POV LIA ROMANOVA
—Iré a traerte más vino —anuncié al notar su vaso casi vacío.
Me miró con cierta perplejidad y señaló hacia los camareros, que se acercaban llevando bandejas de bebidas para ofrecer a todos los presentes.
—No hay necesidad, puedo pedírselo a uno de ellos. Lo traerán.
—¿Recuerdas lo que te dije al entrar? —inquirí, esforzándome por contener el impulso de rodar los ojos—. No aceptarás comida ni bebida de nadie, y mucho menos de mis hermanos.
Asintió lentamente.
—No han hecho nada, estoy seguro de que entendieron la advertencia que les diste. —Sus dedos se cerraron alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él—. Deberías considerar aceptarme, siempre me has gustado y te lo he dejado claro desde el principio.
—Confía y mueres, ¿entiendes? —inquirí con brusquedad—. Regreso en un momento.
Observé a mis hermanos, asegurándome de que estuvieran lo suficientemente lejos como para evitar cualquier problema. Me dirigí a la cocina con pasos rápidos, con la determinación de volver rápidamente. Al entrar en la cocina principal, busqué una nueva botella de vino; evidentemente, no volvería a usar la que había destapado. Conocía a esos engendros del demonio; eran inteligentes y muy astutos.
Cuando escuché pasos pesados aproximándose y deteniéndose a unos metros de distancia, supe de inmediato que no era Esteban. Me volteé, alerta ante la presencia desconocida.
—Artem —susurré, un poco sorprendida al verlo aquí, parecía consternado y furioso—. ¿Deseas vino?
Negó lentamente. Sabía exactamente lo que deseaba.
—No.
Recordé el hermoso ramo de flores de loto que llegaron a mi puerta y sonreí, agradeciéndole por el detalle.
—Gracias por las flores, me gustó mucho el regalo. —Una sonrisa inocente se formó en mis labios—. ¿Cómo sabías que eran mis favoritas?
Artem permaneció imperturbable, pero sus ojos revelaron un destello de satisfacción.
—No es el único regalo; en el garaje te esperan dos automóviles —dijo misteriosamente. Mi boca se abrió con sorpresa—. Un Mercedes-Benz y...
Mis ojos se entrecerraron mientras esperaba impaciente su respuesta.
—¿Y qué?
—Un Bugatti La Voiture Noire. Feliz cumpleaños.
Tragué duro por dos razones: primero, no era un regalo que se le diera a cualquier persona. Aquel automóvil costaba demasiado, y aunque crecí con lujos, aún para mí resultaba exagerado. No me permitiría gastar tanto dinero en un automóvil cuando mi padre, o en este caso él, podían comprármelo con facilidad. Segundo, la forma en que lo dijo, ese acento que siempre me había intrigado, añadía un misterio y un encanto que no podía pasar desapercibido.
Sonreí abiertamente y me acerqué para darle un rápido abrazo.
—Gracias. Iré a darme una vuelta con Esteban. —Pasé por su lado, pero su mano me detuvo—. ¿Qué sucede, quieres acompañarnos?
Observé cómo su mandíbula se tensaba, un indicio del tornado que se avecinaba, solo era cuestión de minutos.
—¿Es tu novio?
—Pronto lo será —respondí, dejando que mi voz resonara con un toque de provocación.
—¿Te acostaste con él? —su voz, más baja ahora, enviaba una sensación cálida a mi cuerpo.
Alzando una ceja con despreocupación, solté una risa que pretendía ser ligera, como si la pregunta fuera absurda.
—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Acaso yo te pregunto con quiénes tienes sexo? —mi risa flotó en el aire, pero la ligereza se desvaneció cuando Artem reaccionó con brusquedad, arrastrándome hacia una pared y aprisionándome contra ella, aunque sin llegar a tocarme.
Necesitaba que lo hiciera.
Sus manos se posaron en la pared a ambos lados de mis brazos, creando una jaula que me envolvía. La proximidad era totalmente abrumadora.
—Te hice una puta pregunta —susurró, inclinándose ligeramente, su aliento cálido golpeando mi rostro—. Contesta.
No desvié mi mirada en ningún momento; no iba a permitir que él pensara que podía intimidarme fácilmente. No era la misma niña vulnerable que había dejado atrás.
