Sede del Servicio General de
Inteligencia y Seguridad.
Zoetermeer, Países Bajos.
~* Un año antes *~
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J e n s e n
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Contemplé a través del parabrisas el majestuoso complejo que se alzaba frente a mí mientras aparcaba el auto en la manzana principal del estacionamiento, abrí la guantera para sacar mi carnet del Ministerio y me lo colgué al cuello con desgana, odiaba aquella maldita cosa, nada era más contraproducente para mi trabajo que aquel estúpido carnet que le avisaba al mundo entero que yo era un oficial activo del gobierno.
Ya no me sentía cómodo llevando nada de eso encima, pues aunque algunas veces extrañaba vestir mi prestigioso uniforme n***o de gala, ese que tanto esfuerzo me tomó conseguir, tenía que admitir que me había acostumbrado al anonimato y la libertad que me brindaba el trabajar encubierto... Para mí ya no había vuelta atrás, así que odiaba con todas mis fuerzas cada vez que tenía que ponerme algún distintivo otra vez.
Con la resignación como sentimiento dominante ese día, bajé del auto y me incliné para tomar la chaqueta de cuero que colgaba sobre el asiento; los vientos fríos anunciaban que el invierno ya había llegado, nos acechaba, aunque aún no caía el primer copo de nieve.
Caminé hasta la entrada del edificio y fruncí el ceño al ver la expresión del joven guardia de la puerta principal, anunciaba a gritos que daría problemas.
—Buen día, ciudadano —saludó poniéndose de pie al instante—, ¿me indica su nombre y en qué le puedo ayudar?
—Buen día, soy el Agente Dekkers De Jong, y me dirijo a las oficinas de Dirección General —indiqué entregándole mi carnet para que verificara mis credenciales.
El joven se inmutó al oírme, por lo visto había oído de mí... Todos lo habían hecho, aquel jodido reportaje tampoco ayudaba a mantenerme en bajo perfil, la prensa también era soberanamente imprudente a veces.
Sin embargo, el joven soldado fue prudente y no mencionó ni una palabra al respecto mientras ingresaba mis datos a la computadora.
—Me indica el motivo de su visita, por favor... Agente —pidió, esta vez con voz ligeramente temblorosa.
—Para serle sincero… —resoplé con cansancio—. Desconozco el motivo de mi visita. El día de ayer recibí un fax del despacho del Ministro Van der Heijden, donde se me indicaba que debía asistir hoy a una reunión con la Directora Hendriks y… —miré mi reloj con impaciencia—. Si no me colabora un poco llegaré tarde, ¿entiende?
—Seguro, agente; solo déjeme confirmar su acceso —se apresuró a decir el joven, ya un tanto nervioso.
Asentí en silencio y me dispuse a recorrer las instalaciones a mi alrededor mientras él hacía su trabajo. Nunca me había gustado aquel sitio, nada bueno ocurría cuando te llamaban de Inteligencia y Seguridad, porque solía pasar una de dos cosas: te llamaban para interrogarte por algo que creían que habías hecho... lo cual era malo, o lo hacían para obligarte a hacer algo de lo que nadie más quería encargarse... cosa que era quizás peor; y sabiendo que yo no había cometido ninguna infracción… Temía que terminaría saliendo de ahí con una desagradable carga sobre mis hombros.
—Agente Dekkers —me llamó el joven oficial un minuto después—, ya me han confirmado su entrada; aquí tiene su identificación y su pase de visitante… Bienvenido a la AIVD.
—Muchas gracias —dije tomando lo que me entregaba y apresurándome hacia la puerta principal, mejor salir de aquello rápido.
Llegar a la Dirección no fue complicado, esas oficinas quedaban en el último piso, y los elevadores estaban justo frente a la entrada, por lo que solo tuve que interactuar con el guardia que esperaba afuera de las puertas del elevador, este hizo una llamada, confirmó mi acceso y me dejó pasar en cuestión de un minuto.
Caminé por aquel estrecho pasillo sintiendo que me encontraba en algún complejo de oficinas comerciales en lugar de una sede de gobierno, pero la decoración y distribución del lugar no era asunto mío.
Llegué al lugar indicado y fui recibido por una joven secretaria que tras confirmar mi nombre también me dio acceso a la puerta de mi destino, y estando frente a esta... no pude evitar esbozar una sonrisa al leer el nombre grabado en la placa dorada, recordando de pronto que nunca la felicité por el ascenso.
