POV LIA
Había pocas cosas en la vida que lograban provocar miedo en mi interior, y el fracaso en una misión ocupaba un lugar destacado entre ellas, sobre todo cuando dicha misión estaba intrínsecamente ligada a mi historial completo. Aquella encomienda representaba, sin lugar a dudas, el desafío más crucial que jamás había enfrentado.
Esta era mi última misión en la academia militar, el umbral que me separaba de la oportunidad de unirme a la élite de las fuerzas especiales rusas, Spetnaz. Después de esto, mi destino estaba a punto de cambiar, de sumergirme en un mundo de desafíos y pruebas intensas. Mis padres, quienes siempre habían observado con admiración cada paso de mi carrera militar, estaban a punto de presenciar el culmen de mis esfuerzos.
El anhelo de formar parte de las Spetnaz se había arraigado en mi corazón como un sueño persistente. Imaginaba uno o dos años intensos, forjándome en la disciplina y habilidades que solo esa unidad podía ofrecer. Pero sabía que esta oportunidad no se me concedería por mero deseo; tenía que ganármela.
Esta misión era la clave, el último paso antes de poder abrir las puertas de las fuerzas especiales.
Era una noche densa y húmeda en el sur de panamá. Mi equipo, cinco sombras en la oscuridad, avanzaba silenciosamente por la selva espesa. Cada uno de nosotros tenía un papel crucial en esta operación destinada a desmantelar los cargamentos que iban a ser enviados desde Panamá a China. Mi corazón latía con determinación, consciente de que el éxito de esta misión no solo aseguraría nuestra propia seguridad, sino que también enviaría un mensaje claro a aquellos que se atrevían a desafiar a mis superiores.
—Alfa, reporta posición —murmuró Echo por el comunicador.
—En posición y listos para proceder —respondí, sintiendo la humedad pegajosa en mi traje táctico. Odiaba la humedad.
Nos movimos con la sincronización precisa de un reloj suizo. Cada uno tenía su función asignada. Bravo, especialista en demoliciones, se preparaba para neutralizar el cargamento. Charlie, nuestro francotirador, vigilaba desde las alturas, asegurándose de que ningún enemigo se acercara sin ser visto. Delta, el especialista en electrónica, estaba listo para desactivar cualquier sistema de seguridad que encontráramos. Echo, el médico del equipo, esperaba en las sombras, preparado para actuar si la situación lo requería. Y yo, la líder estratégica del equipo, estaba a cargo de tomar decisiones cruciales, asignar roles específicos a los miembros del equipo y asegurarme de que cada uno cumpliera con sus funciones de manera precisa y eficiente, a su vez participaba en el campo de batalla por mi habilidad en el combate cuerpo a cuerpo y con las armas.
—Equipo, posición alfa confirmada. Todo en orden —susurré en el comunicador. Mis ojos recorrían el perímetro, vigilando cada rincón mientras Charlie, observaba desde las sombras, oculto y expectante—. Bravo, asegura la retaguardia. Delta y Echo, posición de avance. Reporten cada cinco minutos —establecí.
Las respuestas en código militar resonaban en mis oídos a medida que cada m*****o confirmaba su posición.
Nos acercamos al almacén con la gracia de depredadores acechando a su presa.
—Tango en posición, visualizando posibles amenazas —informó Charlie, su voz apenas un susurro en el comunicador.
—Delta, desactiva las cámaras. Echo, mantén tus ojos abiertos —ordené, sintiendo la tensión aumentar a medida que nos adentrábamos en territorio enemigo.
El sonido apagado de las cámaras desconectándose fue una melodía silenciosa que marcó el comienzo de nuestra incursión.
—Bravo, asegúrate de tener las cargas listas para la extracción —instruí mientras avanzábamos.
Fue en ese momento que la confrontación se hizo inevitable. Un guardia, alertado por el ruido apagado de nuestras acciones, emergió de las sombras. Sus ojos encontraron los míos y supe que el combate era inminente.
