Llegué a la base de las escaleras justo a tiempo para que Peeters abriera la puerta principal del salón y la Princesa siguiera su carrera hasta el exterior sin perder un ápice de la emoción inicial. Me detuve bajo el arco de la puerta a contemplar la escena en silencio, intentando no perderme ningún detalle. La puerta trasera del lujoso auto gris se abrió y entonces pude ver a nuestro visitante inesperado. Rembrandt, príncipe de la casa Moguer, Duque de Amsberg… Sobrino del Rey, bajó del auto y una gran sonrisa se dibujó en su rostro cuando la Princesa saltó a sus brazos como una niña. La estrechó en un abrazo fuerte y la alzó en vuelo sin ningún esfuerzo, dando una vuelta en su lugar. Ambos parecían extasiados por su encuentro mientras intercambiaban un par de palabras que no pude oír,