- Todo está en perfecto orden. – dijo Cristian al colocar su firma junto a la de Salomé. –vamos, iremos a seleccionar el anillo de unión, en la noche tenemos una cena en la mansión de mis padres donde se lo haremos saber a ellos.
- Supongo que debo de arreglarme. – habló Salomé. Sólo se le permitió traer unas cuantas mudas de ropa de su departamento y la que tenía era un pantalón azul, camisa blanca acompañado con una chaqueta y zapatos claros.
- Lo tengo cubierto. – se puso de pie para poder caminar. – te llevaré al salón, ahí van a arreglarte. Lo que vas a utilizar desde ahora correr por mi cuenta.
- Creo que ha esto le faltó un gracias por aceptar a las buenas. – Salomé estiró sus labios al mismo tiempo que cruzaba los brazos y Cristian frunció el ceño al detenerse.
Se dio la vuelta y dijo.
- Toma en cuenta esto, yo no agradezco, sólo selecciono y p**o.
- Te hace falta modales. – dejó de verlo y empezó a caminar. – puedes pagar a una profesora para que te enseñe y luego se lo agradeces. Si eso no funciona, viaja en el tiempo y haz que te eduquen de nuevo.
Al pasar por el lado de Cristian, él la detuvo hasta poder arrinconarla en contra de la pared y las paredes de su cuerpo. Se apegó a ella y le dijo muy de cerca.
- Salomé, eres grosera.
- Y tú un mal educado que no sabe dar un gracias.
Ambos detuvieron sus miradas desafiantes entre ellos, ni siquiera dejaron de verse cuando Facundo entró en la oficina.
- Señor. – llamó con algo de temor. Facundo llegó en un mal momento.
Cristian respiró con fuerza, al final se rindió. No encontraba sentido en seguir enfrentándose a Salomé, la mujer dejaba ver un lado que desconocía y que había que trabajar en ello. Miró a Facundo y habló.
- ¿Qué sucede?
- El carro está listo para salir. – tragó saliva y se quedó ahí a esperar una orden.
- Vamos. – Cristian tomó la mano de Salomé y empezaron a caminar. Ella con una victoria y él, él no lo llamaría derrota, sólo era cosa de esperar.
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- Señor Roberts, bienvenido. – dijo el gerente. Era la primera vez que Cristian compraba uno de su producto en una de las extensiones comerciales. - ¿Sabe la medida del dedo de su novia? – preguntó.
Cristian guardó silencio, miró los anillos y miró la mano de Salomé al igual que sus dedos finos y largos.
- Fila dos, columna seis. – habló al tener el anillo que iba a quedarle.
- Buena elección, señor. – el joyero sonrió y ofreció aquella joya que iría en el dedo de la joven. De metal oro rosa que se unificaba con el infinito en la piedra de zafiro blanco.
Cristian al tenerlo en sus manos, tomó la mano de Salomé y se lo puso en el dedo indicado.
- No hace falta saber la medida de tus dedos, cuando llevas a toda una empresa dedicada a los diseños en joyería sabes de esto. – explicó y ella asintió sin despegar miradas.
- Señorita, tiene que ponerle el anillo al señor Cristian. – escucharon la voz del gerente interrumpiendo aquel momento. - ¿Me da su medida?
Esta vez fue Salomé quien observó el tablero de los anillos. La pareja del suyo tenía muchos tamaños.
- Fila ocho, columna dos. – respondió cuando observó el dedo de Cristian. Agradecía haber aprendido medición gracias a la exigencia de su hermano mayor. El gerente sonrió y entregó la joya. Salomé tomó la mano de Cristian y muy despacio colocó el anillo en el dedo, le atinó de pura suerte y pudo respirar aliviada.
- ¿Quiere que grabe sus nombres en el metal?
- Debes de hacerlo. – Cristian entregó su anillo y luego el de Salomé al gerente. – no tardes, tengo el tiempo contado. – ordenó.
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- Su novia estará lista en una hora, señor Roberts. – dijo la estilista.
Cristian sólo la miró, tomó la laptop para trabajar y esperó paciente a que Salomé saliera.
