POV LIA ROMANOVA
Mientras mi madre cuidadosamente ajustaba la nueva venda alrededor de mis costillas, sus palabras resonaban en la habitación, impregnadas de esa autoridad maternal que siempre había respetado, aunque ahora la desafiara con mi impaciencia.
—Puedes comenzar a moverte y caminar, pero hazlo con precaución, muy lentamente Bambina mia (mi niña). No deseo que te esfuerces demasiado.
Detestaba sentirme enferma, atrapada en este estado de debilidad. Me complacía la idea de estar en movimiento constante, de desafiar mis límites. Y ella lo sabía demasiado bien. Sabía que apenas pudiera poner un pie fuera de la cama, estaría ansiosa por explorar, sin pensar en las consecuencias para mi recuperación.
—Mamá, prometo ser cuidadosa. Pero ya no puedo soportar más la inactividad. Han pasado tres días y necesito un respiro. Necesito ver a la gente, todos han estado tan ocupados que apenas si se detienen a saludarme antes de continuar con sus quehaceres. —Sonreí inevitablemente—. Excepto tú.
Una sonrisa leve curvó sus labios mientras asentía, finalizando su tarea con cuidado.
—¿Artem ha mencionado a Vladik en alguna ocasión contigo? —su pregunta me tomó por sorpresa, arrugué mi frente en confusión.
—No, no hemos hablado de Vladik —respondí, sintiendo su escepticismo—. Si lo hubiéramos hecho te lo diría.
—Juraría que escuché su nombre cuando él estuvo contigo en la habitación, antes de viajar a Italia con tu primo Aleksey —insistió.
—¿Cuándo...? —Mi memoria luchaba por recordar los detalles—. Sé que estuvo aquí, pero todo es un tanto borroso y aún más de lo que hablamos, apenas puedo recordar algunas cosas.
La idea de no recordar me llenaba de inquietud, especialmente cuando se trataba de una conversación con Artem. Ni siquiera podía recordar lo que había hablado con mamá al despertar.
—La morfina puede causar lagunas en la memoria. No te preocupes demasiado —Sus palabras fueron reconfortantes mientras acariciaba mi cabello con ternura—. Es una lástima que Vladik haya muerto, era como un tío para ustedes, pero a veces, el destino es implacable.
—Era una buena persona. Lo extrañaremos —suspiré.
Su sonrisa se desvaneció lentamente, como si estuviera a punto de decir algo más, cuando un golpe en la puerta interrumpió nuestro momento. Ajusté mi camisa y vi cómo mi madre se dirigía hacia la puerta para abrirla, revelando a Lyonya parado en el umbral.
Su presencia inesperada me tomó desprevenida, y lo observé con una mezcla de confusión y curiosidad mientras él dirigía sus palabras directamente hacia mí.
—Tengo algo que reportar —anunció con seriedad.
—Dime.
—Uno de sus automóviles fue dañado —su declaración me dejó desconcertada, tratando de comprender el alcance del daño.
—¿Cómo de dañado estamos hablando? —inquirió mamá.
—Las llantas fueron pinchadas, las puertas y el capó rayados con un objeto puntiagudo —explicó, su tono profesional apenas ocultando la gravedad del asunto.
—¿Cómo puede suceder algo así en nuestra propia propiedad? ¿Quién ha entrado sin autorización? —el tono de voz de mamá denotaba bastante indignación. Y no era para menos.
—El estado del automóvil no me preocupa tanto como identificar al responsable —intervine.
La tensión de Lyonya pareció disiparse un poco ante mi comentario, y no pude contener una risa ligera.
—Por el amor de Dios, Lyonya, no es como si fuera el Bugatti La Voiture Noire que Artem me regaló en mi cumpleaños —bromeé, pero la tensión en la habitación volvió rápidamente cuando vi la reacción de Lyonya.
Mierda.
—Lo siento, estamos investigando activamente para encontrar al culpable —se disculpó, su gesto serio.
Apreté los puños con frustración y extendí mi mano hacia mamá, buscando su apoyo para levantarme.
