotarse el puente de la nariz. Cerró fuerte los ojos, tan fuerte que ese pequeño gesto dolía. Pero le dolió aun peor el sonido del recuerdo de los chirridos de una jaula. Ruidos irritantes que él reconocía muy bien por haber estado dentro de ese artilugio que pregonaba una supuesta mejora en el estado de ánimo del paciente. «Una completa estafa... Una maldita tortura que solo me sirvió para quemar años de vida y ahondar mis problemas...» Tuvo que reconocer mientras se dibujaba en su mente los barrotes de esa jaula que colgaba del techo. Todavía seguía sin entender quién diablos había supuesto que tamaña tortura vil podría ser una buena idea para calmar los ánimos en una persona deprimida. Aunque, si lo pensaba un poco más y se atrevía a ir más lejos en su egoísmo, la pregunta carecía de importancia. Pues, sabía que, al fin y al cabo, a él no lo habían enviado a esos hospitales para mejorar su estado de ánimo. A él, para su infortunio, solamente lo habían encerrado en esos hospitales para mantenerlo alejado de la mirada de la gente. Porque no le convenía que nadie viera lo que él era en realidad: «Un cale bari e bálsami misto rati cali...» Es decir: Un gitano de muy buena sangre gitana, tal como se lo recordaba a menudo su madre. La misma que se había esforzado en enseñarle todo lo que eso implicaba. A su padre, como a la mojigata sociedad, no le agradaban los gitanos. Él lo era y no tenía la culpa, pues él no había pedido nacer así. Pero, quizás, si tuviera algo de culpa por no haber sabido (o no haber querido) disimularlo. Quizás, de haberlo hecho, no estaría en ese momento sufriendo cada vez que salía de su hogar. Como en ese momento, en el que no dejaba de temblar, como si tuviera frío. Pero eso no era posible, pues estaban en plena primavera y el día era cálido. Además, en el coche hacia calor. Entonces ¿Por qué tenía tanto frío? Se llevó la mano a la frente, intentando usar la lógica. Quizás, tenía fiebre, eso tenía sentido. Pero no, su temperatura era normal. «¿Ahora qué pasa?¿Cómo hago para que esto se detenga?» Se preguntó, más cansado de que esos absurdos episodios le ocurrieran que preocupado por lo que pasaba. Él no quería que ella lo viera transitar por eso. Le daba vergüenza tener que ser expuesto a la mirada de ojos verdes de ella. Por su mente, pasaban como relámpagos, infinidad de preguntas, con sus posibles respuestas ¿Qué tal si ella lo creía débil al verlo así?¿Qué tal si malinterpretaba la situación?¿Y si comenzaba a sentir rechazo hacia él? O, peor aun:¿Si le temía? Estaba convencido de que no sabría como soportar ese tipo de situaciones. No tenía la fuerza suficiente para soportar más de ese tipo de rechazos, por los que ya había pasado durante toda su vida. Sintió una opresión en el pecho, que le obstruía la respiración. Era normal, ya lo sabía y eso solo se le calmaba con una copa de laudano antes de que esos absurdos ataques le ocurrieran. Recordó que en la mañana, Mary, con discreción, le había dejado ese medicamento sobre la mesa, junto al desayuno. Se maldijo internamente por haber sido tan necesario de no beberla. Todo por el simple capricho de odiar esa medicina. «Y por creer que, por una vez, la fortuna estaría de mi lado y estas cosas no me ocurrían, maldita sea...» Se dijo sintiendo como comenzaba a perder el aire y comenzaba a asfixiarse, esta vez, en serio. En el interior del coche parecía estar muy caluroso. Intentó abrirse los primeros botones de la camisa, pero, las manos no le respondían como era debido. Comenzó a sentir que se hundía en una especie de abismo. —¿Te encuentras bien, Lawrence?