Té de menta con miel

1799 Words
- Tu habitación está lista. – dijo Cristian cuando llegaron al departamento. – queda junto a la mía. Tienes todo lo que vas a necesitar y a ocupar a partir de ahora. También iremos de compras en uno de estos días. - ¿Podré hacerle algunos cambios si llega a no gustarme? – preguntó Salomé. - No creo que sea necesario, la habitación es adecuada para ti. - Eso lo sabré cuando la vea. - De acuerdo, haz lo que quieras. – habló con un tono molesto, dejó de mirarla y se encerró en el despacho. Salomé sólo pudo respirar, empezó a caminar hasta subir las escaleras y llegar a la habitación que le correspondía. Como lo imaginaba, no le gustó, el color melón no era su favorito. Tenía colores pasteles, pero faltaba algo y los muebles no estaban en el lugar que era. Miró la hora, había tiempo para darle su propio toque. Retiró el vestido y optó por ponerse una ropa algo vieja que había traído con ella. Era un overol, una blusa de mangas largas de color plomo y una gorra para cubrir sus cabellos. Bajó hasta la sala y fue directo al despacho donde se encontraba Cristian. - Pasa. – dijo al escuchar el llamado en la puerta. Conocía muy bien cuando Salomé tocaba. Las prendas que llevaba hicieron que Cristian se sorprendiera, parecía una niña que quería algo. Los ojos de Salomé eran los de una liebre, curiosa y entusiasta. - ¿Hay pintura? – preguntó ella. - En el cuarto de limpieza. – Cristian se puso de pie, estaba muy curioso de lo que ella tenía en mente, pero sus prendas ya le daban una idea. – Temo preguntar, pero ¿Para que la pintura? - Voy a darle otro cambio a mi habitación. No critico tu forma de decorar, pero no es mi gusto. – se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección al cuarto de limpieza, dejando a Cristian un poco desorientado y fuera de sí. Él dejó de prestarle atención y continuó con su trabajo. Salomé tomó un color lila y uno blanco, tiñer, papel periódico, brochas y rodillos. Con los elementos listos volvió a su habitación. Ubicó cada cosa en un lugar para que no sean manchados, cubrió las partes vulnerables y movió los muebles. Preparó la pintura y continuó hacer el trabajo. Pared por pared fue pintando hasta lograr lo que quería. Sentía que le faltaba algo más en el centro, quizás era un dibujo. Por suerte trajo pinturas de emergencia de su departamento he hizo una liebre de ojos verdes grandes que miraba fijamente a quien lo vea, era una gran obra. - Supongo que no investigué bien tus gustos. – escuchó la voz de Cristian venir desde la puerta haciendo que regresara a mirarlo de inmediato. Él caminó hasta poder ver lo que Salomé había dibujado en la pared. - ¿Por qué una liebre? – preguntó al cruzar sus brazos. - Porque es lindo. – respondió ella. Cristian asintió, no era una respuesta clara para él. - Yo te diré por qué. – dijo al mirarla. – la liebre son animales libres, curiosos y les encanta el peligro. Se acercan a los leones y se burlan de ellos en la cara . Cuando veo al dibujo, te veo a ti. – Salomé se quedó totalmente inmóvil, Cristian era diferente a aquel hombre que sólo se dedica a trabajar y dar órdenes, era profundo y no lo había notado. – tienes pintura por todas partes. Eres buena en esto, pero torpe en tu cuidado. Limpia y recoge todo aquello que es basura y ve a darte un baño. – ordenó y salió de la habitación. Fue un cambio brusco y repentino. Salomé se quedó intranquila. Respiró y recogió las sobras y papeles manchados en una bolsa, después fue a darse un baño. Al terminar fue por su pijama, un mameluco de liebre era caliente y cómodo para ella que le daba gran libertad. Cepilló sus cabellos y antes de ir a dormir, bajó a la cocina, siempre tomaba un té de menta con miel, era una receta de familia, su padre se la enseñó en un momento de melancolía y derrota. “- ¿Estás así por el elefante? - preguntó a Vlad, su padre al ver a Salomé de siete años sentada en uno de los rincones de la habitación con la mirada más triste que podía tener. Ella dejó escapar un suspiro, por primera vez se sentía en derrota y el corazón dolía. Vlad caminó, se sentó juntó a ella y le dijo. -Tienes que entender que tu elefante ya no podía vivir aquí, esta no es su habitad. Necesita espacios verdes y estar con lo suyos. - ¿Va a estar bien allá? - Salomé lo miró al preguntar. - Mucho mejor que aquí. El refugio es un santuario para elefantes. - le dio su mano. - Podrás ir a África cada año, lo prometo. Ella sonrió y decidió abrazarlo. Vlad, también devolvió aquel abrazo, se puso de pie y fue con Salomé a la cocina. - Te voy a