El trayecto en el auto fue en extremo silencioso, podía notar la tensión en los hombros Andrew Dawson, el chofer personal de la princesa, pero ninguno de los dos abrió la boca en ningún momento. Andrew, que era un sujeto cuarentón y panzón, mantenía el cuello inmóvil, con la vista fija en la carretera, cómo si temiera mirar hacia otro lado. Yo me encontraba en el asiento delantero junto a él y ya estaba empezando a ser muy incómodo que todos pretendieramos no estar respirando mientras nos desplazábamos por las calles de Den Haag siendo escoltados por Bakker y Kok. Yo daba breves vistazos hacia el retrovisor, asegurándome de que todo seguía en orden, pues no había olvidado que varias amenazas de agresión caían sobre la Princesa, y entonces me pregunté si el temor del chófer tal vez se d