Terminó de revisar la presentación y acuerdos con algunas empresas, también la hora se había acabado. Escuchó unos pasos acercarse, levantó la mirada despacio y observó a Salomé salir. En vestido de noche se veía bien. El color plateado resaltaba sus ojos verdes pantanosos. La tela moldeaba muy bien en su cuerpo y anchas caderas, el escote dejaba ver unos pezones firmes con cierto volumen. Un maquillaje sencillo, sonrisa suave y cabello recogido en una cola baja con un par de mechones sueltos en la parte de enfrente.
- Estoy lista. – dijo Salomé. Su uniforme de siempre fue cambiado por un elegante vestido que ya olvidaba como se veía.
Cristian asintió, guardó la laptop y se puso de pie.
- Vamos. – habló al caminar y ofrecer su mano.
Salomé mordió el labio inferior. Era diferente tomar la mano de su jefe cuando se trataba de cerrar contratos a tomarla por, ni siquiera tenía las palabras adecuadas para decirlo. Dejó que su mano reposara en la de Cristian y juntos salieron de aquel salón como la pareja que afirmaban ser.
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Las grandes rejas se abrieron en la mansión Roberts, era una casa moderna y alumbrada. De colores claros y con un bello jardín. Toda ella rodeada de hombres que se comunicaban mutuamente y también tenían armas, unas que eran pequeñas y otras muy notables.
- La mayoría de los guardias están armados. – habló Cristian antes de bajar del vehículo. – no te llegues a asustar si escuchas disparos, es parte del entrenamiento y seguridad de la mansión.
- ¿Es una seguridad muy alta? – preguntó ella curiosa por saberlo. No solo era la mansión, últimamente Cristian ocupaba escoltas armados hasta los dientes.
- Para el negocio en el que estamos, sí.
- ¿ÚnicoRoberts necesita tanta seguridad?
- No es el único negocio familiar. – dejó de mirarla y cuando el carro se estacionó salió.
Salomé salió del vehículo con la ayuda de Cristian, non preguntó más. Él ofreció su brazo y caminaron hasta donde se había planificado la cena. Al llegar a la gran sala encontraron a dos parejas, una madura y la otra joven.
El señor Wilson Roberts y su esposa Emilia, madrastra de Cristian, quien lo cuidó desde la edad de nueve años como su hijo, ocupaban el lado derecho de la mesa y una de las cabeceras. A la izquierda, estaba la otra pareja, Salome reconoció de inmediato al hombre, era su ex junto a la rubia que no pudo evitar estrujar su mano en la de Cristian.
- Camina segura. – dijo Cristian en voz baja sin la necesidad de mover los labios, mientras caminaban hacia ellos. Posó su mano en la cintura de Salomé hasta poder acercarla más a él. – la joven mujer. – señaló con la mirada. – tuve una pequeña relación con ella. Se comprometió hace un día con uno de mis primos. Es necesario que lo sepas – explicó.
Al destino le encantaba jugar, esa noche unía a dos ex parejas, la Rubia rompe relaciones y Alexander un tipo sin sangre en la cara.
Salomé jamás imaginó que eran primos, sus apellidos eran diferentes y Alexander jamás se lo dijo. Respiró e ignoró por completo al susodicho, ahora estaba con Cristian y debía seguirlo.
- ¿Es algo que te hace sentir incómodo? – preguntó ella por la joven rubia.
- No. En mi mente ya no existe, estuvo y se fue, es lo que importa. – respondió seco y cortante.
Salomé no hizo más preguntas y continúo con la caminata. Le demostraría a Alexander que siempre si se puede cambiar por uno mejor, más guapo, sexy y que ese era su jefe a quien había acusado de su separación.
El hombre al ver a la pareja acercarse se liberó de la corbata inquieto, por dentro estaba que no podía.
- Hijo, bienvenido. – la señora Emilia se puso de pie para poder recibirlo, nunca pudo tener hijos que reclamó a Cristian como suyo. Lo abrazó con fuerza y miró a Salomé con una sonrisa en su rostro. - Trajiste compañía. – fue por ella que no dudó en abrazarla. – bienvenida, cariño. – tocó sus mejillas.
- Gracias por la invitación. – respondió Salomé con una gran sonrisa ante tan dulce mujer.
La señora Emilia asintió por verlos e invitó que tomaran asiento junto a ellos.
- Señorita Salomé, me ha sorprendido verla entrar por esa puerta. – habló el señor Roberts, jefe de la familia.
Salomé iba a hablar, pero Cristian la interrumpió cuando dijo.