—Será mejor que te quedes aquí, cariño —aconsejó con preocupación.
—No, necesito ver el estado de mi automóvil. Y prometo que quien haya hecho esto lo pagará caro —declaré con firmeza, aunque un gemido escapó de mis labios cuando me puse de pie, el dolor real manifestándose ahora que los analgésicos comenzaban a desvanecerse.
Agradecí internamente que hubieran adecuado una habitación del primer piso para mí, ya que bajar las escaleras habría sido una tortura.
—Ni siquiera la abuela de Anastasia camina tan despacio como yo —me quejé entre dientes, arrancando una sonrisa leve de mamá y Lyonya mientras avanzábamos hacia el amplio garaje que estaba dividido en secciones.
Cuando llegamos a mi sección, agarré la mano de mamá mientras examinaba los daños en mi automóvil y notando las numerosas cámaras que vigilaban el área.
—Esto no es un simple acto vandálico, esto es odio y venganza —murmuró mamá, su preocupación palpable en su voz—, Podrían ser...
—No, mamá, no son ellos... —comencé a decir, pero mi voz se desvaneció cuando Artem apareció, seguido de Sergei.
No sabía que llegaba hoy, su viaje a Italia se había alargado unos días más.
—No será necesario preocuparse, yo me encargaré y el responsable rendirá cuentas. En una hora vendrán a recoger el automóvil y lo repararán, así que no te preocupes —aseguró Artem, su tono tranquilo, pero firme.
Fruncí el ceño al observarlo, intentando recordar la conversación a la que mamá había aludido, pero mis pensamientos se nublaron, dejando solo la imagen de Artem a mi lado.
—Gracias por tu preocupación, pero esto es asunto mío y yo lo resolveré —declaré con terquedad.
—Creo que Artem tiene razón, mi amor —intervino mamá—. No estás en condiciones para lidiar con esto ahora mismo. Necesitas descansar.
La verdad era que ansiaba desesperadamente una buena dosis de analgésicos y el consuelo de mi cama.
—Está bien —murmuré finalmente, aceptando la derrota—. Pero quiero un informe detallado de lo sucedido.
Mientras pasábamos junto a ellos, Sergei me deseó una pronta recuperación, y Artem tomó mi mano libre para apretarla, dejando un pequeño papel entre mis dedos. Lo miré con desconcierto, pero él simplemente guiñó un ojo en respuesta.
—Ah, se me olvidaba, Andrea te ha enviado un delicioso sancocho. Creo que deberías comerlo antes de que los gemelos se lo devoren todo —agregó con una sonrisa, antes de seguir su camino.
Caminé con toda la determinación que pude reunir hacia la cocina, pero el sonido de las risas de los gemelos me advirtió que había llegado demasiado tarde.
—Seguro están comiendo algo más —mamá intentó consolarme, pero ambas sabíamos la verdad.
Abrimos la puerta de la cocina y los gemelos giraron la cabeza rápidamente, cada uno con una cuchara suspendida en el aire a punto de alcanzar sus bocas.
—¡Malditos! —fue mi primer impulso, y un intento de correr hacia ellos fue rápidamente detenido por un dolor punzante en mi costado—. ¡Ay, mamá!
—Hermanita —susurraron al unísono, la cero culpabilidad evidente en sus rostros traviesos.
—¡Akin y Adrik! —mamá los reprendió, acercándose para agarrarlos de las orejas—. Era para su hermana, no para ustedes.
—Pensamos que no lo apreciarías —se disculpó Akin—. Estaba ahí, y teníamos hambre...
—Y nos comimos el sancocho, aunque todavía queda un poco —añadió Adrik, luchando por contener una sonrisa que solo aumentaba mi irritación.
—Deberían dar gracias a que no puedo moverme, o de lo contrario los mato —mascullé entre dientes.
—¡Lia, por favor, no uses ese lenguaje! —resoplé, mientras les mostraba a los gemelos un gesto de desaprobación con el dedo medio—. Akin y Adrik van a compensarlo, o habrá consecuencias.
