POV ARTEM ROMANOV
—Tenemos que darle un mensaje a Dimitri. Necesita comprender que intentar robarnos fue el peor error de su miserable vida —declaró papá.
Estaba furioso y no era menos después de lo que intentó hacer el hijo de puta.
—Idiota, después de tantos años trabajando con nosotros —suspiró Dima, con un tono de resignación evidente en su voz.
—Viajaré hoy mismo a Rusia —asentí, clavando mi mirada en la de papá—. Se arrepentirá.
Levantó la mano y comenzó a negar con su dedo índice, una sonrisa siniestra jugueteando en sus labios.
—No se arrepentirá así, Artem. Vas a matar delante de sus ojos a su esposa e hijas —dijo con frialdad—. Eso sí que lo hará lamentar.
Un nudo se formó en mi estómago al escuchar sus palabras. Traté de mantener la compostura, aunque mi cuerpo se tensó y mis movimientos se volvieron más rígidos.
—Sus hijas son tan jóvenes como los gemelos y Lia. Prometo que las acciones que tomaré contra Dimitri en su tortura lo atormentarán cada segundo, pero al menos dejemos a sus hijas fuera de esto.
Con una postura relajada, papá tomó un trago de whisky y asintió con calma.
—Las cosas que le harás serán después de haber matado a su familia frente a él.
¿Cómo podía hacerle entender mi punto de vista?
—Papá, él fue el único culpable y ni siquiera logró robarnos. Torturarlo, asesinarlo y dejar a su familia en la calle es un mensaje lo suficientemente claro —insistí, tratando de hacerlo razonar.
—Podría ser un mensaje efectivo, pero no es mi estilo ni el de la bratva. —respondió con firmeza—. Aquí, todos pagamos por los pecados de nuestros padres. En algún momento, tendrás que cargar con las consecuencias de mis errores pasados, lidiar con guerras que no iniciaste. Así es la vida, hijo.
Maldita sea.
—He cometido atrocidades en nombre de la bratva, cosas que nadie podría siquiera imaginar —admití con pesar—. Pero si no tengo límites, me perderé a mí mismo en unos años. No quiero perder mi humanidad y convertirme en... —Me detuve abruptamente, consciente de las palabras no dichas.
Su ceño se frunció con severidad mientras sus dedos ágiles manipulaban el teléfono móvil. Después de unos instantes de espera, la conexión se estableció y la voz de mis hermanos resonó en el altavoz.
—Papá —dijeron al unísono.
—Estoy acompañado de Artem y Dima —les informó—. Tenemos un asunto urgente con Dimitri, nuestro administrador de los almacenes de armas en Rusia.
—Estamos atentos —respondieron en sintonía, preparados para recibir las órdenes.
—Intentó robarnos y necesito que se ocupen de... —Mi padre comenzó a explicar la situación.
—Está bien, para mañana dejará de robarnos oxígeno —pude sentir la sonrisa de Akin a través de la llamada.
—Sin embargo, tiene una esposa e hijas —padre aclaró, agregando una dimensión más a la situación.
—No serán un problema. Nos encargaremos de ellas también —aseguró Adrik con una frialdad característica en él—. No quedará nadie de esa familia con vida.
—Reporten cuando todo esté resuelto —ordenó Darko antes de colgar la llamada.
Se puso de pie con decisión, indicando a Dima que saliera.Dima nos miró con un atisbo de duda en su rostro. Podía percibir su reticencia, pero, al fin y al cabo, mi padre era nuestro jefe y debíamos obedecer sus órdenes.
Mi respiración se desaceleró progresivamente, apenas perceptible, mientras la seriedad de la situación se posaba sobre mi pecho, opresiva como una piedra.
—¿Qué pretendías demostrar al llamar a mis hermanos? —Me atreví a preguntar, mis ojos fijos en la mesa frente a mí. Todo mi ser estaba en alerta y podía sentir sus pasos aproximándose, hasta que finalmente se detuvo detrás de mí.
—Nada en particular. Simplemente no estabas dispuesto a cumplir con tu deber, así que tuve que recurrir a tus hermanos para que hicieran el trabajo que te corresponde como futuro Pakhan. Una situación lamentable —respondió con un tono frío y firme.
—Lo siento si no cumplo con tus expectativas, pero tengo mis propios principios —repliqué, defendiendo mi postura.
Sus manos se posaron en mis hombros, ejerciendo una presión creciente con el paso de los segundos, marcando su autoridad sobre mí.
