Capítulo 9

1578 Words
Las primeras luces del alba se colaban a través de los pesados cortinajes del gran ventanal de su habitación. Tenían el lugar con tonos anaranjados que le dé daban un aspecto etéreo, como si todavía siguiera en el mundo de los sueños. Faltaba una hora para el desayuno y, siendo sincero, no creia que pudiera retener nada en el estomago. En ese momento, observaba el amanecer desde su cama, fumando un cigarrillo para aplacar su nerviosismo. Se estiró con lánguidez sobre la cama. Si cerraba los ojos podía ver de nuevo el reciente recuerdo de aquel último beso que le diera antes de irse de su habitación. Recordó, con cierta satisfacción, aquellos labios humedecidos y esos ojos implorantes y hambrientos, que parecían pedirle a gritos que no se apartara de ella. Irónicamente , no pudo evitar maldecirse por tomar la decisión de irse, pero sabia que era lo mejor. Al menos por el momento, antes de saber que ocurría, lo mejor era no tomar riesgos. Lo mejor era tomar distancia. «Realmente, lo mejor seria mantener la cabeza en frio, pero ¿quien pudiera hacerlo? » Durante la noche, más de una vez sintió deseos de levantarse e ir a verla. Pero parte de su orgullo no se lo permitió. Apagó su cigarro y miró la hora en el gran reloj de pared que oscilaba pesadamente. Las cinco y media. Debería levantarse de todas formas. Al hacerlo, sintió una punzada de dolor en su cabeza. Y no era de extrañarse, la noche anterior no había podido dormir gran cosa. Como siempre, su cabeza pensaba más de lo que a él le gustaba. Solo esperaba que, al menos, ella hubiera podido descansar. Se vistió con desgano y se lavó la cara, examinando el arañazo que le había dejado aquel golpe. Hizo una mueca de disgusto, sabia que a ella no le gustaría verlo ¿Qué más daba? Él se lo tenia merecido y se lo repetiría hasta que ella lo entendiera. Esto, junto a su determinación de tomar distancias y ser coherente con sus propias palabras. Aunque eso último no se lo diria, sabia que sería en vano. Ella ya le había demostrado lo caprichosa que podía llegar a ser cuando se le presentaba una negativa. Pero, de todos modos, intentaría demostrarselo con su actitud. Se repitió una y mil veces, que era lo mejor para ambos mientras se cepillaba la larga melena negra. Se repitió una y mil veces que ese sería su plan para evitar malos entendidos. Tantas veces que, llegó a creerselo por un momento. Pero eso fue un momento muy breve, lo suficiente como para considerar aquellos pensamientos no más que unas absurdas ilusiones. Las mismas que parecieron esfumarse en el instante en el que sintió un golpeteo suave sobre la puerta de su habitación. y escuchó como se abría tras de él. De cara al espejo, vio reflejada una diminuta silueta de faldas simples y coloridas. Sin querer evitarlo, sonrió como un idiota al ver en el umbral la figura de Lorette, timida, tal cual la habia conocido la noche anterior. Y con ella toda la determinacion fue a parar a quién sabe dónde. Por un instante, todos esos pensamientos y opiniones desparecieron. Sintió deseos de tomarla y besarla otra vez y, eso, muy lejos de molestarlo, le hizo gracia. —Buenos días, Lorette... — la saludó dándose la vuelta para verla mejor y, tragándose todo su orgullo junto con sus argumentos, le sonrió— ¿Cómo has pasado la noche? ¿Has podido dormir? Ella le correspondió la sonrisa, acercándose y posando una mano en la magulladura que le había dejado. Sus labios y cejas se entornaron en una mueca de preocupación que a él no le pasó desapercibida. —¡Oh, Dios mío! Se ve horrible...- dijo absorta en la examinación de esa herida, preocupada por él. Viniendo de ella y de la manera en la que se había disculpado la noche anterior, a Lawrence, no dejaba de parecerle irónico que en ese momento sí pareciera preocupada por ese detalle. Pero, esto quizás se debía al hecho de que, en un par de horas, tendría que dar cuentas de su genio vivo delante de su padre. Bien sabía que podía ser posible que, a ese hombre, no le haría ninguna gracia cuando lo viera. Sin embargo, ese asunto no le preocupaba en lo más mínimo. Ya vería él, como salir de cuentas. — He descansado muy bien, mi señor— escuchó como ella continuaba, respondiendo a su pregunta sin dejar de acariciar la magulladura— ¿y tú? Se notaba muy preocupada por ese pequeño detalle y, Lawrence, dejó que así lo hiciera, no pensaba decirle que fue su culpa ¿qué más daba? Si ella queria creer que debia preocuparse por aquello y con ello era feliz, pues que lo hiciera, no la sacaría de su error. En cambio, prefirió seguir con el tema de conversación. Esbozó una media sonrisa que delataba muy bien su cansancio. No mentiría, estaba cansado y no había podido dormir en toda la noche. — De ser sincero, no tan bien como hubiera querido...