CAPÍTULO 5

2283 Words
POV LIA Dos días después. ¿Norte o sur? La pregunta resonaba una y otra vez en mi mente, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse. Mi elección habría sido el sur, siempre el sur, si eso significara la oportunidad de explorar esos valles que me atraían de una manera irresistible. Sin embargo, no entendía en qué diablos estábamos pensando al permitirnos un momento como ese durante una operación seria y delicada. Era evidente que las cosas podrían salir mal, y de no ser por la alerta constante de Artem, habríamos terminado heridos por culpa de un maldito que intentaba esconderse de la bratva. No, no estaba concentrada en mi entorno. ¿Cómo podría estarlo cuando tenía ante mis ojos a un dios griego encarnado? Solo su abdomen era una locura. Exhalé con exasperación mientras terminaba de rallar el queso con movimientos mecánicos y distraídos. No había nadie más en casa aparte de nosotros dos, y ese momento se presentaba como la oportunidad ideal para preparar pasta y así obligar a Artem a probarla. Se vería forzado a comerse cada bocado. Una risa traviesa escapó de mis labios mientras continuaba con mi tarea, sumida en mis pensamientos, hasta que de repente, percibí su presencia detrás de mí. Su aura era tan poderosa que parecía como si estuviera acariciándome, algo que había anhelado durante mucho tiempo. Como si hubiera leído mis pensamientos, sus manos comenzaron a deslizarse lentamente por mi cintura, envolviéndome en un abrazo reconfortante. —Huele delicioso —susurró, apoyando su barbilla en mi hombro, su voz suave y cálida resonando en mi oído como una caricia. Cerré los ojos durante unos largos segundos, intentando contener el tumulto de emociones que se agitaban dentro de mí. Estar en una situación tan íntima resultaba abrumador, como si de repente me convirtiera en una inexperta en medio de un mar de sensaciones conocidas, pero desconcertantes. —Ya casi he terminado —susurré, moviendo sutilmente mi rostro hacia el suyo, quedando a escasos centímetros de distancia—. Tendrás que acabarte todo lo que haya en tu plato. Cuando vi que él también inclinaba su rostro hacia el mío, solté el rallador y me sostuve del borde de la isla de la cocina para mantenerme firme. —Dije que podría intentar comerla, no que me comprometía a acabar todo un plato —respondió con una leve sonrisa, lo que hizo que mi respiración se entrecortara aún más y por un instante hasta olvidara cómo respirar. —Cociné para ti, así que por eso deberías comértelo todo —añadí con un deje desafiante, intentando ocultar la turbulencia que se agitaba en mi interior. Me observó con intensidad, sus ojos parecían perdidos en los míos durante lo que se sintió como horas, hasta que finalmente asintió con suavidad y dejó varios besos tiernos en mi cuello. —Podría quedarme así todo el día —susurró, apretándose aún más contra mí y llenando sus pulmones con una inhalación profunda—. Quiero sentirte siempre entre mis brazos. Me sentía completamente erizada, con la piel de gallina y una sensación de mareo que parecía envolverme por completo. Todo esto parecía un maldito sueño, y temía que en cualquier momento fuera a despertarme, porque era demasiado bueno para ser real. Me giré hacia él y tomé su rostro entre mis manos, mientras examinaba cada detalle con avidez: sus hermosos ojos, su nariz perfilada, sus cejas perfectamente delineadas, sus labios... Cada parte de él me atraía de una manera indescriptible. —También me gustaría... —confesé, dejando escapar un susurro cargado de emoción y vulnerabilidad. Cuando su rostro se inclinó hacia el mío, cerré los ojos por inercia, esperando el beso que nunca llegó. En su lugar, sentí sus labios presionar suavemente mi frente, y luego ajustó su abrazo, como si tratara de reconfortarme de alguna manera. —Estoy listo para probar tu pasta. Me separé lentamente de él, y fue inevitable que las palabras salieran de mi boca como una corriente que no podía detener. —¿De qué sirve todo esto si al final del día nunca me besaras? —Lia... —susurró. —Es la verdad, Artem —continué, intentando apartarme, pero sus manos no me dejaban—. No cambiará la realidad, y me duele estos momentos donde me haces creer que habrá un futuro donde estemos tú y yo en una misma