dar una receta que mi madre me hacía, ayudara a sentirte mejor. - dijo al dejarla en la repisa y después tomar los ingredientes que necesitaba para el té de menta con miel. Cuando al fin estuvo listo, Vlad sirvió una taza para ambos y la bebieron a gusto compartieron un gran momento entre padre e hija o en este caso, gran persona y su alíen. Salomé se sintió más calmada y relajada, su padre no era malo como pensaba, sólo hacía lo mejor para ella y para quienes amaba. Ahora tenía que ver la forma de retirar la pintura explosiva que dejó debajo del asiento en el coche de su padre. Con un sólo movimiento y todo adentro estaría empapado de pintura azul” - Cuando el agua hirvió, Salomé lo sirvió en una taza y agregó hojas de menta y una cucharadita de miel. Subió a la repisa como una costumbre para beberlo, al dar el segundo sorbo por segunda vez escuchó la voz de Cristian. - Pensé que estabas recostada. – dijo al acercarse. Sus cabellos estaban húmedos al igual que parte de su pecho. Había dejado el traje por una pijama cómoda, camisa blanca y pantalón plomo que le iba muy bien en su cuerpo. - Si quiero dormir debó de beber algo de té. Me ayuda con el estrés que he recolectado en el día y mantenerme despierta al día siguiente. - ¿Qué te estresa? - Es un misterio. – dijo sin dejar de mirarlo a los ojos y beber otro sorbo de la taza. Cristian entendió perfectamente sus palabras, levantó las cejas y volvió a decir. - Quiero lo que estás bebiendo. - No creo que le guste. - No lo sabré sino me das a probar. Salomé respiró, bajó de la repisa y preparó una taza de té para Cristian. - Sopla, está caliente. – dijo al entregarle el té en sus manos. Él estiró sus labios y bebió sin dejar de mirarla. Ella mordió los suyos, la mirada de Cristian era algo incómoda y hasta seductora. Maldijo en silencio, hasta para beber se veía increíble. - Tengo que ir a dormir. – habló y se puso a caminar a pasos grandes. - ¿Vas a seguir huyendo de mí? – preguntó Cristian, su voz como un golpe la detuvo en la puerta. - No estoy huyendo. – respondió sin la necesidad de mirarlo. – sólo estoy cansada. Cristian se dio la vuelta, la miró, era imposible no enfocarse en el trasero de Salomé, su pijama era demasiado extravagante. Se dio cuenta de las orejas, pero no dijo nada, lo que si preguntó fue ese detalle que era un gran protagonista ante sus ojos. - ¿Por qué el rabo de liebre? - ¿Por qué mira mi trasero? – preguntó y sonrió sin que la vea. No escuchó la respuesta de Cristian y continuó con su camino. Él también sonrió, hasta levantó las cejas. Ella era la primera que se atrevía a resistirse a sus encantos desde que tiene memoria, cualquier mujer hubiera aceptado estar con él desde el día uno. También era capaz de hacerlo enfrente en más de muchas ocasiones cuando ella creía estar sola. Dejó la taza en su lugar y salió de la cocina con la seguridad de que la iba a tener. . . . . . . . . . . . . . . . Cristian estaba recostado sobre la cama, sus manos y ojos se movían tras revisar por última vez la pantalla de la laptop donde gráficas y números se podían visualizar. El celular sonó. - “Señor, los resultados de su examen están listos. El avión lo espera mañana a las 6:00 a.m.” Cristian respiró con algo de fuerza, llevó una de las manos a la frente donde una pequeña cicatriz se podía sentir con las yemas de sus dedos. - Iré con Salomé, también prepara su equipaje. – respondió y colgó. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “- ¿Dónde está mamá? – preguntó Cristian cuando despertó en el hospital a las dos semanas. Tenía muchos aparatos conectados a él y una venda recorría en su cabeza. Un señor estaba parado frente a él, tenía los ojos hinchados, ojeras, la mirada decaída y sumergida en una gran tristeza. Su voz sonó entrecortada cuando le dijo. - Tu madre murió. Los ojos de Cristian se Cristalizaron entrando en negación. - No es cierto, no es cierto. – empezó a moverse y a querer correr para ir a buscarla. El señor Roberts lo sostuvo con fuerza y con voz dura obligó a que se calmara. - Dime quienes eran, dame sus características. – preguntó furioso. Lo único que quería era venganza por su amada esposa y por el golpe que le dieron a Cristian en la cabeza. Cristian buscó en sus recuerdos, sólo estaba una imagen que poco a poco se hacía borrosa de su madre, pero ahora no había nada, todo se esfumó, cada imagen formada fue borrada, cada momento vivido se minimizó, todos sus recuerdos fueron suprimidos. - No lo recuerdo, señor. – respondió perdido”.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD