POV ARTEM ROMANOV
El sonido sordo de mis puños golpeando el saco de boxeo resonaba en el gimnasio. Cada golpe era una liberación de ira, un intento desesperado por expulsar la frustración que me consumía desde hace dos días. Mi rostro y cuerpo estaban cubiertos de sudor y mis pulmones pedían agritos un descanso.
Enfrascado en mi entrenamiento, no me di cuenta de que mi padre había entrado silenciosamente en el gimnasio. Observó durante un momento antes de decidir intervenir. Levantó la mano para detener mi frenesí contra el saco, y me detuve, jadeante y con los nudillos en carne viva.
Ni siquiera me había puesto protección.
—Artem, ¿qué está pasando? —preguntó, su tono firme pero preocupado.
Aparté la mirada, evitando encontrarme con sus ojos. Mis emociones eran un torbellino, y me costaba poner en palabras todo lo que sentía.
—No lo sé, papá. Todo está mal, todo está fuera de control —gruñí, dejando escapar la frustración.
Amaba tener el control de mi vida y de todo a mi alrededor. Sin embargo, bastó con volver a verla para que todo mi mundo se volteara de cabeza. Un impulso frenético me invadió, y cediendo a él, la abracé. Ese simple gesto se convirtió en el peor error de todos. Incrustada en mi mente, la imagen y la sensación de tenerla entre mis brazos no me abandonaba, y cada pensamiento estaba impregnado del recuerdo de su cercanía.
Jodida mierda, murmuré interiormente con frustración.
La intensidad de mis emociones me desconcertaba, y me preguntaba cómo permití que algo tan aparentemente insignificante alterara mi mundo tan drásticamente.
Darko frunció el ceño y puso una mano reconfortante en mi hombro.
—Hijo, no puedes resolver nada golpeando un saco. Mejor asesina a alguien o cuéntame qué está pasando.
Suspiré y me dejé caer en un banco cercano. Ojalá pudiera decirle que se trataba de su intocable princesa, pero no, en lugar tenía que evadir el tema o en el peor de los casos mentirle.
—Son problemas míos, papá, nada de qué preocuparse, pero de lo que sí debemos ocuparnos son de los gemelos —murmuré, desviando la mirada hacia la ventana. Observó mi gesto con un ceño fruncido—. No quise decírtelo antes, pero las cosas en la academia están fuera de control. He recibido múltiples quejas sobre ellos. No captan las órdenes, tres de sus compañeros desaparecieron de forma misteriosa, y hasta el mismo general que tuvo problemas con ellos ha desaparecido.
El ceño de mi padre se profundizó aún más mientras procesaba la información.
—¿Hay evidencias? —preguntó.
—No las hay, pero sé que son ellos. No siguen órdenes; tienen sus propias reglas, y esto se convertirá en un problema para los tres en el futuro —añadí, sintiendo la urgencia de hacerle entender la gravedad de la situación—. Ellos nacieron para liderar.
Se quedó en silencio por varios segundos, asimilando mis palabras con una seriedad evidente.
—Incluso un líder sabe cuándo recibir órdenes. Tú eres mi primogénito. Serás el pakhan muy pronto y ellos serán tu apoyo. Recibirán órdenes tuyas y tendrán que aprender a atacarlas, y eso lo aprenderán en la academia.
—¿Tienes algo pensado? —inquirí, esperando una respuesta que pudiera tranquilizar las preocupaciones que acechaban mi mente.
Asintió lentamente, desviando su mirada hacia la entrada por varios segundos. A lo lejos, se comenzaron a escuchar algunas risas, y mis hermanos entraron por la puerta, acompañados de mis primos Aleksander y Aleksey.
—Te dejaré tranquilo por ahora, pero después quiero que me cuentes qué diablos te sucede. —Me advirtió, girándose para mirarme directamente. Estuve a punto de articular una mentira, pero me detuve al encontrarme con su mirada penetrante—. Y que sea la verdad. En cuanto a tus hermanos, yo me encargaré.
No pronuncié palabra alguna, mi atención se desvió al ver a Aleksey acercarse, se dirigía hacia nosotros con pasos firmes. Mientras tanto, Aleksander se encaminaba hacia la caminadora y los gemelos se dirigían al ring con determinación.
—Hola, pa, supe que me buscabas.
Papá reaccionó rápidamente, atrapando a Aleksey por la cabeza y acercándolo a sí para depositar un beso en su frente. El gesto, aunque sencillo, revelaba una conexión profunda entre ellos.
—Lo hago. Hablaremos más tarde al respecto —declaró—. Debiste decírmelo.
Aleksey, visiblemente nervioso, tragó duramente y asintió, reconociendo su falta.
—Lo siento, papá... yo... yo solo.
—Más tarde —aclaró con firmeza antes de retirarse en dirección al ring. La tensión en el aire no disminuía, y quedé atrás, contemplando el intercambio con una mezcla de curiosidad.
¿Qué debió decirle?
Mi padre y tía Lena mostraban una debilidad evidente por Aleksey, y todos lo sabíamos. Desde pequeño, le había asignado un sobrenombre "papá," y así se había quedado hasta el día de hoy, era su única figura paterna en su vida.
Él era prácticamente una réplica de su padre, mi tío Mijail, y conforme crecía, su semejanza se intensificaba. Esta similitud, de alguna manera, afectaba ocasionalmente a los hermanos.
Observé con los años cómo mi padre asumía un papel más protector con él, como si temiera que, de la misma manera en que no pudo llegar a tiempo para su hermano, tampoco lo haría con su sobrino. Nunca se había perdonado. Incluso yo, de cierta forma, adoptaba una actitud protectora hacia él. Crecimos juntos, y para mí, no era solo un primo; era un hermano más en mi vida.
—¿Crees que este en problemas? —me preguntó.
Me encogí de hombros, observando a mi padre hablar con los gemelos.
—No lo creo, quienes realmente están en problemas son ellos —señalé a mis hermanos.
Bufo y asentí.
—¿Volverás a Rusia?
—Aun no lo sé, no está decidido, papá me necesita a su lado —dije, girándome hacia él con un gesto serio—. Ya casi terminas la academia y eres realmente bueno, estaría bien que te encargaras por un tiempo, ¿Qué piensas?
Noté la sorpresa reflejada en sus ojos, como si la propuesta le hubiera tomado por sorpresa.
—Sería un honor —respondió con determinación, y una leve sonrisa se formó en su rostro.
—Debido a que Vladimir permanece más tiempo en Rusia por el petróleo, hablaré con él para que permita que Luka sea tu mano derecha y, además, para que de vez en cuando esté pendiente de ustedes.
—No será necesario el cuidado, pero si lo crees conveniente, está bien —respondió, demostrando su confianza y disposición para asumir la responsabilidad tan grande que estaba dejando en sus manos.
Sonreí, satisfecho con su respuesta, y me despedí. Tenía una reunión pendiente con Sergei antes de asistir a la fiesta de cumpleaños de Lia. Con pasos decididos, me alejé, dejando a mi primo con la noticia que seguro cambiaría el rumbo de su futuro.
[...]
Habían transcurrido ya cuatro horas desde mi llegada a la casa de Sergei. Durante ese tiempo, compartimos un tiempo con su padre, colaborando en el manejo de una nueva mercancía de explosivos. Posteriormente, llevamos a cabo una breve reunión para discutir detalles de nuestro trabajo. Ahora, nos encontrábamos en la fase final de nuestros preparativos antes de dirigirnos a la fiesta.
—Hay un nuevo grupo vendiendo drogas en nuestras calles; tenemos que hacernos cargo pronto, estas ratas se propagan.
Suspiré, algo cansado por este tipo de personas.
—A veces pienso que no hay personas estúpidas, solo personas que se cansaron de la vida y quieren que, de alguna forma, alguien acabe con ellas. No encuentro otra respuesta para vender droga en territorio de la bratva.
Sergei soltó una risa cínica y asintió.
—Opino lo mismo, y somos tan benevolentes que les daremos esa muerte que tanto anhelan. —Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Instintivamente, apreté mis labios. Ya quería acabar con ellos—. ¿Dinamita? ¿O vamos al frente?