oración, cuando tus acciones me demuestran que eso nunca ocurrirá. Artem sostuvo mi rostro firme entre sus manos y negó levemente, como si quisiera disipar mis dudas con ese simple gesto. —No te rindas, yo no lo haré, pero... no puedo besarte, aunque sea lo que más anhele en este maldito mundo, no puedo —gimió, apretando los ojos con fuerza mientras se alejaba, como si el peso de sus propias palabras lo abrumara. Asentí lentamente, esforzándome por mantener una sonrisa en mi rostro para indicarle que comprendía y que todo estaba bien. —Vamos a comer antes de que se enfríe. Trae los cubiertos —indiqué, girándome para agarrar los dos platos y llevarlos hasta la barra americana. El comedor parecía demasiado grande para nosotros dos en ese momento. Esperé a que se sentara y lo animé a dar el primer bocado. —Ahora que lo pienso, no estoy seguro de si tienes las mismas habilidades culinarias que tía Lena —bromeó, provocándome una sonrisa mientras lo empujaba ligeramente. —Dios me libre de caer en esa desgracia. —respondí. Esperé con paciencia mientras observaba cómo probaba el primer bocado de pasta, atenta a cada gesto de su rostro. Empecé a memorizar cada paso que había seguido en la preparación. Tenía que ser comestible, con suerte con un buen sabor. Pero, ¿qué había salido mal? —Jesús, Lia —gruñó, sacudiendo la cabeza con seriedad mientras me miraba fijamente—. No me gustó para nada. Fruncí el ceño y asentí lentamente, intentando mantener la calma y reprimiendo el impulso de golpearlo. —Cualquiera en tu posición mentiría, al menos para hacerme sentir bien. —Y eso hice... mentí —se rió entre dientes mientras llevaba otro bocado de pasta a su boca—. Esto está delicioso, me encantó. ¿Estás segura de que lo hiciste tú? —Idiota —murmuré, sintiéndome aliviada—. Pensé que estaba horrible, no lo vuelvas hacer, estúpido. —¿Idiota? ¿Estúpido? ¿Mi amor? Por favor, tienes que decidir cuál de los tres soy —bromeó, con una sonrisa traviesa bailando en sus labios. Sonreí inevitablemente y comencé a comer, disfrutando de la camaradería que se había formado entre nosotros. —No te llamaré así, olvídate. —¿Llamarme cómo? ¿Artem? Pero si es mi nombre, Lia —No, Artem no, mi amor. —Me detuve en cuanto percibí su juego—. Idiota. —Suena muy bien viniendo de ti. ¿Por qué no lo usas más seguido? —respondió con una sonrisa pícara, provocando un brillo juguetón en sus ojos. Abrí ligeramente los ojos y asentí. —¿Viniendo de mí? Quiere decir que hay alguien que ya te lo dice, pero no te gusta tanto como cuando soy yo quien lo dice. ¡Ah, los hombres! —comenté con un toque de ironía, mientras empezaba a masticar con un poco más de brusquedad. —¿Por qué las mujeres tienen que complicarlo todo? —preguntó, buscando una explicación. —¿Ahora yo soy la culpable? Qué sínico eres. —Son celos sin fundamentos —continué comiendo mientras trataba de ignorarlo—. Lia, ¿lo sabes, ¿verdad? —Solo sé dos cosas. Primero, ¿quién dice que son celos? Si lo fueran, créeme, esa mujer ya no existiría —sonreí con una inocencia calculada—. Segundo, solo sé que no sé nada cuando se trata de ustedes los hombres. —Me gustó mucho la comida, gracias por cocinar para mí —cambió el tema abruptamente, como si quisiera desviar la conversación hacia terrenos más tranquilos. —La próxima vez, la harás tú, pero oye, no cambies de tema —lo señalé con determinación—. ¿Quién es esa chica? Él se levantó de su asiento y se acercó a mí, abriendo mis piernas para colocarse entre ellas. Me obligué a alzar mi rostro para observarlo, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación. —Solo eres tú, Lia. Siempre has sido tú —declaró con convicción. En esa posición, perfectamente podía serle una mam... ¡basta! Mi mente luchaba por mantenerse en el camino correcto mientras su proximidad me afectaba más de lo que debería. Su ceño se frunció y sus cejas se alzaron con sorpresa ante mi reacción. —¿Qué? —cuestioné. —Estás muy sonrojada —susurró, acercándose aún más—. Algo me dice que en esa pequeña cabeza tuya hay pensamientos muy sucios. —comenzó a recoger todo mi cabello suelto en una coleta—. Estorba un poco, ¿no lo crees? —¿Qué? —inquirí, confundida por su comentario repentino. —Tu cabello —afirmó, deslizando sus dedos con delicadeza por mis mechones—. Está