—¿Principios? —Se inclinó hacia mí, su voz un susurro cargado de amenaza—. Tus malditos principios podrían llevar a la muerte a muchas personas que dependen de ti, incluso a tu propia familia. ¿Sabes lo que una mujer es capaz de hacer por venganza cuando asesinan a un ser querido? ¿Entiendes el dolor, la furia que puede desatar? —Gruñí entre dientes mientras el dolor se volvía cada vez más intenso—. No, tú no lo sabes. Pero yo sí. Te aseguro que esa esposa e hijas a las que dejarías con vida buscarían venganza. Y tú, con tus estúpidos principios y valores, pondrías en riesgo a tu propia familia. Por tu culpa, podrían morir. Y en ese momento, Artem, recordarás mis palabras y reza para que ese familiar no sea tu madre, porque de lo contrario consideraría matarte.
Asentí lentamente, liberándome de su firme agarre. Me puse de pie y lo enfrenté.
—Entonces, ¿serías capaz de matar a tus propios hijos?
—Daria mi maldita vida por ustedes, haría cualquier cosa en este jodido mundo por ustedes, pero no permitiría que tu madre muriera por tu incompetencia como Pakhan. Esa ineptitud se paga con sangre. Haría cualquier cosa por la mujer que amo —su sonrisa repentina me tomó por sorpresa—. ¿Acaso me elegirías a mí en lugar del amor de tu vida? —preguntó, desafiante.
La pregunta resonó en mí, provocando una turbulencia de emociones internas. ¿Cómo podría elegir entre el amor de mi vida y él, quien estaba dispuesto a todo por nosotros?
Joder, yo también estaba dispuesto a todo por él.
—Te elegiría a ti —susurré.
Se acercó lentamente, su sonrisa aún presente, pero negando con la cabeza.
—No, no lo harías. Porque cuando amas tan intensamente, ese amor te consume, te hace respirar solo por él, serías capaz de elegirla a ella por encima de todo, incluso de ti mismo —explicó.
—Seguramente lo sabré algún día.
—Sí, algún día, seguramente —respondió algo extraño—. Esperemos que así sea.
—¿Acaso quieres decir algo? —pregunté, buscando entender el significado detrás de sus palabras cargadas de enigma.
—Hablaré cuando tú empieces a hacerlo, Artem —dijo, apretando mi hombro con firmeza mientras su mano se deslizaba por mi cuello—. Pero por ahora, tenemos cosas que corregir.
Fruncí el ceño, confundido por su incomprensible declaración. Antes de que pudiera comprender completamente su intención, su mano me golpeó con fuerza, dejándome inconsciente al instante.
POV LIA ROMANOVA
—No puedo recordar la última vez que salimos las cinco de compras —dijo tía Lena con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Quiero un nuevo guardarropa, así que estaremos haciendo esto más seguido.
—Extrañaba estas salidas —añadió mi tía Andrea.
—Lo mismo —susurró mamá, mientras observaba detenidamente el vestido que se estaba probando—. Será perfecto para hoy.
—¿Qué hay hoy? —inquirí, interesada en el evento que motivaba tanto entusiasmo.
—Una cena familiar, cariño —respondió con una sonrisa cálida—. Tienes que estar lista a las siete.
Maldita sea. Ya teníamos planes con Artem; él me llevaría a conocer un lugar sorpresa.
—¿Obligatorio? —no pude evitar dejar escapar mi descontento ante la interrupción de nuestros planes.
—Dile a tu plan que se nos una —se encogió de hombros con una expresión despreocupada y regresó a probarse otra prenda.
Una mezcla de frustración y resignación me invadió. Las expectativas de una noche especial con Artem se desvanecieron ante nuestra obligación familiar.
Anastasia me codeó con una sonrisa pervertida.
—¿Quién es tu plan? —susurró—. ¿Acaso es el de la fiesta?
—¿Con quién estas teniendo sexo? —su sonrisa se esfumó—. Exacto.
—Aun no te lo puedo decir, pero te lo diré pronto —prometió.
Para cuando mamá salió del vestier con su ceño fruncido y una evidente molestia en el rostro, supe que la persona detrás del teléfono haba dañado los planes.
—No sé qué mierda significa, pero los quiero a los dos a la siete en casa o te juro Darko que te arrepentirás —colgó.
—¿Qué pasó? —preguntamos todas al unísono, sacándonos un par de sonrisas.
—Darko y Artem están en algo parecido como un retiro, pero la palabra espiritual y Darko nunca van en la misma oración, así que no sé qué tipo de retiro, tal vez lo sepas tu Lena.
No me gustó para nada la reacción de mi tía.
—Sí, es un retiro. Seguramente Artem cometió un error y está pensando en ello.
—¿Y cómo piensa en su error? —fruncí mi ceño, no gustándome nada lo que oía.
—No lo sé, no es lo mismo, todo depende de tu error, así que cuando cometas un error sabrás una de las cosas que se hacen en el retiro.
