Capítulo 11

1606 Words
—¿Cómo... Cómo dijo?—preguntó atragantandose con su propia lengua un hombre de unos cuarenta años y calvicie incipiente.—¿Perdón, cómo dijo, señor? Lawrence suspiró resignado, ya estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones. Más que nada, porque siempre se le olvidaba la básica formula de cortesía al dar una orden a la servidumbre. No lo hacía con mala intención, solo era un descuido de su parte. Sus empleados lo sabían y no le guardaban rencor. Al contrario, solo se lo recordaban de formas indirectas. Como la que creyó que estaba usando ese hombre en ese momento. — Buenos días, Willan.— saludó forzando una sonrisa en dirección al hombre de unos cuarenta años y calvicie incipiente. —He de pedirte que nos lleves al campamento gitano, al que esta a las afueras de la ciudad. Willan no pudo evitar observarlo con aun más horror en su rostro. Como si creyera que aquel señorito que conocía desde los años en que este aun mamaba de la teta de su madre, se hubiera vuelto loco de una ves por todas. Titubeó e hizo una mueca de preocupación. — ¿A... al campamento... dice usted, mi señor? ¿está seguro?— intentó indagar pero las palabras se resistían a salir de su boca. Quería creer que había un error, que realmente había escuchado mal y que su señorito no le había pedido tal cosa. Pero, no, al ver los ojos claros en el semblante determinado de Lawrence, todos sus miedos fueron confirmados. El pobre criado suspiró con resignación. El joven señor Armstrong le pedía exactamente eso: que lo llevara al condenado campamento de gitanos y, lo que era un peor, iba acompañado con la mocosa esa, la hija del condenado gitano cuyo nombre estaba prohibido ser mencionado en ese lugar. —...como usted pida, mi señor. Pero he de avisarle que no puedo adentrarme en él, solo podré dejalos a una cierta distancia...— explicó con humilde tono de voz y mirada huidiza, intentando dar a entender que no era por decisión personal —... Perdón por eso... Son órdenes de su padre... Al oírlo, Lawrence entornó los ojos, esto solo para evitar su mala costumbre de ponerlos en blanco en situaciones como esa. Aunque le disgustaba lo que se acababa de enterar, no le sorprendía. «Por mucho que sea yo quien viva aquí, quien lleve el negocio y quien pague las cuentas... Tú, plaste mi3rda, siempre serás quien gobierne ¿No es así? Entonces¿Qué es para ti un hijo? ¿Un títere?¿Cuándo será el día en el que yo sea dueño de algo?¿Eh?¿Cuándo?» De haberlo tenido en frente, se lo hubiera dicho con mucho gusto, pero, como resultaba evidente que jamás lo haría, se tenía que contentar con decirlo al aire. A su edad, ya estaba harto de esa situación tan absurda. A su edad, estaba harto de sentir que jamás sería dueño de sus propias decisiones y trabajo. Miró de soslayo a Lorette, sintiendo aquella orden como una ofensa hacia ella y, por consiguiente, hacía él mismo. Pero, Lorette parecía no darse cuenta de eso o, si algo sospechaba, le daba igual. Pensó un momento en la situación. Quizás, debería tomar su ejemplo y hacer lo mismo. Al menos por el momento. Ya vería después, cuando tuviera la oportunidad de ver a ese hombre, a quien debía reconocer como padre. Tomó de la mano a Lorette y la guió con amabilidad hasta el coche. Al abrir la puerta personalmente, le cedió el paso para que subiera. Sus miradas se cruzaron y en sus ojos él pudo notar la intriga y la indignación por lo ocurrido. Se maldijo por eso, pues no era algo que tuviera lugar en la situación. A fin de cuentas ¿No era ella la mujer con la que su padre le exigía que a casase? Entonces ¿Por qué debía soportar estos desaires? — No me mires así, mangue gachi e lamma...— musitó como una súplica que llamó la atención de Lorette —... Yo no tengo la culpa de esto ¿Podrías entenderme?¿Por favor? Tal lo visto, Lorette no era tan consciente de sus propios gestos. Puesto que, al oírlo, se sorprendió de que él se preocupara tanto por ella. Sintió pena por él y por la situación en la que se encontraba. A fin de cuentas, su padre mismo le había explicado el conflicto que él tenía con su futuro suegro. Aunque no sabía el motivo que había desencadenado tal conflicto, ella conocía, y de sobra, el resultado. —¡Oh!¡Venga ya!