— escuchó muy a lo lejos la voz de Lorette que lo llamaba. La sentía preocupada por él y solo por eso intentó forzarse a volver a la realidad. Esbozó una media sonrisa, aunque esta le supo a nada, y asintió con la cabeza volviendo a verla. Sus ojos se cruzaron. En el brillo verde de sus pupilas, él, pudo reconocer el mismo hechizo que en la noche anterior, él mismo, había usado para calmarla. El tiempo pareció detenerse a su al rededor. Por un momento, vio como ella estiraba la mano para acariciar su rostro. Lorette, le tocó la mejilla y luego, la frente. Como si estuviera buscando algún signo de enfermedad en él. Preocupada, buscó en sus ojos la manera de ayudarlo. No sabía con certeza lo que le ocurría. Solo entendía que, aquella enfermedad, era del alma. Un alma que solo le rogaba que la ayudara a soldar sus heridas. De modo que el instinto la instó a abrazarlo con fuerza. Curioso fue para ella el chaquido que sintió al unirse con él. Un chasquido, como el de una hoguera que se entendía de golpe. Pero allí no había fuego que los quemase. No se preocupó en darle vueltas al asunto, solo lo abrazó y esperó a que su respiración se serenase mientras musitaba palabras dichas en esa vieja lengua que ambos conocían. Durante el camino, él pudo calmarse y nada hablaron del asunto. Pues, si de ser sincero podían, ninguno de los dos entendía con certeza lo que había ocurrido con ese abrazo. En ese momento, Lawrence la tomaba de la mano, pero, aunque se sentía tranquilo, también se encontraba ausente, como si estuviera en un pesado sueño. Igualmente, algo seguía consiente de lo que ocurría a su alrededor. Por esa razón, se dio cuenta que ella, al igual que él, estaba atravesando el mismo estado de ausencia. Preocupado por la posibilidad de haber influido en su ánimo, la observó de soslayo. —¿Qué ocurre, mi niña? Estás muy callada...— se atrevió a comentar, viendo como ella lo miraba con lo que él creía era incredulidad. Lo cierto era que no estaba seguro. Su percepción se encontraba demasiado adormecida como para leer en esos ojos los pensamientos de su dueña. — Lo mismo podría decirte yo a ti, Lawrence... Estás demasiado callado y ausente para ser el mismo hombre que conocí en la noche anterior... — respondió ella, con calma, esbozando una de esas sonrisas burlonas que carecían de malicia.—... no ocurre mucho, realmente, no pasa nada. Solo siento curiosidad de que pasará después de esto. Él, suspiró con complicidad. Sabía que no era del todo cierto lo que ella decía. Sin embargo, entendía que, muy probable, era que necesitaba organizar algunos pensamientos. Al igual que él. Lo que había estado ocurriendo, desde que por fin pudieron verse, los confundía a ambos. —Pues, ya somos dos...— admitió y la rodeó con un brazo para atraerla hacia su pecho y besarle la cabeza para luego agregar en un suspiro de cansancio. —... y que pase lo que tenga que pasar... Si he de preparar una boda, pues ¿qué más da? Hasta él se había sorprendido de lo que acababa de decir ¿realmente no le importaba la perspectiva de una boda tomada a la ligera? ¿O era solamente esa parte suya que, en ese momento, solo deseaba tenerla cerca, la que hablaba? — ¿Qué acabas de decir, mangue garlochin?— insistió ella con una sonrisa juguetona y sorprendida que se resistía a darle el credito a sus oídos. Sin saber cómo escaparse de la situación, Lawrence, intentó con lo primero que se atravesó por su mente. —¿Quién, yo? Eh ... nada... Nada de importancia...— disimuló aquel desliz mirando por la ventana, sin dejar de sostenerla.—... Solo que... También estoy igual de ansioso que tú ¡Vaya que ya deseo hablar con tu bato, para entender todo este asunto! Finalizó aquella frase haciendo un silencio ominoso que ella supo respetar. Si, admitia que en ese momento no importaba nada más que la sensación de tenerla entre brazos. Si fuera para siempre, más que mejor. Pero no se engañaba y seguia firme en su determinacion de no tomar el compromiso a la ligera. Pese a que parecían acoplarse perfectamente en el breve tiempo en el que llevaban juntos, sentia miedo de solo pensar que ella se cansaría de él en menos de lo que tarda un parpadeo ¿cómo seria capaz de soportar aquello durante el resto de su vida? La miró de soslayo y notó que estaba dormida. Por lo visto, ella tampoco había podido descansar bien aquella noche. Volvió a besarle el pelo y se apoyó en la puertita del carro. Sin darse cuenta él también se había quedado dormido.
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