Mi mente evaluó las opciones rápidamente. Miré fijamente a mi amigo, buscando cualquier señal en sus ojos. Tomé una decisión, enfocándome en la resolución del problema.
—Al frente. Prepara la misión y quiero los nuevos soldados. No será tan complejo esto. Asegurémonos de que estas ratas comprendan quién controla estas calles.
Salimos del estudio y nos dirigimos hacia el segundo piso. Necesitaba curar mis nudillos, darme una ducha y arreglarme antes de irnos.
—¿Tienes algo nuevo para mí? —pregunté, siguiendo a Sergei hasta su habitación.
Ambos compartíamos la misma complexión atlética y altura, por lo que era común prestarnos ropa. Al llegar a su guardarropa, me detuve en el umbral y casi sonreí al observar la variada gama de colores en blanco y n***o que caracterizaban su vestimenta.
—Hay tanto color aquí que afecta mi visión —comenté, recibiendo una señal con su dedo—. Todo n***o, por favor —añadí, indicando mi preferencia.
Rápidamente, agarré una camisa manga larga y el resto de mi atuendo, para luego dirigirme al cuarto que ocupaba en esa casa.
Media hora después, ya estábamos listos y en camino donde se llevaría a cabo la dichosa fiesta, mi hogar. Afortunadamente, todos vivíamos en el mismo vecindario, desafortunadamente eran terrenos extensos y llegar allá caminando tomaba unos diez minutos.
—¿Cómo fue verla después de tanto tiempo? —preguntó, como sabía que lo haría tarde o temprano.
—Lo que sentía, pensé que se había ido, pero no. Al parecer, creció y me volverá loco.
—Pero ahora es diferente, ahora todo es diferente y lo es desde hace mucho tiempo —negué rápidamente, evitando que la conversación tomara ese rumbo—. ¿Por qué no?
Inhalé hondo y lo miré fijamente.
—Todo seguirá como está, Sergei. No hay nada diferente, y lo sabes.
Cuando llegamos a mi casa, me sorprendió ver una cantidad exagerada de automóviles. ¿No era solo la familia? Ambos nos miramos confundidos y caminamos rápidamente hacia el patio trasero, donde estaría todo. No más llegar, quise irme; había muchas personas, gente que no conocía, y mi mano temblaba por la necesidad de sacar mi arma y estar en guardia.
Odiaba tener gente a mi alrededor que no conocía.
—Por fin llegaron. —Mi mamá nos sorprendió por detrás y me giré para besar su frente—. ¿Qué te parece?
—Hay mucha gente —susurré—. ¿Quiénes son?
Su sonrisa brillante iluminó mi malhumorado día.
—Amigos de tu hermana, ella sí es social, tan social que al parecer ya tiene un novio, mira —hizo un gesto con la barbilla que seguí y parpadeé varias veces, creyendo que estaba mirando mal.
—¿Un novio? —mi voz sonaba más sorprendida de lo que pretendía.
—Sí, cariño. ¿No es emocionante? Ahora tenemos más razón para celebrar.
Escuché distante cómo Sergei se despedía y se alejaba con su padre, mientras mi mamá, en algún momento, también se marchó sin que ni siquiera me percatara de su ausencia. Mis sentidos, sin embargo, estaban totalmente enfocados en Lia, y mi furia crecía ante la visión de ese hijo de puta despreciable tocándola.
Estaba acariciando algo que me pertenecía, algo que se me prohibía.
Él mismo había sentenciado su propia muerte.
—Ya los viste, ¿no? —miré de reojo a mi hermano Adrik, quien se había acercado repentinamente—. Llegó hace veinte minutos y desde entonces no ha dejado de estar encima de ella.
La sorpresa y la indignación se reflejaron en su rostro, y pude percibir cómo sus puños se apretaban con fuerza.
—¿Quién es? —quise saber, mi voz resonando con un tono que apenas disimulaba la ira contenida.
—Un antiguo amigo de secundaria, nunca perdieron contacto. Viajó varias veces hasta Rusia solo para verla —comentó Akin, situado a mi otro lado.
