– No sé tú, pero yo tengo mucha hambre, – dijo Misi. – Sí, yo también, pero me temo, que no hay comida en la casa. – sonrió Gor. – ¡Oh, eres un anfitrión hospitalario! – se rio Misi y se levantó de la alfombra. – Espera, vuelvo enseguida. Gor no creyó en su felicidad, mirando a la hermosa mujer con el vestido de Eva, cuya decoración completa era una mata de largo cabello rojo. Ella estaba con él. Removió la madera moribunda, echó otra y se tumbó satisfecho en la alfombra. "Ahora lo principal es no quedarse dormido", – pensó él relajado, – "si no, está loca volverá a escapar". – ¡Por Dios! ¡Qué maravilla! – exclamó Gor, mirando con deleite a la mujer desnuda, que sujetaba una mesilla de servicio llena de manjares. Misi sonrió: – ¡En verdad, el camino al corazón de un hombre pasa por