— exclamó abochornada, intentando disimular su sorpresa — Déjalo así, no es algo de lo que realmente tengas que pedir disculpas. Como si quisiera agregar énfasis a sus palabras, sonrió, intentando agregar liviandad en su mirada. Pero esto a Lawrence pareció no convencer. Pudo notar como en sus ojos claros, la situación lo disgustaba demasiado. Sin embargo, antes de que ella pudiera decir algo que sirviera para calmar los ánimos, él le respondió con una sonrisa. Aunque sus ojos seguían gélidos, al menos estaba haciendo el esfuerzo por sonreír. Lo vio inclinarse sobre ella, introduciendo medio cuerpo en el coche. La besó, un beso breve que pareció calmar todos esos ánimos negativos por un momento. —Espera aquí un momento... De todas formas, tengo que hablar con Willam— le dijo para luego entre cerrar la puerta del coche. Dicho esto, se acercó a paso rápido hacia el pobre criado que todavía seguía en el lugar sin atreverse a moverse de su sitio. Tenía miedo y eso lo veía cualquier mortal que tuviera ojos sobre la cara. Pero ¿Miedo de qué? Lawrence no lo sabía. —¿Puedo preguntarle el motivo de esa orden, Willam?— indagó Lawrence haciendo un gran esfuerzo por suavizar su tono de voz. Pero el pobre cochero pareció ponerse aun más nervioso por eso. Algo que a Lawrence le disgustó demasiado. Conociendo a su padre, alguna amenaza velada habría dado para que nadie se atreviera a desobedecerlo y, más que seguro que, otra amenaza habría empleado para que no le dijeran nada a él. « Déjalo ya, mangue chavoro, no vale la pena insistir ahora. El pobre viejo no tiene la culpa de las cosas que lo obliga a hacer su señor y, además... No te olvides que tienes cosas más importantes que hacer. Tu prometida espera ¿La vas a dejar allí?» Le susurró una voz que hacía años no oía. Una voz femenina que era imposible que estuviera susurrando algo en ese momento. Sorprendido, miró por sobre su hombro, descubriendo lo que ya sabía: no había nadie más allí. Volteó a ver hacia Willam, quien no se enteraba nada. Quizás, debería hacerle caso a esa vocecita y dejar las cosas como estaban. A fin de cuentas, fuera lo que fuera, tenía razón: Lorette esperaba en el coche y no era de buena educación hacerla esperar. — Déjelo así, ya después hablaré con mi padre. Póngase en marcha, por favor— respondió el gran señor, encogiéndose de hombros. Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y caminó unos pasos al encuentro de su amada. Sorprendido, Willam lo vio subir con un aire de desinterés impropio en él, dado a las circunstancias. Por los años que llevaba trabajando para la familia Armstrong, el viejo cochero, sabía muy bien que tan poca gracia le hacía al joven heredero de la familia este tipo de situaciones. Acostumbrado a la reacción natural de su joven señor, no pudo menos que preguntarse si es qué acaso, esa jovencita que lo acompañaba, no tuviera algo que ver en eso. Para nadie en aquella mansión era un secreto que, por lo general, cuando se hacía mención del gran señor Armstrong, su hijo, solía tener uno de esos ataques emocionales que le solían cambiar el estado de ánimo. Al menos, así había sido desde que la señora Helena, su madre, había abandonado su vida terrena. Willam, asintió al lugar donde hacía minutos antes había estado el joven señor. Él, como muchos otros miembros de la servidumbre, estimaba a ese joven y se compadecía de su infortunio. Recordó que, una hora antes, él había escuchado que Lawrence había estado desayunando en el salón comedor. Además, comprobó con sus propios ojos que se encontraba de buen humor, pese a que se le notaba en la cara que no había tenido muy buena noche. Mientras se subía al carro y lo ponía en marcha, Willam, se preguntó, ¿cuándo había sido la última vez que había visto al joven heredero de la familia sonreír de aquella forma? Y ¿Cuándo había sido que él mismo hubiera dispuesto y accedido a usar el salón comedor? Quizás, había sido hacía mucho tiempo atrás. Tanto tiempo que, no podía afirmar con seguridad que alguna vez lo hubiera hecho. Sonrió con buen grado. Ver cierto cambio en sus reacciones, por más insignificante que fueran, era, para él, algo por lo que agradecer a la vida. Quizás, la llegada de esa joven, podría ser algo más importante de lo que había supuesto al principio. «¿Qué clase de brujería le habrá hecho esta muchacha a mi joven señor?» No lo sabía ¿Cómo podría? Si solo era un simple cochero. Pero, fuera lo que fuera que le hubiera hecho esa muchacha de cabello plateado y ojos verdes, esperaba que fuera para bien y que ayudara a su joven señor ¡Vaya que lo esperaba! Pues, él, como los otros empleados, bien sabía cuánto necesitaba, Lawrence, que alguien pudiera ayudarlo.
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