—Si lo hice o no, ¿Qué cambiaría entre nosotros? —alcé mi mentón con determinación, desafiándolo abiertamente.
En ese pequeño espacio entre nosotros, la tensión creció. Todo cambio; sus ojos se oscurecieron, su mirada se posó en mis labios entreabiertos, y yo empezaba a no recibir el suficiente oxígeno.
Esperé impacientemente a que respondiera, a que dijera algo, pero no lo hizo. Solo se quedó observando mis labios mientras su respiración se volvía irregular, como si estuviera luchando por respirar lo suficiente, al igual que yo.
Finalmente, dio el último paso que nos separaba y se inclinó hacia mi cuello. Mi espalda se apoyó contra la pared, mis palmas aferradas a la superficie mientras su presencia se volvía dolorosa. Podía sentir cada centímetro de su cuerpo y la sincronización de nuestras agitadas respiraciones creando una sinfonía de lujuria compartida.
Maldición.
Inhaló hondo, y un gemido apenas audible brotó de sus labios, como un susurro cargado de deseo contenido. La atmósfera se volvió aún más densa e inevitablemente nos encontrábamos al borde del precipicio.
—Artem —pronuncié su nombre en un susurro, una súplica escasamente oíble. Aún no me había tocado directamente, y yo estaba más que excitada, abrumada por la marea de estímulos que fluían entre nosotros.
—¿Te acostaste con él? —preguntó nuevamente. La punta de su fría nariz rozó mi piel sensible, y en un impulso involuntario, apreté mis labios, inclinándome hacia atrás para darle más acceso—. Lia...
Intenté apartarlo, pero se presionó aún más contra mí, susurro tras susurro, mientras continuaba rozando mi cuello hasta llegar a mi oído.
—No te interesa, porque yo no te pertenezco.
Sin embargo, mis palabras no lograron ser un escudo suficiente. Persistente, se separó lo justo para encontrarme con su mirada intensa.
Su mano agarró mis mejillas, aplicando presión con firmeza, y sonrió con una mezcla de desafío y posesión.
Era la primera vez que lo veía sonreír.
—Te equivocas, porque, aunque la realidad me niegue la posesión física de ti, privándome de la capacidad de tocarte, besarte y adorarte en todas las formas imaginables, incluso en esa oscura carencia, persistes como mi posesión. —Se acercó nuevamente a mi cuello, donde susurró—. Eres mi maldita propiedad, Lia, y así será por siempre.
En ese instante, el tiempo pareció detenerse, y la habitación se llenó con la resonancia de sus palabras. Eran como promesas oscuras, envueltas en un manto de posesión que me envolvía, dejándome atrapada en la espiral de emociones que él despertaba en mí.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras aun trataba de digerir el peso de lo que significaba sus palabras. Aunque mi mente luchaba por resistir, había algo en su declaración que resonaba de manera inquietante. En ese instante, quedó claro que, a pesar de la distancia física que teníamos, había un vínculo que nos unía de una manera que trascendía lo tangible.
—¿Qué están haciendo?
Solo bastó con esa simple pregunta para que aterrizara, saliendo de esa burbuja de atracción donde había estado sumida en los últimos minutos. El sonido de esas palabras resonó como un despertar brusco, llevándome de vuelta a la realidad que prefería evitar en este momento.
Preferiría un balazo en cualquier extremidad que estar enfrentando esta situación. No pronuncié palabra alguna, tampoco realicé ningún movimiento. Estaba congelada, atrapada en la parálisis del susto.
Artem se enderezó, y lentamente se apartó de mi lado. Su retirada fue acompasada, pero su expresión no revelaba ninguna emoción, como si estuviera acostumbrado a este tipo de interrupciones.
—Por lo general, los sucios bastardos siempre arrinconan así a las mujeres. Tienes que saber dónde atacar, y al parecer, tus años en la academia no sirvieron —negó levemente—. Mañana entrenaremos. Ahora ve a donde tu novio, te espera.
Se hizo a un lado, permitiéndome el paso, y fue entonces cuando pude observar a mi madre. Su ceño estaba fruncido, y su mirada no revelaba absolutamente nada. Por primera vez, me encontraba en blanco con respecto a los pensamientos y emociones de ella.
