La noche de la fiesta llegó y mi corazón amenazaba con no poder soportarlo, lo sentía latir en mi garganta mientras la adrenalina iba haciendo estragos en mí. Me miré en el espejo y sonreí, regodeándome de lo maravillosamente simple pero brillante que era mi plan, y guardando todas mis esperanzas en que realmente aquellas ridículas máscaras funcionaran. Llevaba un vestido rojo sangre de corpiño perlado, bien ceñido a mi cuerpo. Una gargantilla de brillantes en cascada casi rozando mis pechos, y una media máscara a juego que solo dejaba a la vista mi boca. Mi rostro estaba oculto casi en su totalidad, y para complementar todo el atuendo, había decidido usar un tocado con velo, que cubría parte de mi cabello también, así solo quedaban a la vista un par de mechones rubios... Todo fríamente