- Salomé Ferguson es mi novia. – habló sin rodeos provocando que la mirada de la joven pareja se concentrara en él de inmediato. – tenemos una relación hace tiempo que he decidido hacerlo público.
- ¿Son pareja? – preguntó Mafer casi sin poder creerlo. La mujer era delgada, cabellos amarillos y de tez blanca. Sus expresiones decían mucho, pero aun así trataba de ocultarlo. Cristian la había rechazado cuando intentó recuperarlo y ahora entendía el por qué.
- Acabo de decirlo.
- No sé por qué no me sorprende. – habló Alexander sin dejar de mirar a Salomé. – todo este tiempo tuve razón. – sonrió. – al final tenías una relación con Cristian. Te acostabas con él y no conmigo. Fui un imbécil al esperar todo un año algo que no valía nada. – bebió de su tragó y aflojó un poco más la corbata al sentir que lo asfixiaba y que el coraje se atoraba en la garganta.
Salomé bebió de la copa, lo miró y supo responderle.
- Nunca estuviste tan en lo cierto. Déjame decirte que tu primo coge muy bien para ser el primero. Y que hablar de los besos, besa mucho mejor que tú. – respondió ella a sus acusaciones con gran placer. Se dio cuenta de sus palabras ante los padres de Cristian y dijo apenada. – siento mucho que me hayan escuchado hablar de esa forma, mediré mis palabras.
- No te preocupes, saber que Cristian trae a alguien a cenar es gratificante. – habló Emilia, se veía que lo amaba como un hijo. Tomó la mano de su esposo, parecía no estar molesta, todo lo contrario, estaba alentada y hasta feliz.
Cristian decidió tomar la mano de Salomé, no era necesario darse cuenta de que ella y Alexander tenían una relación en el pasado, donde su primo lo culpaba a él por la rotura y, además, de entregarse a él. Eso quería decir que ella no ha estado con ningún hombre.
- Salomé también es buena en la cama. - dijo con mucho placer. – muy buena.
Ella sonrió, le gustaba que le siguieran la corriente, pero no pudo evitar sentirse algo incómoda al recordar que era su jefe.
Alexander apretó la mandíbula, Mafer se quedó en silencio y los señores Roberts estaban calmados.
- Si ya te la cogiste, eso quiere decir que Mafer ya no es nada en tu vida.
- Dejó de hacerlo hace mucho tiempo, no tienes de que temer. – tomó una copa de vino y la bebió sin mostrar rasgos de emociones. Necesitaba refrescar su garganta. – ahora sólo existe Salo. – estiró sus labios al decir aquello.
- No tengo más que felicitarte, Cristian. - habló Mafer. - Espero y hayas encontrado a la indicada para ti, la que logre llenar todas tus peticiones y requisitos que exiges.
Él sólo asintió.
Los señores Roberts estaban feliz. Siempre respetaron sus decisiones y lo seguían haciendo.
Emilia tomó la mano de Cristian entre la suya y supo decirle.
- Respeto tu decisión hijo, pero ¿Estás seguro de que esta vez tu relación va a durar? – preguntó sin quitarle los ojos de encima. Conocía muy bien el problema de Cristian que temía que el tiempo se acabara y vuelva a suceder.
- ¿Podemos hablar de otra cosa que no sea de mí? – su voz se escuchó algo molesta.
Emilia asintió descontenta y con disimulo observó a Salomé.
- Cariño de pura casualidad ¿Eres de los Ferguson de California?
Salomé ya se sentía en presión. El compromiso lanzado sin previo aviso, enterarse que Alexander y Cristian son primos, la rubia como ex de su ahora pareja por contrato más el reconocimiento de su apellido la dejó como piedra.
- No. – negó. La familia de Cristian tenía que respetarla por lo que es y no por lo que apellido representa. – no lo soy.
- Entiendo. – la mujer asintió y miró a su esposo al igual que él.
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La cena fue rápida y silenciosa, como de costumbre tenían que caminar y recorrer la mansión. Cristian fue a darle un recorrido, la dejó cerca de la sala cuando sus padres lo llamaron.
Salomé caminó un poco más hasta llegar a la chimenea. Había fotos y retratos familiares. Hubo una que llamó su atención por completo. Reconocía muy bien a Cristian de nueve años, era imposible olvidar aquellos ojos azules que la perseguían por todo el lugar. Juntó a él estaba una mujer con el mismo parentesco, ambos felices y abrazados.