—Tango, amenaza visual —anunció Charlie, su mirada a través del visor de su rifle.
—Lo veo.
Me desplacé velozmente hacia él y justo cuando estaba a punto de disparar, arrojó un cuchillo que impactó directamente en mi mano. Apreté los dientes y extraje la hoja, tomando rápidamente un lazo de mi cintura y enrollándolo ágilmente.
—Pretendía salir ilesa, me hiciste quebrantar mi propia promesa —una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro y yo asentí. Se la quitaría en cuestión de minutos.
El guardia corrió hacia mí y lanzó un puñetazo que esquivé, aprovechando la extensión de su brazo para golpear su costilla con mi codo, fracturándola. Un gemido ahogado escapó de él, y sin perder ni un segundo, agarré su brazo y ejecuté una llave. Observé de reojo cómo su mano se dirigía hacia mi rostro y la esquivé ágilmente, inclinándome hacia atrás. Simultáneamente, saqué el cuchillo que tenía clavado en mi pierna y se lo hundí en un movimiento fluido por su tráquea.
—Guardia neutralizado —seguimos avanzando.
La puerta del almacén se abrió ante nosotros, revelando los cargamentos que amenazaban con alimentar el poder de nuestros enemigos.
—Bravo, procede con la demolición —ordené—. Delta, encárgate de la seguridad física. Tango, vigila nuestro flanco.
Mi equipo se movía coordinadamente, cada m*****o cumpliendo.
El sonido lejano de pasos desconcertó mi concentración.
—Echo, posible amenaza. Mantengan la posición.
—Patrulla de seguridad entrando —susurró Charlie—. Diez.
—Bravo, conmigo. Delta y Echo, aseguren la tercera salida —comandé. Si podía evitar la confrontación lo haría.
Antes de retirarnos, la instalación del dispositivo de rastreo marcó la última fase de la operación.
—Charlie, confirmación del dispositivo. Extraemos en T menos cinco —anuncié. Las respuestas eran rápidas, la sincronización perfecta.
Con las cargas explosivas listas y nosotros lo suficientemente alejados, di la señal.
—Bravo, activa las cargas. —Un estallido ensordecedor y una llamarada de fuego devoraron el cargamento y la patrulla de seguridad—. Operación exitosa, señores. Regreso a la base.
[...]
Un día después.
—Hasta que contestas, Lia. ¿Quién carajos te crees? ¿La reina de Inglaterra? —rodeé los ojos con exasperación al escuchar el sarcasmo de mi prima Anastasia.
—La princesa de la bratva —respondí con orgullo—. Eso soy.
—Igual soy una princesa mafiosa y no ando presumiendo. En fin, no te llamé para eso, quería saber cómo te fue en tu última misión.
Enarqué una ceja y observé mi mano, un fastidio me recorrió. Tenía que mejorar mi rapidez y reacción si quería mantenerme con las mínimas cicatrices posibles.
—Exitosa, solo una herida en la mano, nada importante. ¿Tú ya estás en casa? ¿Todo estuvo bien?
—Sí, exitosa y sí, ya estoy en casa. Mamá preparó todos mis platos favoritos, es una locura.
Me detuve de inmediato y fruncí mi ceño, intentando imaginar a mi tía Lena en la cocina.
—Tía Lena no cocina —objeté, con una mueca de incredulidad.
—¡Exacto! Es un desastre, ¿quién me asegura que es comestible? No me mató una bala para que ahora lo haga mi mamá con su comida no apta para consumo humano. —Se lamentó Anastasia—. Papá esta vez no puede ayudarme.
Dejé escapar una risa al imaginarme la situación en su casa. Nadie podía negarse a tía Lena, lo peor es que sabía que ella y la cocina se odiaban y continuaba intentándolo a pesar de los años.
—Al menos, tendrás una historia para contar. ¿Tía Lena y sus experimentos culinarios? Deberías escribir un libro —comenté, entre risas, tratando de aligerar la conversación.
—Me volvería millonaria, seguro.
