POV ARTEM ROMANOV
Una semana después
—¿Estas bien?
Fruncí mi ceño ante la pregunta de Sergei.
—Estoy bien —respondí con un asentimiento rápido, apartando la mirada del cargamento de armas proveniente de Rusia.
Sergei persistió:
—¿Qué pasó entre tú y tu papá? —Comenzó a presionar una zona delicada—. ¿Qué ocurrió durante ese retiro? ¿Qué te hizo?
Evité rememorar los acontecimientos de esos dos días.
—No quiero hablar de eso, Sergei... solo me hizo ver las cosas desde otra perspectiva —confesé, desviando la mirada hacia un punto distante, tratando de evitar adentrarme en los recuerdos.
—¿Su perspectiva? —me observó con atención, sus ojos reflejaban una genuina preocupación por mí, aunque no había motivos para ello.
—Algo así —me encogí de hombros—. Eso no es lo importante. Lo crucial es que él sabe algo, pero aún no sé qué exactamente.
—Maldita sea —susurró—. ¿Y si sabe todo?
Un escalofrío me recorrió y negué con la cabeza levemente.
—Es imposible. Necesito averiguar exactamente qué información tiene para decidir cómo actuar —confesé, tratando de mantener la calma ante la posibilidad inquietante que planteaba.
—No podrás verla por un tiempo. Si Adrik tiene fotos de ambos, ¿por qué crees que tu padre no las tiene? —inquirió—. Ella debe permanecer fuera del radar por su seguridad, especialmente ahora que Lia sabe de su existencia; podría ponerla en peligro.
—Ni siquiera Lia podría tocarle un solo cabello. La mantendré cerca. Nadie sospechará nada. —Inhalé profundamente—. La extraño. Tengo que verla pronto o enloqueceré.
Una sonrisa torcida apareció en el rostro de Sergei mientras asentía.
—Me gusta lo que tienen ustedes dos.
No respondí con palabras, simplemente asentí y continué observando. Cuando todo el cargamento estuvo finalmente dentro de la bodega, nos sumergimos en la tarea de revisar las cantidades y los tipos de armas que habían llegado. Una vez que nos aseguramos de que todo estuviera en orden, programamos el envío a cada uno de sus destinos correspondientes. El maldito día nos había consumido por completo y aún quedaban asuntos pendientes por resolver.
—No puedo recordar la última vez que fuimos a una discoteca —comentó mientras nos dirigíamos de regreso a casa.
Repasé mentalmente los recuerdos en busca de una respuesta, pero tampoco lograba recordar. Estábamos tan inmersos en nuestro trabajo que los placeres y diversiones habían quedado relegados a un segundo plano.
—¿Hace tres años? —sugerí.
—Quizás. ¿Te apetece ir mañana?
—Me gustaría, pero tengo que viajar a Francia. Hay algunos problemas que debo resolver, aprovecharé el viaje y le pediré a Lia que me acompañe. Está estresada por descubrir quién está detrás de los ataques a su equipo.
—Lo olvidé por completo. Escuché a mi padre decir que otro ha muerto.
—Sí, eso nos tiene en alerta. No es una coincidencia. Nos están cazando, y debemos actuar rápidamente para convertirnos en los lobos, no en el maldito rebaño.
—Saben que pueden contar conmigo para lo que sea —asentí con determinación—. ¿Tienen alguna pista?
—Los asesinos son extremadamente profesionales. No dejan rastros, no hay nada, excepto una bala en uno de ellos. Estamos rastreándola sin descanso.
El silencio colmó el resto del trayecto. Cuando nos detuvimos frente a su casa, antes de que Sergei se bajara, habló.
—Yo tampoco habría aceptado asesinarlas, especialmente cuando hemos interactuado con ellas y sabemos lo inocentes que eran en este mundo en el que nacieron —declaró con fervor.
Alcé una ceja y apreté mis manos en el volante, conteniendo una oleada de emociones.
—Gracias, pero en realidad no importa lo que hubiésemos querido, era lo que se debía hacer —musité, dejando escapar una risa irónica.
—No, no siempre debemos mancharnos las manos con la sangre de los inocentes. Siempre hay una alternativa.
Negué levemente, sumido en mis propios pensamientos, reviviendo cada instante.
—Solo hay una maldita opción, y debes grabarlo en tu mente, así como yo lo hice —le espeté, mis palabras cargadas de autoridad y desesperación—. Eliminar. Nosotros pagamos por los pecados de nuestras familias, así que, si es necesario acabar con toda una generación, no puedes vacilar, es tu deber.
—¿Qué diablos te sucedió con tu padre? —la preocupación brillaba en su mirada.
—Te he dicho que no es algo de lo que debas preocuparte.
—Tu padre está malditamente trastornado, todos lo saben. Es un psicópata. Esa es su naturaleza, su enfermedad, su pasado lo moldearon en el hombre temido que es. Pero ni siquiera le temería tanto como te temeré a ti, Artem —susurró con un dejo de inquietud en su voz.
—¿Por qué?
—Porque si alguien como tú, alguien que es normal, elige convertirse en un maldito asesino en serie por su propia voluntad, si abraza la oscuridad, será más aterrador que cualquier otro —concluyó, su tono grave y sombrío—. Serás peor que todos.
—Eso es lo que esperan del futuro líder de la Bratva, Sergei, o nos veremos enfrentados a la muerte y nuestro poder se desvanecerá —susurré.
—Eres un líder excepcional, pero deja que esa oscuridad sea compartida con tus hermanos. No permitas que te consuma sin tener tu polo a tierra —aconsejó con voz suave pero firme.
—¿Quién dice que no la tengo? —cuestioné, desafiante, mientras intentaba ocultar la inquietud que bullía en mi interior.
—Entonces, confiesa para que tu ancla pueda permanecer a tu lado. ¿Serás capaz de hacerlo por ella, a pesar de todas las consecuencias que acarrearía tal revelación? —su pregunta resonó en el interior del auto, perforando mi mente con una agudeza despiadada.
Golpeé el volante con frustración, luchando por mantener la calma. No podía permitir que la turbulencia de mis pensamientos me arrastrara hacia la locura.
—Me hago esa maldita pregunta todos los días. Cuando encuentre una respuesta, te la daré —mascullé entre dientes.
Negó con la cabeza, una sonrisa turbia curvando sus labios mientras abría la puerta del copiloto.
—La respuesta ya está dentro de ti, pero te resistes a aceptarla —murmuró y salió.
Hijo de la gran puta, cómo lo odiaba en momentos como este. Era perturbador cómo podía leerme como un libro abierto, cómo podía penetrar en las sombras de mi alma sin esfuerzo alguno. Por eso no podía ocultarle casi nada; siempre terminaba enterándose y siempre terminaba lanzándome verdades a la cara, sin importarle cómo me hicieran sentir.
Mi teléfono celular sonó, y al ver su nombre parpadeando en la pantalla, una sensación de alivio inundó mis sentidos.
—Lia —susurré, anhelando escuchar su voz reconfortante.
—¿Ya estás llegando? —su tono era tenso, lo que me hizo arrancar el auto rápidamente, alerta ante cualquier indicio de peligro.
—¿Qué ha pasado? ¿Todo está bien? —mi corazón latía con fuerza, presintiendo la gravedad de la situación.
Se escucharon varias voces de fondo, entre ellas la de mi padre, lo que me hizo contener el aliento.
—Los gemelos. —Las palabras de Lia me golpearon como un puño en el estómago, congelándome en mi lugar, temiendo lo peor—. Bombardearon con personas adentro la mitad de la academia.
Al entrar en el garaje, me detuve abruptamente, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—Por favor, repítemelo —murmuré, con la esperanza de haber entendido mal.
—Había un grupo de cadetes que querían verlos muertos, incluidos algunos tenientes y capitanes...
—Continua —salí del automóvil y caminé hacia la entrada.
—Como respuesta, bombardearon el restaurante, el bloque de dormitorios de ese grupo, el de los mayores y el de práctica —su voz resonó con desesperación.
—¡Se han pasado de la raya! —Escuché el grito de tia Anto.
—¿Quiénes eran ellos? —me pasé la mano por el rostro, tratando de asimilar la magnitud del desastre que se avecinaba.
No todos los soldados en la academia eran rusos, había hijos de capos de la mafia; muchos eran reclutas de otras partes del mundo, entrenados en nuestras filas. Era muy posible que los atacantes fueran miembros de otras mafias.
—Japoneses, chinos y alemanes. Hijos de los líderes de esas organizaciones —la respuesta de Lia resonó en el aire, confirmando mis peores temores y anunciando el inicio de una guerra despiadada.
—Jesucristo —gemí.
Cuando entré a la casa, corrí hacia el estudio de mi padre, y al abrir la puerta me encontré con todos los altos rangos de la bratva. Nuestras miradas se encontraron rápidamente, y un entendimiento tácito pasó entre nosotros dos. Asentí con determinación, sabiendo que malditamente me haría cargo de todo este desastre y lo mantendría alejado de él. Mi padre no estaba en condiciones de llevar una guerra sobre sus hombros en este momento, no cuando su corazón había estado fallando últimamente.