POV ISABELLA ROMANOVA
—No lo sabrá, tranquila, nena —intentó calmarme—. Estás muy preocupada, por favor, cuéntame. Lo arreglaré, como siempre lo hago.
Me solté de su agarre y dejé la taza en la encimera, luego salí de la cocina, caminando rápidamente hacia nuestra habitación. Escuchaba sus pasos detrás de mí, pero cuando comencé a subir las escaleras, Pasha llegó corriendo.
—Atrapamos a unos hombres de Hernandez, acababan de llegar a la ciudad.
—Aun no entiendo porque no le he matado —el ceño de mi esposo se frunció y me observó—. No me tardaré amor.
Asentí lentamente y me dio un beso de despedida.
—¿Cuántos hombres necesitamos para ir a matarlo? —escuché su pregunta antes de que se alejaran.
Tres horas después
Me encontraba en mi despacho, luego de recibir un mensaje de Lyonya anunciando que llegaría a la mansión con mi pedido en cuestión de minutos. Estaba sentada detrás de mi imponente escritorio.
Con una mirada gélida fija en la puerta, aguardaba su entrada, preparada para enfrentar a los bastardos que planeaban causar daño a mi familia.
—Señora Romanova —resonó la voz de Lyonya, utilizando el formalismo que siempre empleaba en presencia de terceros—. Están aquí.
—Entren —ordené con voz firme, mientras indicaba a Lyonya con un gesto que se retirara.
Con paso cauteloso, Vasily, Ivan y Maksim ingresaron a la habitación, escudriñando cada rincón con recelo.
Les indiqué con un gesto que tomaran asiento frente a mi escritorio, mientras observaba sus reacciones con detenimiento. Maksim fue el primero en romper el silencio.
—Es un honor que podamos servir de ayuda, señora Romanova —declaró con una mezcla de cortesía y cautela.
—Sé que Vladik ha hablado con ustedes, sé lo que pretenden hacer y estoy de acuerdo —afirmé con calma, aunque en mi interior ardía un fuego que quería consumir todo—. Lo entiendo, es confuso, pero es lo correcto.
A pesar de mi aparente confianza, no sabía exactamente cómo iba a manejar la situación, pero confiaba en mi habilidad para engañar a hombres como ellos.
—Pero... Vladik nos advirtió que ustedes estarían en contra y teníamos que evitar ser descubiertos —aclaró Vasily, mientras sus ojos escudriñaban el ambiente en busca de peligro.
—Sé lo que les dijo Vladik, yo misma le dije que se los dijera —respondí con tranquilidad—. Al salir de aquí pueden rectificarlo.
Sus cuerpos se relajaron ligeramente, aliviados por mis palabras. Ivan tomó la palabra, elevando su mentón con arrogancia.
—Entendemos que lo haya criado como un hijo, pero no puede ser nuestro Pakhan. Es una burla lo que el señor Romanov hizo.
—¿Qué proponen ustedes que hagamos? —inquirí, manteniendo mi semblante imperturbable.
—Su hijo confesara que es adoptado ante todos —respondió Vasily—. Y solo así podremos convencer a todos para deshacerlo del puesto. Nadie querrá que lo lidere alguien que no sea de los nuestros.
—Tiene razón, señor Vasily —asentí con una sonrisa de complicidad fingida—. Pero para deshacerlo del puesto hay una sola manera.
Me levanté de mi escritorio y caminé con gracia hacia mi pequeño bar, donde serví tres vasos y coloqué una botella de whisky frente a ellos, invitándolos a servirse.
—Hay que matarlo, para que uno de los gemelos lidere —proclamó con frialdad.
Luché por mantener la máscara de indiferencia en mi rostro.
—¿Quién lo hará? ¿Vladik? —los tres asintieron, y tragué con dificultad, luchando por mantener la compostura—. Está bien.
La tensión en la habitación era palpable mientras los tres hombres absorbían mis palabras. Observé atentamente cada uno de sus gestos, tratando de mantener la compostura mientras esperaba su reacción.
Vasily, Ivan y Maksim intercambiaron miradas entre ellos, evidentemente sorprendidos por mi respuesta.
Maksim frunció el ceño, observándome con una mezcla de incredulidad y sospecha. Era el más astuto de los tres, y podía ver la duda en sus ojos. Finalmente, rompió el silencio con una expresión de incredulidad en su rostro.
—¿Está bien? ¿Así de fácil? Es su hijo después de todo, no lo entiendo —cuestionó, con una dosis de escepticismo en su voz.
Mantuve mi mirada firme y decidida, pero por dentro sentía un torbellino de emociones. Tenía que seguir con la farsa, no podía permitir que descubrieran la farsa.
Señalé las bebidas sobre el escritorio, invitándolos a servirse mientras consideraban mi respuesta.
—Está bien —repetí, con una frialdad calculada en mi tono—. Así de fácil, Maksim.
Su ceño se frunció aún más, y su mirada penetrante se clavó en la mía, como si intentara descifrar mis verdaderas intenciones.
—Entiendo —murmuró finalmente, tomando un trago del whisky con una mezcla de resignación y cautela.