Recordé entonces el papel que aún sostenía en mi mano y la curiosidad me carcomió por dentro. Necesitaba irme.
—Por supuesto que lo harán, o de lo contrario... —hice el gesto de pasar mi dedo por mi cuello lentamente.
El sancocho de la tía Andrea era sagrado para todos nosotros, y siempre había disputas por las porciones. Lo que acababan de hacer era peor que la traición.
Con la ayuda de Lyonya, me retiré lentamente a mi habitación temporal, dejando a mamá para lidiar con los gemelos. Ella sabía que estaban perdidos, pero aun así lo intentaba.
—Sé que Artem se encargará, pero necesito que revises las grabaciones de las cámaras y me digas quién fue —le pedí a Lyonya.
—¿No confía en que el Pakhan le diga la verdad? —su tono llevaba consigo un atisbo de curiosidad.
Todavía no me había acostumbrado al nuevo título que había adquirido Artem.
—Solo tengo un presentimiento, y siempre que los tengo, les hago caso. Me han llevado a descubrir muchas cosas, y esta vez no es diferente.
—Tan pronto la deje en su habitación, me pondré a ello.
—Te lo agradezco enormemente —apreté su mano en señal de gratitud mientras continuábamos nuestro camino.
Cuando ya estuve en mi habitación desenvolví el papel que Artem me había entregado. Las palabras impresas en él resonaron en mi mente, llenándome de una mezcla de emociones.
"No sabes cuánto te he echado de menos. No veía la hora de volver a tu lado. Desde que llegué, he deseado estar contigo, pero una desventaja de ser el Pakhan es que el trabajo nunca termina, especialmente al principio. Vendré a tu habitación esta noche.
P.D.: El hecho de que Vladik haya muerto no significa que vaya a retrasar lo inevitable. No te preocupes. Te quiero.
A."
Mi sonrisa floreció de manera inevitable ante sus dulces palabras. Anhelaba que el tiempo avanzara rápidamente para que él estuviera a mi lado, para poder abrazarlo, besarlo, sentir su calor reconfortante a mi alrededor. Ansiaba la seguridad que solo sus brazos podían brindarme. Pero...
¿Qué quería decir con "lo inevitable"? ¿Y por qué mencionar a Vladik en ese contexto?
Esas preguntas resonaron en mi mente como un eco insistente, desafiando mis intentos de encontrar respuestas.
Entonces si habíamos hablado de Vladik antes de que Artem se marchara, pero ¿qué fue lo que dijimos?
Odiaba la sensación de estar atrapada en un laberinto de recuerdos borrosos, donde cada callejón oscuro me llevaba a un callejón sin salida. Pero, a pesar de mi frustración, sabía que debía encontrar una manera de despejar la neblina que nublaba mi mente y recuperar las piezas perdidas de esa conversación.
El tal vez podría decirme.
Mi teléfono comenzó a sonar y fruncí el ceño. Me moví lo más rápido que pude hacia él y contesté.
—Espero que ya estés mejor, tenemos que vernos muy pronto —la voz de Kai resonó al otro lado de la línea.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse.
—Kai —susurré con cautela—. ¿Qué demonios quieres de mí?
—Tu tiempo se agota, Lia, y necesitamos hablar, o el último m*****o de tu equipo morirá y después lo harás tú.
—No soy tan ingenua. No me reuniré contigo —respondí con firmeza.
—Mi padre te quiere muerta, no yo. —Su respuesta fue instantánea, cargada de una extraña urgencia—. Te salvé.
Una sensación de escalofrío recorrió mi espalda mientras absorbía sus palabras. ¿Qué juego estaba jugando?
—¿Qué es lo que quieres?
—Algo tan importante no puede ser discutido por teléfono. —El ruido de fondo en la llamada se intensificó—. No estoy en Estados Unidos, pero llegaré en dos días. Nos veremos entonces, tú y yo.
—Aún no he dicho que sí —protesté.
—Lo harás, porque es la única forma de evitar una guerra —y con eso, colgó.