—¿Sabes quién más ya llegó? —Me atreví a preguntar, tratando de disimular mi ansiedad—. ¿Ya llegó tu hermano?
—No. Antes de llamarte, hablé con él. Aleksander dijo que él, el primo Aleksey y Luka llegarían en aproximadamente dos horas.
—Entiendo, perfecto y... los gemelos.
—Son tus hermanos, deberías llamarlos tú, ¿no? —inquirió. Sin embargo, no respondí nada y continuó—. Le escribí a Adrik y no me respondió. Después intenté con Akin, y sus palabras fueron, cito: "Métete en tus asuntos".
Nuevamente solté una risa, reconociendo de inmediato que esas respuestas eran típicas de mis hermanos. Los amaba. Ambos eran tan distintos a nosotros; peores que mi padre, y eso, de alguna manera, me preocupaba.
—Significa que ya llegaron —sonreí, ya ansiosa por verlos—. ¿Y no llegó nadie más?
Si tenía que mencionar su nombre, estaba dispuesta a ir hasta su casa y golpearla.
—Vi a Sergei pasar por la calle corriendo hace un rato, estaba acompañado de Artem, creo que hace dos años no los veía y dios, es mi primo, pero joder está en su jodido punto.
Tragué duro, odiando el repentino disparo de mi pulso. No tenía por qué suceder, ya habían pasado años y se suponía que controlaba mis emociones. Había pasado tanto tiempo sin verlo que ansiaba hacerlo, pero el recuerdo de la causa por la que no lo veía desde hace seis años me llenaba de ira. Mis padres vivían bajo el maldito engaño de que mientras estuve en la academia, me veía con Artem y pasábamos tiempo juntos de calidad, en nuestros descansos. Él les hizo creer que era así, y no tuve fuerzas para contradecirlo.
En algún momento, llegué a creer que era lo mejor, pero ahora sé que no lo era. Artem resultó ser un maldito cobarde. Ignoró mi presencia durante tanto tiempo, y lo mismo haría ahora con él. No le perdonaría que hubiera roto y dejado mi corazón en pedazos cuando se fue, sin ni siquiera despedirse. La herida seguía latente, y el resentimiento se acumulaba como una sombra persistente en mi interior.
—Nos vemos en unas horas —colgué, sintiendo la tensión en el aire, y me detuve, agarrando con fuerza las asas de mi maleta.
Cálmate, me repetí mentalmente, aunque mi corazón latía con una mezcla de emoción y nerviosismo.
No di un paso, cuando a lo lejos pude distinguir dos figuras, siluetas familiares que se recortaban contra el fondo del aeropuerto. Era lo malo de tener un aeropuerto privado solo para la bratva. Papá se enteraba de todo y, claramente, sabía de mi vuelo.
Me detuve a esperarlos, observando cada detalle mientras avanzaban hacia mí, llenando mi mente con más recuerdos. Un año sin verlos y era como si el tiempo no hubiese pasado; seguían iguales, apuestos y con cuerpos de infarto. La nostalgia y la familiaridad se mezclaban en el aire, y mi corazón palpitaba con un cúmulo de emociones reprimidas durante todo ese tiempo.
—¡Pero si es mi pequeña princesa! —gritó papá, su voz resonando en el espacio del aeropuerto, e inevitablemente corrí hacia él. Me estreché contra su pecho, y un suspiro brotó de mis labios cuando sus fuertes brazos me envolvieron con ternura.
—Te amo —susurré.
—No volverás a separarte de mí, Lia Romanova, o jodidamente te encerraré en una puta torre.
Me reí, sintiendo la familiaridad y el cariño en sus palabras, y asentí con complicidad. No tenía intenciones de alejarme de él en varios meses; necesitaba su presencia reconfortante. Aquí, en sus brazos, era mi refugio seguro. Nada malo podría sucederme; todos mis temores, miedos e inseguridades se desvanecían en su abrazo. Siempre había sido así con él, el mismo sentimiento de protección que me envolvía desde niña.
Un pequeño carraspeo rompió nuestra burbuja, y alcé mi rostro para encontrarme con la figura de la mujer más hermosa, mi madre. Ella nos observaba con un gesto de falsa tristeza, como si admirara lo que mi padre y yo teníamos. Compartieron una mirada que estaba segura compartía muchas cosas, un pequeño lenguaje propio.
—Mamá, también te extrañé tanto. —Me dirigí hacia ella, y la misma calidez me arropó cuando nos abrazamos—. Te amo.
—Mi hermosa hija, mi corderito, cómo te he extrañado. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Mira lo grande que estás, amore mio.
Asentí, buscando refugio nuevamente en los brazos de mamá. Necesitaba mi dosis de madre, y, por supuesto, que cocinara mi postre favorito.
—¿Acaso somos una pared o qué mierda, Lia? —escuché el gruñido de Adrik, y me separé de mamá para buscarlos. Cuando los encontré, tragué duro. Estaban los tres, parados, con Adrik y Akin a cada lado de Artem, quien me observaba fijamente con un ligero ceño fruncido.
Los gemelos habían crecido tanto que ya superaban los 1.85 metros a sus dieciocho; en poco tiempo, estarían a la altura de papá, como Artem ya lo había hecho en el pasado.
Caminé lentamente hacia Adrik, con la pesada mirada de Artem clavada en mí, siguiendo cada uno de mis movimientos.
—Mi pequeño hermano, ya no tan pequeño —sonreí y lo abracé, sintiendo bajo su camisa varias fundas de armas, cuchillos y un ligero aroma a metal—. ¿Es necesario?
Él se encogió de hombros con una sonrisa sombría.
—Estaba ocupado en un asunto antes de venir.
De repente, sentí cómo alguien me abrazaba y me envolvía con sus brazos desde atrás.
—Nuestra princesa por fin en casa —dijo Akin, dejando un beso en mi mejilla. Al igual que Adrik, su aroma estaba impregnado de olor a sangre—. Gracias por el festín que se dará, Kratos.
Volteé para verlo, sintiéndome un tanto confundida.
—No entiendo.
No sabía quién de los dos tenía la sonrisa más sombría, pero esta me erizó los vellos de la nuca. Akin se inclinó hacia mi oído y susurró con tono conspirador.
—Mi perro se comerá los restos de tu noviecito. —Me abrazó nuevamente—. Mi sentido pésame por tu perdida, Lia.
¿Noviecito?
Jodida mierda. Martin no era mi novio; era mi polvo fijo y, seguramente, había bajado la suficiente guardia para que ellos se dieran cuenta de quién era.
Mierda. Ese era el puto asunto y la razón por su olor a sangre. Martin era un hijo de puta, pero no se merecía morir. Era mi culpa.
Estaba a punto de mandarlo a la mierda y golpearlos cuando escuché la voz de Artem.
—Bienvenida a casa, Lia —lo observé fijamente, y en ese momento, todo lo que me había repetido durante estos años, todos mis esfuerzos por olvidar, se habían ido por el desagüe.
No, nada serviría. Ni siquiera los años separados habían logrado que mi corazón dejara de latir con fuerza en su presencia. La ilusión de que podría superarlo se desvanecía rápidamente.
Pensé que era solo un tonto enamoramiento, pero era más que eso. Y no podía ser, ¿tan mal tenía que estar en la cabeza para tener sentimientos amorosos por él, mi hermano mayor?
—Igualmente, Artem. Bienvenido a casa —estaba a punto de alejarme, pero sus brazos me rodearon de repente y me atrajeron hacia su cuerpo.
Me tensé ante esa acción tan repentina, pero casi al instante mi cuerpo entró en relajación. Había olvidado por completo cómo se sentía un abrazo suyo, y le correspondí instintivamente. Sabía que muy posiblemente no se volvería a repetir en meses o incluso años, y quería aferrarme a ese momento efímero de conexión.
Había soñado tantas veces con este momento, que se sentía casi irreal.