Los otros dos hombres asintieron en acuerdo, aparentemente conformes con la dirección que estaba tomando la conversación.
—Puedo preguntar algo —asentí hacia Ivan—. ¿Nunca quiso a Artem? Es extraño que esto esté sucediendo.
Abrí el cajón a mi derecha lentamente, mientras continuaba observándolos.
—¿Quererlo? —inhalé hondo y suspiré—. Es más que eso, lo amo, fue la persona que me hizo mamá por primera vez, es mi primogénito. —Sonreí ante sus rostros de desconcierto—. Quererlo no es la palabra adecuada para lo que siento por él.
Se hizo un silencio sepulcral en la habitación, y yo solo esperaba, conteniendo la respiración mientras observaba atentamente. Sabía que el efecto del fármaco no tardaría en manifestarse; había sido una dosis potente, suficiente para doblegar a los hombres frente a mí.
Cuando vi la alerta en la mirada de Maksim y cómo su vaso se deslizaba de sus manos, una sonrisa siniestra se curvó en mis labios involuntariamente. Los otros dos intentaron levantarse, pero sus cuerpos se negaron a obedecer, cayendo impotentes de nuevo sobre las sillas.
—¿Q...Que mie...rda? —cuestionó Vasily, su voz temblorosa revelando su desconcierto y miedo.
Me erguí con una mezcla de poder y ferocidad, mis ojos destellaban una intensidad amenazante mientras agarraba el cuchillo de mi cajón.
—Ahora aprenderán a no meterse con mi familia —declaré con voz firme y fría—. ¿Con quién debería empezar?
Abrí otro cajón y saqué una cinta industrial y unas tijeras, con movimientos precisos corté tres pedazos de cinta con el suficiente largo para asegurar que no pudieran liberarse fácilmente. Cada pedazo lo adherí a cada silla.
—Nunca pensé que podría llegar a estos extremos. Soy médico cirujano, mi deber es salvar vidas, no arrebatarlas. Pero cuando eres madre, haces lo que sea por tus hijos —mi voz resonó con un tono imperturbable, aunque en mi interior había un torbellino de emociones. El terror en sus ojos no me hizo retroceder, sino que me fortaleció—. Sus familias son inocentes, pero... no lo sé.
Con un gesto decidido, abrí la boca de Ivan y saqué su lengua con firmeza, mientras mis manos temblaban ligeramente por la mezcla de adrenalina y determinación que fluía a través de mí. Era una situación que nunca había enfrentado antes, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger a los míos.
—Tengo que quitar la raíz. —Corté su lengua después del segundo corte e inmediatamente la introduje en su boca. Con un golpe fuerte la cerré y la sellé con la cinta, asegurándome de que no pudiera escapar—. Les di un paralizante muscular, así que poco a poco dejarán de respirar. Será una muerte lenta y agonizante, pero mientras eso pasa... sufrirán, lo prometo.
Después de acabar con Ivan y dejarlo ahogarse con su propia sangre, caminé hasta Vasily y realicé el mismo acto, esta vez cortando su lengua con un solo corte preciso y certero. El silencio pesado en la habitación se mezclaba con los sonidos de su agonía.
Mis manos y mi pecho estaban cubiertas de sangre. Sentí el peso de cada gota, como una carga que se adhería a mi piel y se hundía en lo más profundo de mi ser.
Cuando alcé mi mirada, me sorprendí al verlo en el umbral de la puerta, observándome con atención. Había estado tan sumergida en mi tarea que ni siquiera me había percatado de su presencia, aunque su aura siempre era tan imponente que debería haberlo sentido desde el primer momento.
—Yo... yo —tragué duro, luchando por encontrar las palabras adecuadas para explicar lo que acababa de ocurrir.
Asintió lentamente, como si entendiera el peso de mis acciones sin necesidad de que lo expresara con palabras. Un clic sonó en el aire y se alejó de la puerta, caminando lentamente hacia mí.
—¿Era eso lo que ibas a decirme? —su voz resonó con un tono grueso y escalofriante, envolviéndome en un escalofrío que recorrió mi espalda.
—Harían que Artem hablara, convencerían a todos, lo matarían, y tu amigo, tu maldito mejor amigo, inició todo esto. —Lo señalé con el cuchillo en mi mano, la rabia pulsando a través de cada palabra—. Él es el siguiente, y lo haré sufrir aún más. Su muerte tendrá que ser dolorosa.
Cuando se acercó a mí, tomó el cuchillo de mi mano y lo lanzó al pecho de Maksim con una precisión letal.
—Eres una leona, Isabella, no esperaba menos de ti —sus palabras resonaron llenas de admiración.
—Darko.
Agarró mis manos y besó cada una.
—Míralas, manchadas de sangre, ensuciadas.
—¿Vladik? —pregunté.
—Para mañana no estará respirando. —Sus palabras cortaron el aire con una finalidad inquebrantable. Luego, agarró mi rostro con firmeza y me besó, dejando el rastro carmesí de la sangre en mis labios y en mi piel—. Dime que sí.
—¿A qué? —gemí.
—A follarte aquí mismo, mi amor. —Sus manos descendieron por mi cuerpo y empezó a desabrochar mi pantalón—. Por favor.