—Mi hijo estará bien, ¿verdad? —la voz de mamá había cambiado.
—Sí.
Anastasia, con su peculiar manera de ser, logró romper la tensión del momento y continuamos con nuestras compras. Sin embargo, una observación detallada de las personas dentro de la exclusiva tienda donde adquiríamos parte de nuestros atuendos me hizo fruncir el ceño.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —pregunté casualmente mientras hojeaba una prenda.
—Un poco más de dos horas —respondió Anastasia, levantando la mirada con curiosidad—. ¿Por qué?
—Observa, hay dos mujeres que llegaron dos minutos después que nosotras y aún no se han ido. Han estado dos horas en esa sección de ropa. A tu derecha —informé, señalando discretamente hacia donde estaban las mujeres en cuestión.
Anastasia asimiló la información con un gesto de curiosidad, su mirada penetrante analizaba la situación con rapidez.
—Ambas tienen un tatuaje en la muñeca, pertenecen a alguna banda —comentó—. No traje mi arma y los guardaespaldas están afuera.
—Ambas llevan un arma nueve milímetros, no dejan de tocar constantemente su cintura — susurré, basándome en la observación que había hecho en tan poco tiempo. Mis ojos analizaban cada movimiento de las sospechosas—. Son inexpertas. Puedo encargarme de ellas.
—No, Lia —dijo firme.
—Por su ubicación, han tratado de mantenerse lo más cerca posible de mí. Esto no tiene que ver con ustedes —añadí en un susurro, intentando calmar cualquier preocupación que pudieran tener, mientras esbozaba una sonrisa tranquilizadora.
—No, y si lo haces, será conmigo a tu lado —anunció Anastasia con determinación.
—¡Ven Ana, ayúdame a cerrar este vestido! —gritó mi tía Anto, interrumpiendo la conversación.
—¡Mierda! —exclamó, visiblemente frustrada—. Lía, no harás nada —me advirtió con un gesto firme—. Espérame.
Asentí lentamente, conteniendo mi impulso, y aguardé hasta que todas estuvieran dentro de los vestidores antes de deslizarme sigilosamente hacia la sección donde se encontraban.
Nunca salía de casa sin mi arma; para mí, era un accesorio más, una extensión de mi seguridad y preparación para cualquier eventualidad.
Empuñé el arma con firmeza, sintiendo su peso familiar en mi mano mientras me agachaba, moviéndome con sigilo hacia ellas. En la esquina de la sección que separaba los jeans de las blusas, observé cómo fruncían el ceño y empezaban a discutir entre sí al percatarse de nuestra ausencia.
Las mujeres continuaron su discusión, ajenas a mi presencia cercana. Aprovechando su distracción, avanzaba con cuidado, buscando mantenerme fuera de su campo de visión mientras me acercaba silenciosamente.
El repentino intercambio de palabras me detuvo en seco, mis músculos tensos y alerta.
—Joder, no seré yo quien le diga al jefe que la teníamos y se nos escapó —admitió una voz, cargada de ansiedad y temor.
—Tampoco yo, no quiero morir. Tenemos que encontrarla —sugirió otra, su tono lleno de urgencia y determinación—. Está sin guardaespaldas, no encontraremos un mejor momento que este.
La gravedad de la situación se hacía cada vez más evidente.
—Creo que deberíamos tener más refuerzos, es un soldado y nosotras no. Podríamos morir —añadió, señalando la realidad.
—¡No! Seguramente está en los vestidores.
Mi mente giraba rápidamente, evaluando las opciones. La urgencia se apoderaba de mí, instándome a actuar con rapidez.
Cuando las dos mujeres se encaminaron hacia los vestidores, un instinto de supervivencia se apoderó de mí. Con movimientos rápidos, saqué mi cuchillo de la funda que traía en mi pierna y salí en silencio detrás de ellas. Con un agarre firme, atrapé a una de ellas por el cuello, mi cuchillo presionando su piel con firmeza. En un movimiento fluido, antes de que la otra pudiera reaccionar y alcanzar su arma, le disparé en su cabeza.
El eco del disparo resonó en la tienda, rompiendo el silencio y sacudiendo la calma aparente. El sonido alertó a mi familia, quienes salieron apresuradamente de los vestidores, mientras los guardaespaldas irrumpían en la escena con eficiencia y rapidez.
Al ver el movimiento de la mano de la mujer que tenía sujeta, incrementé la presión del cuchillo, haciendo que la hoja cortara levemente su piel, lo que provocó un gemido de dolor y sumisión.
—Ni siquiera lo intentes, perra —susurré con una ira contenida—. Disfrutaré sacándote toda la maldita verdad de tu jefe.