— admitió mirándola con los ojos entornados, para luego encogerse de hombros con total desinterés —Pero ¿ya qué? ¿quién pudiera dormir con tantas cosas en que pensar? Y ese es mi gran defecto, he de admitirlo, pienso demasiado. Al oírlo admitir tales defectos, Lorette, lo observó con las cejas arqueadas, que a él le pareció ser una actitud burlona e incrédula. Pero esta cambió en poco tiempo, por una cínica sonrisa de desdén. —Ya lo veo, Mangue garlochin...— replicó con suavidad de gélida coquetería —... Y también, hay que reconocer que hablas demasiado... Tanto así que, da la impresión que eres de esos que hablan y no hacen nada... «¡Oh!¡Vaya!¿Con qué esas tenemos?» Observó Lawrence arqueando una ceja que demostraba muy bien lo que pensaba. Lejos de molestarle la osadía de Lorette, lo divertía por su sinceridad. Quizás, no se lo pensaba decir en el momento, pero, esas suposiciones no eran del todo equivocadas. Vio como ella aprovechaba su silencio y se ponía en puntitas de pie para volver a besarlo. Un suave roce de libélula en los labios, hecho con una actitud de tímida casualidad que lo tomó con la guardia baja. Intentó reaccionar, retenerla y corresponder a su beso. Pero, cuando estiró el brazo, ella ya se le había escapado de las manos, dandole la espalda y mirándolo con una sonrisa burlona por sobre su hombro. La vio caminar de vuelta a la puerta y abrirla, para luego detenerse y hacerle una vaga seña con la mano. — Venga, debemos ir a desayunar y así ir a ver a mi padre. — arengó coqueta y divertida, como si para ella todo fuera un juego. Lawrence se quedó boquiabierto, sin poder creer lo descarada que era y lo fácil que él le estaba dejando el camino para llegar a su corazón. Lo seguia tomando desprevenido. Sin embargo, eso tampoco le importaba ya. Por raro que pareciera, todos aquellos fantasmas de la noche anterior y su condenado dolor de cabeza se le habían ido con ese beso. «¡Oh, vaya! ¿Quién lo diría? debo recordarme enviarles una nota a los doctores del manicomio para informarles que he encontrado la cura a mis pesares y que le den por culo a sus condenadas jaulas y sus bañeras de agua helada. Los malestares se curan con besos y caricias de hermosas doncellas gitanas... y si son albinas con unos hermosos ojos verdes, aun más que mejor.» Pensó irónico y divertido al recordar como ese problema de sus malestares había sido material de estudio en esos horrorosos hospitales para enfermos mentales en los que lo habían obligado a internarse. Los mismos malestares que jamás se habían podido apaciguar, pese a todas esas torturas que llamaban "tratamientos". Ya solo de nuevo en la habitación, se acomodó la camisa y se aseguró en que su aspecto estuviera en condiciones para la importante reunión que tendría. Mirando sus ojos claros en el reflejo del espejo, hubo algo que se le cruzó por la cabeza. «Los dolores y los pensamientos, se van cuando yo me relajo y la persona que está a mi lado parece no tener dobles intenciones...» Le dijo al hombre que lo observaba en silencio del otro lado del espejo. No era la primera vez que le ocurria, lo sabía. Con su hermano o con su sobrino, ya lo había notado antes. También con algunas raras jovencitas que, sin conocerlo se habían acercado casualmente en alguna ocasión. A veces, tenía la vaga impresión de no ser él el problema, sino la situación en la que estaba metido. Las exigencias de su padre y la imagen que debía mantener ante gente que no le agradaba, lo ponían en ese estado de alerta en el que todo el mundo era su enemigo. Como tantas otras veces en el pasado, se preguntó si, quizás, en realidad él nunca hubiera estado mal y, solo, eran cosas de su padre que buscaba de alguna forma controlarlo. Tenía sentido. Pero no se lo plantearía en ese momento. No tenía tiempo para eso. No cuando Lorette volvía a golpear la puerta con suavidad para apurarlo. Como estaba en ese instante. De modo que sonrió al espejo y vio su sonrisa genuina. Se dió la vuelta y salió de la habitación.
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