—¡Jensen! —exclamó la mujer detrás del gran escritorio de madera tan pronto me vio entrar a la oficina.
—Directora Hendricks. —Incliné lentamente mi cabeza.
—No seas majadero conmigo, idiota; y llámame por mi nombre. —Se levantó y rodeó el escritorio para acercarse a mí y darme un cálido abrazo… Como acostumbró siempre.
—Todos los años del mundo en este cargo no te harían menos cariñosa, ¿o sí, Mara? —pregunté sonriendo.
Admiré que salvo por la melena de rizos rubios, ahora teñidos de marrón, la mujer seguía igual… Mara Hendricks era alta y de “gruesos grandes” como ella misma decía, pero hermosa en todos los sentidos; no por nada la apodaban “La Amazona” en la academia.
—¡Para nada! No dejaré que este maldito departamento corrompa mi espíritu —aseguró con una sonrisa—. Pero hablando de todos los años del mundo… ¿Sí sabes que a medida que el tiempo pasa tú deberías verte más viejo y no más guapo? ¡Caramba! ¿Es que nunca piensa salirte panza?
—¡Jamás! No dejaré que el mald!to pan me corrompa —respondí haciéndole reír y sacudir la cabeza, yo no me consideraba a mí mismo un hombre gracioso, pero con ella siempre fue sencillo.
—No lo dudo, a ti no hay nada que pueda corromperte y eso te ha llevado donde estás, y a tener la reputación que tienes. Pero mi querido amigo, aunque me gustaría que nos pusiéramos al día con nuestras agitadas vidas… Llevo el tiempo medido y debemos darnos prisa.
—Seguro, y me viene de maravilla porque en realidad no se me notificó el motivo de la reunión, Van der Heijden solo me indicó que era con carácter de urgencia que debía presentarme aquí —comenté mientras Mara regresaba para sentarse tras su escritorio y me indicaba que hiciera lo mismo.
—Sí, es que lo estuvimos conversando y pues… no queríamos que llegaras predispuesto a ponerme trabas. —hizo una mueca mientras se encogía de hombros.
—¿Trabas? —la miré confundido.
Yo era el soldado por excelencia, la disciplina era parte de mi esencia… Yo no ponía trabas cuando se trataba de mi trabajo, así que su comentario era confuso.
—Sí… Verás... Vas a ser transferido, Jensen. —Tomó aire y lo soltó—. El traslado entra en vigencia a medianoche, así que mañana a primera hora debes reportarte en tu nuevo puesto.
Abrí la boca para reprochar pero la cerré de inmediato, tomándome un par de segundos para pensar con calma, al menos la que me quedaba luego de aquella noticia.
Al hablar con Mara era fácil olvidar los rangos y protocolos que nos separaban, pero debía tener presente que sin importar lo que pasó entre nosotros en el pasado… ella era ahora mi superior, y yo le debía respeto a su autoridad, así que reformulé rápidamente mi inquietud antes de expresarla en voz alta.
—Creí estar haciendo un buen trabajo con el Ministro Veenstra —argumenté ofendido y sorprendido a partes iguales.
—Así es. Un trabajo estupendo, de hecho; el país entero se inclina ante ti, porque… —Abrió un cajón y sacó una carpeta—. Como ya te dije, tu reputación te precede y ha llegado a oídos importantes... Oídos muy importantes, así que te recomiendo que abras tu mente y lo veas como un honor, ¿de acuerdo?
Mara ladeó la cabeza y sus labios se convirtieron en una fina línea sobre su rostro. Su gesto más que confianza lo que transmitía era resignación, y aumentaba mi confusión; así que me incliné sobre el escritorio y tomé la carpeta para examinarla, ella no puso resistencia, parecía esperar que lo hiciera.
Al abrirla mis ojos dieron una rápida ojeada a toda la palabrería bonita con la que siempre empezaban aquellos estúpidos menos hasta que finalmente encontré el quid del problema, no era un memo... era un decreto.
Había sido reubicado de puesto y ahora mi lugar de trabajo sería el palacio Huis ten Bosch, como escolta personal de la Princesa de Moguer; y no había nada que yo pudiera hacer o decir al respecto, pues debajo de todo aquel texto, junto a un elegante sello con el escudo del Despacho Real, estaba una firma que todos en el país conocíamos muy bien.
La llamativa firma de Gerolt Johan Patrick de Moguer-Avesnes, Rey de los Países Bajos, daba fin al comunicado y eso convertía aquella hoja de papel en una sentencia que yo debía cumplir contra mi voluntad.