Guardé mis manos en los bolsillos de mi chaqueta, susurrando con cautela:
—¿Qué opina el pakhan?
—No puede hacer nada; mamá le advirtió —respondió, reafirmando la sensación de impotencia en el aire—. Solo a él, hermano. Nosotros, en cambio, podemos hacer lo que queramos.
La idea de venganza empezaba a tomar forma en mi mente. Akin, con un tono siniestro, confesó:
—Le echaré veneno a su comida. Después lo llevaré al cuarto de juegos y...
—No. —Lo interrumpí con decisión, levantando una mano en señal de detención—. Ustedes ya se encargaron del otro; yo me encargaré de este. Además, hoy es el cumpleaños de Lia. No lo vamos a matar. Al menos, no hoy.
—Entre más viejos, más aburridos —dijeron al unísono, dispersándose cada uno hacia un extremo del lugar. Eran como espejos de mi propia existencia, siempre alertas y listos para neutralizar cualquier amenaza que se interpusiera en su camino.
Justo cuando me disponía a dirigirme al par de enamorados, el llamado de mi padre interrumpió mi avance.
—Mierda —susurré, caminando hacia donde se encontraba—. Señores.
—Jodidamente no es el mismo chico que se fue hace años —confesó Yarik, mirándome con orgullo—. He oído muchas cosas buenas sobre ti.
Su elogio resonó en mis oídos, sabiendo que "cosas buenas" se traducía en los actos horribles y estimulantes que había llevado a cabo a lo largo de los años.
—Hago lo mejor que puedo.
—La bratva estará en buenas manos —añadió Pasha.
Viniendo de él, era un halago significativo.
—Todos esperamos que así sea —miré fijamente al anciano, Vladik.
Aún no comprendía por qué seguía vivo; a pesar de su avanzada edad, continuaba entero y jodiendo mi existencia.
—Así será, pero morirás antes de presenciarlo, que lamentable hecho.
Yarik, Dima, Vova y Sergei estallaron en risas, mientras que mi padre me lanzó una mirada de advertencia.
—Es la pregunta que todos nos hacemos, Artem —bromeó Dima—. ¿Cuándo carajos te vas a morir, Vladik?
—En cuanto mi amigo deje de funcionar, he de decir que yo mismo me mataré —Yarik palmeó su espalda de manera contundente, un golpe que resonó y pareció desplazar algún órgano—. Si no tienes los suficientes huevos, puedo hacerlo por ti.
—Malditos idiotas —murmuró.
Nuevamente retomaron la conversación que sostenían, esta vez incluyéndome. Por lo general, disfrutaba escuchar sus perspectivas, conocer cómo planeaban ejecutar ciertas misiones, o simplemente compartir anécdotas del pasado. Sin embargo, en ese momento, mi mente estaba completamente enfocada en Lia y en cómo permitía que ese amigo la tocara de esa manera.
Cuando percibí de reojo que se alejaba de él y entraba a la casa, supe que era mi oportunidad perfecta.
—Disculpen, tengo que retirarme —anuncié sin esperar respuesta alguna, caminando rápidamente hacia él.
No puedes matarlo.
No puedes matarlo.
Es el cumpleaños de Lia.
No puede...
—¿Cómo te llamas? —pregunté, acercándome a su lado. Me miró con desconcierto, pero a pesar de ello, respondió.
—Esteban.
—Esteban —asentí, desviando mi mirada hacia mi reloj—. Bien, Esteban, te concederé quince minutos para que inventes una excusa y te marches de esta fiesta.
—¿Qué? ¿Quién te...
—Y doce horas para que abandones el país, porque en la hora trece, vendré por ti y por toda tu familia, desatando una masacre que hará parecer la masacre de Texas como una simple anécdota.
—Yo...yo —le di un palmazo en la espalda e intenté esbozar una sonrisa.
—Buena suerte —dije, despidiéndome con una mueca mientras dejaba la amenaza suspendida en el aire.
Ahora, por fin, ella me escucharía. ¿Quién demonios se creía para traer a alguien y dejarse tocar descaradamente frente a mis ojos?
Maldita sea, Lia.
Era momento que supiera quien mandaba y siempre mandaría sobre ella.