- Es la mamá de mi hijo. – escuchó la voz del señor Roberts acercarse. En su rostro se dibujo una sonrisa algo melancólica con la combinación de felicidad.
- ¿Qué sucedió con ella? – preguntó Salomé sin dejar de ver la foto.
- Murió. – fue una palabra pequeña, pero de gran impacto. La cara de Salomé lo decía todo. El señor Roberts estiró sus labios con algo de pesar, tomó el retrato y volvió a decir. – Mi hijo te está buscando, Salomé, será mejor que vayas.
Salomé sintió un escalofrió recorrer por su piel, devolvió aquella fotografía, dejó de ver al señor Roberts y se marchó con muchas dudas.
El señor Roberts al quedar sólo caminó hasta llevar el retrato a la medida de los ojos y en voz baja dijo.
- Mi amada Ana María, no pude protegerte de aquellos desalmados que te secuestraron, pero no descansaré hasta vengar tu muerte, lo prometo. – estiró sus labios. – sino lo hago yo, lo hará Cristian, puedes estar orgullosa de él. Aunque no recuerde sus rostros, no ha olvidado de vengarte.
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Mientras Cristian se despedía de sus padres, Mafer fue por Salomé.
- Cristian nunca va a amarte. – habló al estar cerca de ella. – no puede amar, la carga del pasado lo persigue y va a olvidarte tarde o temprano.
- No te entiendo. – Salomé la miró. La mujer ya estaba prometida y estaba ¿Preocupada por Cristian? Semejante descaro, pero más descaro era atreverse a hablarle después de encontrarlo con Alexander.
Ella sonrió.
- Al no encontrar el amor que necesitaba en sus brazos dejé de insistir. Él no es un hombre que te comprenda, no tiene gota de simpatía por los demás, tarde o temprano va a dejarte como lo hizo conmigo y cuando lo intestes recuperar, no va a querer saber nada de ti. En su mente sólo existe la venganza, es lo único que recuerda cuando tiene episodios.
- Yo creo que es un hombre sensible como cualquier otro.
- Adivino, te propuso un contrato. – sus palabras fueron reveladoras que Salomé no puedo evitar disimulo. – Cristian jamás te pondrá en el pedestal que necesitas porque para él no vales nada. Cuando se finalice te dejará con el corazón roto y en mil pedazos. Tu nombre sólo representará vacíos al igual que los recuerdes que formes con él. Mi recomendación, no te enamores porque no habrá un acuerdo mutuo y no de su lado. Será mejor que busques otro hombre, porque comprenderlo es imposible. – estiró sus labios, tocó parte del hombro de Salomé y se marchó.
Salomé se quedó con un amargo tragó en los labios, Mafer era una de las novias de Cristian y prácticamente habló de sus experiencias con él. Sólo tenía que mantener su corazón a salvo al igual que su postura. Respiró para calmarse.
- Salo, es hora de irnos. – escuchó la voz de Cristian venir desde atrás.
Ella asintió al mirarlo y caminó junto a él hasta tomar el vehículo.
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“- ¿Quieres ayudar a tu madre? – él asintió, ella escribió en una hoja muy rápido y se la entregó en las manos. – vas a vengarme y esto será tu agenda. – su voz se escuchó que estaba decidida con el destino. – tú y tu padre me vengaran. – dejó un beso cálido en la frente de su hijo, su mirada denotaba tristeza profunda que los ojos estaban por inundarse de lágrimas. - sal cuando te de la señal ¿Entendido?
Cristian asintió, tomó la nota con fuerza y fue a esconderse dentro del armario, esperaría aquella señal. Al minuto un hombre entró y fue testigo de la peor escena.
Ella lo sedujo, se apegó a los labios y lo besó. Después aquel hombre la tomó del cabello molesto, reclamando algo.
- ¡¿Dónde esta el niño?! – preguntó en voz alta.
- Escapó. – respondió ella tratando de ser fuerte y no mostrar debilidad.
- Se que lo escondes. – la soltó de golpe y empezó a caminar en dirección del armario. Ana María se aventó sobre él para impedir que llegara a Cristian y mordió parte del brazo. Aquel hombre se molestó, la abofeteó, apegó el arma en la cabeza y dijo.
- Ya que el niño no está, mataré a la esposa de mi enemigo. – sonrió y apretó el gatillo sin gota de remordimiento”.”