Estábamos en una situación muy comprometida, conscientes de que nadie nos creería esa explicación improvisada. Asentí en silencio y me alejé lo más rápido que mis entumecidas piernas me lo permitían. Cuando regresé a la fiesta, mi corazón latía a un ritmo anormal, aun procesando lo que acababa de suceder.
Comencé a buscar a Esteban, y al no encontrarlo, la preocupación empezó a apoderarse de mí. Caminé hacia Adrik, quien permanecía exactamente en el mismo lugar que cuando me fui, y le pregunté con urgencia.
—¿Qué le hicieron? —inquirí, agarrando su brazo—. Jodidamente espero que aún esté respirando.
Adrik me miró con frialdad y ordenó:
—Suéltame, Lia. No quiero usar la fuerza con mi hermana.
—Primero me dirás dónde está.
—Se fue, y si para cuando termine de hablar no me has soltado, iré tras él y lo picaré.
Lo solté un segundo antes y asentí, tratando de contener mi ansiedad.
—¿Akin?
—Está detrás de la hija de la cocinera —dijo despectivamente, revelando un tono de repulsión en sus palabras.
Adrik era lo peor, y él mismo lo sabía. Todos en la fiesta eran conscientes de su actitud despectiva.
—La cocinera tiene un nombre, es Anya, y su hija se llama Alina. Deja de menospreciar su trabajo; son parte de nuestra familia —le reproché, tratando de imponer un mínimo de respeto.
Su ceño se frunció, desafiante.
—Su hija es una bastarda, la engendró el maldito Cormac Burke. Mi padre debió matarla en cuanto supo que estaba embarazada de él.
Rodé los ojos ante su comentario despiadado.
—Anya no sabía que él era el jefe de la mafia irlandesa. La enamoró y jugó con ella, entiéndelo. O es que —entrecerré mis ojos—, ¿Odias el hecho de que te guste la hija bastarda de Cormac?
Mis palabras flotaron en el aire, desafiándolo a enfrentar sus propios prejuicios. Era evidente que la conexión entre Akin y Alina no era aceptada por Adrik, y mi intento era exponer la hipocresía detrás de su desprecio. Aunque si lo pensaba bien, Alina no era el tipo de Akin, así que él solo lo hacía para enojar a su gemelo.
—¿Y respecto a ti hermana? ¿Resientes el hecho de que nuestro hermano haya encontrado pareja y no seas tú la elegida?
Mi sonrisa desapareció instantáneamente.
—¿Qué diablos estás diciendo? —cuestioné, tratando de ocultar la sorpresa y la incomodidad que sentía.
—Me han llegado imágenes de Artem con una mujer deslumbrante; parecen la pareja perfecta. Según mis fuentes, llevan ya varios años juntos. —Apreté la mandíbula y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro—. Oh, espera, ¿te referías a mí hablando de tu enamoramiento por nuestro hermano? Necesitas ser más específica.
La revelación de las fotografías de Artem con otra mujer impactó como un golpe directo.
Eso era lo que pasaba cuando te enfrentabas a Adrik Romanov; te menospreciaba y, en el mejor de los casos, te asesinaba. Sin embargo, era su hermana, y exponer mi oscuro secreto parecía ser la mejor carta que tenía para contrarrestar mis insinuaciones.
—Eso es irrelevante, Adrik. Hablaba de la estupidez que afirmas —respondí, intentando mantener la compostura a pesar de la sorpresa que aún resonaba en mis palabras—. Que nadie te escuche decirlo, no quisiera rumores.
Asintió lentamente.
—Sé que todos en esta familia estamos jodidos, pero no pensaba que ustedes fueran los peores. Pero tranquila, tú en tus asuntos y yo en los míos, hermanita. Ahora ve y disfruta la fiesta, son tus veinte.
—Eso. —Le señalé con determinación—. Recuerda que soy jodidamente mayor que tú, pequeño mocoso.
Dios mío, tenía que salir de esta casa y respirar aire fresco. No era posible que esto me estuviera sucediendo; primero mi madre, y ahora Adrik sabía mi secreto. ¿Desde cuándo? ¿Akin también sabía?
¿Cómo demonios había sucedido todo esto?