estorbando. Tragué duro, sintiendo cómo el nudo en mi garganta crecía. —¿Por qué estorbaría? —me aventuré a preguntar, tratando de entender sus motivos. —Puede ensuciarse —respondió, señalando la goma para el cabello que llevaba en mi muñeca. Rápidamente se la entregué, sintiendo cómo el calor se apoderaba nuevamente de mis mejillas. —Artem, ¿qué estás haciendo? —pregunté con sorpresa, mientras sentía cómo jalaba suavemente mi cabello hacia atrás, dejándome completamente a su merced. —Evitando que tu hermoso cabello se ensucie —respondió con calma, manteniendo su agarre firme—. ¿O prefieres que se ensucie? El silencio se extendió entre nosotros, dejando flotar la pregunta en el aire, cargada de insinuación y provocación. —No lo sé —respondí, todavía un poco desconcertada por su acción. —Iremos a entrenar, así que creo que no querrás que te estorbe y se adhiera a tu piel cuando estés sudando —explicó con un tono práctico, soltándome rápidamente y comenzando a llevar los platos ya vacíos al fregadero. —Maldito —farfullé, levantándome con frustración, sintiendo la impotencia crecer dentro de mí—. Nunca supe dónde está el tatuaje, ¿Sur o norte? —Dos opciones, una oportunidad —repitió en un tono misterioso. —¿Qué tan al sur puedo llegar si elijo esa opción? —pregunté, observando su figura desde atrás, tratando de descifrar su respuesta en sus movimientos. Se volteó lentamente y nuestras miradas se encontraron, chocando con intensidad. —Hmm, no lo sé. Lo suficiente como para que puedas averiguar si está ahí o no. —¿Qué elegirías tú? —quise saber, buscando una pista en su respuesta. Él sonrió pícaramente y respondió con un tono juguetón: —Cualquier opción que me permita conocer ese paraíso que tienes entre las piernas. Sonreí sin poder evitarlo. —Es todo menos un paraíso, Artem. Las emociones, sensaciones y experiencias que te dará serán todo lo contrario a lo que un paraíso te proporcionaría. —¿Y eso es? —inquirió, con una curiosidad palpable en su voz. Me encogí de hombros, restándole importancia. Mi celular sonó y rápidamente lo saqué para ver quién era. "Tu mejor prima por siempre" Ver el nombre con el que Anastasia, sin preguntar, se había interpuesto, me recordaba que aún no había cambiado esa estupidez. —No me ha bajado el período, así que existe un cincuenta por ciento de posibilidad de que esté embarazada y otro cincuenta por ciento de que mi hijo no llegue a conocer a su padre —dijo Anastasia, con voz cargada de incertidumbre. Mi ceño se frunció de inmediato y le hice señas a Artem para indicarle que saldría un momento. No podía hablar de este tema con él presente; éramos las únicas mujeres Romanova y había una protección asfixiante por parte de todos los hombres de la familia. —Te olvidaste del cincuenta por ciento de posibilidad de que sea un simple retraso, Anastasia —respondí, intentando infundir un poco de calma en la situación. —Oh... es cierto —se escucharon murmullos de fondo—. ¿Me comprarías una prueba? Si mi padre y mi hermano se enteran de que compro algo así en una farmacia, me encierran. —¿Y no has pensado que, si eso llegara a pasar conmigo, los cuatro hombres de mi casa acabarían con todos y solo después me encerrarían a mí? —me quejé. —Lia, por favor, me lo debes —insistió Anastasia. —Lo sé, además, no te dejaría sola —inhalé hondo, mientras asentía—. Te llevaré una esta noche. —S'agapo (te amo) —Ti amo —colgué, preparándome mentalmente para lo que vendría. No había dado un paso cuando mi teléfono volvió a sonar, pero esta vez ver el indicativo del número me sorprendió. —Alfa, soy Bravo. Paso a informar que Echo ha sido abatido en sus vacaciones —sentí cómo todo a mi alrededor se ralentizaba al escuchar esas palabras. —Necesito el informe completo —ordené, sintiendo un nudo en la garganta. Echo era un m*****o valioso, una buena persona... era el mejor de todos nosotros —. ¿Alguna pista de quién pudo ser? —Una marca, ya está siendo investigada —respondió Bravo. —Quien sea que lo haya hecho pagará, lo prometo. No sabía cómo proceder. Era la primera vez que me enfrentaba a algo así y necesitaba la ayuda de alguien más experimentado en el asunto. No había nadie mejor que él, mi padre. Darko Romanov.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD